Pastrana y su Princesa, en la punta del Turismo

viernes, 6 octubre 2000 0 Por Herrera Casado

Mañana sábado recibirá la Villa de Pastrana su galardón Ínsula Barataria, el Premio que anualmente concede la Asociación Castellano-Manchega de Escritores de Turismo para premiar la mejor iniciativa en pro del Turismo en la Región. Ya lo comenté en su día, porque me pareció que este premio era clave para entender lo que realmente hacen algunos pueblos de nuestra provincia para mejorar día a día su oferta de entorno abierto y plural en el ámbito de las nuevas formas de subsistencia. El premio, junto con otros dedicados al mejor Restaurante, el mejor Hotel y el mejor comunicador de turismo de Castilla-La Mancha, se le entregará al Ayuntamiento, en la persona de su alcalde Juan Pablo Sánchez Sánchez-Seco, en un acto a celebrar al mediodía en el salón de actos del Ayuntamiento de la localidad alcarreña.

Es este un Premio que viene acreditado porque quien lo da es un grupo, muy numeroso, de profesionales. Y se consigue por votación. No de decisiones en despachos de alturas toledanas. La jornada se completará con una visita a Pastrana de los asociados de ACMET, el grupo de escritores y periodistas que trabajan día a día en la promoción y divulgación de las excelencias turísticas de nuestra tierra.

Pastrana, otro paso adelante

El esfuerzo realizado por el Ayuntamiento de Pastrana, con su alcalde Juan-Pablo Sánchez Sánchez-Seco a la cabeza, durante los últimos años, no ha pasado desapercibido para muchos, especialmente fuera de la propia villa. Nadie es profeta en su tierra, dicen los clásicos, y en la Alcarria este refrán es más evidente que en ninguna otra parte. Aquí sólo reconocen los méritos a los que vienen de fuera. A los de dentro, ni la hora. Pero asumido este riesgo, algunos se dedican a trabajar. Y ese es el alcalde de Pastrana, y su equipo de gobierno, que ha conseguido en poco tiempo cambiarle la faz y sobre todo el rumbo, a esta villa que lo tienen bien marcado hacia el Turismo. El único posible.

Otro paso adelante desde los ya dados de la Feria Apícola, todo un clásico de las Ferias comerciales en nuestra tierra; la Feria del Ocio y el Turismo (Turojar), que se ha consolidado a poco de nacer; de la compra del Palacio ducal por la Universidad de Alcalá para poner en él un centro de estudio y atracción cultural y hostelera: un verdadero foco de atracción de gentes varias que va a redundar en auténtico beneficio para el pueblo entero. Y de tantos y tantos detalles que hacen que (por el reclamo de la Princesa tuerta, o de los tapices que aún están colgados de las paredes de la colegiata, o de los mayos que se cantan a la puerta de la iglesia, o de las noches maravillosas en las terrazas de verano de la plaza) Pastrana sea ya una estrella en el panorama de los pueblos con encanto.

En ninguna guía que de ello trate faltará, desde ahora, Pastrana.

Hecha de artistas y escritores

A Pastrana la han hecho muchas gentes. De hoy y de ayer. Desde que doña Ana llegara (de su Cifuentes natal, pasando por la Corte) a lucir sus sedas y sus tafetanes por los corredores oscuros y bajo los artesonados tallados de grutescos de su palacio, muchos artistas poblaron la villa. Fue uno de ellos el gran poeta y dramaturgo festivo Manuel de León Merchante. Y otro fue el pintor dominico Juan Bautista Maino, aquel de quien Lope de Vega dijo que es a quien el arte debe aquella acción que las figuras mueve. El poeta más barroco de este siglo, José Antonio Ochaíta, quizás escogiera el crucero de la puerta de la colegiata para dejar la vida recitando Tengo la Alcarria entre mis manos, y Carlos Iznaola se empapara de la luz parda, de la alta vibración de las formas de estas callejas cuestudas puestas en sus acuarelas eternas. Tantos hubo, desde el historiador Mariano Pérez y Cuenca al poeta Suárez de Puga. Tantas las voces, tantos los ecos… Pastrana está hecha por los escritores y los artistas, y de ellos surge la fuerza de su fama, la seguridad de su futuro.

Quizás sea la figura de la dama tuerta, de doña Ana de Mendoza, misteriosa y sufriente, la que más viajeros atrae hoy a la villa alcarreña donde muriera. Saber de doña Ana es fácil, hay muchos libros sobre ella (acabo de poner a disposición de los curiosos otra personal interpretación mía de esta mujer alcarreña hasta la médula), y parece que andando Pastrana se escucha su respiración. Es fácil que sea así, porque la villa entera quedó impregnada de su sabor, cuando tan intensa vivió la vida en el siglo XVI. La Éboli y Pastrana forman un símbolo unitario, una valor denso que de cara a la promoción de la villa es de una fuerza incontestable.

Cuajada de edificios y rincones

La villa  alcarreña que ahora ha sido premiada por su impulso al Turismo, está cuajada de edificios (esa Plaza de la Hora donde suena rotundo el color dorado de su palacio) y de rincones (ese espacio indeciso donde la plaza de los Cuatro Caños se rompe y anima a subir por la cuesta de San Francisco hacia el viejo convento). La esencia de esta actividad que es plenamente humana, y usada por los pueblos que van consiguiendo cubrir sus primarias necesidades, como es el Turismo, está en viajar y ver cosas nuevas, impensables, y en vivir instantes preciosos, únicos. Y en oír voces no usadas, cánticos hermosos. Y en comer manjares alternativos, o en beber vinos nuevos, o en bailar danzas viejas en una plaza eterna. El Turismo en la Alcarria se practica por quienes quieren sentir esas emociones. Y son cada vez más. Que empiezan por Pastrana.

La Colegiata es luego, no sólo espacio arquitectónico solemne y bello. Es sede del Museo en que se albergan los seis tapices más ricos y asombrosos del arte ibérico. Aunque europeos (franceses/borgoñones) en su realización, y portugueses en su ánima, son ahora españoles y castellanos porque los Mendoza de la Alcarria así lo quisieron. Dejaron estos paños en resguardo de los altos muros eclesiales, y pidieron a los curas que los sacaran cada año a lucir sus colores y sus guerras fingidas sobre los muros grises de las casas de la calle mayor. Hoy son el emblema de la Edad Media, la quinta esencia del lujo militar de la Península batalladora contra el Islam. Una hermosura.

Y está el Palacio, cada día más cerca de su utilidad final, con sus cuatro torres ya definitivamente elevadas al aire. Y está el colegio de San Buenaventura para niños cantores. Y está el gran Convento de San Pedro, que Santa Teresa y San Juan de la Cruz fundaran para alojar Capítulos Generales del Carmelo reformado. Y está la casona de la Inquisición, el palacio de los Burgos, el templo de San Francisco, la plaza de San Avero… tantas cosas, en fin, que hacen de esta villa un sueño de viajeros y poetas.

Pastrana haciéndose a sí misma

En esta hora de alegría, porque Pastrana ha visto reconocido su valor y su esfuerzo, las gentes de Pastrana cobran protagonismo. Porque todo lo que ha sido en el pasado, todo lo que es en el presente, lo debe al buen espíritu de sus gentes. A ese espíritu que casi no se oye (suena un runruneo de sedas, de panas viejas) pero que trabaja. Que parece se queda flotando en el aire tibio de la tarde primaveral sobre el arroyo de la Fuempreñal, pero que no se para. Porque en la calle mayor se están abriendo nuevos comercios, nuevas ideas y nuevos alientos que quieren dejar viva una imagen de oferta, de abundancia de cosas, de placeres fáciles a los que se llega con pasar por delante. Pastrana se hace, hoy más que nunca, por sus gentes. Con su alcalde a la cabeza, que también es callado y certero, y que sin necesidad de echar discursos desde el balcón o de salir continuamente en canales propios de televisión (es obvio que Pastrana no los tiene) ha sabido encauzar el paso de esta villa única. Ahora premiada.