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julio, 1999:

De viaje por Crimea: La fortaleza de Sudak

 

Hoy va de viajes remotos este artículo. De vez en cuando, a este Cronista le llaman para participar en algún Simposio o Congreso  que la Federación Internacional de Escritores y Periodistas de Turismo celebra por el mundo. Y en esta ocasión, los días 5 al 12 de junio pasado, se ha celebrado el 41 Congreso Internacional de la FIJET en la ciudad de Yalta, en la costa Sur de Crimea, hoy República Autónoma comprendida en el territorio de Ucrania, en la antigua Unión Soviética. Dos centenares de escritores, un tercio de ellos españoles, han dado consistencia a este Congreso, en el que se han debatido, entre otras cosas, la importancia de las Rutas Históricas y Literarias como elemento fundamental de promoción del turismo internacional.

Sudak en la Ruta de la Seda

Y por una de esas Rutas hemos andado. Concretamente la Ruta de la Seda, que desde Europa iba a China, y por la que viajó Marco Polo. Junto con la del Camino de Santiago, son las dos únicas Rutas que hasta el momento han sido declaradas «Patrimonio de la Humanidad» por la UNESCO. La Ruta de la Seda atravesaba el norte de la península de los Balcanes y se adentraba en el país de los eslavos llegando al Cáucaso por la costa del Mar Negro. En Crimea, que tiene una costa meridional que es un auténtico paraíso, la Ruta de la Seda hacía parada en Sudak, un lugar amable y acogedor con playa y montaña, en cuyo extremo junto al mar se alza sobre una roca imponente el castillo que allí llaman «de los genoveses», aunque perteneció a múltiples dueños a lo largo de los siglos. Ahora es una fortaleza que se visita por el turismo, y en la que las autoridades ucranianas siguen, con la precariedad de medios que todo el país tiene, excavando y desvelando.

La fortaleza de Sudak, de la que aquí vemos dos fotografías fragmentarias, es muy parecida a la de Molina de Aragón. Al menos a mí me lo pareció, y es por eso que de todo mi viaje por Crimea he escogido este aspecto patrimonial para comentarlo y animar a mis paisanos a que hagan un viaje por aquellas tierras. El castillo de Sudak tiene, de una parte, su apoyo sobre una empinada y abrupta roca que cae sobre el Mar Negro, por lo que está perfectamente defendida por esa parte. Y en el costado norte, el que da a tierra, se constituye por un altísimo nivel de muralla que a trechos se refuerza de grandes torres cuadradas, con tan sólo tres paredes, pues la parte interior está abierta. El espacio de la fortaleza es inmenso, más de 100 hectáreas. Allí cabía no solo una guarnición militar, sino toda la ciudad en caso de ataque exterior. En ese recinto se han encontrado depósitos de agua, de víveres, iglesias de estilo armenio, una gran mezquita en la que se muestran hoy el resultado de las excavaciones, y un puerto protegido de grandes torres.

Esta fortaleza, de origen muy primitivo, fue levantada de nuevo por los genoveses en el siglo XIV. Es curioso contemplar las lápidas talladas y escritas en italiano con los escudos de la ciudad de Génova y de algunos jerarcas y señores de esa ciudad, gobernadores de la fortaleza por la Señorío genovesa. Durante unos cuantos siglos la gobernaron y controlaron desde ella el comercio de la seda en el extremo oriental de Europa y el occidental de Asia. Hoy el viajero se entusiasma recorriendo, con cierta fatiga a veces, por lo empinado de las cuestas, este castillo que el viajero no duda en catalogar entre los más grandes y extensos, entre lo más imponentes y sugestivos de toda Europa. Porque Sudak, como Crimea entera, es todavía Europa. Su extremo más oriental. Pocos kilómetros más allá, en Georgia, el Cáucaso, empieza Asia.

Crimea hoy

Para los más aventureros de mis lectores, a esos a los que Guadalajara, y aún Castilla-La Mancha, Castilla-León y la Rioja se les quedan pequeñas, les propongo viajar a Crimea. Es sin duda un lugar paradisíaco. No por casualidad allí pusieron los zares rusos, y luego los secretarios generales del Partido Comunista Ruso sus palacios de verano y sus dachas de descanso. Para cualquiera de los 300 millones de ciudadanos de la Unión Soviética, ir de descanso a la costa de Crimea era el mejor de los premios. Así ocurrió que en los años 70 el régimen de Moscú construyó el Yalta Hotel, en la capital de la costa, entre bosques densos que caen al mar desde alturas de 1.500 metros en la misma costa. Y le puso al tal hotel 2.500 habitaciones, que estaban siempre llenas de obreros y gentes premiadas por el régimen. Hoy, con la desmembración de la Unión, los rusos que tienen dinero prefieren otros destinos (entre ellos las costas españolas) y los que no tienen suficiente capacidad económica, ven imposible acceder a este «lujo» inalcanzable del hotel Yalta. De ahí que nunca hay ocupadas más de 100 habitaciones.

La situación económica y social de Ucrania es actualmente un tanto delicada. La inmensa mayoría de la población sigue siendo funcionaria del Estado. Algunos son agricultores, por cuenta propia, y otros han montado negocios particulares: tiendas, restaurantes, poco más. Los grandes elementos económicos de Ucrania, al igual que ocurre en Rusia, están en manos de «grupos» (por llamarlos de alguna manera) con métodos muy expeditivos y enérgicos en el control del movimiento económico. El gobierno, al que no puede negársele buenas intenciones, ni tiene programa ni capacidad de llevarle a cabo. Los funcionarios están desencantados, entre otras cosas porque siempre cobran (y el salario medio mensual es de 20.000 pesetas) con cuatro o cinco meses de retraso. Los camiones, jeeps y toda clase de vehículos militares, que se ven por todas partes, muchos todavía con la estrella de cinco puntas y las siglas CCCP en las puertas, son ya propiedad particular, los agricultores los han adquirido por cuatro dineros, porque el Estado es incapaz de mantener un arsenal tan gigantesco. Son datos que se ven, andando por las calles. Porque en ningún caso recomiendo, a quien vaya a Crimea a hacer turismo, que se meta a mayores averiguaciones…

En Yalta enseñan, muy bien restaurados, los palacios del emperador Alejandro III, el palacio de Alustha que luego usó Stalin como «dacha» de verano. Es tan hermoso como un castillo del Loire francés. Y en una situación excepcional se levanta el palacio de Livadia, la residencia de verano que construyó el último Zar, Nicolás II, y en la que luego en 1944 se celebró la famosa «Conferencia de Yalta» en la que Stalin, Roossevelt y Churchill se repartieron el mundo. O el palacio de Alupka que el Conde Boronsob construyó en estilo inglés…

Un lugar que merece verse cuando se busca lo que Crimea tiene con largueza: buen clima, hermosos paisajes, patrimonio interesante, y alegría en la gente. La única pega es el viaje. De momento, hay que hacer escala en Estambul, por línea regular, o en vuelo charter con escala en Budapest, como hizo nuestro Congreso. Y esperar a que Barajas, un siglo de estos, se normalice.

Se busca: El desaparecido sepulcro de Doña Mayor Guillén

Entre los numerosísimos elementos del patrimonio artístico que en Guadalajara se han perdido a lo largo de los siglos, la inmensa mayoría con ocasión de la Guerra Civil de 1936-39, destaca el enterramiento de la que fuera señora medieval de Cifuentes, de Alcocer y buena parte de las tierras del valle del Guadiela, en la hoy llamada «Hoya del Infantado».

Antecedentes del personaje

D. Juan Catalina García, en sus Aumentos a las «Relaciones topo­gráficas de España» se ocupa de este sepulcro, aunque muy de pasada, al tratar de la fundación del convento de Santa Clara, en Alcocer, y sólo se refiere al hecho de su existencia, sin la menor alusión a su valor como monumento de arte. Es muy interesante, sin embargo, el trabajo de Juan Ca­talina García, porque habla en él de un cuaderno manuscrito que se conservaba en el convento y que con­tenía valiosas noticias sobre Dª Mayor Guillén, cuyos restos guardaba el sepulcro, y sobre la fecha proba­ble de éste. Dicho cuaderno también se ha perdido.

Un escritor anterior, fray Pablo Manuel Orte­ga, aunque tampoco viera el sepulcro, sí pudo ver con detenimiento la momia que encierra, pues con este objeto la sacaron las monjas a la puerta de la clausura. Dice en su «Crónica de la provincia de Cartagena de la Orden de San Francisco» que el cuerpo se encontraba incorrupto, faltándole sólo el pie derecho; que era de alta estatura y revelaba la hermosura de Dª Mayor, conservando un guante en la mano izquierda, y cubriendo todo el cuerpo blanca toca de gasa en la cabeza, y en el resto un paño de brocado con las armas de Castilla y las quinas de Portugal, y además un guardapiés de ta­fetán verde; que al lado había un báculo dorado y en la cubierta una estatua de madera representando a Dª Mayor. Terminaba diciendo que él, el cronista, dejó dentro del ataúd un papel dando noticias de todo esto, y afirmando, además, que la urna estaba pintada de tal modo que siempre se tuvo por ser de mármol.

Además de estos dos escritores, se ocupan de Dª Ma­yor, aunque no de su sepulcro, Ambrosio de Morales en el «Discurso del linaje de Santo Domingo» y Salazar de Mendoza en su «Origen de las dignidades seglares de Castilla y León». Es, finalmente, don Ricardo de Orueta, en su conocida (aunque rara hoy de encontrar) obra «La escultura funeraria en Castilla la Nueva», quien analiza con más detalle que nadie la forma, el arte, los colores y significados de este importantísimo enterramiento, de la escultura en madera tallada y policromada que lo adornaba, y del personaje al que daba cobijo en la iglesia conventual de las clarisas de Alcocer.

Dª Mayor -o María- Guillén de Guzmán fue hija de D. Nuño Guillén de Guzmán y de Dª María González, ambos descendientes de las más linajudas familias castellanas. Era hermana de D. Pedro Núñez de Guzmán, adelantado mayor de Castilla. El rey Alfonso «el Sabio» la tomó por amante cuando era príncipe, y pro­bablemente muy joven, pues en 1253, contando sólo treinta y dos años, casó a su hija Dª Beatriz, habida en Dª Mayor, con Alfonso III de Portugal. Es seguro que estas relaciones tuvieron lugar en fecha anterior a la del casamiento del rey Alfonso con Dª Violante de Aragón, que no se efectuó hasta 1246. En cualquier caso, lo que parece indudable es que este primer amor del «rey sabio» debió causar en su espíritu una impre­sión muy honda, que no se le borraría nunca, pues du­rante toda su vida entregó a Dª Mayor su recuerdo y múltiples donaciones y favores, en forma de señoríos y privilegios. Doña Mayor murió entre 1262 y 1267.

La estatua de doña Mayor

Era esta estatua, en madera tallada, la mejor pieza de la escultura medieval funeraria en Guadalajara. Prácticamente solo Juan Catalina y Ricardo de Orueta, entre las personas entendidas en arte, la vieron y calificaron antes de su desaparición. Representaba la estatua a esta señora con toca y griñón, vistiendo un brial de mangas ajustadas y sobre éste un amplio manto; todo ello policromado sobre una preparación de escayola. Cuatro angelitos, dos a la cabecera y dos a los pies, velaban e incensaban. No tenía ninguna inscripción grabada.

La fecha de su construcción debía ser muy poco posterior a la de la muerte de la señora: los comienzos del último cuarto del siglo XIII. Hacia 1280 aproximadamente. La materia empleada era la madera, sobre la cual se habría puesto una preparación de escayola para que sirviera de asiento a la policromía. En ésta lo que más dominaba era el dorado, que se emplea con una profusión como no se volverá a ver hasta el siglo XVI en las obras de Berruguete. Después del dorado, la tonalidad que más abundaba era el rojo oscuro, casi ne­gro, en el que, a pesar de su oscuridad, se podían distin­guir aún dos matices. La conservación era todo lo perfecta que se podía desear en estatua tan antigua, y su tamaño, dos me­tros con cinco centímetros.

En los días iniciales de la Guerra civil, alguien la cogió del coro de las monjas y se la llevó. Ya nadie sabe nada más. ¿A dónde? ¿Para qué? ¿Quiénes la cogieron? No existe constancia de que se destruyera o quemara. En Alcocer corre la tradición de que la guardaron personas devotas, para que no fuera ultrajada por los grupos que se entretenían en destruir todo vestigio de arte antiguo o religioso que encontraran a su paso. Dicen que se sepultó, bajo tierra, pero nadie sabe dónde, y por lo tanto la pista se ha perdido completamente, y quizás para siempre.

La verdad es que era una pieza fantástica, grande y perfecta, maravillosa en su forma artística, y fundamental en su sentido histórico, representando la imagen de doña Mayor Guillén, tan importante en la historia de la medieval Alcarria. Podríamos poner debajo de su imagen fotográfica un cartel que dijese «Se BUSCA». Porque en pocas ocasiones tenemos la certeza de que existe todavía, de que en algún estará. Probablemente (es una opinión muy personal) un día alguien medianamente entendido, se sorprenda al visitar alguna sala de un museo norteamericano, y la encuentra representando la escultura medieval en madera y policromada castellana. Porque así han aparecido otras piezas alcarreñas que creíamos desaparecidas. La Diputación, o la Junta, debían poner debajo de la palabra «Se Busca» otro de «Se recompensará». Porque el día que se encuentre, será de fasto para nuestra tierra, y se abrirá el proceso de reclamarlo. O de intentarlo, al menos.

Ahora solo nos queda entablar este sufrido recurso del recuerdo, y apuntarlo en la memoria para que no se diluya demasiado en ella.

Las salinas de Imón

 

En el extremo noroccidental de la provincia de Guadalajara, se encuentra un conjunto de lugares en los que desde tiempo inmemorial se recoge sal. El conjunto de salinas de Atienza está formado por las salinas de Imón, La Olmeda, Bujalcayado, Santamera, Rienda, Tordelrábano, Carabias, Alcuneza, Paredes, Riba de Satiuste, Vadealmendras y El Atance. La mayor parte de estas explotaciones han ido perdiendo con el paso del tiempo su interés económico, por lo que la mayoría de ellas están cerradas y/o abandonadas. Hoy vamos a acercarnos, una vez más, hasta las salinas de Imón, entre otras cosas porque en el edificio central de las mismas se ha instalado un interesante establecimiento hostelero, mezcla de Turismo Rural y centro de exposición y restauración artística. Estas salinas de Imón se encuentran en la extensa llanura al pie de las montañas de las sierras de Paredes y Somosierra. A tan sólo 150 metros del pueblo que le da su nombre, a 15 Km. de Sigüenza, y a 95 de Guadalajara capital, siempre por buenas carreteras, cualquier fin de semana de este verano puede ser un buen momento para ir a contemplarlas.

La producción de sal en Imón

Llega el agua desde el arroyo Salado, siempre de escaso caudal, por haber nacido pocos kilómetros más arriba, en las suaves lomas de la Sierra Ministra, en las altas y frías tierras entre Soria y Guadalajara. De los pozos que se forman en el entorno, se extrae el agua mediante norias de madera movidas por caballería (las llaman norias de tiro o de sangre). Dicha agua, cargada de sal, se vierte en una artesa de madera y es conducida bajo el piso de la noria hacia el exterior por unos canales también de madera. Durante el invierno, el agua salada se almacena en grandes estanques (recocederos) de unos dos metros de profundidad, en los cuales, por evaporación lenta, va ganando concentración. Si la salinidad inicial es baja, pasa a continuación a estanques menos hondos (calentadores), para hacer más rápida la concentración. Tanto los recocederos como los calentadores tienen un suelo empedrado con piedra caliza y paredes de lo mismo, reforzadas sus paredes con mortero de cal revestida por una tapia de arcilla sostenida con tablones de madera.

En última instancia, se lleva el agua a las balsas de cristalización, lo que se conoce como regar las albercas, previamente limpiadas a mediados de mayo. Estas balsas, numerosas, amplias y extendidas por el terreno, son las que dan el carácter más auténtico al conjunto de las antiguas salinas de Imón. Son de muy escasa profundidad y de unos 6 a 8 metros de lado, empedradas y con paredes también de piedra o tablones colocados de canto, y en ellas hay practicadas unas aberturas para dar paso al agua de una alberca a otra. Una vez por semana se remueve la sal depositada para impedir que se agarre al suelo. Dos días después de esta operación, se recoge antes de que el agua se evapore, para evitar que se endurezca en exceso. La operación que se realiza cada 6 u 8 días y se la denomina arrodillar, lo que consiste en empujar la sal hasta la balsa y amontonarla mediante una pieza a la que llaman rodillo, que es una tabla corta con largo mango. En grandes serones o volquetes metálicos sobre estrechas vías, la sal recogida se lleva a los almacenes, donde se acumula. El agua sobrante es recogida a través de unas acequias llamadas desagües que confluyen en dos canalizaciones mayores llamadas regueras madres y que a su vez van a desembocar al río Salado.

Las maniobras de extracción de sal se extienden entre mediados de Junio y finales de Septiembre. Al terminar la campaña en otoño se saca también la sal que se quedó en los recocederos y calentadores.

Un hermoso y bien conjuntado grupo de edificios constituyen las salinas actuales de Imón. Son concretamente un conjunto de almacenes situados en la zona central y una serie de pequeños edificios de norias, recocederos y albercas. Todo el complejo arquitectónico es de finales del siglo XVIII y ha ido siendo reformado y adaptado a lo largo del pasado. Todavía quedan en pie cinco norias aunque sólo tres de ellas (Mayor, Rincón, y Masajos) están en funcionamiento. En la llamada noria de En medio se conserva el primitivo artilugio de arcabuces de barro cocido, con engranaje de madera y suelo tratado para el trabajo de animal. Todos los edificios de norias son de planta octogonal, con estructura de madera que se enlaza con el vértice de la cubierta. Los muros son de sillería y mampostería ordinaria de piedra caliza cogida con mortero de cal.

Primitivamente tuvieron las Salinas de Imón tres almacenes de los sólo dos permanecen pie. San Pedro, construido en el siglo pasado, está en ruinas. Los dos restantes, San José y San Antonio, son dos auténticas obras de arquitectura popular. Presentan una interesante solución estructural en la que destacan sus pórticos, y una entreplanta construida sobre viguería de madera. El almacén de San Antonio conserva el pórtico que protege la entrada principal. Asimismo se mantiene en pie la chimenea del generador que existía en el almacén. Dada la diferente proporción de su planta, el de San Antonio es de menor anchura, planta más rectangular (48 x 27 metros), y el de San José es de planta más cuadrada (40 x 35m.). Sus crujías son diferentes así como el número de pies derechos por cada uno de ellas.

Hasta hace pocos años se conservaba, junto a la fachada posterior del edificio de San José, la torre interior con parte de la maquinaria que ayudaba a subir las vagonetas por la rampa para depositar la sal en los almacenes. Los materiales empleados en las construcciones son de sillería y mampostería en los muros, de madera en la estructura interior y las cubiertas, que se mantienen en muy buenas condiciones gracias al ambiente salino. Con teja curva árabe cerámica se cubre el conjunto.

Otro aspecto muy característico por la calidad de su construcción es el empedrado de las albercas, así como los muros y muretes de mampostería de los recocederos. También llaman la atención del visitante los enlaces entre las piscinas cruzando los caminos, las acequias y los desagües.

Conservación y Rehabilitación

 Un grupo de alumnos de la Escuela de Arquitectos Técnicos que ha realizado un magnífico estudio reciente sobre estas salinas de Imón, proponen una continuidad en el uso de las mismas, siempre con el mantenimiento de su función primordial con las técnicas más tradicionales posibles. Su propuesta es la de volver a recuperar el funcionamiento de las Salinas tal y como fue en su origen, y así poder disfrutar del testimonio vivo de unas técnicas, las de obtención de la sal, que permanecen inalterables desde la época romana, y conseguir una reproducción exacta de los mecanismos y tecnologías paleoindustriales que existían hace dos siglos.

Lo primero de todo es la rehabilitación de las edificaciones. Y esto es lo que se acaba de hacer. Las norias de tradición mudéjar deberían ser restauradas y reutilizadas, así como volver a canalizar con los elementos antiguos, esto es, con troncos de madera ahuecados, retirando las actuales tuberías de fibrocemento. Conseguir, en cualquier caso, devolver a Imón el esplendor que tuvo en tiempos anteriores. La reciente inauguración de un centro de hospedaje y la posibilidad de la visita a las salinas ya es un adelanto importante en este camino, que se integra en ese más amplio concepto de recuperación de edificios, técnicas y modos antiguos que hoy pueden servir no solamente de admiración y curiosidad, sino de ayuda a muchas actividades todavía plenamente vigentes.

Un lugar, en suma, que está pidiendo tu visita y tu admiración. Las Salinas de Imón y su recién inaugurada Casa Rural son ya un elemento más que justifican una visita a ese espacio tan atractivo y cuajado de recuerdos históricos y patrimoniales como es la comarca existente entre Sigüenza y Atienza.

Con el Cid Campeador en Hita

 

Con motivo del noveno centenario de la muerte de Rodrigo Díaz de Vivar en Valencia, tal día como mañana hace exactamente los 900 años de aquel acontecimiento, se han desarrollado y se van a desarrollar múltiples actos en homenaje a quien fue, ya en su época, denominado el Cid Campeador, el Señor batallador, guerrero, azote de moros y valiente caballero. Habrá, sin duda, quien diga hoy que no hay motivo para tal homenaje. A mí me parece justo que se recuerde a los personajes destacados de nuestra historia, y se diga de sus vidas, de sus hechos, para poder juzgarlos, considerarlos, siempre sabiendo que cada cual fue hijo de su tiempo, y en él hizo lo que pudo, casi siempre lo mejor que pudo en bien de su país y, en algunos casos como este del Cid, además en bien propio y de su familia.

Vida y hechos del Cid Campeador

Muy brevemente quiero poner cuatro datos que a todos centre en la vida y hechos de don Rodrigo Díaz de Vivar, nacido en 1040 en este pueblecito de Burgos, y muerto en el verano de 1099 en la ciudad de Valencia. Era hijo de Diego Laínez, del estado de los infan­zones. Su madre era hermana de Nuño Ál­varez, un caballero del séquito del infante Sancho. En ese séquito ingresó pronto Rodri­go, siendo armado caballero a los 16 años, y nombrado alférez del Rey en esa ocasión, a partir de la cual figura en cuantas batallas se enzarza con vecinos y enemigos el rey Sancho II de Castilla. Según el Cronicón Silense, don Rodrigo encabezó el partido que exigió a Alfonso VI el juramento [de Santa Gadea] de no haber participado en el asesinato de su hermano en Zamora. Mismas fuentes, encabeza el partido intransigente que exige a don Alfonso su palabra de no haber intervenido en el ase­sinato de su hermano. A raíz de ese «plante», Alfonso VI le casa, en 1074, con Jimena Díaz, hija del conde de Oviedo. Al año siguiente, como alto cargo cortesano, viaja a Sevilla para cobrar las parias del rey moro de aquel reino. A partir de ese momento, el Rey se le declara enemigo y le pone en destierro, por una baladí cuestión administrativa. Un segundo destierro tiene lugar cuando el Rey considera que El Cid no ha llegado a socorrer con su gente a las tropas reales en el cerco de Aledo contra el rey Yusuf. Desde ese momento, Rodrigo Díaz forma su propio ejército y actúa como señor independiente unas veces, otras como mercenario a favor de quien mejor le paga y recibe. La conquista de la ciudad de Valencia la hace en nombre propio y ayudado de su gente. Incluso el año 1092 el Cid tuvo que defender su señorío de Valencia del ataque com­binado de Alfonso VI, el conde de Barcelona, y el rey de Aragón. Vencedor en la batalla, como respuesta don Rodrigo asoló Logroño y la Rioja, tierras de su enemigo García Ordóñez. Poco después, el rey castellano aceptaría el protectorado del Cid sobre Valencia, iniciándose en ese momento el período más brillan­te de la vida del héroe castellano. Su control sobre el Levante peninsular es total, y se erige en árbitro de los equilibrios geopolíticos entre Castilla, Aragón-Barcelona y los reinos taifas levantinos y meridionales. Señor de Valencia los últimos años de su vida, en 1098 vio casarse a sus dos hijas de forma ventajosa: Cristi­na (Elvira en el Poema) casó con el infante Ramiro de Navarra, y María (doña Sol) con Ramón Berenguer III de Barcelona. Diego, su único hijo varón, había muerto años antes en la batalla de Consuegra. Sin un heredero masculino, el señorío del Cid sobre Valencia se hacía insostenible, por lo que Alfonso VI tuvo que evacuar la ciudad en 1102, llevándose el cadáver de don Rodrigo, que fue depositado en Cardeña.

La gesta del Cid sería cantada enseguida por poetas populares, cuajando en múltiples cantares, siendo el más señalado de ellos el llamado «Cantar de Mío Cid», el más grandioso cantar de gesta de las letras castellanas, y que evoca su figura, sus batallas y su vida violenta en hermosos versos que escribiera años después de su muerte un ignoto poeta de en torno a Medinaceli.

La Ruta del Cid por Guadalajara

El haber pasado, según el Cantar de referencia, varias veces el Cid por las tierras que son hoy parte de la provincia de Guadalajara, hace que entre nosotros de siempre se tuviera al Cid como un personaje cercano y querido. De ahí que en esta ocasión de tan señalado acontecimiento, el Festival Medieval de Hita esté dedicado este año (mañana es la fecha) a su figura, y una gran obra de don Manuel Criado de Val se estrene en el palenque de la Plaza Mayor de la villa mendocina.

Por otra parte se ha revitalizado, con más voluntad que resultados, el paso del Cid por nuestra provincia, formando parte de una gran «Ruta del Cid» que desde Burgos camina hasta Valencia. ¿Por qué lugares de nuestra tierra cruzó a caballo [o a pie, que también lo usaba] el Cid Campeador? Estos son algunos de esos lugares, mencionados en el Poema cidiano.

Por Miedes de Atienza penetra don Rodrigo en nuestra tierra, procedente de los altos llanos sorianos. Y de allí pasa junto a Atienza, de cuyas torres declara tener miedo y estar en propiedad de los moros. Hoy parece que esas «torres de Atienza que moros las han» serían más bien las del valle que sube desde Ayllón a Sierra de Pela, pero dejemos las cosas como están, y a Atienza lucir su garbo cidiano, porque no le falta aire a su altura y a su bella silueta medieval y guerrera. Cerca de allí, en plena Serranía. Robledo de Corpes guarda en su memoria colectiva, – la llamada tradición po­pular-, haber sido escenario en su robledal de la «Lanzada», (al pie de los cerros del Otero y el Teremeque), de la afrenta de Corpes, otro mito creado por el poeta del «Cantar».

Jadraque es sin duda el más cumplido lugar cidiano de la provincia, pues no en vano está presidida la villa por la silueta de su Castillo, al que desde siempre se apellidó «del Cid», y que muy posiblemente sea el «Castejón sobre Fenares» que don Rodrigo conquistara a los moros, dado que en el siglo XI el actual Jadraque aún se llamaba «Castejón de Abajo», frente al «Castejón de Arriba» que podría identificarse con el actual Castejón de Henares (y que en realidad está sobre el Dulce), lugar para el que también se pide el aplauso de estar en la «Ruta del Cid».

Ruta en la que se ha incluido a Sigüenza, a pesar de que presumiblemente no pasó por ella, entre otras cosas por no tener en esos años ninguna importancia estratégica. Por donde sí dice el Cantar que pasó el Cid es por Anguita, villa enclavada en un precioso entorno en el que destacan los cortados roquedales sobre el estrecho cauce del Tajuña, aún naciente, y en los que existen (y existían entonces) unas cuevas capaces de abrigar y proteger a la expedición cidiana.

Finalmente, otro entorno plenamente cidiano en nuestra provincia es el de la ciudad de Molina de Aragón, de cuyo rey Abengalvón fue amigo y protector el Cid. Se sabe que en varias ocasiones se alojó en su alcazaba, y que por las tierras que desde Anguita/Luzaga/Luzón se dirigen a la capital del viejo Señorío, hasta las de Checa, Orea y Chequilla por las que cruzaba al Aragón del Jiloca, camino de Valencia, atravesó don Rodrigo, lanza en ristre, «tizona» al cinto y grupo (guerrilla se diría hoy) adjunto jaleándole. Un itinerario a medias real, a medias mítico, pero que sirve de forma clara para rememorar esta figura irrenunciable de nuestra historia castellana. Una historia que es, sin duda, más larga y alta que las de cualquiera de las otras «Regiones Autonómicas» de España, y que no podemos, ni queremos, callar. Porque si la calláramos quedaríamos, al final, en nada. Y siempre en desventaja de quienes de una batallita sin importancia o un condesito alegre hacen los fundamentos hondos de una historia que es, en el fondo, vana e inventada.

De cuestas por Alarilla

 

Recostado en las faldas del cerro de la Muela, a medio bocado entre este y el del Colmillo, aparece Alarilla, uno de esos pueblos que están siempre esperando la visita del viajero. Y son muchos los que pasan por allí, pues desde hace años se puso de moda usar la altura de su cerro protector para deslizarse por el aire a bordo de «alas delta» y como hombres-pájaro contemplar desde el aire la placidez de la Campiña del Henares. Los 120 habitantes que pueblan esta villa se encuentran a poco más de 25 kilómetros desde la capital de la provincia, estando su plaza mayor situada a 844 metros sobre el nivel del mar, altura esta que permite tener un clima oreado, fresco y agradable, siempre barrido de los vientos y limpia su atmósfera de berridos contaminantes.

A la entrada de Alarilla está la ermita de la Soledad. La han hecho completamente nueva, y en su interior se ven las tallas de Santa María y de San Isidro Labrador. Cuando el viajero llega al pueblo, se encuentra con el ajetreo de la plaza mayor, que está también abierta a todos los vientos, y tiene de todo: un Ayuntamiento moderno, unas casas de vivienda remozadas, y en el centro un pilón circular del que emerge como Venus un rollo o picota, al que han tallado en su fuste el escudo heráldico municipal. Cuando se remodeló la plaza, este rollo  que estaba sobre gradas en un ángulo de la misma, lo pusieron a remojo en este pilón, y así se ha quedado. Lo que pierde de pureza ancestral, lo gana en imagen, porque su piedra caliza bien tallada y limpia se refleja en las aguas de la fuente.

Los viajeros suben, con cierto trabajo y no menor fatiga, las callejas empinadas de Alarilla hasta la iglesia parroquial. Decía Serrano Belinchón, mi compañero de página, en una inolvidable que hace unos años escribió sobre Alarilla que El atrio de la iglesia de Alarilla es un bonito lugar para ver el campo, y los cuatro o seis pueblos que se divisan al pie desde aquella altura: Torre del Burgo, Cañizar, Hita… En el solitario jardinillo de la iglesia hay acacias, plantas ornamentales; y el tronco cubierto de yedra, calado y hueco, del viejo olmo que durante un siglo, o tal vez dos, fue de algún modo parte de la historia del pueblo.

La verdad es que el templo de Alarilla es muy bonito, tanto por su posición en el alto del pueblo, que parece imita a los cerros que escoltan al lugar, como por su forma y contenido. En la guerra civil quedó reducido a escombros, y Regiones Devastadas lo rehizo, poniéndole en la puerta algunos recuperados y ya muy deteriorados capiteles, de estilo entre gótico y románico, y otros varios que fueron tallados de nuevas, quedando sumamente aparente el conjunto portalero. Efectivamente, desde el jardinillo que hay ante la puerta se observan hermoso panoramas: toda la vega del Henares, campo ondulados de la primera Alcarria, la brava silueta de Hita, y hasta las sierras guadarrameñas… un lujo de paisaje del que aquí pongo algún que otro ejemplo.

Puestos a rememorar historias, poco puede decirse de la de Alarilla, pero sí merece recordar sus cuatro datos fundamentales, más que nada por centrar la visión del pueblo en su aspecto cronológico. Aunque sabemos que en sus alrededores, y especialmente en lo alto del cerro de la Muela, existió población ibera, posteriormente la fama en el contorno la llevó la fortificada población de Peñahora, en la orilla derecha del Henares, frente a este pueblo. Alarilla perteneció a la Tierra y Común de Hita, y en ella siempre corizó con paciencia los impuestos debidos a sus señores, que en un principio fueron destacados personajes de la familia Fernández de Hita, luego reyes e infantes castellanos, y finalmente, y ya para largos siglos, los Mendoza en su saga de los duques del Infantado.

Antes de abandonar Alarilla, y tras haber estado un buen rato subiendo y bajando las cuestudas callejas, nos decidimos por subir a través de un bien cuidado camino, a lo alto de la Muela. Aparecieron allí hace algunos años los restos evidentes de un fuerte castro ibérico, cuyos elementos arqueológicos fueron llevados al Museo Provincial de Guadalajara. Hoy se ven las excavaciones a medio cubrir por la tierra que el viento trae y lleva en su corona. Y al mismo tiempo puede curiosearse desde el borde de la meseta cómo los aficionados al «ala delta» se tiran desde allí aprovechando las corrientes que suben y bajan por la falda de la montaña. Un espectáculo multicolor y también aleccionador y emocionante. Un  paseo, en suma, que llenará la tarde y nos permitirá conocer, un poco mejor, nuestra interminable provincia.