Campos, paisajes, luces… la Alcarria

viernes, 30 noviembre 2001 0 Por Herrera Casado

 

Ayer jueves se inauguraba, en la Sala de Arte de Ibercaja en Guadalajara, una exposición más de Jesús Campoamor, el pintor de las alcarrias luminosas. Se trata de unja nueva entrega de visiones alcarreñistas en el contexto de una madura permanencia de estilo y querencias. La amplia obra de Jesús Campoamor, que ha ido dando consistencia a una Alcarria que todos intuimos, que todos reconocemos, pero que quizás por poética y elaborada nunca vemos, está retratada en estos grandes lienzos, que son elaborados con la pasión y el amor de quien solo concibe así la vida: con pasión continua y con amor desbordado.

CAMPOAMO.GLO

Cuando uno abre las páginas del libro virtual El arte alcarreño a través de los tiempos, se encuentra con la presencia de nombres y figuras de todo tamaño y valor. Desde los remotos y felices hombres del Cuaternario que dibujaron sus retratos, los de los animales de su entorno, y las danzas que practicaban en la Cueva de los Casares de Riba de Saelices, hasta la escultura dinámica de Paco Sobrino; o desde la solemne palidez de las esculturas de la portada de Santiago en la parroquia románica de Cifuentes, hasta el matiz luminoso del paisaje de Raúl Santos, recientemente desaparecido. En ese libro magno, apasionante y múltiple, que un día alguien tendrá  que escribir, surgen los nombres y las piezas. Es un mosaico multicolor en el que se agitan las formas y fluyen los estilos: Vandoma, Lorenzo Vázquez, Antonio del Rincón ó Mayno: todos han puesto, con su luz de Alcarrias, de Sierras y de Campiñas, la dimensión de su inspiración en las páginas de ese «arte alcarreño» que nunca acaba.

Una de las páginas de ese libro está ocupada, con derecho propio, por Jesús Campoamor y Lecea. En el capítulo de los pintores, se nos ofrece con la fuerza de una originalidad propia y un concepto muy personal del arte. Nació este artista en Guadalajara y vivió la infancia y juventud en las décadas difíciles de la posguerra. Es en arte un autodidacta, dejando que sea su inspiración, siempre poderosa, la que se adueñe del campo en el que la creatividad debe expresarse. Todas las dimensiones del lenguaje artístico han sido probadas por Campoamor: desde la palabra (demostrando poseer los resortes intelectuales suficientes de un poeta) hasta la ruta de los volúmenes en la escultura, pasando lógicamente por la planicie coloreada de la pintura.   

 La obra de Campoamor se ha ido fraguando a lo largo de los años. Más de 40 lleva en esta empresa de creador. Solo el esfuerzo y la experimentación le han hecho cambiar de estilo, aunque el fondo de su expresividad ha sido siempre el mismo. El paisaje alcarreño ha tenido siempre la consideración de figura estelar en su temática. El mérito de su aportación, el modus apparendi, ha sido generalmente la exposición, la muestra individual o colectiva, y en muy escasas ocasiones el certamen o el concurso, al que en concreto no ha acudido nunca. El modo, pues, de conocer la progresiva aportación de Jesús Campoamor a la historia del arte alcarreño, es el de examinar y valorar sus exposiciones individuales, que suele presentar cada tres o cuatro años. Y fue ayer concretamente, 29 de noviembre de 2001, que en la Sala de Arte de Ibercaja de Guadalajara, se abrió al público precisamente una muestra con las últimas obras de nuestro autor. 

Las frases anteriores, como preámbulo de esta noticia, sólo han perseguido centrar levemente en el tiempo y en el espacio a Campoamor Lecea. Es por lo que ahora debemos plantearnos el valor y el significado de su obra. Esta discurre muy especialmente sobre el paisaje de las tierras de Guadalajara. Siempre lo ha hecho. Ha podido cambiar la técnica, el enfoque, la resolución de aspectos puntuales: pero el interés por el objeto ha persistido a lo largo de los años. La preocupación trascendental del pintor ha sido la de captar la esencia de la tierra y del cielo que le circuyen. Si el pálpito de un país, como decía Laín Entralgo, se constituye por su tierra, su cielo, sus pueblos y sus gentes, la elección de Campoamor ha recaído sobre los dos primeros elementos, que ha tratado de desmenuzar progresivamente hasta llegar a la entraña de su esencia. Y así, tras haber pasado por el retrato del paisaje, ha alcanzado finalmente (ahora volvemos a verlo) la gracia de poseer su razón y su enjundia, la visión espiritual, el peso onírico que todo pedazo de tierra tiene. De este modo, el paisaje de Guadalajara, en un largo proceso de síntesis y análisis de formas y colores, ha cuajado en la obra de Jesús Campoamor, que es síntesis y esencia de nuestra tierra.

 No es aventurado ni excesivo, creemos, afirmar que la figura que hoy protagoniza estas páginas es uno de los mejores pintores con que cuenta la historia del arte en Guadalajara. Saberlo no supone nada nuevo, pues lo sabemos de otros. Pero poder contemplar en directo y ver por nuestros propios ojos, en un marco magnífico, sus últimas batallas con el color y las distancias, es un privilegio del que no podemos evadirnos. Será una buena ocasión para encontrarnos, en torno a la expresividad plástica y paisajística de Campoamor, todos cuantos de alguna manera amamos el arte y su infinito fluir.

Aparte ahora de cualquier literaria apreciación del color, de las formas y las evocaciones que sus pinturas nos transmiten, quisiera poner desde un punto de vista técnico los límites de  la pintura de Campoamor. Está sin duda enmarcada en los cánones del figurativismo mágico: sus paisajes son reales, pero no existen. Están diseñados desde el otro lado de la realidad, el de la fantasía, pero cualquiera sabe, al ponerse ante ellos, que algo así ha visto alguna vez en su vida, al menos cuando cruzó por los campos de la Alcarria y de la provincia de Guadalajara.

Su minuciosa técnica, perfeccionista, elegante, pulcra, medida en las gradaciones y atenta a los contrastes, depura la realidad de cualquier anécdota y se acerca a la perfección necesaria. La opinión de los grandes críticos de arte en España ha sido coincidente siempre: la técnica y la inspiración de Jesús Campoamor crea un estilo propio, un estilo que le hará quedar en las primeras filas de los artistas plásticos de la segunda mitad del siglo.

Y para terminar, y desde un punto de vista meramente emocional, poético, también Campoamor va más allá de la búsqueda, y puede decir con el clásico que él no sólo busca, sino que encuentra: esos paisajes en verdes suaves, en azules, en ocres desvaídos y perdidos como en una niebla de día claro, como en una calima de tormentoso presagio, están ahí porque él los ha inventado, y los demás los encontramos porque el artista los ha puesto sobre el lienzo. Creatividad nacida de la emoción y de la paciencia medida, que es la medida justa que ha de encontrar quien se dice artista.

Jesús Campoamor, y esta nueva exposición de lienzos con paisajes alcarreños que ahora se ofrece en la sala de Ibercaja, durante todo el mes de Diciembre, viene a poner nuevamente viva, en pie de paz y sorpresa, la eterna discusión que en torno al arte moderno todos consideran: el encuentro de lo real con lo soñado. En estos paisajes todos reconocerán el suyo, y lo sabrán nuevo.