Nueva voz del Románico

viernes, 28 diciembre 2001 0 Por Herrera Casado

 

Aunque esta no es la mejor época para lanzarse al campo, a la Sierra de Pela por ejemplo, y mirar esas cosas que tanto hemos oído nombrar, pero a las que nunca hemos podido dedicar al menos un día para admirar como demanda la justicia y el buen seso, es casi obligado hablar de ellas porque hoy son noticia: me refiero a las iglesias que conforman el grupo monumental del románico de Guadalajara, de ese románico rural que puebla los lejanos enclaves de nuestras sierras y nuestros recónditos valles. Bien vale una jornada el románico de la sierra de Pela, al norte de Atienza, cerca ya de la raya con Segovia. Y bien vale un repaso al libro que mejor y más pronto lo ha desvelado: el libro clásico de don Francisco Layna Serrano, “La Arquitectura Románica de la provincia de Guadalajara” que después de muchos años agotado acaba de aparecer reeditado dentro del conocido conjunto de las “Obras Completas de Layna Serrano” que una editorial privada de Guadalajara está llevando adelante. En este caso, con la ayuda y patrocinio de Ibercaja, siempre en la vanguardia del apoyo a la cultura guadalajareña.

El recorrido al románico de Sierra Pela puede iniciarse en Sigüenza, ó hacerlo desde Atienza. En cualquier caso debe completarse con la visita a tres lugares extraordinarios e inolvidables: la ermita de Santa Colomba en Albendiego; la iglesia parroquial de Campisábalos, y el templo hoy magníficamente remozado de Villacadima. En esa secuencia el viaje será lógico y completará nuestra visión de tres edificios del siglo XIII que fueron, hace ya cuarenta años, declarados Monumentos Nacionales. El lector, con ellos delante, juzgará del acierto de tal medida.

Santa Colomba de Albendiego

El lugar en que asienta esta joya del románico es de los más hermosos de la serranía atencina. Hundido en ancho valle, junto al río Bornoba que acaba de nacer en la laguna de Somolinos, aparece el caserío de Albendiego, arropado con la exuberante vegetación de cientos de árboles que le escoltan, aislado en medio de los labrantíos y pastos del término. Al sur del pueblo, a unos 300 metros de su caserío, destaca aislada la iglesia románica de Santa Colomba, que centra la atención de los viajeros.

En este lugar tuvo su sede una pequeña comunidad de monjes canónigos regulares de San Agustín, que ya existían en 1197. Se trata de un edificio inacabado, con añadidos del siglo XV. De lo primitivo queda la cabecera del templo, con su ábside y dos absidiolos. El ábside principal, que traduce al exterior el presbiterio interno, es semicircular, aunque con planta que tiende a lo poligonal, y divide su superficie en cinco tramos por cuatro haces de columnillas adosadas, que hubieran rematado en capiteles si la obra hubiera sido terminada completamente. En los tres tramos centrales de este ábside aparecen sendos ventanales, abocinados, con derrame interior y exterior, formados por arcos de medio punto en degradación, de gruesas molduras lisas que descansan sobre cinco columnillas a cada lado, de basas áticas y capiteles foliáceos. Llevan estas ventanas, ocupando el vano, unas caladas celosías de piedra tallada, que ofrecen magníficos dibujos y composiciones geométricas de raíz mudéjar, tres en la ventana de la derecha, cuatro en la central, y una sola en la de la izquierda, pues las otras dos que la completaban fueron destruidas o robadas. Estos detalles ornamentales mudéjares de la iglesia de Albendiego, bien conservados, demuestran el entronque con lo oriental que tiene el románico castellano. Centrando cada dibujo, se aprecia una cruz de ocho puntas, propia de la orden militar de San Juan. El resto de la cabecera del templo, ofrece a ambos lados de este ábside sendos absidiolos de planta cuadrada, en cuyos muros de bien tallada sillería aparecen ventanales consistentes en óculos moldurados con calada celosía central, también con composición geométrica y cruz de ocho puntas, escoltándose de un par de columnillas con basa y capitel foliáceo, y cobijados por arco angrelado, cuyo muñón central ofrece en sus caras laterales una bella talla de la exalfa o estrella que llaman sello de Salomón, lo que viene a insistir en el carácter oriental de los autores de este edificio.

Al interior aparece el arco triunfal con gran dovelaje y capiteles foliáceos, de paso al presbiterio, y el calco interno de la disposición exterior del ábside. A ambos lados del presbiterio, se abren sendos arquillos semicirculares, que dan entrada a dos capillas primitivas, escoltadas de pilares y capiteles perfectamente conservados, tenuemente iluminadas por los ventanales ajimezados del exterior. Son dos receptáculos increíbles, donde el aire misterioso, ritual y místico de la Edad Media, parece detenerse y fluir de sus piedras. La presencia de tan maravilloso ejemplar románico es la mejor incitación para seguir viaje hacia los otros lugares de la sierra de Pela que atesoran similares ofertas de tallada piedra y ámbitos solemnes.

Para la semana próxima quedará la visita a esos otros dos lugares que conforman el trío capital del románico de Guadalajara. En estos días que vemos cómo elementos aislados pero que forman parte de un conjunto disperso, como por ejemplo “el mudéjar de Aragón” son declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad, no estaría de más pensar en solicitar esa declaración para las máximas presencias del románico rural de Guadalajara, y más concretamente este de Sierra Pela, que desde Sigüenza y Atienza, pasando por Carabias y Pinilla de Jadraque llega a Villacadima. Pocos conjuntos monumentales hay en España que tengan tal uniformidad, tal valor en poco espacio de terreno, y tan bien cuidada presencia como estos que menciono hoy. De la mano de Layna Serrano, nuestro inolvidable cronista, seguiremos la semana próxima recorriéndolos, y animando a nuestros lectores a que los descubran por sí mismos: será una excursión clave siempre, recordada y capital, eje de un tiempo.