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agosto, 1998:

Los conjuntos amurallados en la provincia de Guadalajara: una revisión bibliográfica

 

Introducción

 En esta intervención tratamos de dar a conocer los numerosos conjuntos urbanos que tuvieron, o aún tienen, defensas amuralladas, en la provincia de Guadalajara. Pero como la descripción, estudio, análisis y consideración, aunque fuera mínima, de esta riqueza patrimonial, daría para larga disertación, y aún creo para otro curso paralelo, vamos a pasar de la simple enumeración de esos conjuntos con un análisis muy superficial de los más relevantes, a lo que es realmente el objetivo de esta comunicación, es decir, a la revisión bibliográfica y el aporte de materiales publicados sobre todos ellos, como una invitación al estudio en profundidad de los mismos.

 Relación de Conjuntos

En número aproximado, en la provincia de Guadalajara hay unos 25 pueblos, entre ciudades, villas y aldeas, que estuvieron en su día defendidos por murallas.

Las razones para el amurallamiento completo de las poblaciones, fueron varias. La más destacada, siempre, la de la defensa ante posibles ataques enemigos. Pero en otras ocasiones la intención fue meramente de prestancia, realmente propagandística, exponente de un poder social.

En este sentido, pueden detectarse diversas categorías de villas amuralladas:

a) de realengo (suelen ser las mejores y más grandes, como Atienza y Guadalajara).

b) de señoríos particulares (Molina, Cogolludo…)

c) de señoríos particulares mendocinos (Palazuelos, Hita…)

d) de Órdenes militares (Zorita, Almoguera…)

e) de eclesiásticos, obispos de Toledo o Sigüenza (Brihuega, Uceda…)

Entre los tipos de conjuntos amurallados, destacan los enormes, inmensos, múltiples, como en Atienza y en Molina.

Los que protegen una villa que es ya fuerte de por sí: Hita, Uceda.

O los que protegen lugares en llano, más indefensos: Cifuentes, Guadalajara, Zorita villa.

Todos estos lugares y ejemplos tienen una estructura similar: cerca de mampostería (que sustituyó a la primitiva árabe, de adobe simple) con refuerzos en altura de ladrillo, y sillar en las esquinas. A trechos surgen torreones, cuerpos de planta semicircular o cuadrada, de refuerzo. En muchas ocasiones (tal los casos de Guadalajara y Zorita, Molina…) se construían torres albarranas, y siempre una o varias puertas en el recinto, protegidas por fuertes torres.

La historia natural de estos conjuntos amurallados es siempre el mismo: la mayoría de estas murallas fueron levantadas por los árabes, pero luego caídas y destrozadas se reforzaron, se rehicieron por los cristianos, y así entre los siglos IX al XI puede catalogarse su construcción; entre los XII al XIV su mejora y reforzamiento; y en los XV y XVI el mantenimiento o, en ocasiones, el aumento y embellecimiento. Tras el reinado de Carlos V, en que ya no existe peligro de guerra en los estados peninsulares, se abandonan y van deteriorándose. En el siglo XIX, finales, por los ensanches y modernizaciones, se derriban muchas de ellas.

Descripción y valoración de los conjuntos más interesantes

 El de GUADALAJARA fue uno de los más amplios e interesantes. El alcázar o castillo en un extremo, en localización estratégica y vigilante, y el resto de la cerca se extiende circuyendo a la ciudad. A trechos surgen puertas, y en las esquinas y en zonas de refuerzo, las torres, que en varios casos son albarranas (La Feria, Bejanque, Alamín…) Personalmente, me ocupé del estudio detallado de esta muralla de la ciudad de Guadalajara, en la Revista Wad-al-Hayara, nº 13, de 1986. Cayó destruida en el siglo XIX y principios del XX, y hoy se ha recuperado una puerta (de Bejanque) se ha restaurado otra (el Alamín) y sigue en abandono otra (la de Feria o Alvar Fáñez).

Le sigue en importancia el de SIGÜENZA, la ciudad creada y defendida por los Obispos. Completamente rodeada de muralla, y con numerosas puertas y torres. El castillo, en el extremo superior de la ciudad. Su estado actual es el de haber perdido la mayor parte de su estructura y puertas, quedando visible el fragmento sobre el valle del Vadillo.

El de ATIENZA es también importante. Sucesivas construcciones, que amplían el círculo de la villa y rodean nuevos barrios, entre ellos la judería. La evidencia de su necesidad está en que sufrió fuertes acosos, ataques y asaltos en la Edad Media. El castillo en lo más alto, y hasta 3 cercas concéntricas, con puertas que luego quedaban dentro de la siguiente muralla más exterior.

El de MOLINA DE ARAGÓN es otro elemento de ciudad amurallada paradigmático. Con el castillo en lo alto, y en un extremo, se fueron alzando las murallas llamadas el Cinto, más las puertas, y torreones, de los que queda el de Medina, y los restos de la puerta/torre del Baño. Muy poco queda de todo ello, a excepción de recuerdos.

El de BRIHUEGA es otro de los grandes ejemplos de amurallamiento completo. Se van restaurando poco a poco, porque ha habido la suerte de que han llegado bastante enteras a nuestros días. Las puertas de Cozagón y la Cadena son realmente singulares, quedando además la del Juego de Pelota, que da acceso al prado de Santa María, que realmente era el recinto externo de la alcazaba de origen árabe.

El caso de PALAZUELOS es de los más conocidos, porque es la la villa mejor amurallada y hoy conservada. Es una joya, y ello hace que sirva para plantear la necesidad de una conservación integral, aunando el respeto a la muralla medieval con los derechos de los vecinos cuyas casas apoyan en ella. Como todas las anteriores, tiene el castillo a un extremo, el norte, y la muralla se extiende abrazando a todo el caserío, de tal forma que ninguna construcción del mismo queda fuera de ella. Por tres grandes puertas inscritas en fuertes torreones se adentra el viajero en el pueblo, de forma angulada, como medio más seguro de protección.

El burgo de HITA es también elevado por el marqués de Santillana, como el de Palazuelos. El castillo muy alto, coronaba la villa baja, peor protegida, de ahí que tuvo que recibir la defensa de la muralla, porque los Mendoza aquí también tuvieron problemas reales de guerra y acoso. Quedan fragmentos que se van restaurando, y la gran puerta de entrada a la villa, un poco pastiche pero recordando la original.

El conjunto amurallado de COGOLLUDO cuenta con la mejor descripción del siglo XV que nos queda de una muralla. Vale hoy más la descripción que lo descrito. Apenas quedan restos de la muralla, que partía y alcanzaba al castillo en lo alto, rodeando la villa incluida la plaza, que quedaba en el extremo occidental.

El grupo de UCEDA, villa de los arzobispos toledanos, con su castillo en un extremo, tuvo fuertes puertas y torreones, de los que quedan fragmentos enormes, como la torre junto a la puerta Herrena.

Completamos esta decena de magníficos ejemplos de conjuntos amurallados con el de CIFUENTES, que era villa de los condes de Silva, y que también ha mantenido puertas, torres, recuerdos de su existencia y descripciones, con el castillo en un extremo.

Pero hubo muchos otros conjuntos amurallados, aproximadamente unos 15 más, que serán mencionados al hablar de la bibliografía.

Referencias bibliográficas sobre conjuntos amurallados

La aportación concrtea de esta comunicación es la de trazar unas líneas bibliográficas, como basamenta de futuras investigaciones y acercamientos a la visión total de este tema. No es difícil comprender que he estado tentado de comentar todos y cada uno de los trabajos aquí referidos, analizando sus aportaciones, dándolas a conocer y valorándolas en toda su dimensión. Pero así expuesto el tema hubiera dado para un Curso entero, repito, y por eso me he limitado a exponer, con la aridez propia del tema, los elementos de referencia bibliográfica donde se da noticia de murallas y recintos amurallados.

Hay diversos trabajos, excepcionales, sobre conjuntos amurallados en Guadalajara.

Yo destacaría en primer lugar el que considero el trabajo más serio, denso y valioso de todos. La Tesis doctoral de Mª Pilar Martínez Taboada, titulada Urbanismo medieval y renacentista en la provincia de Guadalajara: Sigüenza, un ejemplo singular, leída en la Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Geografía e Historia, Departamento de Historia del Arte I, en 1990.

En esta obra, Martínez Taboada analiza, entre otras cosas:

a) castillos y recintos defensivos de los Mendoza en Guadalajara: Hita, Palazuelos, Valfermoso de Tajuña, Trijueque, Tendilla, Torija y la propia Guadalajara.

b) los castillos y recintos defensivos de los arzobispos toledanos: en Uceda, Brihuega y Almoguera.

c) algunas villas realengas, como la de Atienza.

En la Tercera Parte de esta Tesis, analiza el desarrollo de las villas alcarreñas en el siglo XIII: y así dedica amplio espacio al estudio de las murallas de lugares como:

a) Brihuega, Uceda, Molina de Aragón, Zorita de los Canes, Atienza, Cifuentes, Guadalajara… (todas con sus correspondientes planos).

Y luego analiza la evolución de las murallas de estas villas y ciudades, además de las de Almoguera, Hita, Peñalver, Cogolludo y Alcocer.

Pero es sobre todo el análisis evolutivo de la muralla de Sigüenza, lo que ocupa gran cantidad de páginas de esta Tesis. Minucioso y erudito, este estudio es sin duda el mejor y más completo sobre esa ciudad y en general sobre todos los conjuntos de la provincia.

 Sobre PASTRANA es precisamente el libro Los Jardines de la Villa de Pastrana, de Tomás Nieto y Esther Alegre, (Diputación Provincial y Colegio de Arquitectos de Guadalajara, 1997) el que de forma muy destacable estudia la evolución de la villa y sus murallas, y sobre todo los planos del desarrollo de las mismas. Tratan en él sus autores de la evolución de la cerca medieval, así como de la muralla y jardines con plaza delantera que Covarrubias diseñó para la villa.

 Sobre BRIHUEGA, y desde una perspectiva más antigua, A. Pareja Serrada en su obra Brihuega y su partido (1916) nos da idea de cómo se conservaba la muralla, las puertas y torreones de la villa, en los inicios del siglo XX, con relaciones históricas/monumentales, especialmente en sus páginas 370-373.

También sobre Brihuega cabe reseñar el trabajo de Mª Magdalena Merlos Romero titulado Brihuega como ciudad del Arzobispo de Toledo: pervivencia islámica en la arquitectura civil y militar, presentado en la Revista Wad-al-Hayara, nº 25, de 1998, con análisis muy meticuloso de la muralla briocense.

 Sobre ALMOGUERA se analiza, muy brevemente, la posible estructura de castillo y murallas en la obra de Ricardo Murillo y Plácido Ballesteros, Aproximación histórica a la Alcarria Baja. Tierras de Zorita y Almoguera, de 1985 (Edición de Diputación, Institución Provincial de Cultura).

 Sobre ALCOCER, la obra de Andrés Pérez Arribas, en sus páginas 44-48 trae datos sobre murallas y puertas. El libro se titula Alcocer, historia y arte, de 1974.

Sobre HITA, se estudia con todo detalle sus murallas en la obra de Manuel Criado de Val Historia de Hita y su Arcipreste. Precisamente en su gran capítulo titulada «La Tierra de Hita, clave toponímica del Buen Amor«, pp. 167-184, y en otros lugares del libro, va dando la referencia descriptiva hecha por viajeros (Gaspar Barreiros, la Relaciones Topográficas, etc.)

 La muralla de COGOLLUDO aparece relacionada en uno de los pocos libros dedicados en exclusiva al estudio de un recinto amurallado: es el de Mª Teresa Laguna Paul y Antonio López Gutiérrez, titulado Los recintos amurallados y urbanismo en Cogolludo de 1176 a 1505 editado en Zaragoza en 1989. Tras el estudio introductorio de unas 26 páginas, presenta completo un documento excepcional: «La medida y tasación hecha por pedro de Piedrahita y Rodrigo de Carazo, de la muralla de Cogolludo, por encargo de Luis de la Cerda, duque de Medinaceli», en un texto de 1496. Pocos documentos se encuentra así, tan perfectos y completas.

 Sobre la muralla de Guadalajara, y aparte lo referido en el Tomo V de las Relaciones Topográficas de Guadalajara, que se ilustra con unos repetidos dibujos de los ingenieros militares de la Academia, está el trabajo del profesor José Miguel Muñoz Jiménez, titulado Iconografía y Topografía: análisis de la «Vista de Guadalajara» de Antonio de las Viñas y de otras dos vistas barrocas sobre lo mismo, publicado en las Actas del III Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, celebrado en 1992. En ese trabajo se observa y analiza el recorrido de la muralla, y los torreones y puertas que la ilustraban.

Con visión mucho más general sobre localidades, murallas, castillos, etc, de todos los pueblos de la provincia, hay algunas publicaciones que conviene mencionar, porque son capitales para introducirse con amplitud en el mundo de los conjuntos amurallados de Guadalajara.

 Por una parte son las Relaciones Topográficas los textos en que se describe el estado de murallas, puertas, castillos, etc de muchos pueblos de esta tierra. Dan una imagen vívida de como eran hacia 1575 las villas y recintos amurallados. Ya se encarga en este Curso José Ramón López de los Mozos de analizar este tema.

 En la obra de José Mª Quadrado y Vicente de la Fuente, España, sus monumentos y artes, su naturaleza e historia. Castilla la Nueva, de finales del siglo XIX, aunque sus observaciones son anteriores. Son importantes documentos estas páginas para conocer el perímetro y detalles de murallas, torreones y puertas de la de Guadalajara. En sus páginas 79 y 80 se explica con todo detalle la puerta y torre de Bejanque, que él aún conoció, y otras en el barranco del Alamín, junto al Convento de las Bernardas. La edición consultada es el facsímil de la Editorial «El Albir», Barcelona 1978. Explica también haber aparecido en el siglo XVI grandes lápidas con inscripciones romanas en las bases de la Torre de Alvarfáñez, por lo que colegían eran estas torres y murallas de origen romano o al menos visigodo.

Es especialmente hermosa y detallada la descripción de la muralla de Zorita y de su castillo. Es meticuloso en la recogida de historias y en descripciones. Lo mismo hace con Brihuega, con Hita y Cogolludo. Atienza, con Sigüenza y Molina: es una auténtica descripción, meticulosa y válida, de los principales lugares de la provincia.

 También en la Crónica de la provincia de Guadalajara de José María Escudero de la Peña, editada en 1869, pero de la que hay edición moderna, trae muchos datos tomados «en directo», de Guadalajara, Molina y Brihuega. De todos modos, es este un trabajo «de gabinete» y el autor se nota que viajó poco.

 El trabajo más técnico y elaborado, más específico, del tema que tratamos, es el firmado por Basilio Pavón Maldonado, Guadalajara medieval. Arte y Arqueología árabe y mudéjar, del CSIC, Madrid 1984. Desfilan por esta otra todas las localidades que tienen algún resto constructivo de época medieval, y concretamente elementos árabes o mudéjares confirmados por la excavación.con amplias, muy amplias revisiones históricas de la época, y análisis in situ de los conjuntos, Pavón nos ofrece datos de unas 72 localidades, de entre las que destacan los profundos estudios de Guadalajara, con sus puentes, sus torreones, puertas y restos de murallas.

Pavón hace los clásicos y amplios estudios de Atienza, Brihuega, Cifuentes y Molina de Aragón. Descubre el interés y el valor (hoy prácticamente desaparecidos) de la ciudadela árabe de Peñahora junto a Humanes. En Molina, el estudio lo hace acompañado con otras ciudades de Al-Andalus, y aporta estupendas visiones, muy detalladas, de algunos pueblos, como Escamilla, o Almonacid de Zorita, con sus murallas enteras estudiadas. Incluso el estudio de Zorita es fundamental, desvelador de la importancia del arrabal de la Alcaicería, situado al otro lado del río.

 En la obra Castillos de Guadalajara de Jorge Jiménez Esteban (Ediciones Penthalón, Madrid 1993) se presentan nuevas valoraciones sobre murallas y recintos. Es especialmente valiosa la descripción y estudio de la muralla de Guadalajara, y de sus torreones y puertas, de las que afirma había: puerta de la Villa, puerta del Alamín, puerta de Bejanque, puerta del Mercado, puerta de Alvar Fáñez (de la Feria) y puerta del Puente. Jiménez da, por ejemplo, en su Tomo I, estudios y croquis de las murallas de Torija, de Brihuega, de Escamilla, de Fuentelencina, de Alcocer, Peñalver, Hita, de Beleña, de Uceda y Peñahora. En el Tomo II es especialmente interesante el estudio de las murallas de Atienza.

 Son fundamentales también los estudios de Francisco Layna Serrano. Especialmente su obra Castillos de Guadalajara, de 1935 la primera edición. Hay que tener en cuenta que antes de este libro había muy pocas cosas vistas y analizadas. Él es, como en muchas cosas, pionero de la investigación de este tema. Quizás hoy estén superadas algunas de sus apreciaciones, sus conclusiones, sus descubrimientos. Pero no su capacidad de analizar cosas nuevas.

Layna Serrano se entretiene en estudiar, dibujar y disecar con precisión quirúrgica las murallas de Atienza en su gran obra Historia de la villa de Atienza, de forma similar a lo que hace con las defensas de Cifuentes en su madura Historia de la villa condal de Cifuentes. En el primer tomo de los cuatro que conforman la Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI, Layna también analiza y ofrece su visión de la muralla arriacense.

 Nosotros mismos, en varias de publicaciones de alcance divulgativo, hemos analizado los recintos amurallados de la provincia de Guadalajara. Así ocurre con varios castillos y conjuntos amurallados en la «Guía de campo de los castillos de Guadalajara», «Sigüenza, una ciudad medieval», «Cifuentes, villa condal», «Tendilla, historia y arte», «Brihuega, la roca del Tajuña», etc, etc.

 En cuanto a la documentación específica referida a los conjuntos amurallados y sus problemas, es muy difícil dar pistas, porque es un tema poco tratado. Concretamente en las actas concejiles de la ciudad de Guadalajara figuran numerosas referencias a los deterioros y reparaciones de la muralla, especialmente en el siglo XVI. Y en Sigüenza también hay datos, muy dispersos en su tesoro documental municipal.

Conclusión

 Hemos ofrecido en este breve repaso bibliográfico a los conjuntos amurallados de la provincia de Guadalajara una breve sinopsis de sus ejemplos más interesantes y paradigmáticos, así como un bloque de referencias bibliográficas en las que poder leer más, indagar más, conocer mejor lo que otros hace siglos, o más recientemente, han visto y analizado sobre estos conjuntos. Quizás se podría haber reunido de forma más exhaustiva la bibliografía del tema que nos ocupa, pero también es cierto que hubiera sido muy densa la relación, perdiendo su efectividad.

Efectividad que radica en esta selección, desde la cual, como pasa siempre en las bibliografías, podrá accederse luego a más precisos y raros escritos. Para tener una visión amplia, genérica y básica del tema, con lo expuesto tenemos más que suficiente. Y a continuación reseñamos en concreto esta bibliografía previamente comentada.

 Referencias bibliográficas sobre

Conjuntos amurallados de Guadalajara y su tierra

 Martínez Taboada, Mª Pilar: Urbanismo medieval y renacentista en la provincia de Guadalajara: Sigüenza, un ejemplo singular. Tesis doctoral publicada por la Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Historia del Arte I, 1990.

 Nieto Taberné, T. y Alegre Carvajal, E.: Los Jardines de Pastrana, Edita Colegio de Arquitectos de Castilla-La Mancha, Delegación de Guadalajara, y Excmª Diputación Provincial de Guadalajara, 1997. Hay reedición de AACHE Ediciones de 1999.

 Pareja Serrada, Antonio: Brihuega y su partido, 1916.

 Merlos Romero, Mª Magdalena: «Brihuega como ciudad del Arzobispo de Toledo: pervivencia islámica en la arquitectura civil y militar». Revista Wad-al-hayara, 25 (1998)

 Murillo, Ricardo; Ballesteros, Plácido: Aproximación histórica a la Alcarria Baja. Tierras de Zorita y Almoguera. Excmª Diputación Provincial de Guadalajara, 1985.

 Perez Arribas, Andrés: Alcocer, historia y arte, 1974.

 Criado de Val, Manuel: Historia de Hita y su Arcipreste, AACHE Ediciones, Guadalajara, 1998.

 Laguna Paul, Mª Teresa; López Gutiérrez, Antonio: Los recintos amurallados y urbanismo en cogolludo de 1176 a 1505. Ibercaja, Zaragoza, 1989.

 Muñoz Jiménez, José Miguel: «»Vista de Guadalajara», de Antonio de las Viñas y de otras dos vistas barrocas sobre lo mismo», en Actas del III Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, 1992.

García López, J.C.; Pérez Villamil, M: Relaciones Topográficas de los pueblos de la provincia de Guadalajara. Madrid, Real Academia de la Historia, 1911 y ss., 6 Tomos.

 Quadrado, José Mª; de la Fuente, Vicente: España, sus monumentos y artes, su naturaleza e historia. Castilla la Nueva, Edición facsimilar de «El Albir», Barcelona, 1978.

 Escudero de la Peña, José Mª: Crónica de la provincia de Guadalajara, Edición facsimilar de la de 1869, por AACHE Ediciones, Guadalajara, 1995.

Pavón Maldonado, Basilio: Guadalajara medieval. Arte y Arqueología árabe y mudéjar, C.S.I.C., Madrid, 1984.

Jiménez Esteban, Jorge: Castillos de Guadalajara, Editorial Penthalón, Madrid, 1993. 2 tomos.

 Layna Serrano, Francisco: Castillos de Guadalajara, AACHE Ediciones, Guadalajara, 1994.

 Layna Serrano, Francisco: Historia de la villa de Atienza, C.S.I.C., Madrid, 1942.

 Layna Serrano, Francisco: Historia de la villa condal de Cifuentes, AACHE Ediciones, Guadalajara, 1998.

 Layna Serrano, Francisco: Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI, AACHE Ediciones, Guadalajara, 1993-96.

 Herrera Casado, Antonio: Guía de campo de los castillos de Guadalajara, AACHE Ediciones. Colección «Tierra de Guadalajara», nº 24, Guadalajara, 2000.

 Herrera Casado, Antonio: Brihuega, la roca del Tajuña, AACHE Ediciones. Colección «Tierra de Guadalajara», nº 14, Guadalajara, 1995.

Herrera Casado, Antonio: Sigüenza, una ciudad medieval, AACHE Ediciones. colección «Tierra de Guadalajara», nº 1, Guadalajara, 3ª edición, 2000.

 Herrera Casado, Antonio: Tendilla, historia y arte, AACHE Ediciones. colección «Tierra de Guadalajara», nº 12, Guadalajara, 1994.

De historia molinesa: La torre de Zafra

 

En el señorío de Molina, junto al pueblo de Hombrados, se alza un magnífico castillo, que levanta la frente contra el viento norte, y parece pedir, en su derrota, más guerras y sonoridades de armas: es el castillo de Zafra, puesto sobre unos sinclinales rocosos que emergen de amplia pradera en la sexma del Pedregal. Su estampa, de medieval raigambre, y el paginar denso de historias que su silueta provoca, merece ya que se realice una visita al mismo. El encuentro con lo que está cargado de razones históricas y estéticas, estimula al hombre a conocer mejor su tierra, a respetarla. El viaje, en sí, siempre es agradable. Más aún ahora en verano, y por aquellas alturas. Y la búsqueda de un punto de entronque con el pasado merece bien el esfuerzo.

La historia de Zafra

La historia de este castillo es abundante. El gran investigador de nuestros fastos provinciales, don Francisco Layna Serrano, en su libro sobre «Los castillos de Guadalajara» nos relata la múltiple sucesión de hechos que esta fortaleza contempló y albergó. Perteneció desde un primer momento al territorio del Señorío de Molina, y la tradición dice que en ella tuvieron su asiento los árabes. Luego, en 1222, ocurrió el asedio que el rey de Castilla Fernando III impuso al señor de Molina, don Gonzalo Pérez de Lara, y que gracias a la mediación de la reina madre doña Berenguela, terminó con el acuerdo o «concordia de Zafra», casando al infante don Alonso, hermano del rey, con doña Mafalda, hija tercera del Conde, a la que este declaró su heredera, pasando así el señorío, si bien solamente en parte, a manos de la familia real.

Pero, tras examinar unos viejos papeles que han llegado a nuestras manos, cabe preguntarnos si realmente esa torre o castillo de Zafra a que se refieren las antiguas crónicas y que se ha venido identificando con los restos de castillo que hoy lucen junto a Hombrados, es realmente la «torre de Zafra» donde se realizaron esos asedios y esas concordias, y todo lo que se ha escrito sobre dicho castillo está auténticamente a él referido, o lo es, por el contrario, a otro torreón o fortaleza más lejano, pero también, en cierto tiempo, molinés.

El monasterio de Santa María de Huerta, hoy en la provincia de Soria, fue alentado en su fundación e inicios, allá por el siglo XII, por los Laras, señores de Molina. Y sus tres primeros señores descansan allí, con sus ya pulverizados huesos, bajo remotas y anónimas lápidas. En el claustro de los Caballeros, hace siglos había una inscripción que así rezaba: En esta sepultura yace el Conde don Manrique, que nos dio la torre de çafra, que es en término de alarcón, y nos dio la presa y molinos, y batán y la casa con la heredad y con su capilla de Santiago, questá ribera de fúcar, cerca de Alvaladejo de el Cuende, que es término de Cuenca, y este valeroso conde mató a çafra que era un moro mui descomunal que tenía de ojo a ojo un palmo, y otras figuras mui fuertes que no avía ome que con él pelase que no le matase, y el dicho señor conde encomendóse a la Virgen Maria de Huerta y ofreció y prometió la dicha torre, si él matase a çafra, i la dicha su capilla de sanctiago, con toda su heredad y término, y ayudándole Dios nuestro Señor i la Virgen María el buen Conde mató a çafra i dio la torre a este Monasterio, la qual dicen oy la torre de el monje que es termino de alarcón, çerca de el Villar de el sauçe, y la presa con los molinos, y la casa con su término, y con su capilla de Santiago, passó de esta vida en el año de mill y doçientos y veinte y tres.

Se refiere esta leyenda al segundo Conde de Molina, don Pedro Manrique de Lara. Viene ello a confirmar que el Señorío abarcaba amplias tierras de la actual provincia de Cuenca, y asegura el hecho de que los Lara fueron dueños de la torre o castillo de Zafra, junto al río Záncara, así como del pueblo de Villares del Saz. ¿Será en esa torre de Zafra donde se mantuvo el asedio de Fernando III y donde se firmaron los acuerdos diplomáticos que aseguraron la paz entre el monarca y su súbdito el molinés? Cabe dentro de lo posible, aunque es muy poco probable.

El hecho cierto es que los Lara tuvieron, durante el siglo XII, dos fortalezas en su Señorío que llevaban el nombre (arábigo a todas luces) de Zafra. Lo de Cuenca es hoy un mínimo recuerdo. Y su historia aunque muy breve, partiendo de su pertenencia a los Condes molineses en el siglo XII, prosigue perteneciendo luego a don Diego López de Haro, quien se le donó al Monasterio cisterciense de Santa María de Huerta, y sus monjas la vendieron más tarde a un tal Martín Ruiz de Alarcón, y de éste pasó a la familia de los Inestrosa, de la que era propiedad en el siglo XVII.

Aunque es éste un detalle mínimo, que no viene a plantear un problema recio dentro de la bibliografía del Señorío de Molina, sí supone un punto de atención por lo que significa de voz de alerta, respecto a las cosas y temas de historia, en las que siempre debe estarse dispuesto a descubrir o admitir un nuevo dato que altere un concepto antiguo.

En todo caso, demostramos con las líneas que anteceden, cómo el Señorío de Molina fue, en lo antiguo, en el siglo XII en que fue creado, un territorio extensísimo que abarcaba gran parte de las tierras de la Alcarria y serranía conquenses, y que luego fueron a parar a la naciente Orden de Santiago y al Concejo de Cuenca. Para los molineses que gustan de encontrar datos nuevos, impensadas trochas por la historia de su tierra, estas líneas serán, quizás, un buen entretenimiento.

El palacio de Antonio de Mendoza, joya plateresca

 

En estos días aparece la reedición de un libro al que tengo especial cariño. Porque trata del lugar donde pasé (a ratos estudiando, a ratos riendo) la adolescencia: era el viejo Instituto «Brianda de Mendoza», hoy Liceo Caracense, y de él hice con mi buen amigo y profesor de Historia de ese centro, Antonio Ortiz García, un estudio bastante completo de su historia y del arte que encierra [a raudales, con feraz generosidad, en cada esquina] y que todos los alcarreños deberían conocer.

Porque este palacio que la historia conoce como de don Antonio de Mendoza, en la parte baja de la vieja ciudad de Guadalajara, frente a frente del templo de Santiago, es un lugar que marca con singular precisión la esencia de la ciudad: centra el devenir de los Mendoza siempre presentes, y recoge en sus formas y adornos la belleza que ellos y sus artistas preferidos quisieron poner siempre a la piedra, a la madera, a los perfiles de cualquier obra de arte.

Tuvo loa buena fortuna este libro de agotar en poco tiempo su primera edición, y hemos puesto ahora una nueva, que es prácticamente nueva, al menos en lo que a fotografías y grabados se refiere, pues el texto viene a ser el mismo, salvo algunos añadidos que relatan lo que en estos últimos años ha ocurrido dentro de este edificio, que no ha sido poco.

Lo que otros dijeron

El palacio de don Antonio de Mendoza ha sido, desde que se construyera hace ya casi quinientos años, la admiración de viajeros y visitantes. Todos cuantos podían verlo quedaban maravillados de su belleza de formas, de su equilibro, de su señorío y elegancia. Modernamente incluso, los más acreditados profesores y estudiosos del arte castellano han profundizado en su descripción, en el análisis de sus formas y significado, y han terminado por ponerle entre las joyas platerescas de Guadalajara y de Castilla toda.

Concretamente fueron don Elías Tormo y Monzó quien, a principios de este siglo, se fijó en la belleza y singularidad de sus capiteles, que sirvieron para bautizar a todo un estilo: el «capitel alcarreño» es todo aquel que se parece, en más o en menos, a los que tiene repartidos por su patio este palacio de Antonio de Mendoza.

Fue luego don Manuel Gómez Moreno, en su clásica obra «Sobre el Renacimiento en Castilla» quien le colocó como la raíz de sustanciación y penetración del movimiento arquitectónico imitador de la Antigüedad clásica, atribuyendo con toda justeza a Lorenzo Vázquez la autoría del edificio. Más recientemente, el profesor de la UNED Víctor Nieto Alcaide ha hecho, en su libro definitorio «El Renacimiento: formación y crisis del modelo clásico» un análisis meticuloso y técnico que, además, afianza ese carácter de pieza fundamental, angular, en el arte castellano.

Lo fundamental para ver

Sin poder concretar las fechas de su construcción, parece que ya estaba concluido el palacio hacia 1506‑1507. La atribución de su autoría a Lorenzo Vázquez es unánime. Aunque es evidente la diferencia formal que existe entre las diversas partes del edificio, estas se han explicado a través de determinados modelos italianos que conocería Lorenzo Vázquez a través del llamado Codex Escurialensis, un manuscrito lleno de dibujos que, llegado de Italia a finales del siglo XV, con la copia de los dibujos de la Domus Aúrea, la Casa de Nerón en Roma, y hoy conservado en la Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, debió tener en sus manos Lorenzo Vázquez, y de él tomar la mayor parte de sus muestras decorativas y aún estructurales.

Debe destacarse, respecto a la estructura del edificio, que su fachada principal ofrece un tratamiento más modesto que el interior, en especial el patio y la escalera, haciéndonos recordar la tradicional interiorización de la arquitectura palaciega en Castilla.

Es en la portada donde se concentran la mayoría de los motivos decorativos y representativos de la fachada. Hoy se encuentra ésta muy modificada tras la supresión, hacia 1900, del frontón triangular agudo que la remataba y que solamente conocemos por antiguas fotografías y dibujos. Esta portada está formada por un arco de medio punto flanqueado por pilastras, teniendo, en el mencionado y ya perdido frontón, un escudo con las armas de don Antonio Mendoza, el magnate constructor. Las pilastras se decoran, seguramente en relación con la personalidad y aficiones del señor de la casa, con profusos motivos militares: armaduras, cascos, escudos, picas, lanzas y otros elementos.

Es el patio el lugar más espléndido, el que constituye el núcleo principal del edificio. De planta cuadrada y con dos pisos, ambos arquitrabados, con cinco vanos en cada panda. Los soportes están formados por columnas con capiteles sobre los que descansan zapatas y un arquitrabe de madera. Los capiteles de estas columnas, el llamado «capitel alcarreño» por Gómez-Moreno, difieren de los de escalera. Uno de éstos presenta una voluta de arista. Los otros dos muestran una composición formada por un jarrón cen­tral con delfines en sustitución de las vo­lutas similares a ejemplos italianos, espe­cialmente a los del Palacio Quaratesi‑Pazzi de Florencia, realizado, entre 1450 y 1470 por Giuliano da Majano.

Entre los aspectos más asombrosos del patio, está la disposición sobre los capitales de zapatas de madera sobre las que apoya un arquitrabe de este mis­mo material. La zapata puede considerarse como una solución arquitectónica plenamente española, y con ella se establece, en opinión de Nieto Alcaide, una clara actitud anticlasicista. A este respecto, dice el profesor de la UNED que «es cierto que en Italia esta solución tuvo escaso arraigo, siendo desplazada por la aplicación de un sistema normativo y clásico de órdenes, aplicándose de forma esporádica en algunas obras como la aba­día Fiesolana, en la que trabaja el arqui­tecto Francisco Simone Ferrucci. Para nuestro caso interesa destacar también su presencia en pinturas y en fuentes impre­sas; así en frontispicios de libros, como, por ejemplo, en el Supplementum Chro­nicarum del agustino Giovanni Filippo Foresti de Bergamo de 1492. Dicho mo­delo, que no proponemos como el que pudiera servir de apoyo al arquitecto del palacio Mendoza, pone de manifiesto como la zapata pudo difundirse como una solución constructiva con la garantía de clasicismo que avalaba su empleo italia­no. De ahí que su presencia en estas obras iniciales, de acuerdo con las razones ex­puestas, obedezca a la transposición de un modelo existente en la arquitectura italia­na del Renacimiento». Y continúa Nieto alcaide insistiendo cómo en el palacio de don Antonio Mendo­za de Guadalajara, con la autoridad de su empleo en mo­delos italianos y su valor como referencia modular de la composición, se integra en la arquitectura culta, manteniendo, ade­más, sus funciones de practicidad: «en el patio del Palacio de don Anto­nio Mendoza la zapata, además de la cons­tructiva descrita, juega otra función im­portante al aplicarse en relación con el sistema de proporciones. Sin recurrir a la superposición de un trozo de entablamen­to, a la manera brunelleschiana, permitía una sobreelevación de los soportes, sin au­mentar su sección, manteniendo, desde este supuesto unas determinadas relacio­nes de proporción. Los arquitrabes de cada uno de los dos pisos de que consta el patio se decoran con pequeños tondos situados sobre el eje de las columnas y en el centro de los intercolumnios, motivo que aparece, también en el centro del fren­te de la zapata». Esto es lo que hace pensar a los estudiosos del monumento, que las zapatas que en él por vez primera se utilizan en el arte español, no tiene exclusivamente un papel orna­mental sino que actúan como referencia y cita figurativa del módulo base utilizado para la composición. Así cada interco­lumnio está compuesto sobre dos módu­los desde el eje de los soportes, el ancho de la zapata corresponde a un módulo y el espacio del arquitrabe entre los rema­tes de éstas a otro. A través de ello, en co­rrespondencia con la forma de la zapata, la composición de cada panda se articula de acuerdo con una trama reticular.

Y en todo caso, aparte de estas anotaciones un tanto eruditas, pero que aseguran la fundamental importancia de este edificio alcarreño en el contexto del arte arquitectónico español, el palacio de Antonio de Mendoza es, sin duda, uno de los elementos básicos y eternos del patrimonio monumental y arquitectónico de Guadalajara.

Que está, y una vez más hay que repetirlo con verdadero dolor, nunca resignado, olvidado de muchos, sobre todo de quienes, responsables del patrimonio arquitectónico de Guadalajara, deberían poner todos los medios para que este edificio fuera visitado por cuantos (turistas, viajeros y curiosos) se acercan a Guadalajara a conocernos mejor. En todas las guías viene el palacio de Antonio de Mendoza; un libro, como el que aquí comento, le desmenuza y trata con amplitud y detalle: pero no hay forma de contemplarlo a gusto si no es recurriendo a favores, a oportunidades y casualidades. Especialmente en el verano, época en la que más turistas vienen a Guadalajara, por no ser período lectivo el Palacio de Antonio de Mendoza permanece completamente cerrado a las visitas ¿Es esto lógico?

El Collado de Berninches

 

En el corazón de la Alcarria, limpios y silenciosos, en el valle del río Arlés, están Berninches y el Collado. La piedra y la histo­ria se mezclan con la hospitalidad de sus gentes, y el viajero que quie­re encontrar restos del pasado de su tierra y amistad de gente viva, no saldrá de allí decepcionado. Algunos libros, como la «Geografía histórica de España» de don Tomás López, nos hablan, muy de pasada, de estos núcleos de pobla­ción, de sus historias antañonas, de su arte escaso, de sus costum­bres. Pero el viaje hasta ellos, la conversación con el paisanaje, el pateo metódico de sus caminos, es lo que en definitiva dan valor a su conocimiento.

Hoy vamos a pasar un poco por encima al pueblo de Berninches, con su pintoresca situación colga­do de un monte, sus recurvadas y pinas callejas, su gran iglesia parro­quial dedicada a la Asunción, en la que el estudioso del arte rena­centista ha de encontrar fachadas, retablos y artesonados que serán de su gusto. Vamos a tomar un agreste caminillo que parte de la zona baja del pueblo, y entre fera­ces huertas, antiguos y venerables nogales, y una densa bosqueda de carrascos y frutales, vamos a ir badeando por su margen derecha el río Arlés, hasta dar, tres o cuatro kilómetros aguas abajo, en la anti­quísima estancia del Collado, uno de los enclaves primeros que tuvo la Orden de Calatrava por tierras de la Alcarria.

Hasta no hace muchos años, eran ruinas solamente las que que­daban de lo que fue poblado y caserío. Pero ahora, todo ello reconstruido y adecentado, parece cobrar nueva vida.

Vida que, por otra parte, va a ser alterada (ya lo está siendo, y de modo violento) por el paso del nuevo trazado de la carretera N-320 de Guadalajara a Cuenca, que para evitar las recurvas de bajada de Alhóndiga, se ha dirigido hacia Auñón atravesando el vallejo de la Golosa, y metiendo una auténtica «espada de asfalto» por el Collado, deja el templo de los calatravos a escasos 50 metros de la nueva vía, y rompe el limpio trazo del valle del Arlés… ¿qué han dicho los ecologistas de esto? Silencio, absoluto silencio. O los ecologistas viajan poco, o este (por alguna misteriosa razón) no es un tema rentable para los grupos ecologistas que operan en nuestro ámbito.

La historia del Collado

Se sabe por la historia, que ya en 1199, cuando el Papa Inocencio III creaba la Orden militar de Ca­latrava, Berninches (como simple caserío) y el Collado ya figuraban entre las pertenencias de la Orden, que en esta comarca poseía el casti­llo de Zorita, los enclaves de Pas­trana, Fuentelencina, Auñón, etc. En el Collado pusieron los calatra­vos una casa‑fuerte, algunos otros edificios auxiliares y levantaron con riqueza una iglesia. Su doble vertiente militar‑religiosa, en de­fensa de la Fe cristiana y de los Estados de la corona de Castilla, les hicieron siempre estar multipli­cados en esa faceta ambivalente, portando cruz y espada, y erigiendo en sus reductos castillo e iglesia en íntima convivencia: recordar, si no, el caso del castillo de Zorita.

Aquí, en el Collado, ya nada queda del palacio o casa‑fuerte de los comendadores. En su solar se le­vantó un edificio muy sencillo, en el siglo XVIII, que es el que, ya medio arruinado, hoy persiste. Pe­ro la iglesia primitiva aun permanece, incluso restaurada, y habla con elocuen­cia a los hombres de hoy, de la pasada grandeza que tuvo. El edificio es, indudable­mente, algo más que una simple er­mita. Alargada de levante a po­niente, orientada según la costumbre tradicional, sus muros son de fuerte aparejo de mampuesto y si­llarejo calizo, con bien labrado si­llar en esquinas y aleros. Estos se sujetan, en todo el circuito del tem­plo, por buenos modillones romá­nicos, de arista y lobulados. El mu­ro norte apoya en tres contrafuer­tes muy recios, y sobre el de Po­niente se debía levantar la torre, que tuvo fama de altísima y rodea­da de hiedra, de la que no queda hoy sino el suavizado y cubierto de tierra montón de escombros. Dos puertas tiene el templo. La princi­pal mira al sur. Es de arco amplio, apuntado, formado por tres arqui­voltas en degradación, de arista vi­va. Al norte hay otra puerta, más pequeña, también de arco apunta­do y cenefa dentada, que es la que sirve de entrada. Sobre los mu­ros de poniente y mediodía se ven algunos ventanales, estrechos y al­tos, de arco semicircular, de tradi­ción románica. Y en la parte de le­vante se alza, todavía íntegro aun­que en parte tapado por construc­ciones posteriores, el ábside del templo, semicircular, con ventana central, modillones, y todo el etcé­tera de detalles que nos lo sitúan claramente como construido en el siglo XIII, a poco de asentarse en el lugar los caballeros calatravos.

Por los restos de las bóvedas antiguas que hace años quedaban, se veían que eran estas bóvedas de tipo apuntado, gotizante. Original cubrición se conserva en el pres­biterio y ábside, que remata por levante la única nave. Un gran ar­co triunfal, semicircular, permite la entrada al recinto clave de la igle­sia. Este arco apoya en sendos ca­piteles de traza románica. El ábside se cubre por cúpula de cuarto de esfera, y deja asomar bajo los desconchados del revoco, el limpio sillar que en algunos puntos lleva decoración pictórica. Pegado al muro del fon­do del ábside, se colocó un retablo a comienzos del siglo XVII, obra sencilla de la época, con abundan­cia de columnas, nichos y frisos de­corados. De él queda la es­tructura y algunos relieves talla­dos en la predela, mas una talla magnífica de Santiago, quizás titular del templo, patrón de todas las caballerías militares, en madera policromada. La nave ha sido cubierta recientemente, con elementos modernos.

Durante varios siglos, la Orden de Calatrava siguió nombrando comendador del Collado, que ya en los siglos modernos quedó como mero título nobiliario. Así, los Guz­manes de Guadalajara, hasta el si­glo XVII, fueron comendadores del Collado y Auñón. Hasta el siglo XIX, Berninches y el Collado estu­vieron en manos de señores particulares: primero fue el tesorero real de Felipe II, don Melchor de Herrera, y su familia. Luego pasó a D. Pedro Franqueza, y más tar­de, en 1614, quedó por D. Luís de Velasco, marqués de Salinas, pre­sidente del Real Consejo, en cuyo mayorazgo llegó hasta el siglo XIX. Luego el Collado pasó a manos par­ticulares, hasta nuestros días, en que su dueño ha cedido gentilmen­te la propiedad de la ermita a la Hermandad de Ntra. Sra. del Co­llado, de Berninches, para que sea restaurada y utilizada nuevamente como centro de oración y romerías populares.

Es ésta una historia, lector, co­mo puedes ver, larga y movida. Vinieron los calatravos, se fueron los magnates del Siglo de Oro, pasó por manos de pobres y poderosos. Se alzó un templo, se derribó en un olvido, se volvió a levantar con entusiasmo, y ahora los coches pasarán, a velocidad de vértigo, por su cercanía, sin saber casi nadie qué dicen los muros de este Collado sugerente. La historia nuevamente, latiente e imparable, cruza por el enclave del Collado, y le impri­me vida. En cualquier caso, viajero amigo, baja hasta este lugar de la Alcarria más íntima, y admira allí la memoria vene­rable del Medievo, recuerda histo­rias de la tierra y sus hombres, res­peta cuanto la voracidad del tiem­po nos ha dejado.

Ruinas y restauraciones en el monasterio de Monsalud

 

Cuajada está la Alcarria de edificios, rincones y veredas por las que el viajero aprende a ver el mundo con sus ojos de hoy, oyendo el pálpito de los ayeres. En un vallejo humilde y silencioso de la Baja Alcarria, cerca ya del gran valle del Guadiela, surge la sonoridad monacal de Monsalud. Un lugar al que la gente fue buscando la memoria de la gran abadía cisterciense, en la que hace siglos cientos de peregrinos alcanzaban después de largas caminatas para implorar el favor de la Virgen a través de su milagroso aceite, y que hoy ya va mostrando la tarea, larga y fructífera, de una restauración que florece. Que nos devuelve de Monsalud el perfil señero y grandioso de los tiempos medievales.

La Historia de Monsalud

La historia es la que hace importantes a sitios mínimos. Monsalud es importante por su historia y por su monumentalidad. En el término municipal de Córcoles, hoy pedanía de Sacedón, y desde una desviación bien señalizada sobre la gran variante que se ha construido de Sacedón a Alcocer, podemos alcanzar las formidables ruinas del monasterio cisterciense de Monsalud, que aún sorprenden al viajero con su grandiosidad y el poder de evocación de épocas pasadas, en las que este cenobio fue centro de peregrinaciones y de encuentros religiosos. Hoy solo quedan las ruinas de lo que fue uno de los más importantes monasterios bernardos de Castilla. Pero unas ruinas que, afortunadamente, van siendo consolidadas y restauradas paulatinamente.

Monsalud fue fundado hacia la mitad del siglo XII, por el rey castellano, y confirmado y aumentado en posesiones cuando en 1167 Juan de Treves, arcediano de Huete, le regaló no solo la aldea de Córcoles, sino importantes heredamientos y beneficios. Alfonso VIII protegió a este monasterio, y en él estuvo, tras la derrota de Alarcos, refugiada la plana mayor de la Orden de Calatrava, reorganizándose para participar en la batalla de las Navas. En el claustro se ven los antiguos enterramientos de dos maestres de la Orden, don Nuño Pérez de Quiñones y don Sancho de Fontova.

Los sucesivos reyes de Castilla fueron concediendo privilegios, dádivas y exenciones a los cada vez más numerosos monjes de Monsalud, que en los fines de la Edad Media llegaron a ser más de un centenar bajo el mismo techo. Su primer abad fue Fortún Donato, discípulo directo de San Bernardo, y luego siguieron otros, también de nacionalidad francesa. Hasta el siglo XV, la mayoría de los abades cistercienses de Monsalud fueron franceses o centroeuropeos. Por este camino, común a otros monasterios bernardos en Castilla y Cataluña, adentróse en España una interesante corriente cultural.

Los siglos del Renacimiento vieron relajarse un tanto las costumbres monacales, dejando en abandono y pobreza a este enclave. Pero en 1539, con la colocación  ‑tras varias alteraciones y violencias‑  de fray Rafael Guerra como abad reformado de Monsalud, este monasterio recobró nueva vida, levantándose nuevas edificaciones (el claustro, la hospedería, etc., son obra del siglo XVI) y llenándose otra vez de riquezas y obras de arte. Tras la Desamortización de 1835, los monjes hubieron de marcharse, sus joyas y obras de arte destruidas o desperdigadas, y el edificio desvalijado y utilizado para cantera de construcciones en Córcoles. Las ruinas que hasta nosotros han llegado muestran con suficiencia la huella de estilos artísticos de pasadas épocas.

Lo que hoy queda de Monsalud

Tiene Monsalud un interés especial para quienes disfrutan viendo y viviendo los restos de la civilización medieval, las huellas vivas de la historia. Muchos son los elementos de interés en Monsalud, pero hay fundamentalmente dos que llenan de luz los ojos de quien los mira. Son su iglesia cisterciense, su claustro renacentista con la sala capitular adosada. Y en torno de ellos las diversas construcciones que le conceden consistencia.

La construcción del templo monasterial de Monsalud se remonta a los comienzos del siglo XIII. Posee tres naves altísimas, cada una de las cuales se corona, pasado el crucero, con su respectivo ábside semicircular, que en el caso de la capilla mayor está horadado por varias ventanas esbeltísimas del mismo estilo.

El otro enclave de interés en Monsalud lo constituye el claustro, que aun con ser obra de la segunda mitad del siglo XVI, y por tanto muy afecta de formas clásicas, sobre todo en sus arcadas externas, posee todavía una estructura de decadente gótico en sus techumbres, creando un ambiente muy evocador. 

Todavía llena de admiración al visitante la que fue Sala Capitular de los monjes de Monsalud. Es de muy similar estructura a las dependencias capitulares de otros monasterios de la misma orden. Dos pilares cilíndricos centrales, rematados en grandes capiteles foliados con cimacios moldurados, sostienen los arcos que dan lugar a su bóveda nervada y fuertemente apuntada. En la pared del fondo, tres ventanales profundamente abocinados. Todo demuestra ser esta Sala Capitular un elemento construido en el siglo XIII, cuando ya la iglesia estaba concluida.

Un libro revelador de lo que fue y lo que es Monsalud

Un experto sobre Monsalud es -nadie lo duda- don Andrés Pérez Arribas. Este culto sacerdote, párroco de Alcocer durante muchos años, estudió a fondo la historia y el arte de Monsalud en un libro que apareció hace 20 años, y que totalmente agotado, acaba de ser publicado de nuevo, dentro de la colección «Tierra de Guadalajara». En él se reproduce el texto antiguo, que sigue siendo fundamental para conocer las vicisitudes históricas de la Abadía, y se añade una nueva visión de su riqueza patrimonial con la descripción actualizada del conjunto monasterial, que va por muy buen camino en su restauración total y definitiva. Decenas de fotografías en color de sus elementos, de sus naves, su claustro, su sala capitular, la bodega, las portadas, los enterramientos, los ábsides… culminan el gozo de esta visión que nos entrega vivo, coloreado, inimaginable, un monumento impresionante que hace de la Alcarria un territorio más rico en historia de lo que muchos piensan.

Al mismo tiempo, esta obra sirve de guía al viajero que quiera acercarse a Monsalud, y de evidencia de una tarea bien conducida por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha en orden a la restauración paulatina, metódica y seria de un espléndido elemento patrimonial de nuestra tierra.