Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

mayo, 1999:

Una feria que nace

 

El fuero de la ciudad de Guadalajara, de 1133, ya recogía diversas disposiciones que afectaban y regulaban el mercado arriacense. Por ejemplo, disponía que «los hombres de Guadalajara que vayan al mercado, no paguen portazgo» en la tierra del Rey. Y aún protegía a los comerciantes que de Guadalajara o de su comarca, fueran al mercado de la capital, a ofrecer sus productos. Los Reyes medievales, y sus asesores, sabían que la mejor forma de hacer crecer una ciudad, de protegerla y engrandecerla, era eximir de impuestos a quienes compraban o vendían en ella. De esa manera, la gente iba a sus mercados y ferias, y la ciudad se expandía.

Fue el rey de Castilla don Alfonso X «el Sabio» quien concedió a Guadalajara su Feria anual, que duraría 15 días, y se celebraría en las semanas anterior y posterior a San Lucas, esto es, en torno al 18 de Octubre. Para favorecerla, dio un decreto real eximiendo de pagar impuestos en todo el reino castellano a los comerciantes que llevaran su mercancía a la Feria de Guadalajara (a excepción de los portazgos de Toledo, Sevilla y Murcia, que deberían ser pagados si por ellos se pasaba). La creación de esa feria, que hizo crecer a Guadalajara de forma contundente, fue el 4 de julio de 1260. Además Alfonso X le concedió a nuestra ciudad otra Feria en primavera, que nunca llegó a tomar auge, porque la de otoño era la más popular, y estaba en conexión de fechas con las de Alcalá y Brihuega, de tal manera que los mercaderes iban de una a otra, facilitando el comercio y mejorando la calidad de vida de las gentes, al mismo tiempo que las villas y ciudades donde se celebraban estas Ferias, crecían.

Una Feria del siglo XXI

Vienen estos recuerdos a cuento de que, una vez más, y ahora por decisión y entusiasmo de la Cámara de Comercio e Industria de Guadalajara, a nuestra ciudad le nace una Feria, que llega en la primavera y que se denomina «del Comercio y el Turismo». Es la primera que con este título aparece, aunque ya ha habido muchas otras antes. No se me olvidarán nunca aquellas Ferias de Comercio que en múltiples y pequeños stands apiñados se ponían en la Concordia en los años 50, donde se ofrecían a los maravillados ojos de los ciudadanos alcarreños las radios, las máquinas de coser, las cafeteras, las modas más atrevidas de ropa interior, los zapatos novedosos y las enciclopedias. Para mí eran aquellas ferias un ventanal al mundo moderno.

Después se siguieron montando, grandes y multitudinarias en su aceptación de visitantes, en el gran parque de entrada al Panteón, en el paseo de San Roque. Las Cajas ponían exposiciones de pintura, los concesionarios enseñaban sus mejores máquinas de cosechar, sus coches, sus motos; y aquí y allá las Centrales Nucleares, la gran fábrica de vidrio de Azuqueca, todos los grandes complejos de industria del Polígono, montaban sus stands para enseñar al público de Guadalajara lo que producían. Fueron años, sí, de desarrollo económico imparable, de energía productiva, de ganas de enseñarlo.

Durante los últimos 15 años, por las razones que sean, pero ha sido justo en estos años, la situación económica de Guadalajara ha estado como encogida, paralizada, viviendo de rentas anteriores. Ni las grandes empresas se han podido permitir alegrías, y las pequeñas se han dedicado poco menos que a sobrevivir. Y los que han crecido -que los ha habido- han vendido tan fácilmente sus productos que no han necesitado promocionarlos más que en la prensa.

Con esta iniciativa que se pone en marcha en estos días, la I Feria de Comercio y Turismo de Guadalajara va a ser el intento de la Cámara de Comercio por poner a flote otra vez la dinámica comercial de nuestra tierra. El marco para hacerlo ha sido espléndido, el palacio del Infantado. Porque si los arcos trazados por Juan Guas hablan siempre de epopeyas, de galantes fiestas y suntuosos banquetes, no está de más que por una vez se hable de comercio, de productos, de industrias, de compras y ventas, entre las doradas piedras de Tamajón. Los Mendoza, que como aristócratas hispanos de corte clásico despreciaron siempre el comercio y el trabajo, para que nadie les achacara en su sangre mancha de judaísmo, tendrán ahora que torcer el gesto al ver que sus paramentos lujuriantes de cardinas y grifos se les llenan de menestrales y quincalleros. El mundo es otro, y para bien de todos, la dignidad hoy se basa en el trabajo, no en los títulos.

Ferias de la provincia

Por la tierra de Guadalajara se multiplicaron siglos atrás las Ferias y los mercados. En un libro espléndido que firmó Pedro Ortego hace años, con el que ganó el premio «Layna Serrano» de investigación histórica, y que se titula Aproximación histórica a las ferias y mercados de la provincia de Guadalajara, aparecen como en un retablo colorista y bullicioso la serie de ferias, de ganado, de comercio y de encuentros personales que por los pueblos de Guadalajara se celebraban siglos atrás. Era quizás la más famosa de todas ellas la de Tendilla, por San Matías, a la que venían gentes de todo el mundo conocido. Comerciantes portugueses e indios, flamencos y turcos, una amalgama de gentes y productos que traía durante casi un mes a gentes de toda la Alcarria. Pero fueron también muy famosas las ferias de Brihuega, de Pareja, de Pastrana, de Mondéjar y de Sigüenza, sin olvidar las de Cifuentes y Molina, la de Maranchón (ganadera al cien por cien, lo mismo que la de Cantalojas) y la de Hita. A la feria de San Mateo en Jadraque, hacia mediados de septiembre de cada un año, venían gentes de Andalucía. También la viví, de muy pequeño, con el asombro que daba ver pasar recuas inacabables de mulas por las empedradas calles que sestean a la sombra del castillo del Cid.

Ahora muchas de estas poblaciones están recobrando sus ferias. Con otro sentido completamente distinto, como una oferta de lo que en esos lugares se hace y se ofrece (con un sentido de turismo más acusado, es cierto, pero es porque el futuro de nuestra provincia está en el turismo y sus aledaños, no en otra cosa). A Pastrana le ha nacido y crecido la Feria Apícola Regional, todo un acontecimiento de carácter europeo, por no decir mundial. Y luego la TUROJAR, de Turismo y Ocio, que en dos años se ha hecho adulta. A Mondéjar le va granando su Feria del Vino y Agroalimentaria, cada año más concurrida y cuajada de ofertas espléndidas, especialmente nacidas de sus vinos , su charcutería y sus dulces. A Jadraque le cuesta, pero le va a nacer otra, muy pronto. Y buena. Y Molina el año pasado estrenó una Feria que seguro va a ir adelante, la del Ganado. Lo mismo que la ya clásica de Cantalojas, aunque esa bandea más irregular, quizás por lo lejana.

En esta I Feria del Comercio y el Turismo de Guadalajara que estos días nace, y a la que acudiremos con la esperanza y el empeño de que surja fuerte y cuaje bien, nos vamos a encontrar todos los que creemos que Guadalajara se hace, más allá de los discursos y los cohetes, trabajando y dedicando horas a producir cosas nuevas. Con el entusiasmo y la fe de que eso no es perder el tiempo, sino que es mejorar la vida de cuantos nos rodean. En torno a las viejas piedras ducales de los Mendoza nos veremos.

Yunquera, toda un historia

 

Ayer jueves se presentaba en Yunquera de Henares un libro que hará historia, sencillamente porque ya la ha hecho: es la obra de José Andrés Gil Dongil, un enamorado como pocos de su pueblo, que ha tenido el valor, y la constancia, de ponerse a sacar de otros escritos un resumen de la historia de Yunquera. Y unidos todos los cabos, sumadas todas las páginas, añadidas todas las imágenes, ha conseguido hacer un libro que no sólo tiene bien hilvanadas sus propuestas de información, sino que es además una pieza hermosa, un verdadero objeto de arte.

Historia mendocina

La historia de Yunquera está pasada por los Mendoza. Como tantos otras cosas en Guadalajara, en la vega del río Henares sobre todo, la sombra de la banda roja en campo de sinople se mece por campos y villas, por iglesias y palacios. Hablar de Yunquera es hablar de muchas cosas, pero, sobre todo, de los Mendoza. Que instituyeron su señorío en 1492, concretamente el 26 de enero de ese año, siendo don García Lasso de Mendoza el primero de los señores de esa localidad, que ya era villa desde bastante antes, al menos desde 1428. Luego, los mendocinos alientos se fraguaron sobre esta localidad hasta el siglo XIX, siendo titulares del territorio y los derechos por él generados un grupo «menor» de Mendoza, los Laso, que ayudaron lo que pudieron al lugar, aunque siempre sacando ellos la mejor tajada, sin duda.

Entre los avatares sufrido por Yunquera a lo largo de los siglos, figura el de la peste de 1599, hecho que en este verano que se aproxima nos aprestamos a conmemorar. Bien dice en el prólogo de este libro que ayer se presentaba, la alcaldesa actual doña Pilar Lafuente: que la aparición de esta obra coincide con un aniversario sonoro, y que por una u otra causa, Yunquera está de celebración este año. En 1599, en el mes de abril, empezaron a enfermar algunos vecinos de peste. Había entrado la epidemia por las costas cantábricas tres años antes, y se había ido extendiendo con seguridad y daño. En Yunquera explotó enseguida, y murió tanta gente, y en tan poco tiempo, que los miembros del Concejo temieron «que se acabase el lugar y gente de él». De los 400 hogares que había a principio del año, en agosto solo quedaban con gente 230. Los demás habían desaparecido por muerte de todos sus miembros. Escalofriante. Y los remedios que ponían eran los que, por tradición, se empleaban: unas pildorillas hechas con acíbar, mirra y azafrán, o incluso las acederas sacadas de un baño de vinagre. De nada servía aquello como llegara al intestino el vibrión colérico. Un par de días después moría el individuo. Y las buenas gentes de Yunquera recurrieron a lo único que les quedaba: la Fe religiosa, estableciendo un voto, una promesa, de ir todos los años en procesión, desde el pueblo a la Ermita de la Virgen de la Granja, llevando un cirio de cera, y cantando en honor de la Virgen. Así se hizo aquel año, en Septiembre, cuando de forma brusca y casi milagrosa cesó la matanza. Y así se ha hecho todos los años, hasta este que se hará por 400 vez consecutiva.

Historia y Monumentos

Así de sencilla es la historia de Yunquera. Hecha de Mendozas y de tradiciones. Así de grande es su patrimonio, además, que cuenta con unos edificios de respeto y emoción. Una iglesia parroquial, dedicada a San Pedro, que es de las mejores de la provincia, diseñada por Alonso de Covarrubias, y luego proseguida en sus líneas directrices por Nicolás de Ribero, discípulo aventajado de Gil de Hontañón. Esa iglesia, de tipo salón, con altas columnas cilíndricas que la confieren, al rematar en sus arcos limpios y elegantes, una belleza impresionante, la que confiere la sencillez y la perfección técnica. La restauración que se ha realizado en los últimos años de este templo, le ha revalorizado en el conjunto del patrimonio artístico provincial, poniéndola entre los ejemplos de monumentos covarrubiescos que expresan la importancia del valle del Henares como eje del arte renacentista, siempre a remolque de los alientos constructivos de los Mendoza.

Pero en Yunquera hay también un palacio señorial, el de los Mendoza, que no rebaja su valor ante ningún otro. Es más sencillo que el del Infantado en la capital, por supuesto, o que el de los Medinaceli en Cogolludo, pero no deja de tener el empaque renacentista, la ilusión de la casa perfecta, del templo de Apolo que los Mendoza siempre quieren dar a sus «casa mayores» estén donde estén. En este palacio mendocino de Yunquera surgen las zapatas, los escudos y los arquitrabes en perfecta conjunción, en equilibrado resumen de una forma de construir.

Y luego las ermitas. Desde la de la Virgen de la Granja, hoy situada en lo alto de un parque perfecto y encantador, hasta la de la Soledad, la más moderna de todas.

Folclore y mucho más

El libro de José Andrés Gil Dongil, que lleva por título Yunquera, resumen de historia, ha sido editado por el Ayuntamiento de la villa campiñera, y en sus 144 páginas se apiñan infinidad de elementos que le hacen interesante y emotivo. Quizás sea lo primero de todo, lo que más llama la atención, la impresionante colección de grabados, la mayoría a color, que alegran los ojos con tantas imágenes. Es un color vivo y realista, que nos da una vibración comunicativa con la realidad yunquerana. Pero no es menor el valor del texto, en el que se conjuga la concreción del resumen con la veracidad de lo real. Además de lo ya dicho, esta obra ofrece un repaso completo a las fiestas que se celebran en Yunquera a lo largo del año, dando especial énfasis a las de la patrona, la Virgen de la Granja, con sus elementos religiosos, procesión incluida y romerías, hasta los profanos, con el encierro de los toros por las calles. Y además la Semana Santa, emocionante siempre; San Isidro, San Cleto y San Agustín. O el Corpus Christi. Un breve capítulo sobre el Escudo Heráldico de la villa completa esta obra que es realmente una gozada, porque nos da en breve mensaje, la imagen completa, exhaustiva, de un pueblo, de su historia, y de su patrimonio. Un pueblo como Yunquera, que con este libro demuestra que además de la preocupación de su Ayuntamiento por tener calles, aceras y agua en los grifos, además de muchos otros servicios sociales, se ha ocupado de que su raíz más auténtica quede plasmada en un libro que, sin duda, será definitivo y perenne. Una obra por la que felicitamos a su autor, y al Ayuntamiento presidido por Pilar Lafuente que ha sido capaz de comprender el valor real que estas obras tienen en la convivencia de sus gentes.

Adán y Eva en Sigüenza

 

Me encontré hace unos días, revolviendo viejos papeles y cajas de fotografías, con las imágenes desnudas, sorprendidas y sorprendidas, de Adán y Eva tallados en alabastro blancos, que hace muchos años vi y me sorprendieron en el patio del Museo Diocesano de Sigüenza, que ahora está en plena tarea de remodelación y arreglo. Aunque todavía cerrado, y porque son muy conocidas estas bellas estatuas góticas que anuncian tantas cosas en su modo y manera, quiero darlas en pregón para que el recuerdo de quienes las conocen reviva, y se aviven las ganas de verlas a quienes aún no lo hicieron (1).

Las estatuas

Se trata de dos estatuas en alabastro blanco, de una sola pieza, sobre peana, conservadas actualmente en el Museo Diocesano de Arte Antiguo de Sigüenza, y procedentes del sepulcro de don Martín Fernández en la iglesia parroquial del cercano pueblo de Pozancos. Ya han sido magnífica­mente estudiadas estilísticamente: y puestas en relación con otras obras de un supuesto taller de escultura gótica en Sigüenza, en los últimos años del siglo XV (2).

Desde el punto de vista iconográfico, podemos señalar que ambas figuras están desnudas. Adán es un hombre, de mediana edad, con larga cabellera de amplios rizos, lo mismo que el denso bigote y la barba. En su pecho se marcan levemente las costillas. Su mano derecha, mediante los dedos pulgar e índice, abraza la región media cervical, concretamente el órgano laríngeo, y muy en particular el relieve del cartílago tiroides, conocido vulgarmente por «la nuez de Adán». Su mano izquierda, extendida y con todos los dedos juntos, aprieta una gran hoja de higuera sobre sus órganos sexua­les.

Eva es una mujer joven, de pelo largo y liso, separado a ambos lados de la cabeza por una raya central, cayendo tras el cuello en amplios bucles. En el pecho destacan dos mamas pequeñas, juntas y de inserción alta. El vientre es redondeado y algo abultado. Su mano izquierda, en la que apare­cen ligeramente separados los dedos pulgar y meñique, se afirma sobre el pecho. La derecha sujeta una gran hoja de higuera sobre sus genitales externos.

Interpretación iconológica

Las representaciones de Adán y Eva en el arte han sido muy diversas. Adán ha sido considerado una prefiguración de Cristo (3). La tentación de Eva, una prefiguración de la Anunciación. El pecado original, una prefi­guración de la Redención y Pasión de Cristo, etc. (4). En esta forma que aquí, en Sigüenza, se nos muestran, aparecen Adán y Eva en muchos otros ejemplos del arte español: así, en la Biblia de la Biblioteca Provincial de Burgos (5), obra románica, se ve a Adán que lleva su mano derecha a la laringe, y con la izquierda sujeta una gran hoja con la que tapa su sexo. Eva, enfrente, le ofrece un fruto y le dice: Lang (toma, en alemán). También en los costados del «Arca de San Isidoro» de León aparece escena similar, y aún en otro monumento muy característico del románico español, la iglesia de San Martín de Frómista (Palencia), presenta una escena en la que, a ambos lados de un árbol, se ven a Eva señalándose el pecho, y a Adán señalándose la laringe con su mano derecha (6). En muchos otros lugares (puerta del juicio de la catedral de Tudela, iglesia de Covet, en Lérida, etc.) se ven escenas semejantes.

Su interpretación no es difícil. Eva señalándose el pecho viene a decir: Yo, deseo. Adán, llevando su mano a la garganta, da a entender: Yo, trago. Indudablemente, se trata del momento del Pecado Original, o ligeramente posterior, pues ambos personajes se encuentran ya desnudos y provistos de las hojas de higuera que dice la Escritura: Cum coqnovissent se esse nudos, consuerunt folia ficus et fecerunt sibi perizomata.

En el contexto del monumento funerario para el que fueron tallados, vienen a expresar claramente su papel de contrapunto, -representantes de original pecado— frente al deseo de superación de la debilidad humana por un ser virtuoso, que muere en imitación de Cristo. En dicho monumento funerario, ya estudiado (7), de la iglesia de Pozancos, se ve la estatua yacente del clérigo don Martín Fernández, en cama alabastrina sujeta por leones que rompen cadenas, como esperanza de la resurrección, y escoltada por grifos, seres benéficos que acompañan en el viaje de la muerte. Una bella tabla sobre el bulto funerario (tabla que hoy está también en el Museo Diocesano de Sigüenza) representa el Ente­rramiento de Cristo muerto, como escena ideal a la que tiende el clérigo muerto y debajo enterrado. Culminando el monumento, una talla de la Virgen María con el Niño sobre sus rodillas, y a los lados San Juan y la Magdalena (8), figuras que con María configuran el Calvario, del que en cierto modo son antítesis Adán y Eva, en el preciso momento del pecado original, en que a ambos lados del sepulcro estaban representados.

Son dos simples apariciones de ese monumental conjunto de arte que encierra Sigüenza. Quien viaja a la Ciudad Mitrada, y se queda maravillado de su presencia, de su poder, de su peso histórico, del rojizo color de sus caserones, aún quedará más admirado al saber que en todos sus rincones se guardan milagros como el que aquí acabo de señalar: dos simples estatuas que llevan en sí mismas el mensaje redondo del arte medieval.

Notas al Texto

(1) Herrera Casado, A.: «Notas de iconografía seguntina», en Revista Wad-al-Hayara, nº 6 (1979), pp.235-239.

(2) LÓPEZ TORRIJOS, R., «Datos para una escuela de escultura gótica en Guadalajara», en Revista Wad‑Al‑Hayara, nº (1978), pp. 103‑114.

(3) SCHILLER, GERTRUD: «Ikonographie der christlichen Kunst», 1968, Tomo II, pp. 142‑145.

(4) Reau, Louis: «Iconographie de l’art chrétien», Paris, 1956, Tomo II, parte 1ª, pp. 83‑84

BREYMANN, Adam und Eva in der Kunst des christlichen Altertums, Wolfenbüttel, 1893.

Bergouignan, P.et P., «Le Peché original (Etude iconopraphique)», París, 1952.

(5) YARZA LUACES, J.: «Las miniaturas de la Biblia de Burgos», en Archivo Español de Arte, XLII (1969), pág. 185.

(6) GÓMEZ‑MORENO, M: «El arte románico español», lámina CX.

(7) López Torrijos, R., artículo citado.

(8) López Torrijos, R.: «La iglesia románica de Pozancos», en Revista Wad‑al‑Hayara, nº 6 (1979), pp. 231-234.

Por el Señorío molinés: Concha

 

Hemos dado la vuelta a la provincia por ver desde sus atalayas el correr de las nubes. Sigue oliendo la naturaleza a su sudor limpio de hierbas y tierra húmeda. Nada mejor que bajarse del coche, de vez en cuando, y trastear por los rodados cantos de la orilla de un río, o abrirse camino entre los jarales del serrano límite. Hay que moverse con los pies por esta tierra de sorpresa continua. Hay que ver sus pueblos, y hablar con su gente. Guadalajara tiene todavía mucho que decir a los que desde la ciudad soñamos en el mundo silencioso de las aldeas.

Por la sesma del Campo

Desde Molina sube la carretera y mira a la torre de Aragón por la espalda. Se llega a Rueda, cruce de caminos desde la Edad Media, y se sigue por la izquierda, hacia el Aragón del Jalón y Calatayud. Después de pasar Torrubia, Tartanedo e Hinojosa, parece que el camino no puede subir más alto. Y es cierto, porque para trepar a la Cabeza del Cid, hay que hacerlo andando. Sí: el Cid Campeador, ahora que tanta Ruta le crece a su memoria, tiene su «cabezo» o «cabeza» junto a Hinojosa. Hasta los cascos de sus soldados dicen que encontraron allá arriba (en realidad se trata de un necrópolis celtibérica que ya Sánchez de Portocarrero, en el siglo XVII, exploró y recogió piezas arqueológicas de interés).

Por allí aparece una carretera local, muy local, que lleva a Concha, nuestro destino de hoy. Al borde del antiguo «camino real» que desde Madrid conducía a Zaragoza, y resguardado del viento norte por un leve recuesto en el cual asienta, tuvo en lo antiguo, como tantos otros lugares del Señorío molinés, inmensos caudales ganaderos. Concha es todavía, a pesar de su silencio, un hermoso lugar del señorío molinés al que recomiendo ir por ver la esencia de la memoria concentrada en piedras.

Concha y su oferta patrimonial

La grande y ancha plaza mayor asienta en lo bajo. Grandes edificios populares encuadrados fielmente en el modo de construir de la comarca. De siglos anteriores, se ven restos de casonas nobles, reformados portalones adovelados, alguna fachada de ventanas con dinteles tallados. En otra plaza, una gran fuente de principios de este siglo. Ya en el borde del antiguo camino real la casa que llaman «del mayorazgo», levantada en el siglo XVII por la familia López Mayoral, gentes dedicadas al cultivo ganadero, y con algunos miembros destacados en el campo cultural; en ella vivió D. Gregorio López de la Torre y Malo (1700‑1769). Aunque nacido en Mazarete, estudiante luego en Alcalá, y abogado en los Reales Consejos en la Corte, López de la Torre se dedicó, en este su reducto de Concha, a escribir sobre su tierra natal, dando impreso en 1746 su más conocido libro, la «Chorográfica descripción del muy noble, leal, fidelísimo y valerosísimo Señorío de Molina». En su casa se conserva todavía la antañona estructura primitiva: ancho portal con soberbio empedrado de dibujos geométricos. Gran escalera de tramos cortos: cocina típica, y, en la cara meridional, donde estuvieron las cuadras, puerta tallada en sillar montada de balcón con fecha del siglo XIX, y en el interior restos de pinturas en una saleta de recibimiento. Algunas curiosas rejas en los escasos vanos, y un huerto al fondo.

Cruzando el arroyo por sencillos puentes, se llega a la aislada iglesia parroquial, obra del siglo XVII. Dedicada a San Juan. La puerta de ingreso es de arco semicircular, de gran dovelaje, majestuosa. En ella se lee: «Iglesia de Asilo». El interior consta de una sola nave, con bóvedas de crucerías sobre el presbiterio poligonal. Columnas adosadas en los muros, rematadas en capiteles estilo renacimiento, corriendo entre ellos un friso estilo griego. En el interior se admiran varios retablos interesantes, barrocos. El mayor, totalmente dorado, sostiene una talla de San Juan, y otras de Santo Domingo y San Francisco. En otro, más pequeño, buenas tallas de San Antonio y San Esteban.

Otro retablo presenta una primitiva talla de San Juan, obra del siglo XVI, que proviene de una ermita de los alrededores. El más interesante retablo es el de la Virgen del Pilar, en el que hoy se venera una pequeña talla de San Antón. Se remata con talla en bajorrelieve de Jesús Niño entre San José y la Virgen. En la predela, aparece una talla alargada en la que de modo rudimentario y muy popular, aparece la Virgen María sobre un pilar, teniendo a su izquierda dos mujeres arrodilladas y a su derecha tres hombres en la misma postura, el último de ellos de aspecto infantil. A lo largo de un pequeño friso de esta predela se lee lo siguiente: «Este retablo hizo a su costa y debozión el L. D. Gregorio López de la Torre y Dª Francisca Martínez Año de 1.737». Las figuras talladas representan indudablemente a los donantes, y el más joven de los varones es su hijo Joaquín, que heredó el mayorazgo.

Esta descripción es para quien sepa querer saber lo que hay dentro de este gran templo que ahora, como la mayoría de los edificios religiosos de Guadalajara, permanece cerrado la mayor parte del tiempo, y es difícil realmente poder entrar, o encontrar a quien nos lo enseñe.

Chilluentes al fin

Todo el término de Concha es poco accidentado y dedicado a la agricultura y bosques. Existen canteras de jaspe encarnado y amarillo. En su término se encuentran los restos del antiguo pueblo de Chilluentes, que aún estaba habitado en el siglo XVII. Por anchos y cómodos caminos de la Concentración Parcelaria puede llegarse a Chilluentes, un espacio de silencio y recuerdos, un pueblo entero vacío y arruinado. Quedan restos de edificios, fragmentos de una torre vigía y ruinas de la que fue su iglesia, muy probablemente de estilo románico, dedicada a San Vicente Mártir. De ella se ven los cuatro muros y el ábside, en el que una ventana de semicircular arcada ofrece aún tallados signos arcanos. La torre que señorea el lugar es violenta, recia, demostrando en su esqueleto que tuvo varios pisos. De origen árabe, sin duda, formó entre las defensas de los Lara en su occidental frontera con el señorío belicoso de Medinaceli. El tiempo, el desuso, la pérdida de su valor, hizo que se viniera al suelo. ¡Otro elemento de nuestro patrimonio que desde la capital se desconoce, y así está, a lágrima viva rodando sus piedras sobre la solitaria lejanía del Señorío de Molina…!