San Francisco ya es de Guadalajara

viernes, 31 diciembre 1999 0 Por Herrera Casado

 

En este paso de año, en la entrada de este redondo y emblemático año 2000, la ciudad de Guadalajara celebrará, durante la noche y el nuevo día, el primero de ese 2000, con un aplauso y un hondo suspiro de satisfacción, la recuperación definitiva de uno de sus más queridos y significativos edificios, largos años semioculto por la vegetación de su denso parque y por las dificultades que su destino como institución ligada al Ejército ofrecía.

Mañana día 1 de enero de 2000 el Monasterio de San Francisco pasará definitivamente, y de forma completa, a ser propiedad de la ciudad de Guadalajara. Se va a celebrar de muchas maneras: en principio, a la una de la madrugada de la Noche de Fin de Año, la música resonará en su ámbito, y los fuegos artificiales pondrán color y sonido a la sombra emblemática de su parque. Mañana, el primer día del 2000, a la una de la tarde se celebrará la Misa de Año Nuevo, oficiada por el Sr. Obispo de Sigüenza-Guadalajara. Y a partir de ese momento el público podrá entrar, con un horario reglado, pero ya sin tener que pedir permisos por escrito, a las instalaciones del antiguo monasterio de San Francisco, y muy en especial a lo que va a ser Museo del «Taller de Forja» del TYCE 1898, el lugar donde el ejército produjo, durante siglo y medio, muchas de sus piezas menores.

Y aún tendrá otra celebración añadida este acontecimiento. Unos días después, en los primeros del mes de enero, se presentará públicamente un libro que tendrá por tema precisamente la historia y el arte de este ingente monumento. Escrito por el joven historiador Víctor Bonilla Almendros, la obra «El Monasterio de San Francisco de Guadalajara» explicará a todos los alcarreños el devenir de este conjunto de edificios, de obras de arte y de sugerencias históricas, que hasta ahora parecía haber quedado velado para los ojos de nuestros vecinos.

Sin duda será un día feliz para los arriacenses, que siempre suspiramos por tener puerta abierta en este Monasterio de San Francisco, tan ligado a la historia de la ciudad desde que se fundara en el siglo XIV. Para el que más, me consta, para nuestro alcalde José Mª Bris, que ha batallado duramente, y con tenacidad, para conseguir esta victoria final, que merece un fuerte aplauso. San Francisco, la más hermosa iglesia de la ciudad, el Panteón de los Mendoza, la institución mimada de la nobleza arriacense durante largos siglos, y corazón/pálpito/voz de la ciudad a través de sus monjes, es ya portón abierto para que todos puedan mirarlo. La enhorabuena es, pues, para todos mutuamente.

Algo de historia

Se sitúa San Francisco sobre una de las cotas más elevadas y con mejor perspectiva de la ciudad de Guadalajara. En un punto que además tuvo importancia estratégica en los lejanos días del Medievo, fuera de las murallas, pero con vistas amplias sobre los caminos, especialmente los que arribaban hasta la puerta de Bejanque desde Zaragoza. La tradición dice que en ese elevado promontorio, la reina doña Berenguela fundó un monasterio destinado a los caballeros de la Orden del Temple. Y siguen las tradiciones de antiguos cronistas diciéndonos que a la disolución del Temple, en 1330, las infantas Isabel y Beatriz, hijas de Sancho IV, y señoras a la sazón de Guadalajara, cedieron a los franciscanos la facultad de residir, predicar y disfrutar de aquel antiguo edificio y sus instalaciones anejas, entre las que figuraba un denso bosque.

Hay un solo dato cierto de aquella época: en 1364 ya estaban instalados unos frailes en aquel lugar, con prestigio entre la población, y recibiendo cada año del Concejo una limosna consistente en la mitad de lo que rentase el impuesto sobre la harina. En cualquier caso, es fácilmente datable en la primera mitad del siglo XIV el asentamiento de la comunidad franciscana en Guadalajara, en el lugar donde hoy existen los restos, magníficos y poco conocidos, de su convento medieval.

Serían luego los Mendoza, la prolífica saga mendocina, la que hiciera de este lugar su predilecto destino de dones y agasajos. Y establecieran en el presbiterio de su gran templo monasterial el panteón mortuorio mendocino. En los últimos años del siglo catorce, el fundacional, el titular de los Mendoza, el Almirante don Diego Hurtado, después de un incendio que sufrió el cenobio, decidió reconstruirlo de nuevo, haciéndolo mejor y más grande que el anterior. Sus descendientes le favorecieron continuamente, destacando entre los protectores más singulares el marqués de Santillana y el Cardenal Mendoza, que mandó elevar de nuevo la iglesia (tal como hoy la vemos) y poner un grandioso retablo de pintura hecho por Antonio del Rincón.

Todavía en el siglo XVII los Mendoza en el poder continuaron ayudando a los frailes mínimos. La sexta duquesa, la devota doña Ana de Mendoza, ayudó a esta comunidad construyendo un nuevo retablo mayor, ya en estilo manierista, que se concluía en 1625, y contaba con grandes columnas, imágenes y tallas así como numerosos cuadros de buena mano por él distribuidos. Tras este retablo, abrió una pequeña capilla como provisional lugar de descanso de los ascendientes de doña Ana ya muertos y sin lugar en el presbiterio para ser enterrados. Más tarde aún, en tiempos del décimo duque, don Juan de Dios de Mendoza y Silva, se construyó el gran panteón familiar, en una impresionante manifestación arquitectónica barroca, concluida en 1728 y dirigida por los maestros Felipe Sánchez y Felipe de la Peña. Desde 1835 quedó en propiedad del Estado y fue destinado a Fuerte Militar, misión en la que ha permanecido hasta la fecha de hoy mismo.

El edificio

En un paraje de gran encanto, levemente apartado del movimiento diario de la ciudad, encerrado entre un parque constituido por denso bosque y las murallas del que fuera fuerte militar, aparece el antiguo monasterio franciscano con su gigantesca iglesia, que alza sus altos muros y su torre sobre los tejados y los parques de la ciudad. De ella dijo el antiguo cronista Núñez de Castro que pudiera ser Catedral de un gran Obispado según su grandeza. Consta al exterior de unos paredones pertrechados de gruesos contrafuertes en sillarejo, ofreciendo la puerta principal sobre el muro de poniente, y en el ángulo noroccidental la torre que acaba en agudo chapitel de evocaciones góticas. Tanto una como otra son de reciente construcción, pertenecientes a la última reforma llevada a cabo, tras la Guerra Civil española. Su interior es de una sola nave, de grandes dimensiones, pues mide 54 metros de largo, 10 de ancho y 20 de altura. Presenta cinco capillas de escaso fondo a cada lado de esta nave, ofreciendo unos arcos de entrada muy esbeltos, ojivales, profusamente decorados con los elementos propios del gótico flamígero, y múltiples escudos de armas de las familias constructoras. Se escoltan de fascículos de columnas que a la altura de los capiteles ofrecen unos collarines de contenido vegetal. Por todas partes lucen orgullosos los escudos de los Mendoza. Lo más impresionante de todo, sin duda, la cripta o panteón mortuorio de los Mendoza, que hoy por hoy no se podrá aún visitar debido al mal estado de su escalera, muros y bóvedas, pero que sin duda será este el acicate para emprender pronto una restauración completa del conjunto.

En definitiva, una jornada la de mañana que, aparte de estrenar nuevo año, preludio ya de un próximo siglo y milenio, será inolvidable para muchos por ser la primera en que la ciudad encontrará abiertas las puertas de San Francisco a quienes quieran admirar otra de las joyas, hasta ahora ocultas, de su espléndido patrimonio.