Un catálogo necesario: Rollos y Picotas de Guadalajara

viernes, 18 septiembre 1998 3 Por Herrera Casado

 

En muchos pueblos de nuestra provincia aparecen unos elementos arquitectónicos que a unos sorprenden y a otros ya ni les inmutan, por estar cansados de verlos. Sobre el asombro y la costumbre, se alzan siempre rectos, suficientes, orgullosos y brillantes los rollos, las picotas de nuestros pueblos. En Guadalajara existen más de 40 de estos elementos, bien conservados y fehacientes de un significado muy concreto, de una historia densa y clara.

Un Catálogo necesario

Aunque quienes caminan de forma habitual por los pueblos de Guadalajara ya conocen la mayoría de estos elementos arquitectónicos, no venía nada mal que alguien se pusiera a la tarea de realizar su catalogación, la recogida de los datos de todos y cada uno de estos rollos y picotas. Son pétreos gritos a la entrada de los pueblos, sonoros aldabonazos de gallardía en el centro de sus plazas mayores. ¿Alguien no ha visto todavía, al pasar por El Pozo, el rollo que se levanta en el centro de la villa? ¿Alguien no se fijó al salir (o entrar) de Cifuentes, en la picota que adorna los jardines de una urbanización extrema? Así hasta 40 y aún más.

Esta tarea de recopilar sus datos, de fotografiarlos uno a uno, de dibujarlos, anotarlos, consignarlos con sus más mínimos detalles, la acaba de realizar Felipe María Olivier López-Merlo, uno de nuestros más entusiastas escritores alcarreños, quien se ha recorrido cientos, miles de kilómetros por la geografía provincial, en compañía de Juan José Bermejo, un estupendo fotógrafo que se ha encargado de la tarea de recoger en negativos las imágenes. Y les ha salido una obra simplemente perfecta, una obra que yo consideraría como indispensable de conocer para cuantos quieran tener el saber de todo lo que de interesante encierra Guadalajara.

Porque en el significado y en la forma de estos rollos y picotas está buena parte de la esencia de nuestra tierra. Ellos tenían una misión muy concreta: la de anunciar a propios y extraños la capacidad de administrarse justicia a sí mismo que tenía el pueblo que la exhibía. Aunque en un principio, en plena Edad Media, tuvieron un sentido patibulario y de castigo (dicen que de sus ganchos, de sus extremidades más altas colgaban ahorcados a los malhechores para público escarmiento) a partir del siglo XV lo que significan es algo bastante diferente, pues tienen la voz de decir que ese pueblo es Villa con jurisdicción propia, y que los asuntos de su gobierno y su justicia se dirimen entre sus propios vecinos, sin que más altas instancias deban entrometerse en su vida particular.

Los mejores rollos de Guadalajara

Con el significado que lo clásico nos ha legado, Guadalajara tiene, más que un buen rollo, muchos buenos rollos. Son estos elementos tallados en piedra, solemnes en su gris tono, vibrantes en los contrastes de sus adornos en relieve, los que dan belleza a muchas plazas de nuestra provincia, y asombran al caminante en muchas encrucijadas de sus caminos. Recordar uno por uno los cuarenta que existen en la provincia sería tarea no pesada, pero sí amplia para esta página de urgencia. No puedo, sin embargo, negarme a evocar aquí los que más me gustan: esos rollos y esas picotas que dicen de la soberanía de los pueblos que los ofrecen, gustosos y limpios, a vecinos y visitantes.

Quizás sea el más bello de todos (casi sin excepción es la valoración de los entendidos en el tema) el rollo de Fuentenovilla. Muy alto, muy bien conservado, y con un remate que ofrece un tejadillo escamado, unas figuras mitológicas y muchas tallas al remate de su estriado fuste, es sin duda la pieza más elegante del catálogo de picotas alcarreñas.

Pero no podemos olvidar esos interesantes elementos de El Pozo de Guadalajara, de Lupiana y de Moratilla de los Meleros. Con sus clásicos brazos en lo alto de los que asoman las cabezas de leones, o con sus tallas ya desgastadas que explican su sentido de fuerza y anuncio caminero.

En Balconete y en Valdeavellano (junto a estas líneas) surgen otros dos preciosos rollos. El primero es más antiguo, con trazos y perfiles góticos todavía. El segundo es nítidamente renacentista, sobrio y elegante a un tiempo. Como el de Cifuentes, que con su ranurada columna, pregona la fuerza de una villa que tuvo su señorío ligado a los silva, una de las familias más fuertes de los iniciales años modernos. También es muy bonito el rollo de Hueva, y no podemos olvidarnos del de Peñalver, que es de los pocos que luce en su remate el escudo de su señor, del linaje de la familia dominante.

De algunos solo sabemos que existieron, y debían ser muy bellos a juzgar por los arquitectos que los diseñaron: es el caso de Horche, a quien le trazó su rollo nada menos que el arquitecto Medinilla. Se lo llevó (según me han contado) una fuerte racha de viento un día de tormenta veraniega. También en Galve de Sorbe hay que contabilizar dos rollos en el mismo pueblo (es el único caso en que esto ocurre). Quizás uno simbolizaba la jurisdicción, y otro el castigo. También en el señorío de Molina hubo algunos, de los que sólo sobreviven los de Tortuera e Hinojosa, muy hermosos.

Otros son más sencillos, como los de La Toba, Villaviciosa de Tajuña, Brihuega, Gárgoles, Alcolea de las Peñas, Alarilla, etc. Muchos hay, todos diferentes y hermosos, todos llenos de esa sustancial razón de íntima fuerza y honda raigambre. Nadie que vea, tras muchos años de faltar, el rollo de su pueblo, dejará de sentir un escalofrío por la espalda, quizás un temblor de mandíbula y una humedad incontenible en los ojos. Son realmente eso: el corazón y la palabra de los pueblos que los tienen.

Un libro encantador

El libro que acaba de publicar Felipe Mª Olivier López-Merlo, en colaboración con Juan José Bermejo como fotógrafo, es sin duda una forma útil y firme de acercarse al conocimiento de estos elementos. Se titula (no podría ser de otra forma) «Rollos y Picotas de Guadalajara» y a lo largo de sus 80 páginas totalmente cuajadas de fotografías en color, de dibujos y esquemas, de planos y de historias, cualquiera puede saber el misterios, desvelado, de la picota de su pueblo, de ese elemento que siempre saludó con veneración (a veces con miedo) y que tiene, ya está claro, un significado de alegría y afirmación. Una forma más de conocer, a través de su patrimonio, la tierra en que vivimos. Esta Alcarria cuajada siempre de sorpresas.