Tras los pasos de la Virgen por la Campiña

lunes, 8 febrero 1999 0 Por Herrera Casado

 

Cuando, culminando el verano, llegamos a cualquiera de los pueblos que asientan en la Campiña del Henares, nos encontramos en la fiesta. Siempre es fiesta en estos enclaves campiñeros cuando se acaba el verano: hacia principios de Septiembre, al terminar la recogida del grano, al rematar un ciclo anual que fue trabajoso y fructífero. Y en esa fiesta podemos ver muchas cosas: alegría en las caras, música en las plazas, cohetes en el aire, cánticos en las gargantas, y una procesión, o una novena. Una procesión en la que suele ir, en lo alto de unas andas cuajadas de flores blancas y rojas, una imagen de la Virgen María. En ella veremos un manto, deslumbrante y cegador, cargado de oros y de sedas; muchas flores, la carroza, la Salve cantada que resuena por las callejas y los campos, un denso olor a cera, y a veces los gritos de una puja, de los mozos que entregan su dinero por tener el honor de llevar en sus hombros las andas de la Virgen, de poder entrarla en el templo al regreso del desfile. Ya más despacio, oiremos a los abuelos contar la historia de una aparición, cada vez con datos o aspectos nuevos. Preguntaremos al párroco sobre la historia de la devoción, de la cofradía, de las ermitas. Quizás un día caiga en nuestras manos un libro en el que los poetas desgranaron sus mejores frases hacia la Virgen. Y en cada ocasión miraremos las imágenes medievales, románicas y severas, otras veces sedentes, hiératicas, o esas bellezas morenas y arrebatadoras que bajo su pelo negro enamoran y hacen soñar con amores de cielo. Iremos un día, quizás, al santuario lejano, en el silencio del otoño, cuando el color dorado del atardecer nos dice que allí está la vida quieta esperándonos. Y andaremos por el campo, por el pinar, entre los trigos, vendremos en romería alegre, bulliciosa, cantando, con la bota de vino, con los panes cálidos y las tortillas humeantes.

Andar el Henares

Las frases anteriores son las que he puesto en el Prólogo al libro que acaba de ofrecernos don Jesús Simón Pardo, ese gran estudioso y propagador de la devoción a la Virgen María en nuestra provincia.

Se titulaba la obra Como un torrente que se desborda, y lleva por subtítulo el de «historia de la devoción a la Virgen en la Campiña del Henares».

Don Jesús, que tiene ya en su haber diversas publicaciones sobre el tema de la mariología, en su vertiente netamente religiosa, a la par que en sus aspectos histórico, artístico y costumbrista, es quien realmente ha indagado a fondo la variedad de motivos mariológicos de nuestra tierra. Que no le va muy a la zaga a Sevilla en eso de tierra de María Santísima, porque aquí, al final del verano, entre los toros y las novenas, prácticamente no se hace otra cosa.

En esta ocasión, Simón Pardo nos lleva de la mano por el Henares. En ese valle anchuroso, limpio de horizontes, denso de gentes e historias, todos los pueblos tienen una Virgen a la que venerar: algunas, como la de Alovera (la Virgen de la Paz) se celebran con toda alegría en Enero. Y la mayoría, léase la de la Antigua en El Casar, la de la Granja en Yunquera o la de la Soledad en Marchamalo, reciben el agasajo de sus fieles mediado septiembre. Algunas, como la de Valdelagua en Robledillo de Mohernando, o la del Rosario en Málaga del Fresno, gozan de la atención de las gentes de estos pueblos mediado Mayo, el mes más propiamente mariano, el de las flores.

Tallas y milagros

En el libro de don Jesús Simón Pardo, que ofrece 260 páginas cuajadas de datos, de relatos de apariciones, de síntesis de milagros, y de descripciones de pueblos, ermitas y tallas, deslumbran sobre todo las imágenes de la Virgen que concentran la devoción y recogen plegarias: algunas, como las que acompañan estas líneas, me han impactado especialmente.

Porque la imagen románica, que sin título concreto, pero a la que muy posiblemente fuera acertado denominar Sra. de la Peña que se venera ahora en una hornacina o cuevecilla en la iglesia de Málaga del Fresno, es de las más hermosas e interesantes que se pueden admirar hoy en la provincia de Guadalajara. Las Relaciones topográficas enviadas a Felipe II en el siglo XVI, hacían destacar en Málaga del Fresno la existencia de una ermita en la que se daba veneración a Nª Sra. de la Peña. Abandonada tal ermita y desaparecida del mapa, los más viejos del lugar recordaban que en la iglesia parroquial se veneró en los últimos siglos una imagen de aspecto antiguo, pero que en la Guerra Civil había desaparecido. Con alegría general, al hacer obras de restauración en el templo de Málaga el año 1976, apareció emparedada la talla antigua, que aunque ya sin el Niño que primitivamente tendría entre sus brazos, es de todo punto admirable: porque si en lo artístico asombra su perfección, su color y perfecta conservación desde el Medievo, en lo religioso es una talla que invita a la oración.

Esta imagen de la Virgen [de la Peña] románica, de Málaga del Fresno, es sin duda uno de los muchos hallazgos y sorpresas que tiene este libro, arropado por el saber y la meticulosidad que su autor, el señor Simón Pardo, siempre ha demostrado.

Pero aún hay más. La Virgen de la Soledad, de Marchamalo, es otro de esos ejemplares que, aunque modernos, por su belleza, su intensidad de dolor en la faz y en el gesto, y la impresionante vestimenta que porta, hacen sobrecogerse el ánimo más superficial. La devoción a la Soledad tiene en Marchamalo muchos siglos de antigüedad. Tiene una ermita y una Cofradía propias. Esa iglesia de camino, esa ermita situada al norte de la villa (desde hace unas semanas independiente) fue construida en el siglo XVII, con la forma tradicional de la arquitectura campiñera: hiladas de ladrillo, mampuesto de tierra, y cantos rodados, mas una pequeña espadaña rematada en campanil, y la puerta bajo un amable pórtico que permite el paso al interior, de una sola nave, con bóveda adornada por relieves de yeso y escayola.

La imagen, aunque de bastidor, tiene un rostro precioso, de emoción dolorosa intensa, con unas manos en las que va la vida, apretadas y suaves. Las blondas que la recubren, el manto negro, la corona de plata… todo se aúna para conseguir que la emoción suba si se la mira con la devoción de los marchamaleros, y sus lágrimas de brillo blanco parecen volar hasta la garganta de quien la contempla.

Sería no acabar, referirnos ahora a todas y cada una de las vírgenes que, en número superior al centenar, se veneran en los 24 pueblos de la Campiña del Henares de los que trata este libro. Un espléndido retablo de tradiciones, de historias, de leyendas y esculturas. Una llamada más a la raigambre que debería hacernos pensar, cada semana, en que esta tierra de Guadalajara, esta tierra de Castilla en la que vivimos, tiene también el largo y hondo sabor de lo incambiable.