Corriendo los límites: Bujarrabal en tarde fría

viernes, 27 noviembre 1998 0 Por Herrera Casado

 

Han llegado los viajeros, en la tarde fría y limpia del otoño que declina, a Bujarrabal, un lugar mínimo de la serranía del Ducado, que se pierde entre las suaves lomas cubiertas de dorados robledales caducos entre Alcolea del Pinar y Sigüenza. El silencio, la soledad, la paz que emana del paisaje, les hace ponerse melancólicos y sutiles, quizás pensando que estos depurativos de sosiego convendría a todos tomarlos de vez en cuando.

Bujarrabal asienta en la suave vega del alto río Dulce, abrigado hacia el norte y levante por los altos de la Guijarrosa y los montes que separan las provincias de Soria y Guadalajara. A Bujarrabal puede llegarse desde Estriégana, por un ramal que sale frente al cruce, o desde Guijosa, más en derechura desde Sigüenza. La despobla­ción del lugar, que se produjo hace ya casi 30 años, se ha detenido y hoy hemos visto cómo todos sus edificios, renacidos, bien reconstruidos, muy apañados y hermosos, deben dar cobijo a buen número de población en los meses de verano. A la caída del otoño, en la tarde declinante fría y húmeda, el pueblo está totalmente desierto.

Perteneció bujarrabal, tras la reconquista de la comarca en el siglo XII, al alfoz y Común de Villa y Tierra de Medinaceli. Los obispos de Sigüenza y su Cabildo catedralicio poseyeron amplias heredades en su término, pero la jurisdicción perteneció siempre a la alta y fuerte villa soriana, y el señorío correspondió a los de La Cerda, duques de Medinaceli, durante largos siglos.

El aspecto del pueblo es muy peculiar. Alargado de levante a poniente sobre un leve recuesto, se alinean las viviendas a lo largo de una calle. Muchas de estas construc­ciones son de fuerte sillarejo bien labrado y trabado, y algunas se revocan con yeso de tonos ocres o rojizos, presentando abundantes esgrafiados con fechas, nombres y dibujos popula­res.

La iglesia parroquial, cerrada en esta ocasión, fue dedicada a la Virgen María, y es cons­trucción magnífica del renacimiento seguntino. Levantada en la primera mitad del siglo XVI, luce un atrio porticado al sur, en el que se abre sencilla portada de molduras y líneas clási­cas, sobre las que zurean las palomas, sin descanso. La torre y el ábside están reforzados por contrafuertes. El interior (aún lo recuerdo de otra vez anterior que pude verla) es de una sola nave, cubierta de bóvedas nervadas, muy bien tra­zadas, y coro alto a los pies, destacando sobre cualquier otra cosa, en el muro del fondo, un magnífico altar mayor, obra de talla y pintura, realizado en los talleres de Sigüenza mediado el siglo XVI. Añade en su parte alta algunos detalles barrocos añadidos en el XVIII. Este grandioso retablo, de estilo plenamente renacentista, consta de cuatro cuerpos, cada uno de ellos dividido en cinco calles. La central está ocupada por obras de talla policromada, y las laterales presentan pinturas sobre tabla, haciendo un total de dieciséis. Múltiples escenas, de viva pintura y fuerza vital, se esparcen por este solemne y bello retablo, ahora imposible de ver en el invierno, si no es cuando se celebra la misa dominical. Este retablo engarza estilística­mente con varios otros conservados en la comarca seguntina (Pelegrina, Santamera, Caltójar) salidos todos de los talleres de ensambladores, tallistas y pintores de Sigüenza en la mitad del siglo XVI.

La arqueología de Bujarrabal

Para quien guste de buscar, campo a través, restos fidedignos de antiquísimos tiempos, el término de Bujarrabal es todo un paraíso, porque está repleto de testimonios arqueológicos.

De la Edad del Bronce, Bujarrabal conserva los restos arqueológicos de un poblado fortificado al que llaman el Mojón de Alcolea. Se alza en un cerrete que avanza hacia la vega, en una de las estribaciones de los montes que se alzan entre Bujarrabal y Alcolea del Pinar. Tiene estructura de «península» y se puede hallar a la altura de la fuente de los Hormachales. En el otro extremo del término, entre los valles del Dulce (alto) y el arroyo de la Vega, en un altozano, se han encontrado fragmentos de instrumentos de sílex y de cerámica antigua.

De la época plenamente celtibérica, la del Hierro denominada, debe visitarse el Castro de « Valdegodina», que asienta en una de las estribaciones de un extenso conjunto de monte bajo, que desde la vega del río Dulce continua hasta Sigüenza. El yacimiento se encuentra en una zona amesetada con una ligera pendiente, a cuyos pies este corre el río Dulce, todavía muy pequeño, constituyendo una vega medianamente fértil. El hábitat primitivo, debió ocupar la ladera oriental que desciende suavemente, y es ese el espacio donde se han hallado el mayor número de marcas y hoyos correspondientes a excavaciones clandestinas. Se han hallado en este lugar objetos cerámicos de color naranja, hechos a torno, y unas pequeñas lascas de sílex. Cabe destacar un fragmento de borde muy deteriorado, de pasta naranja y que presenta un baquetón, y que tiene paralelos estructurales con la cerámica de Luzaga, por lo que puede fecharse el asentamiento entre los siglos IV al III a. C.

También existen en Bujarrabal restos romanos. En la vega del río Dulce, que debió estar siempre muy poblado, desde tiempos primitivos, existió sin duda un importante centro de hábitat romano. En la superficie aparecen tejas, piedras trabajadas, ladrillos, algunas piezas cerámicas, destacando un gran sillar de piedra caliza con los extremos tallados lobularmente formando modillones. A la izquierda de la carretera, en el talud, un resto de muro aflora ligeramente y se adentra por debajo de ésta.

Por los materiales hallados no podemos fechar con seguridad este yacimiento. Además sabemos que en 1640 se encontró en el término de Bujarrabal una inscripción romana de la que dio noticia Ceán Bermúdez en su Seminario de las antigüedades romanas que hay en España, en especial las pertenecientes a Bellas Artes (Madrid, 1832). Transcrita dice así por una cara: «Pompe/eia. Nit/liata. C/andida/Cossouq/um f.», y por la otra: «Titus/Aemili/us Fla/us An(norum)/LX. H(ic)S(itus)E(st)/S(it) T(ibi) T(erra) L(evis)». Quizás proceda esta inscripción del más importante núcleo arqueológico de Bujarrabal, una «villa romana» situada en la vega del río Dulce de la que se conserva un muro entero, que en algunos lugares alcanza los 40 cm. de altura. El tamaño de sus piedras y la rectitud y regularidad de su estructura le hacen sin duda romano. Allí aparecieron también fragmentos de cerámica con decoración a bandas y un fragmento pequeño, amorfo, de terra sigillata hispánica finamente decorada.

De la época medieval, lo más interesante que conserva Bujarrabal es el torreón de construcción árabe. En el punto más alto de la población, entre los edificios que la rodean, se alza una construcción de estructura cuadrangular, en estado ruinoso, pero que conserva un interesante aparejo formado por grandes sillares asentados en seco, en sentido vertical. Es muy parecido al que se conserva en Mezquitillas (Soria), en el castillo de Torresaviñán (Guadalajara) y en el cercano torreón árabe que se conserva en Barbatona. Puede ser fechada esta minifortaleza de Bujarrabal en torno al siglo X. Además, en el término también se conservan restos de otro torreón de la misma época, o ligeramente posterior, entre unas cerradas y en un altozano dominando un paso hacia Torralba, donde aparecen unos restos contractivos de estructura circular, hechos de sillarejo, y que se mantienen hasta un metro de altura.

Los viajeros, tras de mirar la esbelta y fortísima torre de Bujarrabal, que les trae ecos de morerías y califatos, y les deja soñar, una vez más, con países de arena y oasis de acuático sonido, deciden volverse por donde han venido. No sin antes recomendar a quien esto lea que vaya, alguna vez en la vida, o mañana sábado mismo, a Bujarrabal. Porque se sorprenderá de encontrar un pueblecillo tan sugerente y hermoso, tan bien dotado de edificios, de recuerdos, de horizontes limpios.