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junio, 1999:

Machaquito, un torero de Brihuega

 

Ha muerto en la ciudad de La Paz, capital de Bolivia, el gran torero alcarreño Rafael González Villa, que fue conocido como Machaquito, y que había nacido en Brihuega, en 1921. Su muerte, ocurrida en la ciudad americana en la que se retiró a vivir hace muchos años, ha ocurrido el 24 de marzo de este año, a los 77 de su edad. Sin duda que es esta una gran pérdida, para el pueblo de Brihuega, para los aficionados a la Fiesta Española, y para cuantos sabíamos de la gran personalidad y el arte torero de Machaquito.

Una breve semblanza de Machaquito

En un rápido vistazo a su biografía, podemos recordar cómo muy pronto se decantó su afición hacia el mundo de los toros y el toreo. En 1941, recién acabada la Guerra Civil, y con solo 20 años de edad, Machaquito debutó como novillero. Ya en 1944 alcanzó su primer gran éxito, en la plaza de toros de Bilbao, donde alternó con Rendón y Alcántara. En esa tarde cortó dos orejas y la prensa especializada tuvo comentarios favorables. De esta manera continuó cosechando triunfos por las plazas de toros de toda España: Bilbao, Santander, Barcelona, Valencia, Albacete, Pamplona etc.; alternando con figuras como Rafael Martín Vázquez y Aguado de Castro.

En agosto de 1944 debutó en la  madrileña plaza de Las Ventas, junto a Parrita y Choni. Lamentablemente,  aquella tarde fue una de las más trágicas de su vida, puesto que Machaquito recibió una gran cornada, similar a la de Manolete en 1947. Sin embargo, Machaquito tuvo más suerte, gracias al quirófano de las Ventas y a la reconocida pericia del doctor Guinea, que le operó allí mismo, salvándole la vida. Machaquito llegó a torear mano a mano con Manolete, en una fiesta taurina en la finca de Don Antonio Pérez Tabernero.

En la década de los años cuarenta todavía, el torero briocense saltó «el charco» y fuese a América, siendo en el Nuevo Continente donde alcanzó de verdad fama y reconocimiento. Toreó en plazas de Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia, demostrando siempre un gran valor y elegancia. En esas plazas pudo alternar con figuras como Paco Lara, Alvarez, Pelayo, Morenito de Valencia (de quien fue testigo de su muerte en la plaza de toros de Guayaquil (Ecuador)), Antonio Bienvenida, Valencia III, Curro Rodríguez y Belmonteño.

En 1949, tomó la alternativa en la antigua Plaza de Toros de Colombia de manos de Paco Lara. Como testigo estuvo Alvarez Pelayo. Durante los años 40, 50, 60 y principios de los 70, Machaquito fue cosechando triunfos continuamente y conquistando a la afición americana. En 1952 llegó a La Paz, la capital de Bolivia, donde iba a quedar a vivir permanentemente. Allí toreó en la Plaza de Toros más alta del mundo (plaza de toros Olimpic). Fueron tardes inolvidables, en las que Machaquito cortó orejas, rabos y hasta piernas, y fue paseado por las calles de La

Paz. Él siempre decía que estos triunfos los quería dedicar a su familia, a la afición taurina y muy en especial a su pueblo natal, a Brihuega de España.

Ya en 1973, Machaquito abandonó las arenas, con el tradicional corte de coleta. A partir de ese momento, en su ciudad de adopción, se dedicaría a la empresa de toros y a la numismática, alcanzando a ser  Presidente de la Sociedad Numismática de Bolivia, y convirtiéndose en un personaje muy querido y admirado en el ámbito intelectual y artístico de la capital boliviana.

Estando bastante bien de salud todavía, en marzo de este mismo año padeció un agravamiento de su bronquitis crónica, falleciendo y dejando un gran vacío en la Fiesta Brava en toda América y en todo el mundo taurino en general. Una de sus frases más conocidas y que publicó en octubre de 1988 el Diario “Presencia” de La Paz, era la que decía: El toreo para mí es un arte. La Fiesta Brava es la fiesta más bella de cuantas existen. Hay alguna gente que juzga mal a los toreros. No se puede decir que el torero no tenga sentimientos por los animales. El toro de pura casta, está hecho para la lidia.

En este rápido vistazo hacia la memoria de una de las figuras más singulares que ha dado la Alcarria en este siglo, nuestro recuerdo hoy se va para Machaquito, que pregonó con su gracia torera la tierra alcarreña más allá de nuestras fronteras, y paseó su arte único por los cosos de América, en tardes triunfales que aún hoy parecen resonar ciertas y vibrantes.

Historia de una mancebía: la de Pastrana

 

En el inacabable girar de la historia y sanas costumbres alcarreñas, son ahora las rameras renacentistas y el mal vivir de nuestros pueblos, los que reclaman la atención benévola de niños y mayores. No puede haber escándalo, sino muy provechoso solaz y alegre esparcimiento, en este recuerdo, fidedigno como pocos, de la historia de la mancebía que en Pastrana se montó, con muy sanas intenciones, mediando ya el siglo XVI. Es ésta, sin duda, una de las más divertidas anécdotas de la menuda y atomizada historia de la Alcarria. Que no merece quedar en el recatado anonimato de las vergüenzas, sino que echa a volar, en estas páginas, como un pájaro feliz pintado de colores.

Las noticias documentales que sobre el hecho tenemos nos sitúan en la villa de Pastrana, en los comienzos de la decimosexta centuria, cuando, a pasar de gozar título de villazgo desde mucho tiempo antes1, aún era tenida y gobernada por el maestrazgo calatravo, directamente dependiente de la encomienda de Zorita. En 1539 es enajenada por el emperador, y vendida a doña Ana de la Cerda, condesa de Mélito. En esta época, el pueblo cuenta con 627 vecinos, lo que vendría a resultar un censo de algo más de tres millares de personas.

Pocas, desde luego, pero suficientes para formar, a la sazón, uno de los más importantes núcleos de la Alcarria: lugar donde, a pesar de la industria de jabone­rías y sedas, de la agricultura próspera en trigos y viñas, y de una exuberante alegría en sus habitantes, la religión católica iba a plantar su mano sabia y venerable, poniendo campanas y maitines a cada rincón, a cada esquina del caserío. Y dando a la posteridad una imagen pastranera no del todo fiel a la realidad histórica.

Que se ha de mirar en el espejo de las actas del Concejo, afortunadamente conservadas hoy en día, y en una de las cuales2, alarmados los hombres buenos y cabales de la villa, de tanta locura y vano consumismo que entre sus convecinos corría, se decidió poner coto legal al gasto excesivo de dineros en ropas, alhajas y adornos de los pastraneros, que amenazaba con hundir la economía local. Así decían los ediles: se hizo Re­laçión en el dho ayuntamiento commo de syete o ocho años a esta parte muchas personas desta dha villa e su tierra e anexos se han desordenado asy en el vestir más de lo que les convie­ne. Entre las muchas restricciones que deciden poner, figura esta referida a las mozas ho­nestas de Pastrana: otrosí ordenamos e mandamos que las doncellas non puedan traer Ropa de seda ninguna nyn barras nyn cortapisas de seda, salvo Ropas de paño o de chamelote, con que puedan traer los mongiles o lobas o sayuelos guarnecidos por los collares e delanteros de seda. El nombre del licenciado Sarmiento, juez de seca mirada, figura al pie de tan frugal dictamen.

Pero el saco de los vicios, mayores y menores, no por eso dejó de llenarse. En 1518 tuvo el Concejo que dictar normas conminatorias para evitar el escándalo que suponía el juego de pelota a las puertas de la iglesia, mientras se celebraba la misa domini­cal3, así como plantearse muy en serio la limpieza de tahúres y profesionales del juego que minaban por todas partes a una sociedad asentada sobre modestas y tranquilas bases de economía rural4.

Más adelante, ya en 1540, nos vuelve a sorprender la virulencia y el clamor nocturno de una juventud en exceso alegre y bullanguera. Tanto lo era la de Pastra­na5, que el Concejo decidió, en reunión tenida a 25 de octubre de dicho año, lo siguiente: que de aquí adelante ninguna persona sea osada de andar de noche por las calles con armas ni tañendo vigüelas ni haciendo otros alborotos, so pena que qualquier persona que fuese tomada con armas o con vigüelas esté diez días en la carçel e que las armas e vigüelas sean para el alguacil e para el Juez que lo sentenciase.

Si a estas bullangas nocterniegas montadas por el sexo fuerte pastranero, se añade la costumbre que tenían las mozas de servicio de salir por la noche a por agua a la fuente, se puede calcular sin esfuerzo los números que se montaban en las estrechas y soñolientas callejas del burgo alcarreño6.

De tanto alboroto y concupiscente tráfago, sería remate y blasón una bonita casa de lenocinio: así pensaron los alcaldes y regidores de la villa de Pastrana, concretamente en 1532, quienes se decidieron a dar cauce legal al inquieto hervor de los jóvenes mancebos del lugar. Del acta de 29 de abril de ese año, resulta que en Pastrana no ay mançe­bía donde estén las mugeres de seguida, y por dicha causa, las rameras y descosidas de los contornos no querían subir a ser gozadas de los muchos mançebos que con éllas deseaban pa­sar sus ratos perdidos. Razón por la que el normal cauce de la líbido vino a atentar contra las rígidas normas morales, ocurriendo que çiertas moças de vezinos honorados deste pueblo se an acostado e dormido con ellos algunas vezes e las Justiçias los an fecho desposar e ca­sarlos. Y ésto sí que no, señores. Porque una cosa es la cotorrera, útil y vil a un mismo tiempo, y otra muy distinta el honor sin mancha de la castellanía. En la España imperial de Carlos quinto era, igual que hoy, pecado mortal y atentado social dejar embarazada a una jo­vencita del vecindario. Pero el comercio de izas y rabizas no sólo estaba permitido, sino aún más, hasta alentado por los poderes públicos. El ejemplo de Pastrana es bien claro. Es, casi casi, como una estrella de poética y sabia guía para nosotros.

Diego de Tapia, alcalde mayor que era entonces de Pastrana y del parti­do de Zorita, platicó, acordó y consultó con los otros alcaldes, regidores y diputados de dicho ayuntamiento, para que vayan a ver por vista de ojos un corral e sytio que está a las espaldas de las casas de Fernando Caro e Françisco Martines, e vista la disposyçión del sitio se haga la dha casa e mançebya de los propios e Rentas del conçejo desta villa de Pastrana, e que se vea luego e se haga para ebytar los daños que se podieren recreçar sobrello7.

El asunto, sin embargo, no fue todo lo deprisa que los aldabonazos de la sangre juvenil pedían. En acta de 7 de abril de 1537, el señor Juez de Residencia puso manos a la obra, se movió a mirar por la villa y no falló ninguna más conveniente que es a la puerta castellana8 y allí a mandado que se edifique una casa. La necesidad que la villa tenía de élla, por ser el pueblo grande, para recibir a las mugeres que públicamente se dan por dineros, estaba reñida con el estudio que sobre su posible rentabilidad hizo el concejo. Lo ediles, quizás ya viejos y embarrancados, no veían mucho negocio en el asunto, y se mostraban remisos. El Juez de Residencia, en cambio, iba decidido a ello. Finalmente se determinó que el concejo pondría los materiales, y el juez, de las penas de cámara, pagaría el costo de la mano de obra.

En este momento cumbre de la historia de Pastrana y de la Alcarria toda, se corta el hilo documental y naufraga nuestro recuerdo. ¿Fue próspera, musical y verdadera­mente pagana la existencia de esta mancebía? O, por el contrario, ¿se apagó pronta y turbia­mente, como las velas baratas? Más bien nos inclinamos por esto último. Sobre todo al conoce­r la noticia de que en 1586, el señor marqués de Mondéjar, de natural fogoso y mujeriego, acostumbraba ir a una casa de placer, orilla del río Tajuña9, a sacudirse la libidinosa morriña. Señal de que el lupanar pastranero ya no estaba en funciones, o éstas, por lo menos, no cumplían al señor marqués.

Fue, de todos modos, una pesquisa que mereció la pena: saber que en nuestros lares no sólo hubo santos, guerreros y grandes escritores, sino muy abundantes truhanes y zorreras que llenaron de risas, de canciones y desvergüenza estas alcarrias de parda y mística presencia.

Notas para eruditos

1 D. Pedro Muñiz, gran maestre de la orden militar de Calatrava, se lo concedió en 1369.

2 La del 10 de julio de 1513, que trata acerca del nuevo «Estatuto de los trajes y axuares redactado a tenor de los tiempos que corrían.

3 Así se dice en acta concejil de 12 de abril de 1518: «Este dicho día en el dho Ayuntamyento se hizo Relación commo en el cimenterio juegan muchas personas a la pelota e a la bola e dan bozes durante el oficio divino, de causa de lo qual dios nº señor es deservydo». Se impone, al mismo tiempo, la multa individual de un Real por jugador.

4 En acta de 22 de febrero de 1518, que titulan «Sobre los Juegos», se dice así: «Este dho día en el dho Ayuntamyento se hizo Relaçion commo en esta Villa ay mucha desorden, cerca de los Juegos de los naypes que muchas personas Juegan dineros en mucha cantidad…. y que por Razón de los dhos Juegos blasfeman de dios nº Senor». Se prohíbe jugar en más de la cantidad permitida, y se estipulan multas de 600 maravedises a quienes jueguen o permitan el juego en su casa. Y añaden en dicha acta: «que ninguna persona sea osada de Jugar a la bola en día que non fuese fiesta».

5 Según acta de 28 de octubre de 1540, conservada en el archivo municipal de la villa, era ésta la situación por aquellos días: «En este ayuntamiento los señores alcaldes e Regidores hicieron Relaçion diciendo como en esta villa ay mucha desorden a causa que de noche andan por las calles mancebos haciendo alborotos y desasosiego a muchos vecinos desta villa, e dan descomodidad tañiendo vigüelas e otros Instrumentos de manera que sea causa de enojos con al­gunos vezinos y se espera mucho daño si disimulase para adelante».

6 En acta concejil de 8 de julio de 1535, hemos podido leer lo siguiente: «asimismo se pla­ticó en este ayuntamiento como ay mucha desorden de noche a causa que las moças de servicio andan fuera de casa por las calles y trayendo agua despues de tañyda la queda, e para evitar muchos daños que se an seguido y se esperan seguir a causa de andar las moças de noche por las calles, fué acordado que se devía mandar pregonar que de aquí adelante ninguna moça de cántaro sea osada de andar de noche fuera de casa por las calles después de tañyda la campana de queda que se a de tañer a las nueve horas, y la que fuese hallada andar por las calles después de la dha hora que el alguacil la lleve a la carçel y esté presa aquella noche».

7 Según acta de 29 de abril de 1532, confirmado en el mismo sentido en la de 5 de septiem­bre del mismo año, y aún en la de 7 de enero de 1533.

8 «La Puerta castellana… sale al monasterio de San Pedro y a la vega de la Pangía», se dice en la escritura de institución de mayorazgo por los duques de Pastrana en su hijo don Rodrigo de Silva. Hecha en Madrid a 11 de noviembre de 1572.

9 Matías Escudero, Relación de cosas notables… capítulo 890, manuscrito en la Biblioteca Provincial de Toledo.

Pastrana puntera en el Turismo

 

Acaba de ser proclamada la villa de Pastrana con un nuevo Premio que la acredita como puntera, cabeza clara y decidida, del empujón turístico que la provincia está dando, que debe dar en el futuro. En la Asamblea anual que la ACMET (Asociación Castellano-Manchega de Escritores de Turismo) ha celebrado a finales de mayo en la mezquita de Tornerías de Toledo, por votación entre sus asociados (que son muchos, y buenos, escritores y conocedores del mundo del turismo en nuestra Región) ha recibido el galardón Ínsula Barataria creado para premiar a la institución o empresa que más haya destacado, en su esfuerzo y logros, en la mejora del Turismo en Castilla-La Mancha. Un Premio que viene acreditado porque quien lo da es un grupo, muy numeroso, de profesionales. Y se consigue por votación. No de decisiones en despachos de alturas toledanas. Aunque en esta ocasión haya surgido de una reunión en Toledo, la Asamblea anual de esta Asociación de Escritores, y a media altura del burgo, en el salón de actos del Centro de apoyo a las Artesanías, que se alberga hoy en la que fuera, en tiempos remotos, Mezquita de las Tornerías.

Pastrana, otro paso adelante

El esfuerzo realizado por el Ayuntamiento de Pastrana, con su alcalde Juan-Pablo Sánchez Sánchez-Seco a la cabeza, durante los últimos años, no ha pasado desapercibido para muchos, especialmente fuera de la propia villa. Nadie es profeta en su tierra, dicen los clásicos, y en la Alcarria este refrán es más evidente que en ninguna otra parte. Aquí sólo reconocen los méritos a los que vienen de fuera. A los de dentro, ni la hora. Pero asumido este riesgo, algunos se dedican a trabajar. Y ese es el alcalde de Pastrana, y su equipo de gobierno, que ha conseguido en poco tiempo cambiarle la faz y sobre todo el rumbo, a esta villa que lo tienen bien marcado hacia el Turismo. El único posible.

Otro paso adelante desde los ya dados de la Feria Apícola, todo un clásico de las Ferias comerciales en nuestra tierra; la Feria del Ocio y el Turismo (Turojar), que se ha consolidado a poco de nacer; de la compra del Palacio ducal por la Universidad de Alcalá para poner en él un centro de estudio y atracción cultural y hostelera: un verdadero foco de atracción de gentes varias que va a redundar en auténtico beneficio para el pueblo entero. Y de tantos y tantos detalles que hacen que (por el reclamo de la Princesa tuerta, o de los tapices que aún están colgados de las paredes de la colegiata, o de los mayos que se cantan a la puerta de la iglesia, o de las noches maravillosas en las terrazas de verano de la plaza) Pastrana sea ya una estrella en el panorama de los pueblos con encanto.

En ninguna guía que de ello trate faltará, desde ahora, Pastrana.

Hecha de artistas y escritores

A Pastrana la han hecho muchas gentes. De hoy y de ayer. Desde que doña Ana llegara (de su Cifuentes natal, pasando por la Corte) a lucir sus sedas y sus tafetanes por los corredores oscuros y bajo los artesonados tallados de grutescos de su palacio, muchos artistas poblaron la villa. Fue uno de ellos el gran poeta y dramaturgo festivo Manuel de León Merchante. Y otro fue el pintor dominico Juan Bautista Maino, aquel de quien Lope de Vega dijo que es a quien el arte debe aquella acción que las figuras mueve. El poeta más barroco de este siglo, José Antonio Ochaíta, quizás escogiera el crucero de la puerta de la colegiata para dejar la vida recitando Tengo la Alcarria entre mis manos, y Carlos Iznaola se empapara de la luz parda, de la alta vibración de las formas de estas callejas cuestudas puestas en sus acuarelas eternas. Tantos hubo, desde el historiador Mariano Pérez y Cuenca al poeta Suárez de Puga. Tantas las voces, tantos los ecos… Pastrana está hecha por los escritores y los artistas, y de ellos surge la fuerza de su fama, la seguridad de su futuro.

Cuajada de edificios y rincones

La villa  alcarreña que ahora ha sido premiada por su impulso al Turismo, está cuajada de edificios (esa Plaza de la Hora donde suena rotundo el color dorado de su palacio) y de rincones (ese espacio indeciso donde la plaza de los Cuatro Caños se rompe y anima a subir por la cuesta de San Francisco hacia el viejo convento). La esencia de esta actividad que es plenamente humana, y usada por los pueblos que van consiguiendo cubrir sus primarias necesidades, como es el Turismo, está en viajar y ver cosas nuevas, impensables, y en vivir instantes preciosos, únicos. Y en oír voces no usadas, cánticos hermosos. Y en comer manjares alternativos, o en beber vinos nuevos, o en bailar danzas viejas en una plaza eterna. El Turismo en la Alcarria se practica por quienes quieren sentir esas emociones. Y son cada vez más. Que empiezan por Pastrana.

La Colegiata es luego, no sólo espacio arquitectónico solemne y bello. Es sede del Museo en que se albergan los seis tapices más ricos y asombrosos del arte ibérico. Aunque europeos (franceses/borgoñones) en su realización, y portugueses en su ánima, son ahora españoles y castellanos porque los Mendoza de la Alcarria así lo quisieron. Dejaron estos paños en resguardo de los altos muros eclesiales, y pidieron a los curas que los sacaran cada año a lucir sus colores y sus guerras fingidas sobre los muros grises de las casas de la calle mayor. Hoy son el emblema de la Edad Media, la quinta esencia del lujo militar de la Península batalladora contra el Islam. Una hermosura.

Y está el Palacio, cada día más cerca de su utilidad final. Y está el colegio de San Buenaventura para niños cantores. Y está el gran Convento de San Pedro, que Santa Teresa y San Juan de la Cruz fundaran para alojar Capítulos Generales del Carmelo reformado. Y está la casona de la Inquisición, el palacio de los Burgos, el templo de San Francisco, la plaza de San Avero… tantas cosas, en fin, que hacen de esta villa un sueño de viajeros y poetas.

Pastrana haciéndose a sí misma

En esta hora de alegría, porque Pastrana ha visto reconocido su valor y su esfuerzo, las gentes de Pastrana cobran protagonismo. Porque todo lo que ha sido en el pasado, todo lo que es en el presente, lo debe al buen espíritu de sus gentes. A ese espíritu que casi no se oye (suena un runruneo de sedas, de panas viejas) pero que trabaja. Que parece se queda flotando en el aire tibio de la tarde primaveral sobre el arroyo de la Fuempreñal, pero que no se para. Porque en la calle mayor se están abriendo nuevos comercios, nuevas ideas y nuevos alientos que quieren dejar viva una imagen de oferta, de abundancia de cosas, de placeres fáciles a los que se llega con pasar por delante. Pastrana se hace, hoy más que nunca, por sus gentes. Con su alcalde a la cabeza, que también es callado y certero, y que sin necesidad de echar discursos desde el balcón o de salir continuamente en canales propios de televisión (es obvio que Pastrana no los tiene) ha sabido encauzar el paso de esta villa única. Ahora premiada.

Mondéjar, cuna del Renacimiento

 

Entre los pueblos de la Baja Alcarria que mantienen un crecimiento sostenido, una presencia constante en la modernidad de nuestra tierra, y un peso propio y notable en el contexto histórico y monumental de la comarca alcarreña, hay que nombrar sin duda a Mondéjar, a quien más de una vez, y ahora con más motivo, he nombrado cuna del Renacimiento.

Un nuevo libro sobre Mondéjar

Hoy viernes 4 de junio, a las 9 de la tarde, y en el Ayuntamiento de la villa de Mondéjar, se va a presentar un nuevo y esperado libro que ofrece la historia de la localidad, el correlato biográfico y anecdótico de sus señores, los Mendoza mondejanos, y una completa referencia a lo que es el patrimonio histórico-artístico de la villa, uno de los más interesantes y peculiares de la Alcarria. Sin olvidar las referencias obligadas, aunque sean mínimas, a las fiestas y las tradiciones, e incluso un recuerdo, en plan destello instantáneo, del más ilustre mondejano de todos los tiempos, el caballero don Antonio de Mendoza, que alcanzó a ser allá por la primera mitad del siglo XVI, el primer virrey español en América.

El libro, aunque abulta poco, tiene su enjundia. No lo voy a ponderar, porque soy el autor, y como seguro que merece más palos que alabanzas, dejo esta tarea a otros, que lo harán con más objetividad de la que a mí podría pedirse. El nuevo libro sobre Mondéjar tiene (y esto no es mérito mío) una buena carga de ilustraciones, que le hacen al menos entretenido, de fuerte carga visual, saludable para deprimidos, porque levanta el ánimo de cualquiera que no sepa bien qué es la Alcarria, y en qué consiste Mondéjar. Porque por las páginas y las pastas de este volumen se pasea la constancia de que Mondéjar consiste en color y en alegría, en mucha historia, en muchos monumentos, en una colección de judíos que merece la pena hacer un viaje para verlos. En fin: que no defrauda, al menos al tacto y a la vista.

Mondéjar, clave de la historia alcarreña

Hay varios pueblos en la Alcarria que pueden erigirse en claves de la historia de esta comarca. Aparte de Guadalajara ciudad, a quien nadie puede discutir ese mérito, por haber sido la vigilante del valle desde la época de los romanos, ahí están Tendilla, en su «pasajero» valle gobernado por los Mendozas que con su título de «Condes de Tendilla» hicieron la Europa y las salas de la Corte con evidente eficacia. Ahí está Hita, con su alto copete sobre los viñedos y los cañamares de la Alcarria, gobernada también por los Mendoza más primigenios, los que le pusieron muralla, castillo y blasones. Ahí está Brihuega, con sus arzobispos toledanos dando órdenes desde su castillo de la «Peña Bermeja». O Pastrana, con su densa letanía de señores y señoras creando vivas polémicas y crecimiento entre sus muros (también desde el mendocino palacio ducal de la Plaza de la Hora).

Pero aparte de otros enclaves, como Zorita de los Canes, Cifuentes, ó Illana, que más en lo antiguo tuvieron su importancia, es Mondéjar la que en la Edad Moderna se alza con una capitanía de desarrollo en la Baja Alcarria que no ha perdido hasta el día de hoy. Sus marqueses titulares, desde don Iñigo López de Mendoza, a quien apodaron «el gran Tendilla» y a quien nadie regatea su título de verdadero introductor del Renacimiento en España, hasta su hijo, Luís Hurtado de Mendoza, el gran capitán del nuevo reino de Granada, alcaide de la Alhambra, y verdadero señor militar y caballeresco de la meridional Hispania. Detrás de ellos, una ristra impar de personalidades, todas ellas dejando su impronta en este lugar de la Alcarria más firme.

Un patrimonio brillante, cuajado en oros

El patrimonio monumental de Mondéjar está cuajado en oros, porque parece que cobra todo su volumen, y su mejor perspectiva, a la caída de la tarde, cuando el sol en derrota pone el más alto brillo a las piedras de sus edificios, al templo mayor de Santa María Magdalena, y a las ruinas galantes del ex-convento franciscano de San Antonio. Entonces relumbran, cogen volumen, parece que cantan.

La iglesia parroquial es el mayor y el mejor de los edificios. El más vivo también. Porque si su silueta de piedras se mantiene en prodigioso equilibrio y valiente contundencia, en el interior resuena la maravilla de su retablo recuperado: mejor dicho, de su retablo hecho y derecho en nuestros días, después de haber perdido, en voluntaria acción violenta, el antiquísimo hecho por pintores y escultores granadinos en el siglo XVI. La magia de los cinceles del horchano Martínez, y el vibrante color de los pinceles del yelamero Pedrós, deja boquiabierto a quien lo contempla por vez primera. Y bajo las altas arquerías cruciformes de sus bóvedas, acompañadas del rumor de tantos grutescos, tantas aladas cabecillas de ángeles, tantas quimeras talladas en la piedra, el viajero/espectador se encuentra atónito y maravillado.

Sigue después, quizás en orden de importancia hoy, aunque no cede el primer puesto en el registro de los méritos netamente artísticos, el que fuera declarado ya en 1921 Monumento Nacional, el Convento de San Antonio, quizás el primer edificio levantado en Castilla con el estilo renacentista puro. Lástima que este edificio no haya alcanzado todavía la prestancia (sus ruinas, lógicamente) y su entorno la limpieza que merece. Porque las galas del arquitecto tracista, Lorenzo Vázquez de Segovia, educado y formado en Italia, que como digo parecen hacerse más ricas y prominentes al caer la tarde, están como escondidas entre escombros y altas hierbas. Hay que arreglar eso como sea.

Y al fin los judíos. Para los mondejanos/as el Cristo del Calvario es lo más grande. Y su ermita, también llamada de San Sebastián, el altozano más agradable bajo la sombra de sus pinos, desde donde puede admirarse el pueblo entero en lejanía. Pero lo que el viajero encuentra en su cripta (que lo es a medias, porque no está enterrada en el suelo, sino como acorazada de piedras y adobes) es la colección de figuras (un centenar aproximadamente) que nos deslumbran con su veteranía y su ingenuidad. Desde hace más de cuatro siglos, estos grandes muñecotes de cartón piedra cuentan con gestos asombrados la historia de Jesús, su Pasión, muerte y Resurrección. Son… los judíos, todo un espectáculo visual y un mensaje espiritual.

Un personaje único: el virrey Mendoza

Desde hace unos pocos años, sabemos a ciencia cierta que Antonio de Mendoza, el gran político de la corte del Emperador Carlos I, había nacido en Mondéjar, en el palacio que sus padres tenían tras la iglesia. Su biografía, que es toda una novela de aventuras, está escrita por ingleses, americanos y algún historiador que se ha entretenido en plasmar la impresionante sucesión de hechos que conforman su vida. Siempre le tuvo un cariño especial a su villa natal, el gran Virrey, y cuando ya enfermo, allá en México, y finalmente en Lima, en el Perú, a punto de morir, tendría frases de recuerdo hacia su Mondéjar natal y querido. ¡Qué menos que ahora se le recompense con un mínimo, un instantáneo recuerdo por parte de todos los mondejanos! En fin, y que todo sea para bien, pero en las páginas del libro que hoy presentaremos en Mondéjar van a quedar reflejadas, ya para siempre, estas anécdotas, estas historias y estos monumentos que aquí, a vuelapluma, hemos recordado.