Un espacio de asombro: Peñamira

viernes, 30 abril 1999 0 Por Herrera Casado

 

Uno de los lugares menos conocidos y que más asombran a quien hasta él llega, en la cuenca del río Sorbe, es la ermita de Peñamira. Un espacio de asombro, que hasta no hace muchos años era un paisaje increíble, de verdadera fragosidad y sorpresa, pero que ahora, con la construcción de la presa de Beleña, se ha apaciguado y ha cambiado su primitiva violencia por una placidez de postal.

En lo hondo de un barranco escoltado de roquedales adustos y altas montañas, discurría el río Sorbe, sonoro y limpio. Había pasado ya junto a Muriel, y esperaba regar la amable vega de Beleña, para luego de mirar a Razbona en lo alto, ir a dar en el Henares junto a Peñahora. Todo ese espacio era el llamado, desde hace muchos siglos, «campo de Peñamira», que tenía una vista excepcional desde la «Peña Rubia» del término de La Mierla.

Hoy hemos llegado hasta ese enclave, en un día de primavera sereno y luminoso. Y hemos visto lo que tras la construcción de la presa de Beleña ha quedado. Realmente merece la pena, porque el paisaje sigue siendo hermoso, y la grandiosidad del entorno justifica el viaje. Un viaje que se puede hacer, en la mañana de un domingo, de la siguiente manera. Para quien proceda de Guadalajara, por la carretera de la Campiña sube hasta Humanes, y allí se desvía en dirección a la Sierra, a Tamajón. Al llegar a la desviación de La Mierla, se dirige a este pueblo, y justo a la entrada del mismo, toma la pista asfaltada que le indica la dirección de la Presa. A poco de caminar por esa pista, debe tomar otra, ya de tierra, que sale a la izquierda. Y por ella, con paciencia y sin desesperar, porque se hace larga, aunque no tiene más de 5 Km. de subidas, bajadas, curvas y más curvas, se llega a la ermita de Peñamira, reconstruida no hace mucho, sobre un breve llano desde el que se domina uno de los paisajes más hermosos, singulares e inesperados de la sierra del Ocejón.

Para viajeros incansables

Viajar por Guadalajara tiene tantas sorpresas, que quien practica ese deporte sabe que nunca se acaban. Además no cabe decir: «aquí estuve hace años, me gustó pero ya no vuelvo, lo conozco». Porque hasta los paisajes en Guadalajara cambian con el tiempo. Este que ahora comento, el valle medio del Sorbe, es uno de esos lugares. Ha cambiado radicalmente. Nunca sabré decir si a peor, o a mejor. Sólo que es distinto. Hasta la construcción de la presa, el Sorbe pasaba por Beleña (y sigue pasando) con la solemnidad de una procesión académica. La hondura de sus aguas verdes da realce al puente medieval, y a quien se llega hasta la poza de «los baños de doña Urraca» le impresionan los cortados rocosos de las orillas. Pero enseguida se alza el pegote, feo con ganas, de la presa. Y detrás, lo que era una sucesión de cortados, de breves arboledas, de cascadas espumosas, se ha convertido en un gran lago, manso y azul, rodeado de altas montañas que en las aguas reflejan sus prietas laderas cuajadas de pinos de repoblación, de algunas encinas, de roquedos sin fin.

El viajero que llega hasta Peñamira contempla, desde una explanación que se ha hecho al final de este camino, un paisaje nuevo y bello. La ermita que estuvo en el fondo del valle, dedicada a la Virgen de Peñamira, que estaba en término de Muriel pero con la costumbre inmemorial de ser cuidada por los de Beleña, fue tragada por las aguas. La Virgen, seguramente aparecida en tiempos medievales, era una talla de época y estilo románicos. Hierática, sedente, policromada… una pieza más del arte medieval en Castilla, que fue destrozada y rota para siempre en el verano de 1936. No quedaron fotografías y solo una rápida descripción, sin detalles, de los cronistas Juan Catalina García y Luís Cordavias, que nos la hacen grande, bien tallada, del siglo XIII como muy tarde, con el Niño sobre las rodillas (la Virgen María como trono de Dios, María Theotocos). Después de la Guerra Civil, las gentes del entorno compraron otra nueva, de mala calidad, para ponerla en el altar de la ermita. Y cuando se hizo la presa, y empezó a llenarse de agua el «campo de Peñamira», aunque parezca inconcebible, a nadie se le ocurrió ir a la ermita a recoger la imagen… Así ocurrió que todo quedó bajo las aguas.

Años después, y en una acción arriesgada, que creó expectación y reflejó la prensa, un grupo de buceadores se metió en las difíciles aguas del pantano y bajó al silencioso mundo, ya húmedo y subacuático, de la ermita de Peñamira. Entre sus arruinadas paredes cubiertas de algas se metieron, llegaron al altar, pero allí no estaba la imagen de la Virgen. Solo había un bloque de escayola medio disuelto. El agua la había destruido también en poco tiempo.

Así es que se acudió a las instancias administrativas, y fue la Excma. Diputación Provincial la que finalmente puso el dinero para que se tallara una nueva imagen, ahora moderna, elegante y que al parecer sirve para su propósito esencial, despertar la devoción de los comarcanos.

La ermita, completamente destruida y en el fondo del pantano, se ha alzado de nuevo en «Cerro Bermejo». Se han podido rescatar algunas piezas de la antigua, unas dovelas del arco principal, algunos sillares esquineros, y poco más. Completamente nueva, se alza frente a las aguas del pantano. Muy cerca, desde una plataforma cubierta de hierbas y espinos, se hunde el terreno entre abruptos roquedales que recuerdan (a uno le da por pensar cosas fantásticas cuando se siente feliz) los brazos de las calas mallorquinas. El Ocejón soberano, por encima de los pinares y las peñas grises, es la cabeza de todo el conjunto.

En el lugar donde asienta la nueva ermita de Peñamira, se ha construido también una hospedería que permanece siempre abierta. Como no lleva demasiado tiempo hecha, todavía no ha dado tiempo a que la destrocen del todo. Pero a pesar de estar construida con materiales recios, hormigones y maderas duras, la huella del vandalismo carpetovetónico se ve por todas partes. El espacio es hermoso, bien diseñado, valiente. Claraboyas en los techos, pasadizos en zig-zags, y un suelo clemente para quien llegue en peregrinación desde lejos. La romería a Peñamira se sigue haciendo por las gentes de los pueblos que forman la Comunidad de Beleña, y que son los siguientes: Aleas, Beleña de Sorbe, La Mierla, Montarrón, Muriel, Puebla de Beleña y Torrebeleña. Así se dice en la espalda de la postal que acaba de editarse, donada por don Andrés Pérez Arribas, párroco que fue de Cogolludo, con la imagen a todo color de la nueva Virgen, que sigue siendo trono para su Hijo. Y que seguramente será la atracción este año en la romería que se celebra el último sábado de Mayo junto a la ermita. Momento será ese para que los curiosos, junto a los devotos, se marquen el camino propuesto en estas líneas, y miren (y así se les ensanche el corazón, como les ocurrió a los viajeros la última vez que allí fueron) el contorno de ermita, hospedería y roquedos: todo un suspiro hondo, un cantar de jota, un olor a tomillo, se le viene encima a quien tal hace. Allí nos vemos.