Yebra, una larga historia

viernes, 2 octubre 1998 0 Por Herrera Casado

 

El pasado día 5 de septiembre, y en el contexto de las fiestas patronales de la villa de Yebra, tuvo lugar la presentación pública de un libro que merece la pena comentarse, porque supone (con la fuerza cultural que todo libro arrastra y promociona) un verdadero hito en el caminar secular de esta villa de la baja Alcarria, la de Yebra luminosa y abierta, castigada hace tres años por un maldito huracán de agua y de negruras, que parece ahora haberla rescatado para siempre hacia la claridad perenne.

Una historia difícil

Tratar la historia de un pueblo que parece no tenerla es tarea ardua en principio. Tarea que luego se transforma en un ejercicio de investigación pura, de búsqueda afanosa de datos y concluye, como en un final feliz de pirotecnia zaragozana, con el relato completo y exhaustivo de todo cuanto ha ocurrido, en siglos largos y en densas vidas, por los huecos callejeros de Yebra.

El libro que comento, presentado hace un mes en Yebra, aunque antes ya había tenido ocasión de leerlo, es una obra de autor. Se sale del uso habitual de este tipo de «Historia de la villa de…» en que se remontan los autores a los primitivos pobladores, pasando por los Mendoza, la guerra de la Independencia, la relación de ermitas y ese consabido etcétera que, con rigor pero con cierto aburrimiento, se nos cuenta de todos lugares. Esta obra sobre Yebra es distinta a todas. Es seria y al mismo tiempo jocosa. Es una obra de autor, de autores mejor dicho: de Francisco García Marquina y de María Antonia Velasco Bernal.

Los nombres de estos escritores están más que consagrados en la panorámica literaria española actual. García Marquina es autor de celebrados poemarios, de una biografía íntima de Camilo José Cela, y de dos o tres libros sobre cosas de Guadalajara (Nacimiento y mocedad del río Ungría, Castillos de Guadalajara…) en los que utiliza un lenguaje culto, preciso y lleno de humana apreciación por las cosas. Un lenguaje que, no lo oculta, recibe en herencia de su admirado maestro Cela. Velasco Bernal ha demostrado sus dotes narrativas con un par de novelas (El eterno día de Sigüenza y El gato entre papiros) algunos volúmenes de cuentos (Necrológicas y Yegua de la Noche) y muchos artículos periodísticos de opinión (La libélula lila). Su riqueza compositiva y su vocabulario perfecto la ponen en los primeros puestos de la narrativa castellana femenina actual.

Pues esta pareja de autores ha construido un libro bellísimo y emocionante. Un libro que, ya por fuera, en la palpitante luz de su cubierta, y en el cálido bullicio de sus páginas de tono hueso con imágenes de color y blanco y negro, se nos hace atractivo. Confirmándose la impresión con su lectura.

No dejan nada al azar. Informaciones históricas, documentos de archivo, análisis concienzudo de las cosas que siguen en pie (la iglesia, las ermitas, la fuente…) y charlas -muchas- con los vecinos del pueblo, permiten a García Marquina/Velasco Bernal componer esta obra en la que hay certeza y calidez. Calidad por tanto, poco vista.

Se trata de los calatravos, del fuero de Zorita (apurando los elementos más jocosos y llamativos del mismo), del tren del Tajo, y de curiosidades judías. Se hace relación exhaustiva de los hijos ilustres del pueblo en siglos pasados (entre los que aparece el pintor Alonso del Arco). Se trata de las fiestas actuales y pasadas. De la Banda de Música, de las costumbres, de la riada de agosto del 95… Nada queda, que tenga que ver con Yebra, en el tintero. Y todo ello, como decimos, en un tono y con una prosa que sale fuera de los cánones habituales: mejorándolos. De tal modo, que este libro no es solamente una «Historia de Yebra» o unos «Recuerdos y añoranzas de mi pueblo». Es un libro de Francisco García Marquina y María Antonia Velasco Bernal que trata sobre Yebra. Suficientemente claro.

El ferrocarril del Tajo

Me sería muy difícil escoger la mejor página de esta larga historia de Yebra. Quizás sean esas consideraciones, jocosas y limpias, del Fuero de Zorita que hacen sus autores en las páginas 21 a 25. De las 800 cláusulas penales, rígidas y cortadas según los patrones éticos del siglo XIII, las más escatológicas o sorprendentes han sido escogidas y comentadas en sus páginas. Bien es verdad que Yebra usó el Fuero de Zorita en un principio, aunque luego fue adscrita a la ley local de Almoguera cuando esta villa se instituyó en cabeza de encomienda de la misma Orden. Pero valgan unas u otras normas para definir una forma de vivir. Deben leerse.

Otro magnífico apunte de historia íntima es el capítulo dedicado al ferrocarril del Tajo. Desde la estación del Niño Jesús, por Arganda (el tren de Arganda, que pita más que anda decía una tía mía cuando me lo enseñaba, yo muy pequeño, desde las ventanas de su casa de Sáinz de Baranda) subía a Perales, y luego a Orusco, pasando por Mondéjar hacia la cuenca del Tajo, en Yebra, y subiendo por Sacedón hasta Alocén, donde moría. Un tren que sirvió para llevar a Madrid, desde Trillo, las piedras del desmochado monasterio de Ovila. Y de allí a los Estados Unidos (otra historia para contarla algún día, más despacio). Pues esa memoria del tren que pasaba por Yebra, y esa fotografía de la piedra que, con su nombre, tenía la estación y aún se conserva como dintel de entrada a la piscina, es otro elemento que hace a este libro entrañable y magnífico.

Sirvan estas líneas, pues, para darles las gracias a Paco Marquina y a Toya Velasco, por este libro, por todos sus libros, por tener tanta alegría en el cuerpo, y tan bien cortada su pluma, que decían los antiguos. Hasta luego.