Con el Cid Campeador en Hita

viernes, 9 julio 1999 1 Por Herrera Casado

 

Con motivo del noveno centenario de la muerte de Rodrigo Díaz de Vivar en Valencia, tal día como mañana hace exactamente los 900 años de aquel acontecimiento, se han desarrollado y se van a desarrollar múltiples actos en homenaje a quien fue, ya en su época, denominado el Cid Campeador, el Señor batallador, guerrero, azote de moros y valiente caballero. Habrá, sin duda, quien diga hoy que no hay motivo para tal homenaje. A mí me parece justo que se recuerde a los personajes destacados de nuestra historia, y se diga de sus vidas, de sus hechos, para poder juzgarlos, considerarlos, siempre sabiendo que cada cual fue hijo de su tiempo, y en él hizo lo que pudo, casi siempre lo mejor que pudo en bien de su país y, en algunos casos como este del Cid, además en bien propio y de su familia.

Vida y hechos del Cid Campeador

Muy brevemente quiero poner cuatro datos que a todos centre en la vida y hechos de don Rodrigo Díaz de Vivar, nacido en 1040 en este pueblecito de Burgos, y muerto en el verano de 1099 en la ciudad de Valencia. Era hijo de Diego Laínez, del estado de los infan­zones. Su madre era hermana de Nuño Ál­varez, un caballero del séquito del infante Sancho. En ese séquito ingresó pronto Rodri­go, siendo armado caballero a los 16 años, y nombrado alférez del Rey en esa ocasión, a partir de la cual figura en cuantas batallas se enzarza con vecinos y enemigos el rey Sancho II de Castilla. Según el Cronicón Silense, don Rodrigo encabezó el partido que exigió a Alfonso VI el juramento [de Santa Gadea] de no haber participado en el asesinato de su hermano en Zamora. Mismas fuentes, encabeza el partido intransigente que exige a don Alfonso su palabra de no haber intervenido en el ase­sinato de su hermano. A raíz de ese «plante», Alfonso VI le casa, en 1074, con Jimena Díaz, hija del conde de Oviedo. Al año siguiente, como alto cargo cortesano, viaja a Sevilla para cobrar las parias del rey moro de aquel reino. A partir de ese momento, el Rey se le declara enemigo y le pone en destierro, por una baladí cuestión administrativa. Un segundo destierro tiene lugar cuando el Rey considera que El Cid no ha llegado a socorrer con su gente a las tropas reales en el cerco de Aledo contra el rey Yusuf. Desde ese momento, Rodrigo Díaz forma su propio ejército y actúa como señor independiente unas veces, otras como mercenario a favor de quien mejor le paga y recibe. La conquista de la ciudad de Valencia la hace en nombre propio y ayudado de su gente. Incluso el año 1092 el Cid tuvo que defender su señorío de Valencia del ataque com­binado de Alfonso VI, el conde de Barcelona, y el rey de Aragón. Vencedor en la batalla, como respuesta don Rodrigo asoló Logroño y la Rioja, tierras de su enemigo García Ordóñez. Poco después, el rey castellano aceptaría el protectorado del Cid sobre Valencia, iniciándose en ese momento el período más brillan­te de la vida del héroe castellano. Su control sobre el Levante peninsular es total, y se erige en árbitro de los equilibrios geopolíticos entre Castilla, Aragón-Barcelona y los reinos taifas levantinos y meridionales. Señor de Valencia los últimos años de su vida, en 1098 vio casarse a sus dos hijas de forma ventajosa: Cristi­na (Elvira en el Poema) casó con el infante Ramiro de Navarra, y María (doña Sol) con Ramón Berenguer III de Barcelona. Diego, su único hijo varón, había muerto años antes en la batalla de Consuegra. Sin un heredero masculino, el señorío del Cid sobre Valencia se hacía insostenible, por lo que Alfonso VI tuvo que evacuar la ciudad en 1102, llevándose el cadáver de don Rodrigo, que fue depositado en Cardeña.

La gesta del Cid sería cantada enseguida por poetas populares, cuajando en múltiples cantares, siendo el más señalado de ellos el llamado «Cantar de Mío Cid», el más grandioso cantar de gesta de las letras castellanas, y que evoca su figura, sus batallas y su vida violenta en hermosos versos que escribiera años después de su muerte un ignoto poeta de en torno a Medinaceli.

La Ruta del Cid por Guadalajara

El haber pasado, según el Cantar de referencia, varias veces el Cid por las tierras que son hoy parte de la provincia de Guadalajara, hace que entre nosotros de siempre se tuviera al Cid como un personaje cercano y querido. De ahí que en esta ocasión de tan señalado acontecimiento, el Festival Medieval de Hita esté dedicado este año (mañana es la fecha) a su figura, y una gran obra de don Manuel Criado de Val se estrene en el palenque de la Plaza Mayor de la villa mendocina.

Por otra parte se ha revitalizado, con más voluntad que resultados, el paso del Cid por nuestra provincia, formando parte de una gran «Ruta del Cid» que desde Burgos camina hasta Valencia. ¿Por qué lugares de nuestra tierra cruzó a caballo [o a pie, que también lo usaba] el Cid Campeador? Estos son algunos de esos lugares, mencionados en el Poema cidiano.

Por Miedes de Atienza penetra don Rodrigo en nuestra tierra, procedente de los altos llanos sorianos. Y de allí pasa junto a Atienza, de cuyas torres declara tener miedo y estar en propiedad de los moros. Hoy parece que esas «torres de Atienza que moros las han» serían más bien las del valle que sube desde Ayllón a Sierra de Pela, pero dejemos las cosas como están, y a Atienza lucir su garbo cidiano, porque no le falta aire a su altura y a su bella silueta medieval y guerrera. Cerca de allí, en plena Serranía. Robledo de Corpes guarda en su memoria colectiva, – la llamada tradición po­pular-, haber sido escenario en su robledal de la «Lanzada», (al pie de los cerros del Otero y el Teremeque), de la afrenta de Corpes, otro mito creado por el poeta del «Cantar».

Jadraque es sin duda el más cumplido lugar cidiano de la provincia, pues no en vano está presidida la villa por la silueta de su Castillo, al que desde siempre se apellidó «del Cid», y que muy posiblemente sea el «Castejón sobre Fenares» que don Rodrigo conquistara a los moros, dado que en el siglo XI el actual Jadraque aún se llamaba «Castejón de Abajo», frente al «Castejón de Arriba» que podría identificarse con el actual Castejón de Henares (y que en realidad está sobre el Dulce), lugar para el que también se pide el aplauso de estar en la «Ruta del Cid».

Ruta en la que se ha incluido a Sigüenza, a pesar de que presumiblemente no pasó por ella, entre otras cosas por no tener en esos años ninguna importancia estratégica. Por donde sí dice el Cantar que pasó el Cid es por Anguita, villa enclavada en un precioso entorno en el que destacan los cortados roquedales sobre el estrecho cauce del Tajuña, aún naciente, y en los que existen (y existían entonces) unas cuevas capaces de abrigar y proteger a la expedición cidiana.

Finalmente, otro entorno plenamente cidiano en nuestra provincia es el de la ciudad de Molina de Aragón, de cuyo rey Abengalvón fue amigo y protector el Cid. Se sabe que en varias ocasiones se alojó en su alcazaba, y que por las tierras que desde Anguita/Luzaga/Luzón se dirigen a la capital del viejo Señorío, hasta las de Checa, Orea y Chequilla por las que cruzaba al Aragón del Jiloca, camino de Valencia, atravesó don Rodrigo, lanza en ristre, «tizona» al cinto y grupo (guerrilla se diría hoy) adjunto jaleándole. Un itinerario a medias real, a medias mítico, pero que sirve de forma clara para rememorar esta figura irrenunciable de nuestra historia castellana. Una historia que es, sin duda, más larga y alta que las de cualquiera de las otras «Regiones Autonómicas» de España, y que no podemos, ni queremos, callar. Porque si la calláramos quedaríamos, al final, en nada. Y siempre en desventaja de quienes de una batallita sin importancia o un condesito alegre hacen los fundamentos hondos de una historia que es, en el fondo, vana e inventada.