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abril, 1999:

Un espacio de asombro: Peñamira

 

Uno de los lugares menos conocidos y que más asombran a quien hasta él llega, en la cuenca del río Sorbe, es la ermita de Peñamira. Un espacio de asombro, que hasta no hace muchos años era un paisaje increíble, de verdadera fragosidad y sorpresa, pero que ahora, con la construcción de la presa de Beleña, se ha apaciguado y ha cambiado su primitiva violencia por una placidez de postal.

En lo hondo de un barranco escoltado de roquedales adustos y altas montañas, discurría el río Sorbe, sonoro y limpio. Había pasado ya junto a Muriel, y esperaba regar la amable vega de Beleña, para luego de mirar a Razbona en lo alto, ir a dar en el Henares junto a Peñahora. Todo ese espacio era el llamado, desde hace muchos siglos, «campo de Peñamira», que tenía una vista excepcional desde la «Peña Rubia» del término de La Mierla.

Hoy hemos llegado hasta ese enclave, en un día de primavera sereno y luminoso. Y hemos visto lo que tras la construcción de la presa de Beleña ha quedado. Realmente merece la pena, porque el paisaje sigue siendo hermoso, y la grandiosidad del entorno justifica el viaje. Un viaje que se puede hacer, en la mañana de un domingo, de la siguiente manera. Para quien proceda de Guadalajara, por la carretera de la Campiña sube hasta Humanes, y allí se desvía en dirección a la Sierra, a Tamajón. Al llegar a la desviación de La Mierla, se dirige a este pueblo, y justo a la entrada del mismo, toma la pista asfaltada que le indica la dirección de la Presa. A poco de caminar por esa pista, debe tomar otra, ya de tierra, que sale a la izquierda. Y por ella, con paciencia y sin desesperar, porque se hace larga, aunque no tiene más de 5 Km. de subidas, bajadas, curvas y más curvas, se llega a la ermita de Peñamira, reconstruida no hace mucho, sobre un breve llano desde el que se domina uno de los paisajes más hermosos, singulares e inesperados de la sierra del Ocejón.

Para viajeros incansables

Viajar por Guadalajara tiene tantas sorpresas, que quien practica ese deporte sabe que nunca se acaban. Además no cabe decir: «aquí estuve hace años, me gustó pero ya no vuelvo, lo conozco». Porque hasta los paisajes en Guadalajara cambian con el tiempo. Este que ahora comento, el valle medio del Sorbe, es uno de esos lugares. Ha cambiado radicalmente. Nunca sabré decir si a peor, o a mejor. Sólo que es distinto. Hasta la construcción de la presa, el Sorbe pasaba por Beleña (y sigue pasando) con la solemnidad de una procesión académica. La hondura de sus aguas verdes da realce al puente medieval, y a quien se llega hasta la poza de «los baños de doña Urraca» le impresionan los cortados rocosos de las orillas. Pero enseguida se alza el pegote, feo con ganas, de la presa. Y detrás, lo que era una sucesión de cortados, de breves arboledas, de cascadas espumosas, se ha convertido en un gran lago, manso y azul, rodeado de altas montañas que en las aguas reflejan sus prietas laderas cuajadas de pinos de repoblación, de algunas encinas, de roquedos sin fin.

El viajero que llega hasta Peñamira contempla, desde una explanación que se ha hecho al final de este camino, un paisaje nuevo y bello. La ermita que estuvo en el fondo del valle, dedicada a la Virgen de Peñamira, que estaba en término de Muriel pero con la costumbre inmemorial de ser cuidada por los de Beleña, fue tragada por las aguas. La Virgen, seguramente aparecida en tiempos medievales, era una talla de época y estilo románicos. Hierática, sedente, policromada… una pieza más del arte medieval en Castilla, que fue destrozada y rota para siempre en el verano de 1936. No quedaron fotografías y solo una rápida descripción, sin detalles, de los cronistas Juan Catalina García y Luís Cordavias, que nos la hacen grande, bien tallada, del siglo XIII como muy tarde, con el Niño sobre las rodillas (la Virgen María como trono de Dios, María Theotocos). Después de la Guerra Civil, las gentes del entorno compraron otra nueva, de mala calidad, para ponerla en el altar de la ermita. Y cuando se hizo la presa, y empezó a llenarse de agua el «campo de Peñamira», aunque parezca inconcebible, a nadie se le ocurrió ir a la ermita a recoger la imagen… Así ocurrió que todo quedó bajo las aguas.

Años después, y en una acción arriesgada, que creó expectación y reflejó la prensa, un grupo de buceadores se metió en las difíciles aguas del pantano y bajó al silencioso mundo, ya húmedo y subacuático, de la ermita de Peñamira. Entre sus arruinadas paredes cubiertas de algas se metieron, llegaron al altar, pero allí no estaba la imagen de la Virgen. Solo había un bloque de escayola medio disuelto. El agua la había destruido también en poco tiempo.

Así es que se acudió a las instancias administrativas, y fue la Excma. Diputación Provincial la que finalmente puso el dinero para que se tallara una nueva imagen, ahora moderna, elegante y que al parecer sirve para su propósito esencial, despertar la devoción de los comarcanos.

La ermita, completamente destruida y en el fondo del pantano, se ha alzado de nuevo en «Cerro Bermejo». Se han podido rescatar algunas piezas de la antigua, unas dovelas del arco principal, algunos sillares esquineros, y poco más. Completamente nueva, se alza frente a las aguas del pantano. Muy cerca, desde una plataforma cubierta de hierbas y espinos, se hunde el terreno entre abruptos roquedales que recuerdan (a uno le da por pensar cosas fantásticas cuando se siente feliz) los brazos de las calas mallorquinas. El Ocejón soberano, por encima de los pinares y las peñas grises, es la cabeza de todo el conjunto.

En el lugar donde asienta la nueva ermita de Peñamira, se ha construido también una hospedería que permanece siempre abierta. Como no lleva demasiado tiempo hecha, todavía no ha dado tiempo a que la destrocen del todo. Pero a pesar de estar construida con materiales recios, hormigones y maderas duras, la huella del vandalismo carpetovetónico se ve por todas partes. El espacio es hermoso, bien diseñado, valiente. Claraboyas en los techos, pasadizos en zig-zags, y un suelo clemente para quien llegue en peregrinación desde lejos. La romería a Peñamira se sigue haciendo por las gentes de los pueblos que forman la Comunidad de Beleña, y que son los siguientes: Aleas, Beleña de Sorbe, La Mierla, Montarrón, Muriel, Puebla de Beleña y Torrebeleña. Así se dice en la espalda de la postal que acaba de editarse, donada por don Andrés Pérez Arribas, párroco que fue de Cogolludo, con la imagen a todo color de la nueva Virgen, que sigue siendo trono para su Hijo. Y que seguramente será la atracción este año en la romería que se celebra el último sábado de Mayo junto a la ermita. Momento será ese para que los curiosos, junto a los devotos, se marquen el camino propuesto en estas líneas, y miren (y así se les ensanche el corazón, como les ocurrió a los viajeros la última vez que allí fueron) el contorno de ermita, hospedería y roquedos: todo un suspiro hondo, un cantar de jota, un olor a tomillo, se le viene encima a quien tal hace. Allí nos vemos.

Libros en su día

 

Aprovechando que hoy se celebra el Día del Libro, voy a hablar de ellos. Porque los libros son como esos habitantes del planeta que, aunque sólo viven cuando se les mira, están en todas partes y llenan todas las rendijas. Doy con estas líneas mi bienvenida al Día del Libro, aunque personalmente lo pasaré en Granada, y más concretamente en Fuente Vaqueros, donde haremos la presentación de un libro que se ha editado recientemente, y en el que junto a otros escritores e ilustradores de Guadalajara, se habla del Quijote y se le representa en mil formas: es ese «El Quijote entre todos» del que creo haber dicho algo ya. Un libro hermoso, una pieza a desear por los cervantistas y sobre todo por los quijotistas. En la Casa Natal de García Lorca, hoy viernes 23 de abril se oirá una vez más la voz de Cervantes, el perorar de don Alonso Quijano, los rasgueos de las plumas de los escritores alcarreños…

Nuevos libros de Guadalajara

La tierra de Guadalajara es siempre actualidad en los libros. En estos días últimos han aparecido algunos interesantes ejemplares. El primero de ellos, una nueva guía de Sigüenza, primorosamente editada por Celeste y Rayuela. Escrita por el profesor de la Universidad madrileña, don Francisco Javier Davara, se titula «Guía Histórica Ilustrada de Sigüenza» y a lo largo de 80 páginas repletas de fotografías en color, más el plano de la ciudad y otro de la catedral, le presenta al viajero la esencia de esta Ciudad Mitrada, que da para tantos libros.

Con el Doncel en la portada salió hace poco otra publicación interesante. La ha escrito el que fuera canónigo seguntino don Gregorio Sánchez Doncel, y lleva por título «Biblioteca Alcarreña». Es un listado bibliográfico de libros referentes a Guadalajara o escritos por sus autores, y en este folleto de 30 páginas vienen todos los temas que empiezan por la letra A.

De Sigüenza, ya que estamos en ella, otro libro reciente: el escrito por Marcos Nieto y titulado «Las Sinagogas de Sigüenza», editado por su propio autor, y que viene a ser un monumental estudio de investigación sobre tema tan sugerente y siempre de actualidad, la presencia de los judíos en nuestra tierra. Precisamente una ciudad como Sigüenza, raíz del catolicismo y la jerarquía eclesiástica, se ofrece como un espacio en el que la fe hebraica y su cultura más pura estuvo anclada durante largos siglos. Un ejemplo de tolerancia y, el libro, una apasionante visión de una Sigüenza inédita.

Más Sigüenza. El canónigo y archivero de su catedral, don Felipe-Gil Peces y Rata, acaba de dar a la pública consideración un sencillo y curioso libro que titula «Escarceos en el Archivo Histórico-diocesano de Sigüenza». A lo largo de las 112 páginas de esta obra, editada también por su propio autor, aparecen las referencias que en el Diccionario decimonónico de Pascual Madoz se hacen de 47 pueblos de nuestra provincia. Además, en cada uno de ellos, aparecen algunas frases que el canónigo ha encontrado en los libros parroquiales de estos pueblos, frases que hacen alusión a la muerte, a las postrimerías, al acabóse: una curiosa colección de frases latinas y castellanas en las que los curas de tiempos pasados, y sus feligreses, querían dar fe de su honda raíz cristiana.

Cerca de Sigüenza está Jadraque. Henares abajo. Sede antagónica y alternativa de su episcopado, pues en ocasiones se refugiaron allí los obispos que, por llevarse mal con el cabildo, por no estar de acuerdo con la ciudad, o por otras razones, se «exiliaban» allí, bajo la sombra alargada de su Castillo del Cid. Pues bien: sobre Jadraque acaba de aparecer un libro que bien puede calificarse de definitivo. Es la Historia de la villa, la descripción de su patrimonio artístico, la relación de sus personajes, la descripción de sus fiestas… todo lo que puede y debe saberse sobre Jadraque lo cuenta don Andrés Pérez Arribas en su obra, recién aparecida, «Historia de Jadraque y su tierra». Editada por AACHE, se presentó el sábado santo en la villa mendocina, y el éxito de ventas dicen que fue tanto que casi se acaba la edición ese mismo día.

Sobre los pueblos alcarreños hay otra cosa que no debe olvidarse. Aunque quedó muy reducida en su distribución al ámbito propio del pueblo de que trata, nos ha llegado recientemente a las manos una primorosa obra suscrita por José Antonio Calvo Torija, y titulada «Galápagos, un lugar en la cañada». Es un ejemplo de cómo se debe hacer un libro local: pulcro, con buen papel, con seleccionadas imágenes, con tipografía limpia, elegante y corregida. En definitiva, un libro bello, encuadernado en tela. Pero además un libro útil, porque en sus páginas viene toda la historia del lugar (también la de Alcolea del Torote, ese enclave moro y cristiano que tuvo la llave del río preserrano en siglos viejos), la descripción de sus edificios singulares (iglesia renacentista, palacio barroco, ermitas…) y la referencia completa a su costumbrismo.

Si no libros, sí breves y enjundiosos artículos nos entrega estos días José Ramón López de los Mozos, el incansable investigador del folclore y las esencias humanas de la tierra alcarreña. Publicados en la «Revista de Folklore» de Valladolid, uno de los temas es el de las «Sirenas y «Corazones de la vida» en el arte pastoril», con referencias a algunas piezas alcarreñas existentes en el Museo del Pueblo Español, que muestran hermosos ejemplos del arte popular. El otro tema es un trabajado acopio de nombres, toponimias y advocativos sobre la virgen en Guadalajara, puesto bajo el título de «Hagionimia de Guadalajara: repertorio mariano». Un listado y un análisis de lo que los nombres de cosas y lugares dedicados a la Virgen significan en la tierra de Alcarria.

Libros para Centroamérica

Hasta el domingo día 25 estará puesto en la plaza de Santo Domingo de nuestra ciudad un gran contenedor de RENFE y una caseta informativa que la Junta de Comunidades ha querido montar para recoger libros con destino a Centroamérica. Es una forma más, quizás barata para nosotros, pero seguro que llena de espíritu fraternal, hacia los pueblos centroamericanos que lo perdieron todo cuando el huracán Mitch pasó azotándolos hasta las entrañas. Entregar tus libros ya leídos, o los que quieras comprar nuevos, y llevarlos a esa caseta, donde además hoy día 23 podrás coger el micrófono y hablar, contar o cantar cosas referentes a los libros y a Centroamérica, será una forma estupenda de demostrar su solidaridad con las gentes que tienen menos que tú.

Un Día del Libro, este de 1999, que viene por tanto cargado de intensas emociones, de muchos títulos nuevos, de largas horas esperando a ser vividas sobre las amigables páginas de los libros alcarreñistas.

La joya de la ciudad

 

Van siendo muchas las personas que, cuando les preguntan cual es el mejor, el más hermoso edificio de Guadalajara, no tardan un segundo en contestar: « ¡el Panteón de la Condesa…!». Esto suelen decirlo las que lo han visitado. Las que no lo han hecho, normalmente contestan que «el palacio del Infantado». ¿Por qué será?

Sería ocioso, incluso imprudente, que yo me decantara aquí por alguno de esos dos edificios, como el mejor de la ciudad. En cualquier caso, no arriesgaría otra cosa que mi gusto, y supongo que expresar libremente las opiniones no es ningún delito. Me parecen igual de hermosos los dos. Igual de grandiosos. Lo suficientemente admirables como para (según la clasificación que de los monumentos hace la Guía Michelín) «merecer por sí mismo un viaje».

El Panteón de la duquesa de Sevillano y condesa de la Vega del Pozo, al final del paseo de San Roque, sobre las cúpulas ya verdeantes de los árboles, en esa especie de atalaya luminosa de la ciudad que son nuestros parques tradicionales, es todo un lujo para Guadalajara. Las monjas Adoratrices, que además de propietarias del conjunto arquitectónico, son sus cicerones y primeras admiradoras, dicen que lo visita muchísima más gente de fuera que de dentro de Guadalajara. Lo creo, porque la mayoría de los alcarreños/arriacenses no ha entrado nunca en ese santuario del brillo, la marmolería y la expresión artística «a lo grandioso». Debería de hacerlo, porque no sólo le permitiría juzgar con conocimiento de causa (también hay quien, después de verlo, dice que no merecía la pena, que es «como de caramelo») sino que le serviría, sobre todo, para estar un poco más orgulloso de su ciudad, que tiene este conjunto de edificios, que la hacen meca de muchos viajeros y curiosos. En buena medida, no nos engañemos, el turismo de día que recibe Guadalajara está condicionado por el Panteón de la Duquesa de Sevillano y su fundación de San Diego.

La Fundación y Panteón de la Duquesa de Sevillano

Voy a dedicar las siguientes líneas a describir (y encomiar, una vez más) este conjunto arquitectónico que le da lustre a la ciudad de Guadalajara. Voy a hacerlo porque quiero proclamar el valor que ese patrimonio arquitectónico tiene, y cómo merece primero la admiración de sus paisanos, y luego su cuidado y protección, su pública protección, que hasta ahora ha sido bastante escasa.

Se sitúa este conglomerado de edificios y detalles arquitectónicos en el extremo suroriental de la ciudad, y sin duda justifican una visita detenida.

A finales del siglo XIX, doña María Diega Desmaissiéres y Sevillano, mujer riquísima y muy heredada en tierras de Guadalajara, donde su familia (los Condes de la Vega del Pozo) residía desde algunas generaciones anteriores, decidió emplear gran parte de su caudal en levantar una Fundación que acogiera, en plan benéfico, a los ancianos y desasistidos sociales alcarreños, al mismo tiempo que construía su propio enterramiento con una grandiosidad inigualable.

La Fundación (de San Diego de Alcalá, que así la tituló en homenaje a su santo patronímico) se constituye por un conjunto de edificios y espacios que articulan una interesantísima colección de muestras del arte del eclecticismo de finales del siglo XIX. Fue trazado y construido por el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco, entonces reputado entre los mejores del país, a partir de 1887. Comprende el conjunto una serie de espacios en los que aparecen patios, huertos, terrenos de secano, jardines y paseos, entre los que surgen los diversos edificios, como el central o asilo propiamente dicho, la iglesia, el panteón, otros edificios menores para depósito de aperos, de agua, de grano, alojamiento de servidumbre, jardineros, etc., y rodeado todo ello por una valla o cerca espléndida, que en su parte noble muestra, dando al parque de San Roque, una portada con elementos simbólicos, y una gran reja artística de hierro forjado.

Pero es muy significativa la auténtica unidad de todo el conjunto, que revela una idea directora, no sólo en su concepto arquitectónico y urbanístico, sino en el significante y simbólico.

De toda la Fundación, ningún alcarreño debería dejar de admirar el panteón de la Duquesa de Sevillano, gran edificio de planta de cruz griega, ornamentado al exterior en estilo románico lombardo, con profusión en el empleo de todos los recursos ornamentales y constructivos de este arte. Se cubre de gran cúpula hemisférica con teja cerámica, y se remata en enorme corona ducal. Su recinto interior, al que se accede por magna escalinata, es de una riqueza suma, en la profusión de mármoles y piedras nobles de todas clases, con variedad infinita de recursos decorativos, en capiteles, muros, frisos, etc. Cubre la cúpula una composición magnífica de mosaico al estilo bizantino; sobre el altar mayor, un Calvario pintado sobre tabla, de Alejandro Ferrán. En la cripta, el enterramiento de la fundadora, obra modernista de gran efecto, en mármol y bronce, del escultor Ángel García Díaz.

En el edificio central de esta Fundación de San Diego, destaca su gran fachada de piedra caliza blanca, de grandiosidad renacentista pero con detalles estilísticos románicos, en esa mezcla de estilos tan característica del eclecticismo finisecular, y en su interior merece verse el patio central, que utiliza la planta cuadrada, rodeado en sus cuatro costados por arquerías semicirculares en dos pisos, sustentadas por pilares y capiteles, en un revival románico espléndido, conformando un espacio cuajado de belleza y romanticismo.

Todo el edificio abunda en detalles ornamentales de interés, conseguidos con la mezcla decorativa del ladrillo, la piedra blanca y la cerámica. Debe admirarse, en fin, la iglesia dedicada a Santa María Micaela, tía de la duquesa constructora, y fundadora de las Religiosas Adoratrices. Hoy parroquia del barrio de Defensores y las colonias de chalets de aquel entorno, esta iglesia es edificio de estilo románico al exterior, aunque en el interior sorprende la magnificencia de su abundante decoración mudéjar, con reproducción de modelos de frisos y mocárabes del palacio del Infantado, iglesia de San Gil y otros edificios arriacenses. Presenta también extraordinario artesonado de estilo mudéjar. Es de una sola nave y de tres ábsides semicirculares que abocan al presbiterio.

Para quien haya seguido hasta aquí la descripción y proclama en favor de este conjunto de edificios, puedo añadir que el Panteón lo enseñan las monjas Adoratrices que lo tienen a su cargo, estando la iglesia abierta al culto parroquial. Esta obra capital del arte moderno puede verse cualquier día, pero especialmente sábados y domingos, a partir de las 11 de la mañana, y por la tarde, hasta que haya luz. Las monjas adoratrices estarán encantadas de que los alcarreños «suban» hasta allí a ver tanta maravilla, y ello les sirva para recordar la bondad, la generosidad sin límites de «la señora», de doña María Diega Desmaissiéres y Sevillano, que tantos dineros dedicó, aquí y en otras partes de España, en favor de los necesitados.

Fray Melchor Cano, un santo alcarreño

 

Así le llaman en su pueblo natal: el Santo, el Extático, el Bendito, el Asceta… de muchas maneras para expresar unánimemente su admiración por quien es sin duda el más preclaro de los hijos de Illana: Baltasar de Prego y Cano, quien al entrar en religión (se hizo fraile dominico) cambió su nombre por el de Fray Melchor Cano, en homenaje a su tío, el gran teólogo de Trento y Obispo de Canarias.

El pasado día 30 de marzo, aniversario de su muerte en el convento de San Jacinto de Madridejos, el pueblo de Illana le rindió un sencillo homenaje, descubriendo una placa de cerámica que rememora el lugar, -la casa- donde nació este religioso que de portentosa memoria ha llenado los libros y las crónicas. Si el rey Felipe II le llamaba continuamente para consultarle problemas de conciencia, Santa Teresa de Jesús se deshacía en alabanzas del joven fraile, a quien consideraba un modelo de «contemplativos».

Quién fue Fray Melchor Cano II

Nacido en Illana, hacia el año 1541, fue hijo de Mateo de Prego y Ana Cano Cordido. Bautizado con el nombre de Baltasar, lo cambió por el de otro santo Rey Mago, el de Melchor, cuando profesó en religión. Su madre era prima carnal del gran teólogo, también alcarreño, (de Tarancón), Melchor Cano. Este ilustre familiar marcó desde un inicio la vida del fraile illanito, porque desde muy niño le llamó para que tomara el estado religioso, y a su amparo perseverara. Así, desde Valladolid donde fue llamado por su tío, que a la sazón era regente del espléndido Colegio de San Gregorio, en 1557 vistió el hábito de los dominicos en el convento de Santo Domingo de Pidrahita (Ávila) profesando al año siguiente. Se dirigió luego a Salamanca, sede de la sabiduría y las buenas letras, estudiando varios años en San Esteban. Volvió a Piedrahita, donde fundó el beaterio para dominicas, en 1583. Ya avanzada su vida, se dirigió a Madridejos, donde también fundó el convento de la Orden de Predicadores, bajo el título de San Jacinto. Ocurrió esto en 1596, y allí vivió y protagonizó largos episodios de santidad y se le atribuyen muchos milagros. Murió en ese lugar el 30 de marzo de 1607, y allí fue enterrado y durante siglos venerada su tumba. En tiempos más modernos, profanada su última morada, sus restos se llevaron al monasterio de Caleruega.

Su obra portentosa

La vida de fray Melchor de Prego Cano está relatada con detalle por muchos historiadores y exégetas de la Orden dominica. Uno de ellos, fray Juan López, el Monopolitano, le dedica seis capítulos de su Historia General de Sto. Domingo y de su Orden de Predicadores, publicada en Valladolid en 1615.

Fermín Caballero, biógrafo del tío, hace una reseña amplia y erudita de la vida de este ilustre illanito. De muchos apelativos ha hecho acopio. Le han denominado sus biógrafos como El asceta, el Estático, el Beato, el Bendito, el Venerable y el Santo. Dicen que si el primer Melchor Cano, el obispo y teólogo, sobresalió en sabiduría, el sobrino alcarreño lo hizo en santidad y virtudes cristianas. Porque a lo largo de su vida no hizo sino derrochar manifestaciones de ascetismo a través de raptos, éxtasis y milagros. Conocida su vida y sus capacidades, mantenía correspondencia con múltiples personas de toda España, entre otras con su contemporánea la madre fundadora Santa Teresa de Jesús. En su libro de cartas, dice la santa abulense de fray Melchor: «Aquí estuve con un Padre de su Orden, que llaman Fr. Melchor Cano. Yo le dije, que á haber muchos espíritus como el suyo en la orden, que pueden hacer los monasterios de contemplativos», en clara alusión a sus proezas y rasgos ascéticos. Y termina diciendo la Santa de Ávila: «Oh qué piedad es la suya. Oh bella alma que Dios ha puesto en este religioso. Me ha consolado grandemente».

Tanta era su fama, que cuando el Rey Felipe II acudió en cierta ocasión a Valladolid, pidió le fuera presentado el fraile illanito, y una vez que en Valdemoro acudió a decir la Misa, a la salida casi le deja en cueros la multitud, porque todos querían, con tijeras y cuchillas que llevaban, cortar algún fragmento de sus vestimentas, de las que decían tenían efectos milagrosos.

A su muerte, que ocurrió en el convento de San Jacinto de Madridejos, el 30 de marzo de 1607, hubo que esperar tres días a poderle enterrar, pues mucha gente pasó ante su féretro para darle el último adiós. Entre otros, pasaron don Luís de Portocarrero, con 250 soldados de su compañía, y el conde de Niebla, don Manuel Alonso Pérez de Guzmán, hijo del duque de Medina-Sidonia. Quedó finalmente inhumado en un hueco de la pared de la capilla de Nuestra Señora del Rosario, junto a la puerta de la sacristía del templo dominico.

Sabemos que fray Melchor nació en la calle del Puntío, esquina a la de las Parras, y que desde hace muchos años existió una especie de capilla con retratos suyos. Dicen que aún se ve en una pared una mancha roja, de sangre, de cuando nació el santo. A finales del siglo XVII se trajeron a la parroquia de Illana algunas reliquias: unas cartas, unas tablillas, unos eslabones… todo desapareció con el tiempo, incluso un mal retrato suyo que se conservaba en la sacristía.

La fama de milagrero, aún en vida, de fray Melchor Cano, hizo que enseguida de su muerte se iniciaran las informaciones para su beatificación. Se hicieron pesquisas de milagros ocurridos en las villas de Illana, Villamayor de Santiago, Villanueva del Cardete, Valdemoro, Belmonte, Aragamasilla de Alba, Quintanar de la Orden, El Toboso e Illescas. Dos gruesos tomos se llenaron con las declaraciones de quienes se consideraban beneficiados celestialmente por intercesión de fray Melchor. Se enviaron a Roma, quedando copia del expediente en el archivo del Priorato de la Orden de San Juan, que luego pasó al convento de San Jacinto y finalmente desapareció. Hasta mediados del siglo XIX siguió el proceso, acumulando declaraciones y manifiestos, conservándose los gruesos infolios en el convento de San Esteban de Salamanca y pasando luego al archivo general de su Universidad. Dicen (dicen…) que el Vaticano no quiso seguir con este proceso de beatificación por exceso de pruebas. Les parecía que se exageraba, que había interés excesivo en llevarle a los altares… Dicen.

Es curioso saber de qué era patrono y especial favorecedor el llanito fray Melchor Cano, llamado especialmente El Extático. En Illana se le tuvo siempre por especial abogado de las tempestades y tormentas. Y la verdad es que cumplió, porque con la estructura del pueblo, y los aguaceros que a veces se forman en las tierras de la Baja Alcarria en verano, nunca hubo especial desgracia que lamentar. Sin embargo, en Madridejos se le tenía por especial benefactor y abogado de los partos difíciles, que por entonces lo eran todos.

De todo cuanto se ha escrito sobre fray Melchor Cano, natural de Illana, solo voy a referir un hecho que tomo de la Historia de Segovia, de Diego de Colmenares, por parecerme un autor de probado prestigio y reconocida fiabilidad. Dice este historiador en el capítulo XLVII de su obra, que el 4 de noviembre de 1597 llegó al convento dominico de San Cruz la Real de la capital castellana un grupo de frailes entre los que venía el alcarreño fray Melchor Cano, de camino hacia Valladolid, donde una vez más había sido llamado por el Rey Felipe II. El illanito, en vez de retirarse a descansar, bajó a la iglesia a seguir orando, y a media noche todos vieron tan gran claridad procedente del templo, que asombrados se dirigieron a él, y allí -dice el historiador Colmenares- «hallaron a fray Melchor elevado más de una vara del suelo en éxtasis profundo». Fueron velándole por turnos los frailes durante toda la noche, y al amanecer una multitud bajó desde Segovia al convento por ver aquella maravilla. Se retiró luego a la habitación, y no volvió en sí hasta finalizada la tarde.

Un personaje de pro, en el capítulo de la religión y el ascetismo, con el que cuenta la nómina de alcarreños ilustres. En Illana le tienen, y con razón, puesto en los Cielos.

De turismo por la Alcarria

 

Ayer jueves se abrió en Pastrana la segunda edición de una Feria que va a más, que ya no hay quien a pare: TUROJAR ’99 es la muestra de lo que nuestra provincia tiene qué ofrecer para quienes hacen del Turismo Rural y de la vida en el campo su más alta preferencia. El título de la Feria refleja y resume de lo que trata: es la Feria del Turismo rural y lo que en torno a él se mueve; es la feria del Ocio y de lo que puede llenar las horas que están vacías de trabajo, y es la Feria de la Jardinería y el cuidado de los espacios que cada vez en mayor número los alcarreños se preparan para domar la naturaleza, aunque sea en los 50 metros cuadrados del jardín de un adosado.

A esta Feria TUROJAR van a asistir, por las fechas en que se celebra, y porque miles de personas están deseando ponerse al día en ese mundo que les gusta, muchos visitantes, sin duda: y pasarán por sus stands gozando de las ofertas que en ellos se exponen, rutas de aventura, posibilidades de deportes nuevos, senderismo, alojamientos en pueblos y campos, paseos en bici, sensaciones nuevas, descubrimiento de la propia tierra.

La Alcarria que no cesa

Porque la Alcarria no se acaba nunca de conocer bien. Sus caminos (de ahí le viene el nombre, de un fonema ibérico/vascuence, el «karria» del que luego derivó «carro» y «carril» para decir el camino) llevan a mil lugares sorprendentes, maravillosos. Si Brihuega pasa por ser su jardín, Cifuentes su corazón, Pastrana la capital histórica y Trillo la energética, aún lugares como Budia donde está la esencia de sus personajes, como Peñalver donde perviven las tradiciones mieleras, como Tendilla donde los soportales hablan de eternas ferias, de Pareja donde los obispos conquenses tenían su paraíso… y cientos más, llenos de encanto.

Un encanto, y una emoción, que se fraguan a veces en elementos sencillos, como los rollos y picotas de sus pueblos.

No hace mucho, un escritor alcarreño cien por cien como es Felipe Olivier López-Merlo, publicaba un libro que tenía a los rollos por protagonistas. Un libro sencillo y hermoso a la vez, con información sucinta y en funciones de guía amable que nos ha ido llevando por esos 40 pueblos que en nuestra provincia aún lucen, en su plaza mayor o a la entrada de la villa, un rollo o picota como elemento sugerente de haber tenido su autonomía en el tema de la justicia.

Me gustaría hacer, saliendo del convento de San Francisco de Pastrana, donde a estas horas TUROJAR concentra a miles de visitantes alcarreños y foráneos, un breve recorrido por los rollos y picotas de la Alcarria, y ofreciendo a mis lectores las imágenes de tres de ellas, que hice va ya para veinte años, y que en alguno de los casos se ha transformado drásticamente.

Desde Pastrana se sube por el cauce del río Arlés, y se llega a Alhóndiga, donde junto a la ermita de San Roque luce erguido y sereno el pétreo elemento que da fe de su villazgo. Se sube la cuesta y en el alto se va a la derecha, hasta Peñalver: allí está uno de los más hermosos rollos, el que ostenta en su pináculo el escudo de la familia Juárez de Carvajal. Si bajamos a Tendilla, y seguimos el camino de Pastrana por los montes empinados de Fuentelviejo, llegamos a Moratilla de los Meleros, donde escondida en un camino se encuentra su picota encantadora, una de las más bellas de la Alcarria. En ella, de columna estriada, se ve el remate con cabezas de leones, y la basamenta donde muy desgastadas aparecen figuras que representan a los cuatro vientos de la Alcarria: el ábrego del sur, el helador del este, el cierzo violento del norte, y el húmedo poniente del oeste. Se vuelve a la carretera principal y pasado Renera llegamos a Hueva, donde también, en su plaza mayor, señorea el ámbito un hermoso rollo encabalgado sobre sus gradas de piedra.

Pasamos nuevamente por Pastrana, y bajamos hasta Almonacid, donde en las alturas del pueblo luce hoy una picota remozada, (hecha nueva, mejor dicho) que nos recuerda la imagen de cómo estaba hace 20 años, junto a estas líneas. Un poco más al sur llegamos a Albalate, donde han conseguido hacer un rollo absolutamente nuevo, demasiado evidente en su frialdad de siglo XX.

Y aún quedarían mil caminos que recorrer. Solo por ver la dignidad, la gallardía de los rollos y las picotas de la Alcarria, merece la pena hacer un viaje a través de ella. En Budia, en las afueras, tienen una preciosa pieza del siglo XVI, muy bien cuidada. Y en Durón, ya junto al pantano, otro pequeño y severo, más antiguo. Por la Alcarria Baja es Fuentenovilla la localidad que puede presumir de tener la picota más bella de Guadalajara. En su culminación aparecen figuras humanas y mitológicas soplando, un tejadillo que imita placas de cerámica, aunque es todo tallado en piedra caliza, y una baranda que le da aire de catedral gallega. En el entorno están, todavía, el de El Pozo de Guadalajara, tan valiente frente a la iglesia, o el de Valdeavellano, también señor de los cuatro vientos en el centro de su plaza. Pastrana, en fin, luce en el centro de su palaciego plazal de la Hora un breve crucero que tanto significa su veneración por la simbología cristiana como la gallardía de su villazgo inmáculo.

Caminos abiertos

Pero si la Alcarria tiene sus caminos abiertos a todas las posibilidades del turismo (no olvidar esas fabulosas casas rurales con alojamiento y restaurante que han surgido en Budia, en Brihuega, en el mismo Pastrana) la caminata por sus vegas estrechas, y el descubrimiento de sus sorpresas gastronómicas, junto con la evocación de los lugares que Cela describe en su clásico «Viaje», hacen del turismo en nuestra principal comarca uno de los espacios progresivamente más demandados por esa población creciente, y rica, de la cercana metrópoli. Conseguir que la oferta sea suculenta y variada, selectiva y perfecta, es el reto que tienen, que tenemos, los alcarreños: y en TUROJAR está su mejor escaparate, sin duda, un escaparate para el Turismo en los pueblos, para el ocio de los fines de semana, para la jardinería del pedazo de tierra que a cada uno le corresponde.