TRILLO

viernes, 17 agosto 2001 0 Por Herrera Casado

 

Trillo tiene una figura que no tiene por qué envidiar a ninguna otra. En punto a situación geográfica, en punto a belleza paisajística, a clima y a variedad de recursos. Asienta donde las aguas del río Cifuentes caen en bravías cascadas y entre espesas arboledas, al cauce ancho y manso del Tajo. El emplazamiento lo tiene en estrecha repisa sobre el río, y al pie de altos murallones rocosos, que a lo largo de las orillas del Tajo se vienen sucediendo hasta varios kilómetros arriba. El contorno del pueblo, a base de alamedas, roquedales, huertas y bosquecillos de nogales, es encantador. Su término, por el que atraviesa el Tajo entre abruptos riscos y hoces, con la presencia altísima de las rocas denominadas “Tetas de Viana”, todo ello cubierto de pinares y chaparrales, hacen que pueda colocarse entre los más hermosos de la tierra alcarreña, y se justifica con ello el que, ya desde hace muchos años, y aun siglos, Trillo sea escogido para pasar las vacaciones y el descanso veraniego por gran cantidad de personas. Es ahora, pues, cuando Trillo se superpuebla, y tiene toda la altura de su voz manifiesta. Hasta él llegamos, viajeros por alcarrias, a ver su silueta, a recordar sus historias.

Algo de historia

Desde muy antiguos tiempos existe población en Trillo: en lo alto del cerro de Villavieja y en las inmediaciones de la ermita de San Martín hubo población desde los tiempos prehistóricos. La población, más moderna, junto al río, tiene su origen tras la reconquista de la zona, que se verificó a finales del siglo XI, cuando la recuperación definitiva, por Alfonso VI, de Atienza, Uceda, Guadalajara y Toledo. En el Común de Villa y Tierra de Atienza quedó Trillo, rigiéndose por su Fuero. El señorío de ésta que entonces era simple aldea quedó en manos de particulares, al menos desde el siglo XIII. Así, vemos que hacia 1244 era señor de Trillo don García Pérez de Trillo, noble castellano, de quien lo heredó su hijo don Pedro García de Trillo. Su viuda doña Mayor Díaz y su hija Francisca Pérez lo poseían en el comienzo del siglo XIV, cuando en 1301 las amparó el rey Fernando IV ante el asalto que por parte de alborotadores del reino sufrieron en su cortijo o castillete. Francisca Pére casó con don Gil Pérez, y fueron las hijas de este matrimonio, doña Sancha, doña Toda y doña Mayor Pérez quienes vendieron Trillo y su entorno, con todas sus pertenencias, sus términos, vasallos, molinos, montes, etc., al infante don Juan Manuel, en 1325, en precio de veinte mil maravedises. Este magnate alborotador de los castellanos lares comenzó ese mismo año la construcción de un poderoso castillo en el pueblo. Al igual que Cifuentes, pasó Trillo en 1436 a poder de la familia de los Silva, condes de Cifuentes, y a la jurisdicción de esta villa. Durante largo tiempo, Trillo sostuvo pleitos contra Cifuentes arguyendo que tenía jurisdicción propia, y que no tenía por qué ser considerada un barrio de la villa. Pero este derecho y solicitud no fue plenamente reconocido hasta que en 1749 Trillo fue declarado Villa por sí con jurisdicción propia. En el siglo XVIII sufrió graves daños en la guerra de Sucesión, y luego en el XIX los franceses hundieron el puente, en su retirada, no siendo reconstruido hasta 1817. Aunque de siempre Trillo vivió de la industria maderera, pues junto al pueblo llegaba ya remansado el río que había transportado las maderadas pinariegas del el Alto Tajo, aún creció más cuando en la segunda mitad del siglo XVIII fueron arreglados y puestos en explotación los “baños” o manantiales de aguas termales y medicinales que a dos kilómetros del pueblo existían y eran conocidos desde remotos tiempos. Se puso entonces de moda Trillo como lugar de veraneo y descanso, incluso entre altas personalidades de la Corte, ministros y aún la familia real, quedando hasta hoy este modismo del veraneo en Trillo.

Algo de monumentos

Para el viajero son de interés no sólo las calles y plazas del pueblo, en las que a pesar de las modernizaciones de los últimos años, y de haberse corrompido en cierto modo el ambiente tradicional, aparecen buenos ejemplares de casonas típicas, con clavos y alguazas antiguas, etc., y muchos rincones de gran belleza urbanística rural.

Destaca la iglesia parroquial dedicada a Santa María de la Estrella, situada en eminencia sobre el río y llegándose a ella desde la plaza mayor, o desde un puentecillo que cruza sobre el río Cifuentes. Es obra grandiosa del siglo XVI, con fuerte fábrica de mampostería y sillar, alta torre, y atrio cubierto rodeado de barbacana sobre el río. Tiene dos puertas de acceso, pero es la del mediodía la principal, con detalles ornamentales del período renacentista (segunda mitad del siglo XVI) y buenos hierros en clavos, argollas, cerrajas, etc. El interior es de una sola nave, con techumbre de madera muy sencilla. Presidiendo el presbiterio, sobre su pared final apoya ahora el gran retablo renacentista que procede de Santamera, y que aquí luce, ya restaurado, en toda su magnitud y brillantez apostólica. Se conserva además una buena cruz de plata, repujada, obra de finales del XVI, con talla de Cristo y medallones con Evangelistas y Padres de la Iglesia, así como gran macolla plateresca. También es interesante una cruz relicario para un fragmento del Lignum Crucis, de cristal de roca, y guarnecida de bronces cincelados y piedras vistosas.

Recientemente se ha recuperado el antiguo rollo de villazgo, que se ha reconstruido y hoy luce como antiguamente. Su fuste, muy esbelto, está coronado por un capitel con caras, rematando en un bolón. Asienta en su vieja basamenta de gradas escalonadas, y era el símbolo de la capacidad de jurisdicción propia que la villa tuvo desde el siglo XVIII.

Entre algunas casas y corrales de la parte alta del pueblo, se quieren adivinar los restos del antiguo castillo medieval que construyera don Juan Manuel hacia el año 1325.

El puente sobre el río Tajo es magnífico. Dice la tradición del pueblo que fue construido por los moros. Su origen es medieval, y en el siglo XVI ya llamaba la atención por ser de un solo ojo, muy firme y bello. Necesitó reparaciones en el siglo XVIII. En el XIX, los franceses le derrumbaron, y hacia 1817 se volvió a reconstruir de nuevo, durante el reinado de Fernando VII, como puede leerse en una piedra de la baranda. Aún en este siglo ha sufrido reformas, ampliaciones y añadidos. Son destacables y curiosas algunas ermitas, como la de Nuestra Señora la Virgen del Campo patrona del pueblo, y otras. También es curioso el puente sobre el río Cifuentes, un par de kilómetros aguas arriba de Trillo, por donde cruzaba el «camino real” que procedía desde el Tajuña y la Alcarria. Es obra interesante de buena y recia sillería.

Los baños de Carlos III

A dos kilómetros río arriba de Trillo se encuentran los baños de Carlos III, que pervivieron en su utilización balneoterápica hasta mediado este siglo, y sobre los que en los años cuarenta fue colocada la Leprosería Nacional, hoy todavía en funcionamiento con modernas técnicas terapéuticas. La utilización de las aguas termales que surgen en la orilla izquierda del Tajo (aguas clorurado‑sódicas, sulfato‑cálcico‑ferruginosas y sulfato‑ cálcico‑arsenicales) es muy antigua, pues se sabe que los romanos tuvieron aquí asentamiento y de ellas se aprovecharon (se llamaban Thermida por ellos). Durante siglos, y en plan absolutamente espontáneo, se ofrecieron estas aguas a cuantos precisaban la salud o la mejoría en sus afecciones reumáticas, hasta que en el siglo XVIII, y por parte de la Administración del Estado Borbónico, se puso en marcha el plan de su racional aprovechamiento y uso. A partir de 1772 se iniciaron estudios, a cargo de don Miguel María Nava Carreño, decano del Concejo y Cámara de Castilla, para aprovechar mejor estas aguas, que entonces se acumulaban en inmundas charcas donde se maceraba el cáñamo y sin limpieza alguna. Las obras consistieron en arreglar las fuentes del Rey, Princesa, Condesa, Piscina y el edificio para ser Hospital, arreglando también el camino procedente de Madrid por Aranzueque y Yélamos, poniendo posadas en el mismo. En el edificio se puso, a su entrada, un busto de Carlos III, y en el interior una imagen de la Virgen de la Concepción, patrona de los establecimientos. Se hicieron magníficos jardines, paseos, fuentes, bancos de piedra, transformando todo en un recinto auténticamente versallesco. Don Casimiro Ortega, profesor de Botánica del Real Jardín de Madrid fue encargado de estudiar la composición química y propiedades salutíferas de las aguas. Se inauguraron los baños en 1778, y en 1780 se abrió el Hospital Hidrológico, en el mismo pueblo de Trillo, del que aún queda el edificio. También el obispo de Sigüenza levantó otro edificio para servir de albergue a los pobres y militares, en 1802. En 1860 quedó encargada de la administración de estos baños la Diputación Provincial de Guadalajara. Años después, el Estado vendió su aprovechamiento a las familias Morán y Andrés, la primera de las cuales lo regentó hasta casi mediados de este siglo. Tanto por la excelencia de las aguas, de propiedades antirreumáticas, como lo paradisíaco y amable del sitio e instalaciones, hizo que desde su fundación en 1778 fueran multitud las personas que pasaban el verano y aun largas temporadas en Trillo y en sus baños. Así, en el verano de 1798, tras haber cesado en su puesto de ministro de Gracia y Justicia, acudió a los Baños para descansar una temporada de sus preocupaciones de gobierno don Melchor Gaspar de Jovellanos. Se representaban obras de teatro (y aún se escribieron algunas comedias con argumento centrado en los mismos baños), se hacían fiestas continuamente, y la economía del pueblo se vio favorablemente modificada por esta institución, de la que hoy no queda sino la antigua hospedería, y leves rastros de lo que fueron baños y jardines. Todo ello, afortunadamente, en vías de restauración y aprovechamiento desde una perspectiva comunitaria.