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marzo, 2000:

Abril llueve libros

El mes de abril, que se nos viene encima mañana mismo, es por antonomasia el dedicado al libro. Ferias y días de San Jorge que animan ramblas, paseos y estanterías. España, el cuarto país del mundo productor de libros, sigue dándonos a los lectores una oferta inacabable y entusiasta. Son, en cualquier caso, tantos y tan hermosos los libros que sobre Guadalajara nos llegan, que no podemos por menos que parar un momento, coger los que más nos gustan en las manos y comentarlos, aunque sea brevemente. He aquí algunos de ellos.

El calor de una huella

Salvador Toquero Cortés es, nadie lo duda, uno de los mejores escritores y periodistas que ha tenido, este siglo que acaba, la provincia de Guadalajara. Su dinamismo atento, su dominio del lenguaje, su conocimiento profundo de la realidad de esta tierra, y su perspicacia en la hora de entrever el futuro, le ha hecho acreedor a un reconocimiento unánime, alcanzando diversos premios literarios y periodísticos que así lo han confirmado. Autor de obras de teatro, de libros de narrativa, de miles de artículos periodísticos, ahora se asoma a un mundo nuevo, el de la investigación histórica, pero desde una perspectiva de ropaje literario, de divulgación y generosa capacidad de entretenimiento, que el tema más arduo lo transforma en apasionante y entretenido.

Hoy viernes 31 de marzo se presenta, en un acto público en el Ayuntamiento de Guadalajara, su libro «El calor de una huella», que viene a ser una historia íntima, completa, rigurosa y tierna a un tiempo, de la existencia de la Academia Militar de Infantería en la ciudad de Guadalajara, entre los años 1940 a 1948. Después del destrozo del alcázar de Toledo en la Guerra Civil, y a pesar de las pocas ganas que había en las alturas militares del gobierno de Franco por favorecer a Guadalajara, no se vio más alternativa para poner a funcionar la imprescindible Academia de Infantería que utilizar como sede el Colegio y Fundación de las Adoratrices, allá en lo alto de la ciudad junto al Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo.

Todos los trámites, en el Ministerio de Guerra y en el Ayuntamiento de Guadalajara, las órdenes y decisiones, las fechas exactas, y los detalles mínimos de aquel asentamiento, los refiere Toquero en su obra. Y además nos cuenta, a lo largo de las 194 páginas que ocupa, las anécdotas de los cadetes, la vida en la ciudad, las relaciones sociales que establecieron con las jóvenes de Guadalajara, los matrimonios que surgieron, y las formas en que estos muchachos aspirantes a militares se llegaron a formar como oficiales del Ejército, habiendo llegado muchos de ellos al generalato, como lo prueba el mismo prologuista del libro, D. Félix Alcalá-Galiano Pérez, que en un par de páginas resume sus vivencias en la Academia arriacense.

Las páginas de «El calor de una huella» de Salvador Toquero Cortés, sirven también como encantadora crónica de sociedad e historia puntual de la ciudad en unos años muy concretos, difíciles pero hermosos, de la década de los cuarenta en el siglo XX. Una lectura fácil y amena, divertida a veces, e ilustrativa. Un libro que es realmente recomendable para ser leído, releído y aplaudido.

Carmen Bris se confiesa

Aunque este ladillo parezca un titular de revista rosa, no quiere llegar a tanto, sino a ser anuncio de que también Carmen Bris Gallego, alcaldesa que fue no hace mucho de Jadraque, y conocida entre nosotros por su encanto personal y su capacidad de transmitir emociones como declamadora, ha escrito su libro, su primer libro por ahora, y lo ha publicado por su cuenta. Es un precioso libro de poemas, que titula «Por los caminos del agua», y tras la portada que muestra un espectacular instante del otoño en el hayedo, se nos abren sus 112 páginas repletas de

Poemas dedicados a Guadalajara, a la tierra y la ciudad en que vive, a la altura en que nace y a las gentes que quiere. Este libro sirve para mostrarnos la faceta creativa, literaria y de hondas lecturas cuajadas que Carmen Bris ha ido bordando lentamente y ahora ofrece, como opera prima y granada cosecha, en forma de libro. Son poemas clásicos, perfectos y maduros, hechos para leer en silencio, y para ser oídos en el fragor de un recital. Temas de amor, de gualajarismo y de nostalgia se entrecruzan en las generosas páginas de esta obra singular e íntima. A la que aplaudimos sin reservas.

La plaza mayor de Sigüenza

En la colección que acaba de aparecer, editada por Espasa y distribuida por el diario ABC los domingos, titulada genéricamente «Tesoros de España», la primera entrega de esta cuidadísima edición está a cargo de la pluma de Wifredo Rincón, un experto conocedor del patrimonio hispano, y da en breves pero sabias pinceladas la imagen de las mejores «Plazas» de España. En las páginas 54 a 57 se sucede la descripción, el cántico y las imágenes de la Plaza Mayor de Sigüenza, ese recinto que es un poco la plaza mayor de nuestra tierra, el ámbito entrañable y ardiente de nuestro medievalismo, nuestra espiritualidad, y nuestro dinamismo. Una foto de los arcos palaciegos seguntinos quiere recomendar a nuestros lectores esta obra tan bella.

Las Fiestas Tradicionales, para muy pronto

En estos días se está ultimando la edición de un libro que ha sido largamente esperado, y que va a traernos una imagen, cierta y completa, del costumbrismo tradicional de Guadalajara. José Ramón López de los Mozos, el más cabal conocedor de la etnografía, las costumbres y los modos de ser de los alcarreños, ha escrito un libro espléndido que nos va a ofrecer, como su mismo título indica, las «Fiestas Tradicionales de Guadalajara». A todo color sus imágenes, con más de un centenar de densas páginas, López de los Mozos nos va a brindar su saber y nos va a llevar, como de la mano, como un anfitrión optimista y bonachón, por su terreno más querido: pueblos de botargas, praderas de danzas, arboledas de romerías, plazales de judas, cuestas de procesiones… un libro que, a punto de aparecer en las librerías, ya esperamos y anunciamos con verdadero fervor.

Toponimia y Arqueología de Guadalajara

Y también de López de los Mozos, en esta ocasión con la colaboración de Ranz Yubero, es otro nuevo libro que nos llega de la mano de la Caja de Guadalajara, que ha sufragado su edición. Ambos investigadores han puesto una vez más su hondo saber y su capacidad de análisis sobre la tierra alcarreña, en esta obra que lleva por título «Toponimia y Arqueología: yacimientos arqueológicos de Guadalajara y su denominación». Un tamaño 17 x 24 cm., y un total de 256 páginas, sirven para albergar un profundo estudio científico de toponimia que analiza los significados de los nombres de cientos de yacimientos primitivos en nuestra tierra. Será de utilidad fundamentalmente para arqueólogos, y de entretenimiento y ampliación de conocimientos para todos cuantos indagan sobre las cosas de Guadalajara.

La Salinas de Imón

Y ya para terminar, y aunque el tema merecería por sí solo un análisis detallado y aparte, en este relajado y amigable comentario sobre libros, que es más una charla de acera o de café con mis lectores, recomiendo hacerse con el trabajo ganador de importantes premios provinciales y nacionales, y que realizado por alumnos de la Escuela Universitaria de Arquitectura Técnica de la Universidad de Alcalá, radicada en Guadalajara, acaba de ser editado con la ayuda de Ibercaja. Se titula «Las salinas de la comarca de Atienza» y viene a ofrecernos de forma clara y muy atractiva la historia y la descripción de los establecimientos extractivos de sal en el norte de la provincia de Guadalajara. Son sus autores Joaquín Arroyo San José, y Vanesa Martínez Señor, coordinados por Antonio Miguel Trallero Sanz, su profesor. En sus 128 páginas y acompañados de grabados en línea y fotografías en color, se presentan datos muy amplios, y supercuriosos, acerca de las salinas de Rienda, Riba de Santiuste, Santamera, Cirueches, La Olmeda, etc., pero muy especialmente de las de Imón, las más conocidas, y con una estructura todavía viva y bien conservada que constituyen uno de los elementos más característicos de la arqueología industrial de Guadalajara. Un nuevo libro que resultará imprescindible para viajeros y curiosos.

El AVE pasará por Villaflores

Y por toda la provincia, claro está. El trazado del AVE va a cruzar de punta a punta la tierra de Guadalajara: la va a dividir en dos. Serán la Guadalajara de oriente y la Guadalajara de occidente. En medio el AVE. Esto, que para algunos es un logro, otros lo consideramos un mal. Un mal necesario, eso sí, porque es bueno que haya un tren de alta velocidad que una Madrid con Barcelona. Y es sobre todo bueno para los catalanes, porque así podrán ir los madrileños con más facilidad hasta la capital mediterránea, y establecer así «provechosas relaciones comerciales». Guadalajara es paso obligado de esa línea, no hay alternativa. ¿Catalanes y madrileños se han acordado de nosotros para algo más que para decir: «y pasará el tren por aquí… y por allí… y por en medio de esta provincia…»? Un tema sobre el que habría que debatir más ampliamente, por supuesto.

En un foro que es muy dinámico, muy plural, y en el que nadie se calla nada, como es el debate abierto en Internet en el portal independiente de Guadalajara, www.alcarria.com, mucha gente ha dado sus opiniones al respecto. Claro es que nuestros políticos, que no hacen otra cosa que hablar de las nuevas tecnologías, todavía no se han dado una vuelta por ese sitio, que está vivo, y lleno de gente moderna, y con ideas propias.

Villaflores junto al AVE

Este preámbulo viene a cuento de haber visto en días pasados el trazado del AVE por nuestro término municipal. Pasa justo a cien metros del palomar de Villaflores. De ese edificio emblemático que construyera hace más de cien años el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco por encargo de doña María Diega Desmaissières y Sevillano, la condesa de la Vega del Pozo, y que desde entonces a todos ha admirado por su belleza, su grandiosidad, su equilibrio de formas y su rotundidez en medio del campo cerealista de la primera alcarria, con el único cometido de albergar palomas. Un edificio romántico, donde los haya.

Ya en ocasiones anteriores hemos dejado en estas páginas nuestra preocupación por los elementos y conjuntos de la arquitectura del siglo XIX en nuestra ciudad y provincia. Concretamente en la ciudad de Guadalajara hay varias muestras importantísimas del eclecticismo arquitectónico de finales de la pasada centuria y comienzos de la actual, que suman uno de los conjuntos más valiosos que hoy pueden encontrarse en ciudad alguna. Muy especial es la mezcla del ladrillo y la piedra caliza que en este estilo se consigue, y ahí están ejemplos como el de la Fundación de San Diego (las Adoratrices) con su Panteón, su iglesia y sus edificios principales, hasta elementos como el Mercado de Abastos, la Cárcel Provincial, el conjunto de talleres y viviendas del Fuerte de San Francisco, la fábrica de la Hispano‑Suiza, el Cementerio municipal con su Panteón de los marqueses de Villamejor, más el Depósito del agua, el mismo Ayuntamiento. Todos ellos suman un acervo patrimonial interesantísimo.

Villaflores, entorno a proteger

En el actual término municipal de Guadalajara, enclavado en un territorio que durante siglos fue término de Iriépal, asienta el llamado «Poblado de Villaflores», un conjunto de edificaciones y espacios constituyentes de una explotación agraria y ganadera, que en los últimos años del siglo XIX fue ordenada construir, conforme a un plan racional y homogéneo, por su propietaria la condesa de la Vega del Pozo. Se encuentra este poblado en el borde de la antigua galiana de ganados trashumantes, que desde tierras y sierras de Molina y el Ducado se dirigían a la Mancha, Extremadura y Andalucía. Subiendo desde Iriépal, remontando el barranco del Val, pasando la fuente del mismo nombre y dejando a la derecha los altos de Chicharrero y Cabaña, se llegaba fácilmente a la alcarria de este pueblo ‑que así llaman al alto llano cerealista ocupado a trechos por carrascal y monte bajo- donde siguiendo la galiana se llega enseguida a Villaflores. Es de reseñar que este nombre fue el que llevó durante los siglos XVII y XVIII el actual pueblo de Iriépal, y que una serie de señores y familias potentadas mantuvieron durante varias centurias la preeminencia territorial del término, desde los Cárdenas en el siglo XVII, a los Ibarra y posteriormente Cortizos, propietarios de gran parte de las tierras productivas. Tras la revolución liberal de comienzos del siglo XIX, estos terrenos pasaron a los de la Vega del Pozo quienes afortunadamente para Guadalajara tuvieron una clara visión social en su actuación.

Ocurrió, pues, que al recuperar Iriépal su antiguo nombre, el usado de Villaflores quedara como nominativo de una de sus más amplias parcelas. Y en ella instaló esta familia su poblado agrícola, que hoy admiramos. Consta fundamentalmente de un gran edificio central, con corrales, graneros, amplio patio, cuadras, etc.; una capilla minúscula precedida de cementerio; una serie de viviendas adosadas, de dos pisos; un palomar gigantesco, cilíndrico, ya entre los campos de mieses, y un par de grandes pozos con norias para extraer el agua con abrevaderos adjuntos para el ganado. También existen aún diversos almacenes, una caseta junto a la carretera de Cuenca, y una entrada subterránea a un espacio hoy derrumbado de uso incierto, quizás bodega.

Todos los edificios son grandiosos, perfectamente acabados, bellísimos de composición. En ellos alterna el ladrillo con el sillarejo calizo, siempre tratado con el meticuloso cuidado de unos indudables planos previos, trazados, -hoy ya lo sabemos- por la mano del arquitecto Velázquez Bosco.

El edificio central es de proporciones inmensas. Su frente está formado por gran portalón rematado en cuerpo con el nombre del poblado, el escudo de la familia, el año de la construcción (1887) un reloj y un campanil, y a ambos lados aparecen cinco ventanales por lado, con frisos de ladrillo y segunda línea en lo alto de ventanas más pequeñas. Frente al edificio, un gran espacio empedrado apto para la trilla y faenas agrícolas.

De los otros edificios que forman el interesante conjunto de Villaflores, destacan la pequeña iglesia o capilla, con un cuerpo avanzado en el que se abre la puerta semicircular, y un cuerpo alto en cuyo frente se adosan anchas pilastras de ladrillo sosteniendo gran friso y frontón con labores finas de ladrillo. Arriba un alto campanil.

Y al mismo palomar, el que ahora será arropado por las vibraciones del paso de los trenes de Alta Velocidad, que se columbra airoso sobre el campo alcarreño, es ya habitual elemento para quien cruza la carretera de Cuenca: de planta circular, con alta basa de piedra, el ladrillo y el sillarejo alternan, con algunos detalles de cerámica.

El problema actual

La propiedad del conjunto lo tiene aquello en total abandono. Grandes temporadas cerrado el edificio grande, y ahora ya tabicados sus vanos; la iglesia sin uso; las casas ya vacías y con desplomes en los patios y aleros que nadie arregla. Si Villaflores se ha mantenido hasta ahora en buenas condiciones, durante más de un siglo, es porque se ha utilizado y ha cumplido su misión. Pero diversos factores comienzan a amenazar el conjunto, lo que ha hecho preocuparnos. Por una parte, repito, el abandono creciente de los propietarios actuales. Por otra, la afluencia que en primavera y verano allí se observa de multitud de gentes de la ciudad que suben a pasar la tarde, ensuciándolo todo, cuando no alguna que otra banda de jóvenes aburridos cuyo único entretenimiento radica en destrozar lo que les cae a mano.

Una vez más, me atrevo a enviar una llamada de atención para cuantos tienen responsabilidades en la cosa común y pública. Aunque este poblado de Villaflores es una propiedad privada, supone sin duda alguna un importante capítulo del acervo de Guadalajara. El ayuntamiento de ella, el día en que se ponga a tener ideas geniales para hacer más grata la vida, el trabajo y esparcimiento de sus ciudadanos, pudiera ir dándose una vuelta por allí, y meditando qué puede hacer (qué convenio con los dueños, qué uso como lugar de esparcimiento, de convivencia, etc.) con Villaflores. Puestos a pensar, pudiera ser que se encontraran con que muchas soluciones a ciertos problemas no tratados (léase lugar de deportes, parque abierto para pic‑nic, centros juveniles, colonias infantiles veraniegas, pistas de footing, incluso centros culturales varios, de cine, de espontánea declamación o cante, etc.) tendrían un nombre y un lugar esperando: Villaflores.

Coda a este pensamiento: estas palabras no son de ahora. Las publiqué exactamente iguales hace 20 años, y para desgracia de todos, siguen teniendo validez hoy mismo. Ahora que empezamos a fijarnos un poco más en este poblado por la sencilla de razón de que una nueva amenaza se cierne sobre él: el sonoro paso, próximo y cierto, de los Trenes de Alta Velocidad, cargados de madrileños rumbo a Barcelona.

En Sigüenza, con el Doncel

Avanzar por la penumbra de la catedral de Sigüenza, es siempre uno de los recursos que le quedan al viajero intrépido y curioso. El silencio y la luz tamizada por las cristaleras, entregan una sensación de paz y reconforta el ánimo llegado de batallas inciertas en el exterior, que es el mundo. La catedral, sus naves, son el paseo del alma, la visión calmada de paisajes trascendentes.

En la catedral de Sigüenza hay decenas de cosas para admirar. Siempre nuevas y sorprendentes. Quizás una de ellas, un mundo de glorias cantadas y sufrimientos tallados, la capilla de los Arce, sea de lo mejor que puede el viajero, y el amante de las artes, encontrar ante sus ojos. Dedicada desde el siglo XII a Santo Tomás Cantuariense y siendo entonces uno de los cuatro ábsides menores del crucero, sirvió de panteón a los obispos de Sigüenza durante el siglo XIII; en el XIV estuvo bajo el patronato de la familia de los La Cerda, y ya a fines del XV la tomaron bajo su patrocinio los Arce, según acuerdo hecho con el Cabildo en 1491; los fundadores fueron don Fernando de Arce y su mujer, doña Catalina de Sosa. Pero la capilla alcanzó su máximo esplendor gracias al hijo mayor de estos señores, don Fernando de Arce, obispo de Canarias, que la dotó magníficamente y la enriqueció en gran manera.

La capilla por fuera

Por fuera es esta capilla como una pequeña iglesia o palacio, pues presenta al visitante una portada de magnífica estética plateresca. Sobre la gran cornisa surge un frontón semicircular, en cuyo tímpano luce en altorrelieve la escena de la Adoración de los Magos con figuras muy expresivas, y en su arco elementos de ornamentación plateresca con grutescos. La reja, de estilo gótico‑renacentista, es obra del toledano Juan Francés, y la pintó y doró Juan de Arteaga; lleva en el centro del cuerpo superior, entre flameros y volutas de follajes, el escudo del obispo Arce.

La capilla por dentro

Guarda en su interior una impresionante serie de sepulcros, lo cual la confiere su mayor interés. Estos sepulcros contienen los restos y la memoria de los siguientes personajes. El de don Martín Vázquez de Arce, conocido como el Doncel de Sigüenza; el de su hermano don Fernando de Arce, obispo de Canarias; la lauda sepulcral de doña Catalina de Arce y Bravo, que debió de ser hija de doña Mencía Vázquez, casada con don Diego Bravo y hermana del Doncel; el de don Fernando de Arce y doña Catalina de Sosa, su esposa, padres del Doncel, y el de don Martín Vázquez de Sosa y el de su mujer, doña Sancha Vázquez, abuelos del Doncel.

Según entramos por el pasillo de acceso, vemos en los laterales los sepulcros de don Martín Vázquez de Sosa, a la izquierda, y de doña Sancha Vázquez, a la derecha. Éste tiene, fundamentalmente, la misma disposición que el sepulcro del Doncel: la urna funeraria adornada en su frente con escudo sostenido por niños desnudos y roleos vegetales a los extremos, sobre la que aparece la estatua yacente. El decorado y la arquitectura que los encuadra son ya abiertamente renacentistas, y las cartelas que aparecen en ambos monumentos nos aclaran que fueron hechos por disposición de don Fernando de Arce, obispo de Canarias, su nieto.

Junto al sepulcro de doña Sancha Vázquez encontramos la lauda sepulcral de doña Catalina de Arce y Bravo, formada por una lápida con su imagen en bajísimo relieve y una inscripción que la rodea a manera de orla. Es del primer tercio del siglo XVI.

En el interior propiamente dicho de la capilla, y adosados al muro de la izquierda, aparecen las dos joyas del recinto. En ese muro están los sepulcros del Doncel y el del obispo de Canarias.

El sepulcro del Doncel

El primero de estos sepulcros está dedicado a contener los restos de don Martín Vázquez, el Doncel. Bajo un alto arco de medio punto, se halla el sepulcro, aparentemente apoyado sobre tres leones y ornamentado en su frente con motivos vegetales y escudo en la zona central, sostenido por dos pajes. Encima descansa la estatua de don Martín Vázquez de Arce, recostado sobre un haz de laureles, en donde que apoya el brazo derecho. Tiene las piernas indolentemente cruzadas y un libro abierto entre las manos; brazos y piernas se ven protegidos por una armadura de piezas rígidas, y una doble cota de mallas la inferior, y de tiras de cuero la superior, le defienden el cuerpo. Los hombres y el pecho están cubiertos por una capellina sencilla, y sobre ella, en medio del pecho, se destaca la cruz de Santiago pintada en rojo. La cabeza se halla cubierta por un casquete, y el cabello, prolongado hasta los hombros por los lados, está recortado en flequillo por delante, según la moda de la época. A los pies del caballero, un pajecillo, sentado a la morisca, que tiene la mano sobre el rostro, con gesto de pena, y, junto a él, algo empotrado en la jamba del arco, un león, de factura semejante a los de abajo, que quiere ser símbolo de la resurrección en la otra vida.

El fondo de la hornacina se divide en dos partes: la inferior contiene una inscripción alusiva que dice así: Aquí yaze Martín Vasques de Arze / cauallero de la Orden de Sanctiago / que mataron los moros socor / riendo el muy ilustre señor duque del Infantadgo su señor a / cierta gente de Jahén a la Acequia / Gorda en la vega de Granada / cobró en la hora su cuerpo Fernando de Arce su padre /y sepultólo en esta su capilla / ano MCCCCLXXXVI. Este ano se tomaron la ciudad de Lora, las / villas de Illora, Moclín y Monte / frio por cercos en que padre y / hijo se hallaron.

La parte superior de este fondo, está decorada con pinturas que representan escenas de la Pasión, de fines del siglo XV, y buena muestra del arte pictórico castellano de esa época.

El eje visual y anímico de esta capilla lo constituye la estatua alabastrina de Martín Vázquez de Arce, semiyacente. Muerto por los moros en un cerco de la vega de Granada, a los 25 años de su edad, en el verano de 1486.

El obispo de Canarias

A su lado, en el mismo muro, está el sepulcro de don Fernando de Arce, obispo de Canarias. Sobre un basamento cuajado de grutescos y blasones del prelado, inscritos en láureas sostenidas por niños que visten amplias y luengas túnicas, se levanta el arco triunfal, flanqueado de pilastras formadas por nichos sobrepuestos con hornacinas aveneradas, en las que aparecen cobijadas imágenes de incierta identificación: las hay de virtudes, en el lado izquierdo, y de santos a la derecha, rematando el conjunto por un friso y sobre él la solemnidad brillante de un escudo con los símbolos de la Eucaristía, sostenido por ángeles. Contenido en el gran arco, y sobre suntuoso féretro, vemos la estatua yacente del prelado con traje pontifical, destacando, por su riqueza, la mitra, que apoya sobre doble almohadón. En el fondo surge un bajorrelieve que representa la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y una cartela con inscripción alusiva al personaje representado. Este mausoleo del Obispo de Canarias debió ser realizado en 1523, y respecto a los autores, teniendo en cuenta la identidad de su estilo con el retablo altar de Santa Librada y la poca diferencia de fechas entre ambos, es muy probable que sea obra de los mismos artistas: Sebastián y Talavera.

Y, al fin, los padres

Queda, por fin, el sepulcro de don Fernando de Arce y doña Catalina de Sosa, situado en el centro de la capilla. Es un gran lecho mortuorio sostenido por leones, sobre el que aparecen las estatuas yacentes de ambos esposos, a cuyos pies hay sendos lebreles. Él apoya su cabeza sobre un haz de laureles y viste traje de la orden de Santiago, empuñando con sus manos la espada; ella cubre la cabeza con griñón o toca de monja, viste túnica y amplia y luenga capa, a la vez que pende de sus manos un rosario de gruesas cuentas y apoya su cabeza en dos almohadas ornamentadas en sus bordes con motivos renacentistas ya. Sobre la cornisa del sepulcro, una inscripción, y en los costados decoración con escudo central sostenido por ángeles en un lado y niños con luengas túnicas en el otro, flanqueados de elegantes roleos. En el frente de la cabecera van dos escudos sujetados por tres pajecillos.

Un altar barroco y otro con pinturas góticas

La capilla del Doncel está presidida hoy por un altar que puede fecharse a principios del siglo XVIII. Es de vehemente estilo churrigueresco. Añadida tiene su pequeña sacristía, en la que se admira un espléndido retablo de pinturas de estilo gótico, formado por tablas de variada procedencia. Por una parte están las que pertenecieron al antiguo retablo de la capilla erigido por los La Cerda hacia 1440, y por otra, las que formaban el retablo del altar construido por los Arce en el siglo XVI, como propio de esta sacristía. El primer grupo presenta escenas de las vidas de San Juan Bautista y Santa Catalina, y la Crucifixión, y en la predela se observa un Descendimiento, acompañado de imágenes de Job, de los profetas Isaías, Jeremías, Abacuc, Daniel y David. Otras tablas de este retablo están en el Museo de Prado. Pero aún aparecen, mezcladas con las anteriores, otro grupo de pinturas formado por un gran Calvario, más doce tablas a los lados, representando a los Apóstoles, y todas ellas adjudicadas por los especialistas a Antonio de Andrade, quien las realizaría a mediados del siglo XVI.

Guadalajara, un panal de rica miel

Esta es la tierra del panal que decía Quevedo lleno de rica miel. Esta es Guadalajara, que ahora en la primavera empieza a ver salir, de entre los grises calvijares de sus lomas, el brillo ténue de las flores que darán vida a la cosecha de miel que el otoño reserva, brillante y dorada, suave y dulce en las bocas. La Alcarria ha dado tantas y tan variadas mieles, que la mejor del mundo ha tomado por antonomasia el nombre de esta tierra. Cuando nos da por ponernos positivos, cosa que no siempre ocurre, entre los alcarreños y asimilados, decimos que tenemos -entre otras cosas- la mejor miel del mundo. Y es verdad. Hay que decirlo y bien alto.

La Miel en la Cocina

En este mes de marzo vuelve a ser actualidad la miel. Por dos razones muy concretas, ahora. La primera, porque nos acaba de llegar a las manos la nueva versión de un libro clásico y sabio, esa joya de la gastronomía más puramente alcarreña que es la cocina melíflua, “La Miel en la Cocina”, de Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo. Un libro que hace algún tiempo ocupó los estantes de tantas cocinas de la Alcarria, con su animada y generosa oferta de recetas gastronómicas en las que es protagonista el producto mejor de las abejas. Ya entonces saludamos este libro, como uno de los puntales más firmes de la cultura gastronómica de Guadalajara, esa riqueza costumbrista y cultural que tenemos y que pocos la cuidan.

Y ahora, en esta nueva salida de obra tan significativa, y justo en este mes que la Miel recobra su anual protagonismo por tierras de Pastrana, volvemos a tener entre las manos este libro, sencillo pero denso de ofrendas, en el que el gastrónomo sabio y práctico que es el seguntino Gómez-Gordo nos da reunidas todas las formas posibles en que la miel puede cobrar protagonismo en esa tarea diaria que nos mantiene vivos, y satisfechos: en la comida.

Quizás sea clave esta obra para esos cocineros/as que cada día se afanan por mejorar, en sus Restaurantes, la oferta gastronómica alcarreña a los miles de visitantes que nos llegan de fuera. No hace mucho degustaba en Lino, frente a la iglesia de San Sebastián de nuestra capital, un plato exquisito de solomillo bañado en miel y envuelto en hojaldre, que hacía honor a la pura tradición de nuestra tierra en materia de rotunda gastronomía. Pero esto no es lo normal, y por eso me atrevo a sugerir a esos casi dos centenares de restaurantes que ya se afanan cada día (y sobre todo cada fin de semana) en nuestra tierra de Guadalajara por conseguir el favor de los visitantes y turistas: la miel en la cocina es el recurso más auténtico y fiable que pueden tener a la hora de colaborar en este desarrollo del turismo en el que todos estamos comprometidos.

Recetas para chuparse los dedos

El libro *La Miel en la cocina+ que acaba de ver nuevamente editado Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, ofrece además de un breve repaso a la historia de la miel como elemento alimenticio, de sus propiedades salutíferas y su tradición literaria, un total de 112 recetas que tienen al producto alcarreño por excelencia en la clave de su aliento. Así aparecen, y por mencionar de pasada las más llamativas, cosas tan increíbles como los «huevos duros con aguacate y miel» o el «salmón a la miel y grosella» que da la talla más alta de la suculencia en pescados. Con las carnes no se quedan atrás las «magritas de pollo al café y la miel» o la «morcilla a la miel» que debe resultar excitante. No cabe aquí ni siquiera la enumeración de todas estas apetitosas posibilidades. Solamente decir que en punto a postres y confituras, el «alajú», las «peras forradas de hojaldre con miel», el «mazapán» y la «miel sobre hojuelas» son algunos de los muchos «productos made in Alcarria» que deberían ser promocionados públicamente y que, ahora, al menos, a través de este libro y siguiendo sus páginas puede cualquiera que tenga maña, hacer para su gusto.

La Feria Apícola de Pastrana

Por si no tengo oportunidad de hablar luego de ella, vaya en este escrito de hoy mi saludo a la XIX Feria Apícola Regional de Castilla-La Mancha que se celebrará los días 23 al 26 de este mes de marzo en la Villa ducal. Ya está pregonado el programa, dispuestos los estands en el edificio viejo y solemne de San Francisco de Pastrana, y muchos viajeros de toda España y aún del mundo dispuestos a venir a pasearse por sus pasillos, plazas y reclamos.

La Feria de Pastrana, dirigida por una aacheción en la que caben las instituciones públicas de nuestra provincia, con el Ayuntamiento de Pastrana a la cabeza, es ya un orgullo para los alcarreños, que sabemos cuánto de ilusión, y cuánto más de realidad hay en ella: la visión de cuantos la crearon y la han dado vida durante diecinueve años consecutivos ha llegado tan lejos que hoy es de las más clásicas y con más fuerza referente del mundo. De todos también depende que siga siendo así. Y eso se consigue practicando la visión de futuro, apostando por el auténtico desarrollo generador de empleo, promocionando la tarea de tantos pequeños empresarios e industriales, muchos de ellos simples individuos o familias de nuestra tierra, que ponen su trabajo y su creatividad en torno a las abejas, las colmenas y la miel.

Es, por todo ello, un mes dulce y una explosión de brillos lo que marzo nos viene brindando, desde ahora mismo. Un libro clave para entender una cultura eterna; y una Feria imprescindible para seguir dando a la Alcarria razones nuevas para vivir, y no para simplemente sobrevivir, que es a lo que no nos resignamos.

Tiempo de Carnaval

Por la provincia se abren las carnes de los montes. Sale de ellas un rugido que tiembla, una risa nerviosa y franca, un aleteo de ruidos vegetales, de castañuelas geológicas. Cualquier rareza que se te ocurra, lector, ocurre esta semana. Porque estamos en tiempo de Carnaval, y la ancestralidad de nuestro pueblo vive esta generosa época sabiendo, aunque remotamente, que llega la primavera, que la rueda de la fortuna nos va a poner, una vez más, en lo alto.

Así ocurre que a partir de esta tarde de viernes 3 de marzo, la ciudad de Guadalajara se viste de color, se arropa de ruidos, se mueve de alegría. Todo un largo programa de actos, que no me resisto a comentar, porque merece la pena que los ciudadanos de nuestra vieja Arriaca se muevan por la calle mayor, y se asombren de tanto color, de tanta vistosidad y alientos remotos como los que van a recorrer la cuesta central del burgo.

Saldrán a las siete y media, después de haber escuchado la música de las dulzainas y de haber oído el pregón que nos quiera dictar desde lo alto el grupo de Cabezudos enmascarados de Guadalajara. Saldrán, digo, calle mayor arriba, las botargas de nuestra ciudad, con sus multicolores trajes, asustando a niños y ofreciendo a quien lo quiera probar el «higuí» que cuelga de la cuerda riente. El manda y sus ayudantes correrán sin freno. Y les acompañarán toda una serie de curiosos, estrambóticos y oníricos personajes que vienen desde otras latitudes provinciales a dar este clamor del Carnaval que nace: vendrán los vaquillones de Villares de Jadraque y de Robledillo. Vendrán los chocolateros de Cogolludo. Vendrán las botargas de la Sierra y la Campiña, y la comparsa, ya enorme, de los cabezudos y los gigantes de Guadalajara, más sus nuevos «caballitos» tan castellanos… a ellos se sumarán todos los/las botargas de la provincia, y el espectáculo estará servido. Grande y colorista como pocos. Simpático a tope. Para vivirlo.

La luz del Carnaval va a llegar más allá. Será el sábado que por la tarde, a eso de las 7, desde la plaza mayor subirá y bajará luego la comitiva de gentes disfrazadas, en la que se verán las sorpresas más atrevidas e impensadas. Desfile que el domingo se repetirá por la mañana, con niños, que luego disfrutarán de un espectáculo infantil en la misma plaza.

Para el lunes, también por la tarde, fiesta infantil y juegos deportivos en el campo de fútbol de la vega del río, y el martes tercera sesión de disfraces, esta vez para los jubilados y pensionistas rumbosos, que los hay. El miércoles será el día que, ya al caer, desde la Plaza Mayor nuevamente, suba la procesión del entierro de la Sardina, a la que podrán asistir quien lo desee, siempre que lleve chistera, traje oscuro y antifaz. Lamentos aparte, y al mismo tiempo que el noveno concurso jocoso de este «Entierro de la sardina» se repartirán bollos, anís y suelta del fuego fatuo de Don Carnal. La asistencia, pues, está asegurada, especialmente con los pensionistas, los políticos y sus familiares, en estos días de campaña electoral, en la que no conviene confundir lo carnavalesco con lo meramente prometedor.

En Almiruete

En otro lugar de la provincia se va a celebrar una fiesta carnavalesca que merece la asistencia de quien hasta ahora no haya ido. Es en Almiruete, con la aparición por los montes en que se vierte hacia el sur el Ocejón, de un cumplido grupo de varones vestidos de blanco, y colgando cencerros de sus cintos, que luego en la plaza se encuentran con las mascaritas, las hembras adornadas de vistosas caretas representando animales y elementos de la naturaleza, también pintadas sobre pañuelos que cubren sus caras. Aunque haga frío, que es lo lógico en la puerta de marzo, sacudirá a Almiruete una de calor, y de color, y de música. La vieja iglesia románica, con su espadaña triangular, reverberará al sol de la tarde, y en la de mañana sábado sonará el viento entre las ramas aún crudas de los árboles, o el agua escurrirá por los canalillos de entre sus casas pardas, pero la alegría, la danza, la sorpresa, están aseguradas. Almiruete es mañana el centro de la fiesta carnavalesca serrana.

Otros lugares tendrán en estos días su animación, su fiesta, pero he querido centrar mi comentario en estas dos celebraciones porque, en mi opinión, son ahora mismo las más representativas y generosas en belleza de las que se vuelcan por nuestra tierra. El Carnaval, que antaño se pensó fiesta pagana y dada a los desmanes, cobra un perfil distinto en cada parte de la tierra. Si en Río de Janeiro es el triunfo de la carne mulata, y en Venecia de la belleza de las capas, el misterio y las grandes máscaras pálidas, por Munich todo estalla en cántico acompasado de cervezas en la puerta de la HB, y en Cádiz es el ingenio del mediodía español lo que se proclama al viento. Carnaval es todo, y en cualquier momento del año si recapacitamos estamos en la situación del cambio y el disimulo, pero al menos en este fin de semana la gente se prepara a gritar y sacudirse la monotonía del vejo invierno, de la oscuridad larga, y ofrece los colores en la calle y en el corazón, que son los buenos.