Remota sanidad: Hospitales antiguos de Guadalajara

viernes, 19 junio 1998 0 Por Herrera Casado

 

El pasado día 4 de junio tuve la oportunidad de hacer la presentación en sociedad de un nuevo libro. Esta vez había sido editado por la Casa de Guadalajara en Madrid, y patrocinado en sus costos por Caja Guadalajara. El tema, una apasionante revisión a un aspecto prácticamente inédito de nuestra historia: los hospitales de siglos pasados, la sanidad colectiva de un pueblo que fue vital pero que a pesar de todo se ponía enfermo. El autor, un gran escritor e historiador, seguntino, Javier Sanz, profesor de la Universidad madrileña y verdadero especialista en temas de historia sanitaria y médica.

Un nuevo libro

El libro, al que sin esfuerzo dediqué los elogios que su presentación dignísima y su contenido apasionante merecen, es un repaso a decenas de pueblos de nuestra tierra alcarreña, serrana y seguntina, en los que hubo hospitales, albergues, hospitalillos y casas de acogimiento. Documentado en archivos, en bibliografías y observaciones directas, el autor ha conseguido poner en las bellas páginas de esta obra la totalidad de elementos que constituyeron el entramado de la sanidad pública en Guadalajara. Muy pocos de aquellos viejos hospitales han llegado hasta nuestros días (el San Mateo de Sigüenza, Santa Ana de Atienza, o el de San Miguel de Pastrana todavía hoy día utilizado con Centro de Salud, y por tanto cumpliendo con sus primitivas funciones sanitarias.

Viejos hospitales de Guadalajara

Para hacer una consistente presentación de la obra de Javier Sanz Serrulla, el día de la presentación me atreví a hacer memoria de los diversos hospitales que la ciudad de Guadalajara ofreció a sus habitantes en pasados siglos. Para curiosidad de mis lectores doy aquí un resumen de mis indagaciones al respecto.

Junto a iglesias y monasterios, san los hospitales unas de las más antiguas fundaciones de nuestra ciu­dad. Que, como con todo ha ocurri­do, han evolucionado a lo largo de los tiempos, hasta quedar constitui­das en modo absolutamente diferen­te a como en un principio fueron concebidas. Pues si un hospital es, hoy en día, lugar donde la ciencia médica se pone en movimiento al más alto nivel que le es posible, con atención y trabajo constante de los médicos hacia los enfermos, en la Edad Media no ocurría esto: el Hospital era, fundamentalmente, al­bergue donde se reunían los pobres de la localidad y los peregrinos transeúntes a pasar la noche. Cuan­do uno de ellos enfermaba gravemente, allí le llevaban también, pero a morir nada más. No a curarle. Era la época en que sólo tenía derecho a médico el que además po­seía largos bienes de fortuna.

De estos lugares, hoy inexistentes en su totalidad, hago aquí una resumida ficha de su historia y vi­cisitudes. No debe extrañar que, concretamente en el siglo XVII, existieran hasta siete albergues de este tipo, en una ciudad mucho más reducida que en la que hoy vivimos. Eran, en realidad, simples habita­ciones, pajares vacíos y con goteras, a excepción de uno de ellos, el de la Misericordia, que siempre man­tuvo un nivel aceptable de atención a los pobres y enfermos.

En la relación que la ciudad de Guadalajara envió a Felipe II el año de 1579 (1) se dice escuetamente: Ay en esta ciudad algunos hospitales para curar pobres, y miserables, y el uno de ellos es el Hospital de la Caridad y Misericordia para cuidarlos de las enfermedades que se les ofrece, a los quales acuden los vecinos, y los asisten con mucha piedad y cuidado. De todos ellos, y al­guno más de reciente construcción, habla detenidamente Núñez de Cas­tro a mediados del siglo XVII (2), siendo la que sigue su relación sucinta.

El Hospital de peregrinos foraste­ros estuvo situado en la cuesta de San Miguel, y era fundación de do­ña María Fernández Coronel, importante dama arriacense del siglo XIII, a quien debemos también la institución del convento de Santa Clara. Fue precisamente en el pri­mitivo local que ocupara esta comu­nidad, en lo que hasta 1268 había sido palacio (más bien caserones modestos) de la reina doña Beren­guela, donde doña María dejó colo­cadas gran número de ayudas eco­nómicas para emplear en el mante­nimiento de los pobres y transeún­tes. La administración y gobierno de este hospital correspondía a la abadesa de las clarisas, quien hasta el último momento gozó facultades para poner administrador de él. De todos modos, ya en 1567, y por decisión unilateral del ayuntamiento de la ciudad, deseoso de la crianza de los niños huérfanos, se retiraron de él los peregrinos, y fue instituido como Hospital de los Niños de la Doctrina, en el que recibieron, durante siglos, enseñanza y cuidado los niños faltos de todo recurso económico y afectivo.

El Hospital de la Puerta Quemada fue instituido en 1374 por doña Elvi­ra Martínez, viuda ya, y madre de los fundadores de la Orden Jeróni­ma, don Pedro y don Alonso Fer­nández Pecha, en unas casas que esta señora tenía junto al postigo que le dio nombre.

El más importante centro sanita­rio que durante muchos siglos ha poseído Guadalajara es el Hospital de la Misericordia, fundado en 1375 por doña María López, muger noble y virtuosa, de mucho zelo de la honra de Dios, en sus casas de la colación de Santiago. Reunida esta señora con otras devotas mujeres de la ciudad, se dedicaban a la ora­ción y el ejercicio de la caridad con los pobres de ella, por lo que llega­ron a recibir incluso la ayuda del arzobispo de Toledo don Pedro Te­norio. Al morir doña María López, dejó todos sus bienes para el man­tenimiento del hospital, que ha sido, es y será refugio de los pobres en­fermos, así de esta ciudad como de toda su comarca.

La institución se gobernaba por una cofradía de caballeros hijosdal­go, así como por el Cabildo de Cu­ras y Beneficiados. Con todo, y por ser laicos quienes estaban encarga­dos del cuidado de los enfermos, la atención que se les prestaba no era del todo satisfactoria, por lo que el Ayuntamiento solicitó de los hermanos de San Juan de Dios, vinie­ran a hacerse cargo de este establecimiento benéfico, cosa que ocurrió en 1632. Se levantó por entonces un nuevo edificio, con un patio clasicis­ta, sobrio y elegante, y una iglesia, donde se veneraba a la Virgen de la Misericordia, que es uno de los principales Santuarios de esta ciudad, en devoción y culto. Pero este Hos­pital fue también, durante muchos años, lugar de recreación y regocijo para los arriacenses, pues en su pa­tio se representaban comedias, sien­do pues aquel lugar el más antiguo teatro de Guadalajara (3).

A la hora de la Desamortización, en 1835, expulsados de él los religio­sos, el Estado creó allí el Hospital Civil Provincial, que luego se trasla­daría al convento de monjas jeróni­mas de Nuestra Señora de los Re­medios, y aun más adelante sería construido, ya de nueva planta, en donde hoy se encuentra el Hospital Provincial. En el antiguo local del Hospital de la Misericordia se situó luego la Escuela Normal de Maes­tros, donde muchas promociones de estos profesionales se han forma­do. Hace ya algunos años fue derribado este viejo y venerable edificio, y en su solar se levantaron nuevas viviendas. El nombre de San Juan de Dios es lo único que ha quedado en ese lugar como recuerdo de tan­tos aconteceros ciudadanos.

Otro hospital, el de Santa Ana, dedicado a curar pobres enfermos, fue instituido por don Juan de Morales, secretario del Cardenal Mendoza, ca­nónigo de Toledo y tesorero de los Reyes Católicos, en 1461. El enterra­miento de este caballero fundador, y su estatua orante se conservan aún en el presbiterio de la iglesia concatedral de Santa María, en nuestra ciudad. Estaba situado este hospital en el arrabal de San Francisco.

De otro secretario que tuvo el Cardenal Mendoza, don Diego González de Guadalajara, es la fundación, en 1480, del Hospital de San Ildefon­so, que estaba situado frente a la iglesia de Santo Tomé, hoy Santua­rio de Nuestra Señora de la Anti­gua. Recogense en él los sacerdotes y peregrinos. Era patrón de la Ins­titución el Cabildo de Curas y Be­neficiados de la ciudad. El fundador dejó renta para camas, ropa y todo lo demás necesario para el regalo, aunque imaginamos que este regalo de los allí acogidos no sería en ex­ceso cómodo.

En 1568, don Domingo Hernández de Aranda, vecino de Guadalajara, dejó sus casas para Hospedería de peregrinos, con distinción de tres salas con suficientes camas, una para hombres, otra para mugeres y otra para sacerdotes. Como este se­ñor fundó también la Cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe, de la que sus miembros tenían que ser nobles y lindos Caballeros y Hijos Dalgos, tiempo adelante tomó este nombre su Hospital.

Otros dos pequeños hospitales, que luego se trasladaron con sus rentas al de la Misericordia, fueron los de Santa Ana, que fundó Ortiz de Urbina, y el llamado hospital de la Torre, por estar situado en la to­rre grande de la puerta que es pos­tigo de la Parroquia de Santa Ma­ría, o sea, en el conocido actualmen­te por torreón del Alamín. Allí deci­dió el Ayuntamiento, ya en el si­glo XVI, que fueran a tomar las un­ciones y sudores los enfermos de males que piden este remedio, y hasta el comienzo del siglo en que vivimos, tuvo carácter ese torreón de nauseabundo albergue para pobres y vagabundos.

En la relación o contestación de la ciudad al cuestionario para el es­tablecimiento de la única contribución, hecho en 1753, solo se men­cionan ya el Hospital de San Juan de Dios, que había aglutinado a to­dos los demás, y el hospital para pobres viandantes del torreón del Alamín, que no tenía renta alguna.

En rápido resumen hemos visto lo que fue, y como estuvo organizada, la asistencia sanitaria en la provincia de Guadalajara. Todo ello, más ampliado, y dedicado a la provincia entera, es lo que puede leerse en el libro espléndido al que he hecho referencia al inicio de estas líneas: «Los Hospitales antiguos de la provincia de Guadalajara» de Javier Sanz Serrulla, editado por la Casa de Guadalajara en Madrid. Una obra llena de noticias interesantes y de buenos recuerdos para todos.

Notas al texto:

(1) Publicada por don Manuel Pé­rez Villamil en el tomo XLVI del Memorial Histórico Español. Ma­drid 1914, pp. .1‑18, y hoy rarísima de encontrar.

(2) Alonso Núñez de Castro, «Cro­nista general de su Magestad en es­tos Reynos», en su obra Historia eclesiástica y seglar de la muy noble Y muy leal ciudad de Guadalaxara, Madrid 1653, cap. XI, pp. 84‑86. Tam­bién don José López Cortijo, en su Topografía Médica de Guadalajara.

(3) Ver el interesante estudio que a este respecto publicó Muñoz Jimé­nez, J.L.: El Patio de las Comedias del Hospital de la Misericordia de Guadalajara, en Revista Wad‑al‑Ha­yara, 11 (1984), pp. 239‑255.