Una Alcarria medieval y viva

viernes, 8 enero 1999 0 Por Herrera Casado

 

Para comentar el último libro de Francisco García Marquina, que es una de esas obras de arte a las que en contadas ocasiones se tiene acceso, porque entran muy pocas en docena, se hace necesario volver la mirada a la Edad Media en la Alcarria.

Y ello porque Cosas del Señor, que así se llama la obra en cuestión, trata de forma poco canónica y un mucho sorprendente, lo que aproximadamente debió ocurrir en estas tierras hace seis siglos [y pico]. Una historia de señores, de vasallos, de aldeas mínimas y grandes catedrales. Una visión heterodoxa, pero absolutamente real, de una sociedad olvidada. Y unos personajes que navegan en una insegura barca, a medias entre la realidad y la fantasía, a caballo entre la invención y la expectación más sencilla. Porque en ese cúmulo de más de doscientos personajes que hacen a Cosas del Señor un mundo consistente, hay muchos que todavía viven, entre nosotros.

Cosas del Señor

Hay libros de muy difícil catalogación. Cela decía que «novela» es cualquier libro al que debajo del título se le escriba esa palabra. Y hoy uno no se puede fiar de aquello que está hecho de hojas de papel y tiene cubiertas de cartón, pues aunque se le pueda llamar libro, puede contener desde instrucciones de uso de una lavadora a soflamas en pro del voto a un partido. Lo cual, evidentemente, se aleja del concepto ideal de lo que un libro ha de ser. De un amigo.

Lo que acaba de escribir y publicar Francisco García Marquina es, realmente, un libro. Y puede que sea una novela, si así lo desea el lector. En cualquier caso, lo que Cosas del Señor sea va emparejado con un aplauso, con una carcajada, con un «vítor» firme al terminar de leerlo. Con una satisfacción inmensa de ser alcarreño, de vivir en una tierra en la que, posiblemente, vivieron gentes y pasaron cosas como las que en este libro se cuentan. Porque si en el siglo XIV, según narra el autor, la Alcarria y sus pueblos y sus vegas estaban tan llenas de vida, y en ella bullía tan intensamente la sabiduría patrística, la experiencia dilatada, el buen ánimo, la alegría del sexo, y el miedo al más allá de la muerte, es señal de que la vida explosionaba en cada caserón, y los castillos (léase el de Torixa), los monasterios (el de Sopetrán por ejemplo) y los molinos (como el del protagonista Esteban Priego, sobre el río Umbrío, el que pasa por Caspueñas) estaban cuajados de energía vigorizante, de alegrías y miedos que construían seres humanos perfectos.

Gira la novela en torno a un pueblo (que podría ser muy bien la villa de Caspueñas, en el valle del río Ungría) y sus habitantes. Suceden cosas en la gran ciudad, Guadalajara, donde los eclesiásticos muestran su humano corazón abierto. Y bajan las tristezas y las alegrías desde la altura de Torija hasta el solemne rigor benedictino de Sopetrán. Sin olvidar la cosmopolita Hita, su Arcipreste Juan Ruiz, embaucador por poeta, y sumo sacerdote del mozarabismo por sus versos y sus alientos.

La explosión de la Peste Negra en Europa, y su llega a España, a la alcarria, a este fragmento del mundo en el que discurre la novela, es el motivo central del comportamiento de sus personajes.

De aquella catástrofe sanitaria y social, apenas han quedado recuerdos entre los documentos de los archivos, pero sin duda la conmoción que produjo, el seísmo poblacional, y la alucinación de las mentes que sobrevivieron, transformó a esta tierra brutalmente, en poco tiempo. Anclada en la imaginación, nuestra Alcarria sobrevive a la conmoción porque sobreviven algunos de sus habitantes. Ellos le dan el pulso a la historia, a esta novela que cifra su conformismo en esa frase tan al uso entonces: estas cosas pasan porque lo quiere el Señor. Son… cosas del Señor. Cosas que pudieron haber sido. Hoy redivivas y alerta.

Una novela alucinante

En Cosas del Señor leemos mil y una historias prendidas en un hilo común. Más de doscientos personajes surgen entre sus líneas, repartidos por pueblos, paisajes y edificios que están todavía visibles, vivos en su mayoría, cerca de nosotros. La Alcarria de Brihuega, del Badiel, de Torija, los llanos altos y fríos sobre los valles rumorosos y verdes, tienen en este libro una carga de historias humanas que ciegan y enamoran.

Es este un libro universal, una mezcla de historias que valen para ser leídas en cualquier sitio y desde cualquier perspectiva. Porque si tiene un «tempus» (el siglo XIV) y un «locus» (la Alcarria de Guadalajara), el carácter multiforme que el autor da a su historia/s es de una validez continua, amplia y humanizante.

La sucesión de sensaciones, de emociones y de sonrisas que provocan en el lector la lectura de esta novela, justifica la proposición que aquí hacemos de correr, ya, a por ella, y empezar a leer su inicial descripción del río Umbrío, para no poder parar hasta rematar con el destino, un tanto administrativo y triste, del protagonista, el molinero Esteban Priego, a quien se le toma el cariño necesario como para reiniciar la lectura de la obra con sólo llegar al remate de ella. Es un libro cíclico, una calendario que deja pasar, sin fin y con coda, las hojas todas de su letanía.

El autor de la maravilla

Francisco García Marquina es un escritor de consolidada pluma y gesto llano. Sus muchos libros de poesía, de ensayos y descripciones, cuajan en esta su primera novela, todo un monumento medieval, eterno, hecho con las finas y sutiles piedras del mejor idioma castellano. Meticulosamente trabajados los ambientes, los protagonistas, las escenas. Con una mezcla sabrosísima de realidad y ficción, Cosas del Señor es, ya, una novela redonda para la historia de la literatura castellana en este fin de siglo. Y para contento de nuestros forofos bibliófilos alcarreñistas, una de las mejores obras que se han escrito jamás sobre nosotros.