El barranco del Alamín, nuevo como el siglo

viernes, 5 enero 2001 2 Por Herrera Casado

 

Hace dos días, el miércoles 3 de enero, y ayer mismo, recién estrenado el siglo XXI, Guadalajara recibía el nuevo rasgón del péndulo con luz y sonido. Con una luz y un sonido propios de esta nueva centuria que se abre: imágenes virtuales sobre el agua del viejo arroyo del Sotillo, cuando se cuela en las honduras del barranco del Alamín. Hoy hemos podido ver que ese antiguo y oscuro barranco es una de las mejores rinconadas naturales y una atractiva oferta para el descanso, el solaz y la nueva imagen de esta Guadalajara que entra en un nuevo tiempo con la fuerza de la sonrisa abierta. El barranco del Alamín se ha puesto de largo con este espectáculo, y, aunque todavía no inaugurado oficialmente, ya comienza a captar los paseos, las miradas y ojalá que muy pronto las nostalgias de los guadalajareños.

En el tiempo de los moros, uno de ellos que viajaba por España llegó a Guadalajara, la Madinat-al-Faray de las viejas crónicas musulmanas, y dejó esta frase escrita en su cuaderno de viajes: Guadalajara es una bonita población bien fortificada y abundante de producciones y recursos de toda especie. Está rodeada de fuertes murallas y tiene aguas vivas. Esto lo decía Mohamad al-Edrisi, hace ahora unos mil años, y uno no puede por menos de sorprenderse cuánto tiempo tiene que pasar para que lo que entonces era admirable, y durante un milenio dejó de serlo, vuelva a recuperar ahora la bandera de la hermosura de esta ciudad que lleva ya sobre el mundo larga nómina de siglos.

Porque si para al-Edrisi, la ciudad de Guadalajara era hermosa en cuanto que tenía una fuerte muralla, y ofrecía «aguas vivas» en su entorno, ahora resulta que es ese el elemento que se ha recuperado como uno de los alicientes para dar una imagen totalmente nueva de nuestra capital: lo poco que queda de muralla, y las «Aguas Vivas» que ofrecen una nueva ciudad que la mira.

Una actuación ejemplar

El Ayuntamiento de nuestra ciudad ha realizado en estos dos últimos años, de una forma silente pero muy firme, algo que muchos ni habían soñado: darle un nuevo perfil a Guadalajara, una imagen nueva, física, real, antigua de mil años, y moderna a un mismo tiempo, impensable hace muy poco. Combinando la buena gestión municipal del actual equipo de gobierno, con el cariño hondo a la ciudad y el interés por ellos demostrado de rescatar de ella todo lo que tenga auténtico sabor de raigambre, el Ayuntamiento se fijó hace un par de años sobre un espacio que siempre estuvo oculto, sombrío, sucio y (por qué no decirlo…) maloliente.

Tras un concurso de proyectos para el tratamiento integral del Barranco del Alamín, un equipo pluridisciplinar acometió con ilusión la tarea de modificar y rehacer ese espacio que no llegaba a ser en ningún caso urbano, pero sí integrante de la esencia de la ciudad. El barranco del Alamín separaba a la ciudad murada del campo. Y en ese campo han surgido ahora barriadas amplias, calles y avenidas, espacios de ocio, que requieren la unión de lo viejo y lo nuevo.

El barranco del Alamín

El barranco del Alamín quedó siempre apartado de la consideración pública de espacio urbano. Ni era parque, ni era estercolero. Se trataba de una zona de nadie, abandonada por todos. Una zona que, además, durante siglos fue el extremo de la ciudad, el lugar donde nunca iban los duques, ni se asomaba la procesión del Corpus, un lugar donde habitaron, hace muchos siglos, los moros… a pesar de que el barranco del Alamín se había quedado hoy, especialmente tras dar el salto decidido la ciudad hacia el norte, en el centro de todas las miradas.

Y después de un par de años, de haberlo recorrido cuando se hacía junto a alguno de los profesionales que participaron en el proyecto y adecuación del espacio, la semana pasada volví a darme una vuelta por este lugar, que ahora está ya limpio, ensanchado, domesticado y puesto en valor. Miré y fotografié la ancha banda de claridad que es ahora el barranco, desde la antigua carretera de Zaragoza, hasta casi el río, hasta la puentecilla Salinera.

Me ha sorprendido y me ha gustado ese aire de parque ancho y limpio que le ha nacido, como en cascada, dando solemnidad al agua que se desliza, entre estanques y cascadas, desde San Francisco hasta el Henares, saltando casi 80 metros de diferencia de cota. Ese parque del Alamín que respeta, y recobra, la visión de la espalda de la ciudad, en la que surgen altivos los muros de un convento barroco, las paredes de una iglesia (Santa María) mudéjar, y las amuralladas rotundidades de un alcázar moro/cristiano que, además, también se está excavando, limpiando y recuperando. Me gustó porque es otra Guadalajara, distinta y nueva, como si algo en nuestras vidas se hubiera también renovado, tan sólo por ver nuestra ciudad natal más alta, más abierta, con una faz distinta.

Perfil y cuerpo de una ciudad

Las ciudades tienen perfil, y tienen cuerpo. Los de Guadalajara fueron siempre (o a mí me lo parecieron) de señorita delgada y esbelta. De cintura breve, de piernas altas, de cara alegre. No sé si será mejor o peor: ver la ciudad de donde uno es con el optimismo que da el cariño. Quizás otros, más críticos y severos, sean además más responsablemente felices. A mí me gusta así: morena y de ojos grandes. Así es mi Guadalajara. Que ahora ha recuperado su perfil por el norte. Porque el saneamiento y adecuación del barranco alaminero que ha llevado adelante nuestro Ayuntamiento, la ha despejado la faz. La vemos nueva, más alta, con su quebrada línea de tejados, de torres y ábsides, de corrales y de higueras, de patios donde parece resonar la canción de las niñas que juegan a la comba. La espalda de Guadalajara recobra su aire de belleza mora, y estoy casi seguro de que si volviera al-Edrisi a cabalgar por la nueva Avenida Salinera que el Concejo ha tenido el acierto de poner a la calle que recorre la urbanización Aguas Vivas frente al barranco, la reconocería de inmediato: es su ciudad, aquella que viera hace mil años, bien fortificada y abundante de producciones… esa que hizo exclamar, hace bien poco, a nuestro escritor Alfredo Villaverde Plegarias iban proclamando de Alá luz y misericordia. Desde los alminares va la voz del almuédano deshojando tu nombre: Wad, al, hayara…

Una voz que parecía resonar la otra noche, sobre el agua negra del arroyo del Sotillo, antes de pasar bajo el puente de las Infantas, bajo el cuadrón solemne de la medieval torre del Alamín. Un espacio, largo y risueño, que me gustaría poner en la frente de este año nuevo, de este siglo XXI, de este tercer milenio que acabamos de pisar sin darnos cuenta. La frase Guadalajara hacia el siglo XXI (una campaña que ha dirigido las miradas de los arriacenses hacia el tiempo nuevo) podría quedar personificada en este lugar que ya espera vuestra visita, con el sol del mediodía que tanto se agradece ahora en el invierno.