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marzo, 1999:

Pastrana, risa de miel

 

Han llegado otra vez los días de risas y miel. Han llegado a Pastrana, en el corazón oloroso de la Alcarria. Frío aún, pero vibrante está el aire. La Feria Regional Apícola, en su 18? edición, desembarca entre los severos perfiles del monasterio pastranero de San Francisco, todavía con el rumor de las sedas de la Éboli y la incierta duda de la heterodoxia de sus habitantes, los del siglo XVI, que fueron pioneros en eso de dudar de todo, hasta de la Religión Católica. Tanta historia, y tanto arte son el mejor marco para encuadrar esta impresionante muestra de la economía y la realidad alcarreñas.

El palacio, renaciente y renaciendo

El monumento más alto, más ancho y cuajado de historias que hay en Pastrana es el palacio ducal. En el que vivió y murió doña Ana, en el que estuvo Santa Teresa, en el que soñaba Felipe II su amago imposible de presidir el mundo desde un empinado olivar. Este palacio ducal de Pastrana ofrece su monumental fachada, de dorada piedra severa, de portalada clásica con escudos, y en el interior, tras el vacío patio desangelado, lo salones que parecen abrir la sima del tiempo bajo sus artesonados de madera en derrota. La Universidad de Alcalá lo ha comprado, y ya ha comenzado la tarea de restaurarlo y darle vida. Nada menos que 1.400 millones de pesetas va a invertir la institución cisneriana para poner en funcionamiento (hospedería, centro cultural, museo) esta casona tan singular, tan alcarreña. Todos sabemos los fuerte que es esta apuesta, y por eso la aplaudimos, nos sumamos a ella.

La calle mayor de Pastrana está siempre en sombra: los pasos resuenan entre los muros, bajo los aleros. Hay un balcón, muchos balcones tristes tras los que alguien mira con pesar. Hay humedad y silencio. Pero pesa tanto la historia de esa calle, que no me canso (yo al menos) de recorrerla una vez y otra, subir y bajar, mirar a los muros, mirarme adentro.

Se llega al final donde está la Colegiata, y el Ayuntamiento. En la primera, también solemnidad de alturas, gozo carmelitano. En su altar, la oscuridad de Jimeno. Las santas barrocas de seda y talismanes. El San Francisco de la cruz roja y mistérica. La Asunción sobre el ágata, brillante como si tuviera el sol entre sus vetas. Y en el Museo, la gloria del hilo y la cochinilla. Los seis tapices que cuentan la victoria de Alfonso, el rey portugués, sobre los moros de Tánger, de Arcila, de Alcázar Seguer… el barullo de sus soldados, la estridencia de sus trompetas, el bramar del agua contra los bajeles. Pastrana tiene en su Plaza de la Hora, en su calle mayor, en el Museo de su Colegiata, una mano abierta que se te pone sobre el pecho y casi te ahoga. Es realmente hermoso este lugar.

Pasos por Pastrana

Para el visitante que recorre con parsimonia esta villa de la Alcarria, no se acaba nunca la sorpresa: la contemplación, uno a uno, de los monumentos más señalados permite seguir el paseo, tranquilo y dispuesto a recibir sorpresas, por las calles, callejas, plazas, rincones, pasadizos y fuertes cuestas que la villa tiene. En esos lugares, anónimos o con nombres evocadores, está también el encanto y la monumentalidad de esta población. Que si tiene el apelativo de principesca por su historia, demuestra luego ser campesina, letrada, carmelita y artesana por sus cuatro costados.

Pastrana sólo puede descubrirse andando una por una sus calles y plazas. Hay algunas zonas que recomendamos no perderse. Así, el llamado barrio del Albaicín, donde tradicionalmente se dice vivieron los moriscos que, en gran número, trajo de las Alpujarras a su villa ducal don Ruy Gómez de Silva. Allí pusieron sus casas y talleres estos individuos, dedicados durante largos años al trabajo de la seda. En este mismo barrio tuvo casa, viviendo en ella y escribiendo algunas de sus más famosas obras, el dramaturgo Leandro Fernández de Moratín.

La calle de Calvo Sotelo, ó Calle Ancha por la que se entra a la villa, ofrece un buen conjunto de edificios populares, destacando entre ellos algún palacio de antigua portada gotizante. En la Calle Mayor, que desde la Plaza de la Hora asciende suavemente hasta la Colegiata, también abundan los buenos ejemplos de construcciones reciamente alcarreñas, con planta baja de mampostería ó incluso sillar, planta alta de revoco en yeso, y tinados con galerías cubiertas bajo los pronunciados aleros. Se ven escudos de armas por los muros y en los interiores frescos y oscuros se paladea la poesía conceptual de otros siglos.

En la plaza de la Colegiata destaca el edificio del Ayuntamiento, recientemente restaurado y acondicionado para su uso moderno, aunque guardando estrictamente su antigua apariencia, que no es otra que la de un gran caserón revestido en su fachada del clásico aparejo toledano con sillarejo y alternando con anchas hiladas de ladrillo. En el muro frontal se empotra un antiguo escudo municipal tallado en piedra. Ese escudo, timbrado de corona ducal y adornado de múltiples lambrequines, ofrece como en sintético emblema la historia de la villa. En el cuartel primero, una letra P cruzada de una banda y escoltada de dos flores de lis; en el segundo cuartel, una cruz, una calavera y una espada, símbolos de hermosa leyenda que dice que Pastrana está dispuesta a defender la cruz con la espada hasta la muerte. También en esa plazuela, y frente a la iglesia mayor, se ven unas antiguas casas de alta galería abierta con arcadura de ladrillos, que pertenecieron a los clérigos capitulares de la Colegiata.

Los nombres del Heruelo, del Almendro, del Pilar, de las Animas (estos últimos en el barrio alto del Albaicín), de la Castellana, de las Siete Chimeneas, de las Monjas, etc. son algunos de los que sirven para nombrar las estrechas y frescas callejas pastraneras. La cuesta de la Castellana, muy pronunciada, también ofrece un precioso panorama de alcarreños perfiles. Es, en definitiva, todo un apretado conjunto de espacios urbanos que definen de magnífica manera a esta villa tan reciamente hispana que es Pastrana.

Serán estos días de Feria Mielera (y los que pronto llegarán, del 1 al 4 de abril) de Feria Turística y Rural, los que permitan a cientos, a miles de curiosos, volver a Pastrana, o descubrirla. Será esa voz que no se dice la que les hablará. La voz del hidalgo pobre con golilla, la de la gitana que arregla cacharros de cobre, la del maestro de primeras letras que sabe rígidamente latín y lo enseña con un mimbre fino. Una Pastrana de siempre que está abierta, para ti, lector. Abierta y palpitante.

Meditaciones sobre Guadalajara

 

Como un pájaro que revuela la tierra en que nace, levanto las alas y miro en torno mío. La provincia de Guadalajara sigue seca, de lluvia y de otras cosas. Aunque siempre hay lugares a los que mirar con pasión y asombro (tanto templo románico, tanto palacio en desconsuelo) la actualidad se mete con fuerza, como con calzador, en cualquier alma. Candidatos que prometen, empresarios que anuncian, rockeros que no paran, asociaciones que no se cansan, todos están dispuestos a hacer esta tierra mejor. A ver si lo consiguen.

Molina sola

La tierra de Molina, tan alta, tan lejana desde aquí, tan en el corazón siempre, cada vez más sola. Estos días pasados, presentando la novela «Cosas del Señor» de Paco García Marquina, ha vuelto a estar entre nosotros Andrés Berlanga, ese molinés sabio y tímido que escribió un día «La gaznápira» y pareció dejarlo dicho todo. Berlanga ha hablado, otra vez, de los pueblos de la Alcarria, de la Sierra y de Molina. De este último lugar lo dijo todo en la Gaznápira. Porque aquella novela, que alcanzó casi diez ediciones, y aún se sigue teniendo de modelo en universidades americanas para hacer tesis y estudios sobre el mundo rural hispánico, radicaba en Labros (el Monchel literario) y decía que poco después, todo quedaría en silencio. Hablando de candidatos, de empresarios, de rockeros y asociaciones: ¿alguien se ha planteado de forma seria qué hacer con pueblos como Labros, con tierras como la de Molina, que son España pura, y parecen desiertos afganos?

Ferias a todo trapo

Una forma de renovar y hacer crecer Guadalajara son las Ferias. Además de otros muchos, así lo ha entendido José Luís Herguedas de Miguel, que anda estos días incansable preparando dos eventos por todo lo alto. Los dos en Pastrana. El pueblo que comanda el candidato a Diputación, Juan Pablo Sánchez Sánchez-Seco, que es de allí, y se le nota. La Feria Apícola Regional, ya en su 18ª edición, es todo un modelo a seguir. Herguedas desde el principio, y Sánchez-Seco desde hace muchos años, han puesto en lo más alto esta muestra que dinamiza Pastrana, la Alcarria y Guadalajara entera. La hace internacional, mueve gentes y cosas. Y lo mismo pasará unos días después, del 1 al 4 de abril, con TUROJAR, la Feria del Turismo Rural que en este año abre su segunda edición, y va a dar imagen y escaparate de las posibilidades de la Alcarria en ese filón de riqueza del siglo que viene: una cita que hay que anotar. Y que ya se puede ver en www.aache.com/turojar.

El Siglo Futuro quiere llegar al veintiuno

Entre las iniciativas culturales surgidas de la sociedad civil (algo que sigue sonando como a revolucionario) Guadalajara cuenta desde hace casi seis años con un foro de opinión que se llama «Siglo Futuro». Su presidente se quejaba, hace días, en rueda de prensa, de la escasa ayuda que recibe de instituciones públicas cuyo objetivo debería ser alentar esa iniciativa ciudadana en favor de la educación y la cultura. Juan Garrido, su presidente, se preguntaba si llegaría «Siglo Futuro» realmente al siglo que le da nombre. Debates, conferencias, mesas redondas y conciertos, desde una perspectiva de absoluta independencia, son recibidas con el favor de la ciudad (quizás en la provincia debería también hacer notar su presencia), pero sin un apoyo económico de las administraciones públicas (locales, provinciales y regionales) no va a poder seguir existiendo.

Sigüenza en todas partes

La ciudad de Sigüenza sigue siendo el escaparate turístico de la provincia. Está en la puerta de entrada de todos los foros de turismo. Su alcalde Octavio Puertas avanza como un torrente en este sentido, y sus iniciativas, apoyadas por la ciudad, ponen cada vez más duro el pulso que le está echando al futuro. Pero quedan cosas, y muy importantes, por hacer. Un ejemplo: la iglesia románica de Santiago. Sigue cerrada, en ruinas, con una gotera tan grande en su techo que es la lluvia cuando hay nubes, el sol cuando hace bueno y la luna cuando la noche pasta tranquila las que se cuelan en su interior cubierto de cascotes y yerbajos. Un nombre, Sigüenza, y un calificativo, ciudad turística, que suena a hueco cuando se pasa delante de Santiago. Otro ejemplo: la Casa del Doncel. Después del movimiento especulativo que ha habido en torno a ella, ahora en propiedad ya de la Universidad, su fachada sigue mostrando el atentado vergonzoso a que fue sometida hace años y nadie se ha atrevido a reparar. Es más: a esa horrible placa de hierro que se le clavó a la fachada, se le han caído las cerámicas que explicaban que aquello era la Casa del Doncel. No sólo tiene ya cuatro irremediables y enormes agujeros su fachada, sino que ofrece al visitante una imagen de abandono y derrota que no debería seguir un día más.

Viajeros de ayer

Conocer Guadalajara, además de viajar por sus caminos, es leer sus libros. Acaba de aparecer uno que va a gustar a quienes viajan, a quienes miran cantiles en el Alto Tajo y buscan leyendas en la boca de sus cuevas. Margarita Vallejo Girvés ha publicado un libro que titula «Los viajes de Cornide por la Alcarria», y que supone todo un hallazgo de viejos manuscritos que nos ponen, viva y coleando, ante los ojos la Alcarria de hace 200 años. Resulta que un gallego ilustrado de la época de Carlos IV, don José de Cornide y Saavedra, allá por 1795 se dio un largo garbeo desde Alcalá a Sigüenza, por la orilla del Henares, y luego otro más largo aún por la Alcarria, desde Guadalajara y Tendilla a Brihuega y Trillo, dejando anotado con detalle cuanto vio entonces. Sus memorias y notas, manuscritas, había dormido en un viejo legajo que tiene la Real Academia de la Historia. Ahora recuperado y comentado por esta autora que es profesora de la Universidad de Alcalá, se ha puesto a la curiosidad de todos, viajeros y sedentarios, en un precioso libro que ha editado la Universidad alcalaína. Imprescindible.

El portal de la Alcarria

Y ya para terminar, me es imposible pasar por alto otra iniciativa que estos días ha surgido y que, sin darse a conocer en ninguna rueda de prensa ni sarao adyacente, viene a dar otro empujón a nuestra tierra por el camino que más promete. El de Internet. El protagonista, en este caso, es un alcarreño que vive en California, Emilio Viejo, y algunos amigos con los que cuenta en la Alcarria: José Luís García de Paz, Tomás Gómez, José Serrano, Santiago Valentín-Gamazo, incluso el que esto escribe. Viejo ha creado lo que en Internet se denomina un «portal» de la Alcarria. Una dirección (es esta: www.alcarria.com, así de sencilla) que permite a cualquier visitante del mundo saber lo que pasa -al día, al minuto- en Guadalajara y su provincia. La historia de sus pueblos, los monumentos que pueden verse, el calendario de actividades, un lugar donde charlar en común, anuncios, artículos de fondo, retratos de personajes actuales… un mundo entero, vivo y palpitante. La web de la Alcarria, puesta (de verdad) en el siglo futuro.

La Hoz del Gallo, en el Alto Tajo

 

También forma parte del futuro Parque Natural del Alto Tajo ese otro espacio que por sí mismo podría ya constituirse en Parque de las mismas características, y por idénticas circunstancias. Me estoy refiriendo al estrecho barranco que forma el río Gallo entre las localidades molinesas de Corduente y Torete, aunque más abajo sigue, por cuevas Labradas, hasta la junta con el Tajo en el Puente de San Pedro.

Espectaculares paisajes que cifran su belleza en la verticalidad y proximidad de los muros rocosos que dan límite al hondo cañón por el que corre el río. Hace muy pocas semanas, dedicamos este espacio a la glosa de la Ermita de la Virgen de la Hoz, que es patrona del Señorío molinés, y cuya leyenda, historia y realidad hoy es algo que se mete en los corazones de todos los molineses esparcidos por el mundo.

Merece la pena acercarse de nuevo hasta la Hoz del Gallo, y recorrerla desde un punto de visto más naturalista que piadoso, más ecologista que histórico. En ese sentido, quienes todavía no hayan viajado hasta ese lugar privilegiado que quedará englobado en el conjunto del Parque Natural del Alto Tajo, para el que se espera una pronta calificación definitiva, deben hacerlo en cuanto puedan. En esta primavera que ya apunta tímida. O en el próximo verano en el que las sombras de los altos árboles y las inacabables rocas darán frescor a quien hasta allí se llegue.

Imágenes inolvidables

La cámara de Luís Solano ha captado en su peregrinar constante por el Alto Tajo, algunos rincones poco vistos del barranco de la Hoz. Desde luego que es conocida de todos esa especie de catedral maciza que parece cobijar sin aplastarla a la ermita de la Virgen. Pero quizás son menos conocidos esos otros hitos rocosos que, como «el Huso», y algunos otros de las cercanías de la ermita, dan valor de sorpresa a la excursión.

Entre las imágenes, los altos pináculos de roca rosácea, los pinos recortándose sobre la limpia distancia de los cielos, la ermita cargada de glamour y versos. Allá están puestas en el muro las catorce líneas de Suárez de Puga que dan vida a uno de los más hermosos sonetos escritos en lengua castellana, aquel que se inicia con la invocación a María en la Hoz: «Con qué dulce volar la rama espesa / de tu parral ¡oh, Virgen en clausura!», y acaba en esos versos que a la hoja de parra dedica porque sabe que es sagrada y es eterna: «Promete, ¡oh, tierno tallo de esperanza!, / un día darte la cosecha entera / de su primer racimo transparente / enseñándotela, pues no te alcanza, dentro de la sagrada vinajera / de algún misacantano adolescente».

Prometidas excursiones

Y no vale que andemos más en detalle contando vestidos dorados de vírgenes, o fundaciones pías de familiares de Santo Oficio y Liga Santa, porque a la Hoz del Gallo se va fundamentalmente de excursión, de coche cargado hasta los topes con sillas plegables, mesas ídem, abuelos que se valen y niños por desfogar. Y tortillas, muchas tortillas. Incluso carne empanada, y coca-cola, y (que no falte nunca) vino de la Mancha en bota. Con todo eso, el día por delante, y ganas de pasarlo bien, no hay mejor lugar en el mundo que el barranco de la Hoz.

En Molina de Aragón, primeramente, se ha podido mirar el castillo, o el ábside románico de Santa Clara, o el portalón barroco del Palacio del Virrey. Luego, en Corduente, su bien conjuntado caserío, de nobles casonas recias y francas. Y al fin la hospedería, clavada en el interior de la roca, un verdadero lujo del turismo rural que aquí en la Hoz alcanza el máximo de las posibilidades que el turismo de interior puede ofrecer.

La perspectiva de quedarse a comer en su inmenso salón, a dormir en sus pequeñas y bien acondicionadas habitaciones, y a despertarse arrullado por el sonoro discurrir del Gallo, es algo que verdaderamente carga de sugerencias cualquier plan de «Fin de Semana».

Pero además la Hoz nos ofrece muchas otras cosas. Una: subir por el escalonado vía crucis que parte de detrás de la ermita, hasta lo alto de los roquedales, disfrutando a cada tramo de las vistas suculentas del barranco, de los pinares de Molina, de los cielos transparentes de su altura.

Dos: quedarse a disfrutar las mesas y asientos de madera que se han distribuido a lo largo de las riberas del río.

Tres: adentrarse en el bosque y buscar los restos de una antigua ciudad celtibérica que cercana a Ventosa existe.

Cuatro: cruzar el bosque a buscar ardillas, comadrejas, petirrojos, y algún ciervo.

Cinco: dormir plácidamente al arrullo fresco de la sombra de un cerezo.

Y muchas más cosas. Llegar, entre otras, finalmente a Torete, donde parte una carretera hacia Lebrancón, que junto al arroyo Calderón, también profundo y hermoso, nos da posibilidades de admirar paisajes sin cuento. O seguir carretera abajo hacia Cuevas Labradas, puestas en un alto bien oreado y fresco; seguir en dirección a Cuevas Minadas, para saber lo que es bosque salvaje y denso; o seguir ya sin pausa hasta el lugar en el que la carretera se une a la que viene desde Corduente y Molina en dirección al Puente de San Pedro. Todo son bocas abiertas, y ganas de volver, aunque se esté pasando por vez primera.

Ese es el mejor folleto de propaganda turística que puede proporcionar Guadalajara: recorrer entero el barranco de la Hoz del río Gallo en su tramo final, entre Corduente y el encuentro con el Tajo. En ese Parque Natural que pronto será una realidad gozosa para la provincia.