Feria de Mieles en Pastrana

viernes, 23 marzo 2001 0 Por Herrera Casado

 

Un año más, ahora por vigésima vez consecutiva, Pastrana abre sus puertas a la celebración de la Feria Apícola de Castilla-La Mancha. Un acontecimiento que ya hace tiempo cobró su auténtica mayoría de edad, instalándose no sólo en la realidad económica de la provincia, sino en la afirmación precisa y contundente del progresivo protagonismo de la villa alcarreña, que está decidida a un lanzamiento económico y turístico de gran altura.

Siempre que tengo oportunidad, lo digo y repito: los responsables políticos de Pastrana (en este caso su alcalde Juan Pablo Sánchez Sánchez-Seco y su equipo de gobierno) tienen las ideas muy claras de lo que necesita un pueblo de la Alcarria en un momento de crisis poblacional en Castilla como es este que vivimos en el inicio del nuevo Milenio. Hay que tener ideas, ponerlas encima del pavimento de una Calle Mayor, y hacerlas fructificar, brillar y andar. De nada vale visitar la provincia entera y constatar su desertización. Eso ya lo sabemos, desde hace mucho tiempo. Y si no se hace algo contundente, ese fenómeno no se parará. Mientras el valle del Henares se hipertrofia de gentes y urbanizaciones (mejor aún, de industrias y actividades) el resto de la provincia se muere, se envejece y se paraliza. Hacer lo que se está haciendo en Pastrana es todo un ejemplo de dinamismo y de claridad de ideas: promocionar la villa como lugar de encuentro, de Ferias, de cultura, de interés turístico, de celebraciones y sorpresas. Ojalá que durante mucho tiempo siga dirigiendo el pueblo, aportando ideas y haciendo cada día un poco mejor a Pastrana ese pedazo de alcalde que allí tienen.

Lugar de encuentro apícola

La plaza del Deán, en la parte alta del burgo, en un entorno que los días de sosiego y sol huele a cánones y amores infantiles, será estos días centro de la bullanga y el trasiego de gentes, de apicultores, de curiosos y de viajeros que pretenderán encontrar ese aquel de Pastrana en este entorno. No es difícil, pero sería recomendable que lo hicieran con más pausa, con mayor sosiego en otra ocasión futura. Ahora, con el ir y venir de las gentes de Pastrana y de las que hasta aquí llegan con la ocasión propicia, se hace difícil vivir este encantador pueblo con la tranquilidad que merece.

La Feria Apícola, que hasta el domingo próximo estará abierta en Pastrana, tiene su asiento en el antiguo convento de San Francisco, situado en la llamada «Plaza del Deán». Un entorno maravilloso, evocador a más no poder, que fue no hace mucho restaurado, lo mismo que el convento todo. Merece recordar, aunque sea en breves líneas, la historia y el interés que ofrece monumentalmente este edificio tan antiguo y solemne.

Se trata de una de las instituciones más clásicas en la historia de Pastrana. Nació este convento en 1437, con el nombre de monasterio de Santa María de Gracia. Pero no en este lugar, sino a una legua de la villa, en el paraje denominado Valdemorales. Fue su fundador fray Juan de Peñalver, el adalid de la Observancia franciscana, quien vivió aquí algunos años como guardián del convento. Pero en 1460 se trasladó la fundación a la propia villa, a extramuros de la misma, en el lugar que entonces llamaban los Herreñales, junto a la parte alta de la muralla. Tanto los maestres de Calatrava, señores de la villa, como el arzobispo de Toledo don Alonso Carrillo favorecieron mucho la construcción de este nuevo convento pastranero. La señora de la villa desde 1541, doña Ana de la Cerda, también ayudó a los frailes, edificando desde sus fundamentos la Capilla mayor deste Convento, muy suntuosamente, y los duques de Pastrana, a partir de 1569, acogieron el patronato de su templo y le llenaron de retablos, de rejas, escudos y ornamentos. Quedó vació cuando la Desamortización, en 1836.

El viajero encuentra que presidiendo la amplia plaza se alza, al norte, el gran edificio monasterial, construidlo como tantos otros en sillarejo e hiladas de ladrillo, con ventanales enrejados y pocos detalles más que no sean su inconfundible aire de casa religiosa. La iglesia, que se alza al fondo de la plaza, es más interesante, y con la restauración que ha recibido recientemente, ha vuelto a ganar su antiguo esplendor.

En la fachada ofrece un atrio de cinco altos arcos semicirculares, revestidos de ladrillo, que rematan en un cuerpo corrido adornado de pilastrones y abierto de grandes ventanales, superado de corrida cornisa del mismo material, y sobre el tejado que le protege, apoyando en el muro de los pies del templo, levantóse la gran espadaña de tres arcos, toda ella también construida en ladrillo, y ahora huérfana de las campanas. El interior del templo es de sorprendente belleza. De una sola nave, cubierta de bóveda de elegante crucería, en la que aparecen capiteles simples formados de elementos vegetales, y escudos heráldicos de Mendoza. Ofrece también algunas capillas laterales. El patio claustral, también restaurado, es de planta cuadrada, sus muros con arcos están construidos totalmente en ladrillo, dando la imagen perfecta de la sencillez franciscana.

Estos días aparece la iglesia ocupada de los stands apícolas, con las novedades tecnológicas más avanzadas para la producción de la miel, y en su claustro y salones se afanan unos y otros en comunicarse sus hallazgos, sus vidas y  milagros en torno a la miel que es el símbolo universal de nuestra tierra alcarreña. Un perfecto complemento, este del convento franciscano de Pastrana, con el río espeso y dorado de la miel de la Alcarria. Unos días, éstos de la Feria Apícola, para la alegría y la promesa de visitar Pastrana de nuevo, cuando esté más tranquila y serena. Cuando sea más ella misma.