El Quijote y Guadalajara

viernes, 10 diciembre 1999 0 Por Herrera Casado

 

Otra vez se nos hace el Quijote alcarreño, y aparece montado en Rocinante por los caminos de Guadalajara. ¿A qué son viene esto? Pues muy sencillo. Acaba de aparecer la segunda parte de un libro hermoso y divertido, una obra común de más de 150 escritores y dibujantes españoles, cuyo título es «El Quijote entre todos», y en la que se presenta completa esa segunda parte de la inmortal obra de Cervantes, en la que sucede, entre otras cosas, la aventura larga y prolija de la Ínsula Barataria, más el viaje a las nubes de clavileño, el retablo de Maese Pedro y la batalla con el Caballero de la Blanca Luna en la playa de Barcelona.

En esta ocasión, personalidades del cariz de Alvarez del Manzano (alcalde de Madrid), Juan Clos (alcalde de Barcelona), Fraga Iribarne (presidente de la Xunta de Galicia) y Antonio Marco (presidente de las Cortes de Castilla-La Mancha), de profesores como Criado de Val y Alberto Blecua, mas los periodistas Manu Leguineche, José Luís Pécker y Lorenzo Díaz, se unen con firmas de artistas como Antonio Mingote, José Luís Cabañas, Carlos Saura, o Felipe Giménez de la Rosa conformando un plantel de primeras figuras del arte y la literatura.

Este «Quijote entre todos» se presentó públicamente el pasado día 27 de Noviembre en El Toboso (Toledo) asistiendo numerosos autores, entre ellos el rector de la Universidad de Alcalá, don Manuel Gala, y el Presidente de la Cortes de Castilla-La Mancha, don Antonio Marco. Es de notar que en esta obra colaboran numerosos y destacados autores e ilustradores de Guadalajara, por lo que adquiere esta presentación caracteres de actualidad entre nosotros. Por recordar a alguno de los escritores, deben ser citados aquí nuestro compañero de página el escritor José Serrano Belinchón, el polifacético novelista y dramaturgo Alfredo Villaverde Gil, el poeta de la sensibilidad Jesús Ángel Martín Martín, el profesor Antonio del Rey, filólogo y especialista a nivel internacional sobre la obra de Cervantes, el también poeta Pedro Lahorascala, el escritor y estudioso Alfredo García Huetos, y el novelista Ramón Hernández. Y por dar los nombres de algunos ilustradores alcarreños que ponen forma y figura a las aventuras de Don Quiote y Sancho en esta obra, hay que citar los nombres de Amador Alvarez Calzón, Rodrigo García Huetos, y el propio doctor Martínez Gómez-Gordo, cronista seguntino, que hace comentario y él mismo se lo ilustra.  

Entre los escritores que han tenido la fortuna de participar en este «Quijote entre todos», me encuentro personalmente satisfecho por haber podido incluir mis indagaciones y reflexiones, al hilo del capítulo 28, sobre el hipotético y virtual paso de Don Quijote y Sancho por la provincia de Guadalajara, en su camino que fue desde la Mancha a Zaragoza y luego a Barcelona.

La ruta de don Quijote por Guadalajara

Establecer la ruta exacta del paso de don Quijote por la actual provincia de Guadalajara es punto menos que imposible. Sabemos, con certeza lógica, que por ella debió pasar, pues accede a Zaragoza desde la Serranía de Cuenca, y camina en derechura a través de espesos bosques y oscuras sierras, cruzando sin duda el Alto Tajo y las parameras de Molina. Pero en ningún caso el relato de la tercera y definitiva salida del Quijote concreta ningún lugar que permita identificar pueblos, villas o ciudades de la provincia de Guadalajara. Es por ello que el intento de trazar una ruta para don Alonso por el territorio serrano y molinés de Guadalajara sea una aventura parecida, -por quijotesca, ingenua y romántica- a las que el propio hidalgo manchego protagonizara.

Tras la sonada aventura de la cueva de Montesinos, localizada en plena serranía de Cuenca, en el capítulo 25 de la segunda parte, se suceden algunas nuevas andanzas de don Quijote, entre ellas la del titiritero, que pudiera localizarse en la venta del Puente Vadillos, a la entrada de la portentosa hoz de Beteta, en la confluencia de los ríos Guadiela y Cuervo. Todo se hace ya «de pasada», cuando don Alonso camina de fijo en dirección al Ebro, el gran río que desea ver y aventurar en él. Ello no obsta para que quieran entretenerse un algo por aquellos contornos. Vemos así que en los capítulos 25 al 27 esos contornos por los que don Quijote y Sancho se entretienen están ocupados por grandes y profundos valles, atravesando una sierra negra de magníficas proporciones. Cervantes conocía bien aquellos lugares de la serranía de Cuenca y el Alto Tajo, pues en alguna ocasión pasó por ellos para visitar a su hija, cuyo marido tenía una fundición inmediata a Carrascosa de la Sierra, en Cuenca.

En el acontecer de los atambores del capítulo 27, la aventurera pareja sigue atravesando paisajes de gran bravura, muy accidentadas sendas y lento caminar. Cuando Sancho rebuznó, lo hizo tan reciamente que todos los cercanos valles retumbaron, lo que viene a darnos idea de la grandiosidad del término. No están ya en la Mancha (aunque Cervantes nos dice que el titiritero es de la zona donde andan, de la Mancha de Aragón), sino en territorios fragosos. Tampoco en el propio Aragón, sino en plena serranía ibérica. ¿Provincia de Cuenca, de Guadalajara, de Teruel? Imposible decidirlo.

Lo cierto es que por los Montes Ibéricos atraviesan, y uno de los elementos más claros de ello es la presencia de hayas en su camino. Cervantes, que conocía y amaba los árboles, siempre que los identifica en su novela es con conocimiento de causa. El sabe bien que el haya es una especie rara, propia de lugares fríos y húmedos. Y que en la Mancha no existe, en absoluto. Tampoco en el sur de Aragón. Aunque hoy ya no aparece esta especie en Castilla (los hayedos más meridionales, y bien esquilmados por cierto, están en la sierra de Ayllón y Somosierra, en Montejo (Madrid) y Cantalojas (Guadalajara)) entonces debía haber algunos ejemplares, escasos y llamativos, en la zona del Alto Tajo. Y es por eso que aprovecha Cervantes a describirlos y nombrarlos en su obra, porque él sabe que existen allí.

Caminan don Quijote y Sancho hasta tres días por terreno áspero, durmiendo y reposando bajo estos densos bosques. Atraviesan sin duda el páramo de Molina, en uno de cuyos términos les sucede la aventura de los alcaldes que rebuznaron y se enfrentaron las gentes de dos pueblos entre sí, saliendo como siempre Sancho molido. Es imposible averiguar cual sean estos pueblos, si es que Cervantes pensó en alguno en concreto. Los estandartes que llevan, con un burro por mueble, no identifican a ninguno de la zona molinesa. En aquellos desiertos, encuentran una alameda para descansar, y al final de otros dos o tres días de marcha arriban a Zaragoza, al Ebro concretamente.

En el mapa o Carta Geográfica de los Viages de don Quixote y sitios de sus aventuras que según las teorías de Pellicer dibujó Manuel Antonio Rodríguez, se le hace avanzar desde Priego y Beteta a cruzar el Tajo por Peñalén ó mejor, creo yo, tras pasar por Cabeza del Hierro, hacerlo por Poveda de la Sierra, subiendo luego por Taravilla tras saltar el río Cabrillas y llegando a Molina de Aragón, población de gran importancia entonces y que, sin embargo, no es referenciada de ningún modo en la obra. Seguirían la paramera o meseta molinesa por la sesma del Campo, siguiendo la ruta de Rueda de la Sierra, Hinojosa, Milmarcos y bajando al Jalón por donde ya cómodamente llegarían hasta Zaragoza.

Llegados al Ebro, les sucede la aventura de las aceñas en medio del río, y tras ella viene la larga y trascendental secuencia del gobierno de la Ínsula por Sancho, mantenida durante diez días.

Es aquí donde cabe entretenernos un poco, y aclarar la teoría expuesta por Serrano Vicens, quien suponía que tal aventura y universal parábola ocurrió en la ciudad de Molina de Aragón, y más concretamente en la corte provinciana de los Hurtado de Mendoza, que en Castilnuevo tenían una gran casa ó palacete donde recibieron a Sancho y le mantuvieron de engañado señor durante esos días.

Dice Serrano y otros que le han seguido que atendiendo a las palabras con que Cervantes comienza el capítulo 30 de la segunda parte, se apartaron del famoso río, bien pudiera ser que acudieran hasta Molina de Aragón a vivir en ella esta secuencia. El texto del Quijote dice que al otro día, al ponerse el sol y salir de una selva, vieron a la duquesa cazando. Esos datos han hecho suponer a algunos que la acción discurre en Molina. Ello es imposible. Por una razón muy sencilla. Si don Quijote y Sancho desde Zaragoza y el Ebro caminan hacia Barcelona, no van a retroceder tan enorme espacio de terreno y menos en un sólo día. Aparte de que el hecho de que «salieran de una selva» no nos permite pensar en que fuera el territorio molinés, pues allí tampoco las hay. Otros autores han supuesto, creo que con mucha más objetividad, que la aventura de la Ínsula ocurre en Aragón, en algún lugar cercano a Zaragoza y a las orillas del Ebro. García Soriano y García Morales, en su edición explican, siguiendo a Pellicer, que el hecho ocurre en Buenvía, cerca de la villa de Pedrola, en el palacio de los duques de Villahermosa, don Carlos de Borja y doña María Luisa de Aragón, y la Ínsula propiamente dicha habría estado en Alcalá de Ebro. De allí a Barcelona, donde pierde ya todas sus esperanzas y es herido, –en el alma, que es el peor sitio– don Quijote, quien con Sancho vuelve, cabizbajo y como en un vuelo, a su aldea natal, donde muere pocos días después.

La evidencia de que la hipotética Ruta de Don Quijote atravesando España hasta Barcelona, recorre fragmentos de la tierra molinesa, es la que me ha servido hoy para saludar la aparición de este hermoso libro, uno más en la comunal tarea de los españoles por hacer que la imagen, la idea y el espíritu de don Quijote siga sobrevolando entre todos los que somos, o intentamos ser, idealistas a ultranza. Y para exponer, una vez más, la idea que he apurado y resumido de que el caballero manchego fuera parte, también, de nuestra tierra.