Sigüenza, interior de catedral

viernes, 4 febrero 2000 0 Por Herrera Casado

Estos días pasados, Sigüenza ha sido todo exterior. Ha estado en Fitur ‘2000 y una vez más se ha puesto de relieve el gancho que tiene. La realidad se confirma cada sábado, cada domingo: Sigüenza se llena de visitantes que cumplen con lo que ya va siendo rito para muchos; pasear sus cuestudas calles, oír el silencio de sus rincones; palpar la quietud del aire frío en los barandales del castillo. Sigüenza no necesita para promocionarse más que decir su nombre, y, como mucho, añadir esas otras tres palabras que la definen perfectamente y que alguien talló con la rotundidez de lo efectivo: una ciudad medieval.

La catedral hirviente

Sigüenza se mantiene por el equilibrio que dos edificios confieren a la ciudad: el castillo en lo alto, y la catedral en la cuesta. El río le da el color de la arboleda, y los montes circundantes la pasión de la prehistoria coagulada. La palabra del burgo se expresa por sus piedras, por sus siluetas, por los nombres adheridos a sus pétreos blasones. Siento (no lo puedo remediar) un escalofrío de entusiasmo cada vez que me pongo ante ellos, y suscito el recuerdo de los días en que fueron crecidos, la memoria de los individuos/as que los lanzaron a lo alto, que les dieron forma y color. Hoy, cuando algunos/as están empeñados en borrar nombres, en olvidar todo lo que sea pasado, todo lo que huela a viejo, cualquier rastro de lo que suponga memoria de un pueblo y una nación hecha a sí misma, me crecen las ganas de ir a Sigüenza, y paseando sus cuestas rememorar gentes y obras.

La catedral de Sigüenza es el lugar ideal para ese ejercicio. No hace mucho, una tarde/noche del invierno más crudo, entré en la catedral. Allí parecía, aun con el frío hiriente de la pesada atmósfera gélida, que se amortiguaba la helada de la calle. La luz tamizada, la entrevista forma del retablo, la canción muda de las manos de una Virgen, el perdido altor de las bóvedas… éramos ojos que miraban, manos que se refugiaban en el gabán, asombros mudos que se deslizaban por serenas pupilas quietas de los canónigos de piedra.

Un interior emocionante

Un recuerdo, breve y esquemático, del interior de la catedral seguntina. Del edificio cuajado de espacios y tallas en los muros. Para que alguien se anime a volver y mirarlos. En los elementos que conforman el interior de este templo hay una gran variedad de temas y estilos. De una parte están los sepulcros, que adornan con su severidad las naves y capillas catedralicias. Así, debemos recordar el del obispo Alonso Carrillo de Albornoz, cardenal de San Eustaquio, colocado en alto sobre el muro meridional del presbiterio, obra exquisita del estilo gótico borgoñón. Lo mismo que el de su pariente, el caballero Gómez Carrillo de Acuña, quien con su mujer reposan en el mismo muro, bajo elegantes sepulcros de perfecta talla gótica. Por las capillas surgen sorpresas como la de San Juan y Santa Catalina, propiedad de los Vázquez de Arce, donde pusieron su panteón familiar, y hoy encontramos enterramientos tan fabulosos como el del caballero santiaguista don Martín Vázquez de Arce, más conocido como «El Doncel», que es una de las mejores estatuas yacentes del mundo. Es obra de los últimos años del siglo XV, y representa al caballero, joven de 26 años, revestido de sus armas, y recostado sobre su codo derecho leyendo un libro o meditando sobre él. Un pajecillo llora junto a sus pies sobre la celada. En esa capilla, están aún los enterramientos de sus padres, también en estilo gótico, con gran detalle retratados rostros y trajes, y el de su hermano don Fernando de Arce, eclesiástico, tratado con toda la galanura del estilo plateresco. En la catedral destacan aún los enterramientos del obispo Fernando de Luxán, en la capilla de San Pedro; los de los hermanos canónigos Juan y Antón González de la Monjúa, el de Juan Ruiz de Pelegrina en la capilla de San Marcos, de neto estilo renaciente, el del primer obispo don Bernardo de Agen en el inicio de la girola, etc.

De otra parte están las capillas, que forman como palacios o mansiones particulares dentro de la catedral, y que muestran en sus fachadas toda la riqueza de quienes las patrocinaron. Así, destacan las de San Pedro, tallada por Francisco de Baeza con reja de Juan Francés; la de la Anunciación, con detalles mudéjares muy ricos, y reja del mismo artífice toledano; la de San Marcos, etc. También es magnífica la portada de la capilla de los Vázquez, tallada por Baeza y con reja puesta asimismo por Juan Francés, que en este templo dejó la mejor expresión de su arte sobre el hierro. En el crucero sorprenden los altares dedicados a Santa Librada y el del enterramiento del obispo don Fadrique de Portugal, obras exquisitas del plateresco primero, policromados y completados con múltiples estatuas y pinturas.

Múltiples altares guarda esta catedral. De ellos son especialmente reseñables el de la capilla mayor, construido con tallas en madera y en estilo netamente manierista por Giraldo de Merlo y su equipo hacia 1610. O el de estilo gótico que aparece en la sacristía de la capilla de los Vázquez de Arce, etc.

En la catedral de Sigüenza existen otras piezas de gran interés, como son los púlpitos que escoltan la entrada a la capilla mayor. El de la Epístola, tallado a finales del siglo XV por mandato del Cardenal González de Mendoza, y muy posiblemente realizado personalmente por el maestro Rodrigo Alemán, representa en sus paneles de alabastro blanco a la Virgen, a Santa Elena y a San Jorge más los escudos del comitente. El del Evangelio es obra de mediados del siglo XVI, ejecutado por Martín de Vandoma, y con una minuciosidad asombrosa ofrece escenas complejas de la Pasión de Cristo. Aún queda por admirar, en el centro de la nave principal, el gran coro canónico, grandiosa construcción totalmente tallada en madera, en la que destacan el sitial episcopal, con escudo del mismo Cardenal y pacencias decoradas con escenas de la vida diaria, más el resto de sitiales que se ven decorados con variadísimas soluciones geométricas de estilo gótico puro.

Y si aún quedan fuerzas, mirar a lo alto. A ver esas bóvedas que para los antiguos representaban el cielo, y que están lejos, ingrávidas, poderosas y amenazantes. Las bóvedas del crucero, que en la restauración de los años 40 el arquitecto Labrada elevó más de lo que en su origen habían sido, imaginando un cimborrio que la entrega luz y espacios nuevos, son un prodigio de belleza. Miradlas, alzar la cabeza, llevad la mirada hasta lo alto. Nadie podrá decir que es mal empleado el tiempo de pasear el interior de la Catedral de Sigüenza, de rememorar sus fastos, de evocar a sus personajes.