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mayo, 1998:

Actos en honor de Iñigo López de Mendoza

 

Guadalajara recuerda al Marqués de Santillana

En la tarde de ayer jueves 28 de mayo, la ciudad de Guadalajara se dio entera a la memoria del marqués de Santillana. Se abrieron, con un acto solemne, institucional, en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de nuestra ciudad, la serie de actos oficiales que van a dedicarse a recordar una figura de nuestra historia, una luz clara de nuestra literatura, que nació exactamente ahora hace seis siglos. El Ayuntamiento de la capital, por iniciativa personal de su alcalde, don José María Bris, y con la organización meticulosa y perfecta del Patronato Municipal de Cultura, va a proponer a nuestros conciudadanos que recuerden, en sus diversas facetas, la figura de quien fuera un vecino excepcional de la Guadalajara de la Edad Media: Iñigo López de Mendoza, mayorazgo de una de las casas más poderosas de la época de los Trastamaras de Castilla, que aunó en su persona señoríos territoriales (desde Santillana en Cantabria, hasta Hita y Buitrago en nuestros contornos); jugó cada día los equilibrios difíciles de la política, entonces en el filo continuo de la paz y la guerra, del triunfo o la guillotina; apoyó decidida, personalmente, las nuevas formas de escribir, de expresarse, incluso de pensar en torno al mundo, con un Humanismo naciente; y dio color a las formas de sus palacios, de sus pinturas, de sus libros y sus retablos.

El marqués de Santillana, todo un paradigma del Medievo castellano, es en Guadalajara donde cristaliza y ordena su intensa vida. Aunque nació en la tierra palentina, en Carrión de los Condes, fue en Guadalajara donde quiso reunirse con sus amigos, con su familia, con sus lujosas fiestas, y aquí poner el sello de su grandeza, de su magnanimidad y buen talante.

No hace muchas semanas, dedicaba en estas páginas un recuerdo detallado a la vida y la obra de Iñigo López de Mendoza. No está de más recordarle otra vez, en sus puntos fundamentales de una secuencia biográfica que, en el libro que ayer se presentó en el Ayuntamiento arriacense, analizo con pormenor y en clave estructuralista, como si de un edificio por piezas se tratase.

El marqués de Santillana

Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, nació en Carrión de los Condes el 19 de agosto de 1398, y murió en su palacio de la parroquia de Santiago, en Guadalajara, en 1458. Poeta, político, humanista del siglo xv, prácticamente toda su vida la pasó en  Guadalajara, en su viejo palacio, donde formó la gran biblioteca de los Mendoza, y escribió sus famosas Serranillas. Enterrado en el mausoleo de los Mendoza del también arriacense Monasterio de San Francisco, es sin duda una de las mayores glorias literarias de la tierra alcarreña.

La figura del marqués de Santillana está ligada en Guadalajara a muy diversos puntos de referencia humana y cultural. Su nombre parpadea delante de la fachada del palacio del Infantado, porque si no fue allí donde nació y vivió, ya que ese palacio lo construyó su hijo de igual nombre 30 años después de morir nuestro personaje, sí que en ese mismo solar estuvieron sus «casas mayores», en las que vivió con su familia, fue retratado por Jorge el Inglés, y murió en la mañana del domingo 25 de marzo de 1458.

Su figura gentil de guerrero inteligente se pasea por las tierras de la campiña del Henares, desde Alcalá hasta Yunquera, y aún sube hasta Cogolludo, de donde fue señor, como de Espinosa, tras la muerte de su hermanastra Aldonza. Su piedad cristiana encuentra ecos todavía en el silencio del monasterio de Sopetrán, al que donó cuadros, estatuas y ayudó siempre a levantar su gran casa de oración benedictina. Su plenitud de estratega y gran señor se fragua ante Hita, cuya fortaleza y fuertes murallas mandó rehacer y poner en uso de potencia y hermosura. También en Torija se ofrece la silueta del marqués, pues no en balde atacó el castillo ocupado por las tropas navarras, y en valiente y decidida acción militar terminó de conquistar, y hacer suyo, en 1451. Aún Palazuelos, junto a Sigüenza, tiene de Iñigo López cumplida memoria de sus afanes constructivos, pues en la primera mitad del siglo XV decidió construir el castillo y elevar esas murallas que englobaban al caserío todo, quedando hoy como testigo mudo de su paso por el mundo, de su afán de poder y gloria. El mismo retablo que pintó Jorge Inglés para afirmar la devoción que el marqués de Santillana, y su esposa doña Catalina de Figueroa, tenían por la Virgen de los Ángeles, durante años ha estado en el palacio del Infantado y finalmente se ha vuelto a la casa de los duques del Infantado. Y todos sus libros, su impresionante biblioteca cuajada de traducciones latinas, de manuscritos iluminados, de piezas traídas desde Italia por sus agentes, permanecen en la Biblioteca Nacional de Madrid, celosamente cuidados por sus responsables, que hace años hicieron una Exposición monográfica con sus fondos.

Avatares de una vida

Desde muy joven intervino el marqués de Santillana en la compleja política de su tiempo, primero con don Fernando de Antequera, y más tarde con su hijo, el Infante Enrique.

Mantuvo a lo largo de su vida la fidelidad al rey Juan II, aunque se enemistó con Álvaro de Luna a partir de 1431. En la batalla de Olmedo (1445) participó en las filas del ejército real, tras lo cual el rey le concedió el marquesado de Santillana, espacio de la cordillera cántabra en la que había heredado importantes territorios de su madre. Su última gran aparición se produce en la campaña de Granada de 1455, ya bajo el reinado de Enrique IV. Durante largos lustros había sido eficiente capitán de los ejércitos castellanos frente al reino nazarita. Después se retiró a su palacio de Guadalajara para pasar en paz los últimos años de su vida.

En su vertiente literaria, el marqués de Santillana brilla como introductor de los modos petrarquescos, italianos y ya renacentistas de hacer poesía. Bajo esos modos escribió sus cuarenta y dos sonetos «al itálico modo», primeros de la lírica española. Al tono moralizante y más simple de expresión corresponden su Doctrinal de privados (feroz ataque contra Álvaro de Luna), los Proverbios de gloriosa doctrina y el Diálogo de Bías contra Fortuna, quizá el que reúne más afortunados momentos en la glosa de tópicos senequistas y en su presentación de un tema —las mudanzas de fortuna— tan de su época. Son muy numerosas sus poesías de tema amoroso al modo cancioneril, especialmente jugosas las serranillas y el Villancico a sus tres hijas.

Casi en las puertas del caluroso verano, y justo en este día en el que resuenan aún las palabras de la ciudad en su homenaje, hemos recordado cumplidamente al marqués de Santillana. La próxima semana serán otras voces (literarias, musicales, poéticas) las que recordarán en un bloque de actos emocionados, la imagen y la obra de este gran alcarreño, del que todos nos encontramos orgullosos de ser paisanos.

Rumbo a la Expo ’98 en Lisboa

 

Hoy es el gran día en Lisboa. El gran día en Portugal, en la Península Ibérica y en los mares todos, y en los océanos del globo. Hoy es el día que abre sus puertas para todos la exposición universal del fin de siglo: la Expo de Lisboa ’98.

Hace un mes largo, con motivo del XXI Congreso Nacional de Escritores de Turismo, asistí a esta Feria, entonces en pleno proceso de construcción. Era el día (28 de marzo) en que se inauguraba esa otra espléndida realización lusa, el gran puente «Vasco de Gama» que cruza el estuario del Tajo en su parte más ancha (17,5 Km. de puente, total nada).

Veía entonces el Tajo (era un día de primavera incierta, lluvioso y frío como son en Lisboa los días en que se agita el Atlántico) como el generoso don de una tierra que es también la mía: nacido en la bravura rocosa de las sierras molinesas, el Tajo aprende a ser río por Guadalajara, y llega al océano hecho señor, sabio y generoso: en Lisboa se funde, en muerte y figura, con el mar. La neblina que impide ver la otra orilla desde lo alto del castillo de San Jorge, convierte al puente Vasco de Gama en una obra de ingeniería humana que parece salida de una película de ciencia-ficción o de magia: se le ve salir desde la orilla, justo desde el extremo oriental de la Expo, y se pierde sobre la aguas, como un cansado objeto de hormigones y de hierros que avanza hacia la nada, o hacia el infinito.

Una Expo variada y marinera

La Expo de Lisboa que hoy se inaugura promete ser entretenida, variada y alegre como lo fue la de Sevilla. Y además marinera, muy marinera y oceánica. Porque es la dedicatoria de la mayoría de sus pabellones monográficos: el mar en todos sus aspectos. Una llamada para la salvación, la conservación y el buen uso de los mares.

La estructura de este recinto, que ha surgido en un terreno antes yermo, en la orilla derecha del Tajo, en el recorrido que este hace antes de bañar la orilla lisboeta, es sencilla: alargada, se arracima entre el ferrocarril que permite llegar a ella desde todas partes, y el río. En cada punta, además, entradas para el público deambulante, que podrá dejar los coches en enormes aparcamientos escalonados.

La estación del tren es maravillosa. Su diseñador y director, el ingeniero valenciano Calatrava: arcadas góticas de acero y hormigón, cristal y telas, la hacen similar a una catedral brillante e ingrávida. Por el agua, se llega a la Expo en barco. Tiene un puerto con un área de exhibición que ofrece modelos de los barcos más antiguos de Europa y otras embarcaciones modernas.

Un recto paseo central deja a los lados los pabellones, que son de un lado los dedicados a las naciones, y de otro los monográficos.

Aquí están, a mi entender, los elementos más interesantes de la Expo. Pueden desde hoy visitarse los pabellones dedicados al «Conocimiento de los Mares», a la «Utopía», y al «Futuro». Están además el Oceanario, con una reproducción en escala gigantesca del océano, especies marinas vivas, ambientes oceánicos variados… Y el Pabellón de Oceanía, también dedicado al mar. En el área de los ámbitos monográficos destacan además el Videostadio (montado por Sony y Jumbotron), los Jardines de García de Orta, un espacio dedicado a las plantas y la vegetación, y el Acqua Matrix, un espectáculo acuático que cada noche surgirá sobre las aguas del puerto nuevo. Finalmente, el Pabellón de Portugal, dedicado en su mayor parte a la Era de los Descubrimientos, da cabal idea de la realidad de este hermoso país, hoy en pleno desarrollo, acogedor, hermoso y siempre merecedor de ser admirado.

Cuántas cosas para mirar en la Expo ’98. En la misma orilla del Tajo (agua oscura, planicie acuosa en protagonismo perenne), surge la Torre Vasco de Gama, de 120 metros de altura, con una basamenta que se adentra en el río, como si fuera la proa de un trasatlántico, y su torre semejando una vela por la que suben ascensores y escaleras. Arriba, como el receptáculo para el vigía, un gran restaurante giratorio que, despaciosamente, deja ver el contorno de la Expo, del Tajo y de Lisboa en sus mil y una panorámicas.

Horarios, fechas, costes…

La Expo ’98 es ya la última del siglo. Sigue a la de Sevilla ’92 y está dedicada, como antes decía, íntegramente al Océano, a los mares, al agua y su fuente de vida.

Se inaugura hoy, 22 de mayo, y permanecerá abierta todos los días (132) hasta el 30 de septiembre. Luego se piensa dedicar su espacio a Museo del Mar permanente, y los edificios están ya vendidos a particulares que así habitarán un espacio moderno y agradable, en una sugerente zona del «más allá» lisboeta. Es una experiencia similar a la que se realizó en Barcelona con la «villa olímpica».

La apertura de la feria se hará cada día a las 8 de la mañana (las taquillas, para venta de entradas), a las 9 (apertura del recinto), y a las 10 (apertura de los pabellones). A las 8 de la tarde cerrarán los pabellones y comienza la «Expo-Noche», comenzando los espectáculos a las 9:30, muy variados, con conciertos, teatros, música, desfiles, etc. A las doce menos veinte de la noche, en el puerto o «Acqua Matrix» un espectáculo de música y luz virtuales sobre el agua. Luego hasta las dos, espacios de jazz, de música africana y americana, fados nostálgicos y a las 3 de la madrugada, cierre del recinto.

Las entradas podrán ser utilizadas para un sólo día, costando a los adultos 4.000 pesetas y a los niños y tercera edad unas 2.000 pesetas. Si se compra entrada para tres días, los adultos pagarán 8.000 pesetas y los niños y 3ª edad 4.000 pesetas. Para entrar a las 8 de la tarde solamente a los espectáculos, el costo es de 1.600 pesetas cada día. Existen otras modalidades, y, por supuesto, aparte hay que pagar el aparcamiento (1.200 el día), las comidas, los refrescos, los recuerdos, los transportes en Lisboa, el Hotel (está todo lleno para junio y septiembre) y el transporte desde España.

Si se anima a ir con la familia, ya puede ir reservando un buen pellizco. Pero seguro que le va a gustar. A mí, que la vi en obras y entre lluvias, me dejó estupefacto por su grandiosidad, modernidad y amplitud. El puente, repito, es lo mejor que le ha crecido a Portugal en muchos años. Y esa Lisboa «antigua y señorial» que queda detrás de la Expo (el Chiado, la cervecería de la Trinidad, el café Brasileira con su estatua de Pessoa a la puerta, el mirador de San Nicolás, las calles del Ouro, de la Prata y la gran plaza del Comercio…) siempre merece que uno se dedique unas horas a soñar por sus calles cuestudas, grises y nostálgicas.

Rafael Pedrós, un clásico viviente

 

Entre los grandes pintores que han habitado en nuestra tierra, no es el menor Alonso del Arco, que al parecer nació en Yebra, o Juan Bautista Maino, que lo hizo en Pastrana. Los pinceles de Francisco de Goya se pasearon por las orillas del Henares, y Jorge Inglés, allá en el lejano siglo XV, vino a Guadalajara para pintar cuadros, retablos y miniaturas al marqués de Santillana. Hernando del Rincón fue también una de las glorias de la pintura castellana que en Guadalajara nació o, con seguridad, vivió muchos años. Y otros grandes artistas como el aragonés Juan de Soreda, el castellano Juan de Flandes, y mil más que sería prolijo recordar, han puesto lo mejor de su arte por templos y óleos de Guadalajara.

Esto digo de los muertos, a los que no debe dejarse de añadir nombres contemporáneos como Regino Pradillo, Fermín Santos, u Ortiz de Echagüe, geniales todos. Pero entre esos clásicos, con nosotros se cruza muy a menudo quien todavía vive y es vecino de los Yélamos, aunque entre Madrid y la Alcarria reparte sus amores y sus pasiones: Rafael Pedrós, uno de los mejores artistas, de los más completos que ha dado el siglo.

Nacido en Madrid, en 1933, formado en el Real Colegio de Alfonso XII, desde muy pequeño se dedicó al dibujo y la pintura en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos, en el Círculo de Bellas Artes y en el Casón del Buen Retiro. Su técnica depurada, y la «escuela» que desde un inicio tomó en las manos, le hizo ser un fiel copista de cuadros del Prado, del Louvre en París, y de otros museos italianos, países por los que viajó largo tiempo.

Pedrós humano

Rafael Pedrós, que fue Socio de Honor de la Casa de Guadalajara en 1996, se ha ganado a pulso el homenaje de los alcarreños. Por su afabilidad, su corrección, su tacto. Y sobre todo por su generosidad: el gran mural que la Casa de Guadalajara luce ahora, en tonos ocres y sepias, sobre el muro mayor de su Salón Cardenal Mendoza, es el regalo que Pedrós le ha hecho a nuestra tierra, y que reúne en sus más de veinte metros cuadrados los paisajes, las figuras y los monumentos más característicos de Guadalajara.

Si alguien quiere tener, en una sola estampa, y mirar de un vistazo, la provincia entera, tiene que venir a este salón y estarse un buen rato descubriendo donceles, princesas, marqueses y meleros, que se mezclan a fuentes de cuatro caños, a picotas, castillos y soldadescas… una obra que le define y le hace, repito, un clásico vivo.

La capacidad de pintar de Rafael Pedrós es impresionante. Muchos premios se ha llevado en su vida. Pero a su perfección técnica en el retrato, en la visión de un ambiente o de un grupo, añade la rapidez. He visto cuadros suyos cargados de figuras, de personajes, de telas y cobres, que ha pintado en sólo dos horas de trabajo. Su amor a lo clásico español, a los trajes de época, a los Mendozas del siglo XVI, a los monjes y a las calaveras, dan viveza y sorpresa a sus cuadros. Aunque quizás su mejor serie sea la de los retratos que ha emprendido con los elementos de la Magistratura española, con las figuras y santos/as de la Orden Carmelita española, con altos mandos militares y con personajes muy variados (unos 50) de la Peña «Los Marcianos».

La pintura religiosa, la recreación de ambientes sacros, es otra de las especialidades de Pedrós. Él ha puesto recientemente la pintura al renovado retablo de Mondéjar, aquel que Covarrubias y Correa de Vivar construyeran a mediados del siglo XVI y el odio sin medida del 36 se llevara por enmedio para tristeza de todos. Pedrós está llenando, calladamente, de cuadros realistas y espléndidos las iglesias de Guadalajara. Como un nuevo artista nacido de la Fe solemne y de la fuerza post-trentina, ha llevado su arte a las iglesias de Yunquera de Henares, de Almonacid de Zorita, de Aranzueque, de San Juan de Ávila en la capital, de Budia, de Humanes, de Chiloeches, de Mochales… media página podría llenarse con sus creaciones.

El Cristo de la Miel

Pero yo quisiera, en este pequeño homenaje a la figura de Rafael Pedrós, este artista nacido en Madrid pero crecido y vivido entre nosotros, con alma de Alcarria y querencia de tomillares, destacar sobre todo ese sorprendente cuadro que pintó en 1995 y que ha paseado su imagen por algunos ámbitos en los que ha causado la admiración unánime de cuantos lo han visto. Es el «Cristo de la Miel», que acompaña en pequeña reproducción, y a escala de grises, estas palabras. El Cristo de la Miel, de Pedrós, es una obra única, ingente, maravillosa. Una pieza de las que aparecen solo una por siglo. En el Calvario, con un fondo dulce de paisajes alcarreños en el que no faltan las «tetas de Viana» y el roquero castillo de zorita sobre el Tajo, está Cristo en su trance de muerte, acompañado además de por María, San Juan y la Magdalena, por figuras de nuestra historia más entrañable, como el Marqués de Santillana, el Cardenal Mendoza, el molinés Abengalbón o el Arcipreste de Hita. De la herida del costado, mana miel (que no hiel) que recoge una figura de reina en un cantarillo de barro. Unas colmenas de tronco, tapadas por chapa y pedruscos surgen al pie de la cruz. Y un enjambre de finísimas abejas zumba en la escena, con prodigio de miniaturista, llenando el aire del cuadro. ¿Hay quien dé más?

Cuando lo terminó de pintar, Rafael Pedrós lo llevó a la Casa de Guadalajara, y allí estuvo expuesto una temporada. Luego se ofreció al público en la Feria Apícola de Pastrana, y al final se ha quedado en casa del autor, porque al parecer no hay dineros suficientes en las instancias oficiales de esta provincia para adquirir y transformar en patrimonio público esta auténtica joya del arte alcarreño: su joya más lucida y refulgente.

En serio, creo que si algún cuadro debiera representar el arte de nuestra tierra en este siglo que ya va acabando, sería el «Cristo de la Miel» de Rafael Pedrós el que con toda justicia lo hiciera. Ya tiene versos dedicados (de Utrilla Layna) y párrafos elocuentes que lo describen (de Aragonés Subero). ¿No podrá tener un día el acomodo público, la visión abierta de todos los alcarreños, en un Museo o espacio que le dé su auténtica dimensión de eternidad?

Alto Tajo, roquedos, bosques y buitres

 

En los pasados días se han celebrado en nuestra ciudad unas jornadas medioambientales en torno al Alto Tajo, las posibilidades de que este sea declarado Parque Natural, y las formas diversas en que puede y debe ser promocionado este entorno natural.

La forma concreta en que se inició este bloque de jornadas fue con la asistencia del Consejero de Educación y Cultura del gobierno regional, Justo Zambrana, quien presentó un libro que el Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades ha editado en estos días, y al que desde aquí aplaudimos en su llegada, pues se trata sin duda de un libro hermoso y práctico, escrito por un buen conocedor de la zona, el toledano Enrique García Gómez. Esta publicación de la Junta, titulada «Rutas de Senderismo: por el Alto Tajo», es un libro sobre todo útil, además de muy bonito. Describe las formas en que, a pie, puede recorrerse el entorno del futuro Parque.

La verdad es que ya existía un magnífico libro anterior, escrito por Miguel Ángel Acero y Luís López Vázquez, titulado «Andar por el Alto Tajo», y editado por Penthalon, que ha guiado a muchísimos excursionistas por las trochas verdes e idílicas de este paisaje de nuestra provincia.

Turismo Interior

En ese acto del pasado 22 de abril, se ofrecieron además dos distintas versiones de lo que el Turismo en el Alto Tajo puede dar de sí: de una, la conferencia  de don Antonio Mora, director de la Escuela de Turismo de la Universidad de Alcalá, que habló sobre «Turismo Rural y medio ambiente: desarrollo sostenible» y de otra, la que yo mismo pronuncié sobre el valor del «Turismo de Interior en Guadalajara».

En este sentido, la valoración de nuestra provincia en el contexto del nuevo turismo que a nivel europeo más está creciendo, el Turismo de Interior, no puede ser más alta. Se reúnen en nuestro espacio provincial todos los elementos que hacen crecer esta vertiente del ocio viajero. Tanto la visión de los monumentos (los castillos, los monasterios, las iglesias, las picotas…) como el sentimiento excitante de sentirse inmersos en un espacio histórico real y denso (ver las murallas de Palazuelos, el castillo de Jadraque, el Monasterio de Sopetrán…) y participar en las fiestas que tienen siglos y siglos de existencia (La Caballada, la Loa de Molina, los danzantes de Valverde, etc.)

A todo ello, como un complemento perfecto, se unen los paisajes, que en Guadalajara van desde las alturas peladas y bravas de la Serranía del Ocejón y el Hayedo de Tejera Negra, a esos rincones apenas conocidos pero maravillosos del alto río Mesa, la angostura de Bolarque, los pinares de Luzaga, o, como paradigma de todo loo dicho, el conjunto del Alto Tajo.

Un paseo por el Alto Tajo

En mi breve intervención en la sesión inaugural de estas «Jornadas medioambientales y de Turismo del Alto Tajo» que se han celebrado en Guadalajara, hice con pinceladas de rapidez y casi impresionismo, un descenso ideal por el Tajo. Desde su nacimiento en Fuente García, todavía en la provincia de Teruel, a más de 1.500 metros de altura, se encuentra uno con bellezas que por sí solas merecerían el viaje: pero además aquí surgen una detrás de otra. Por ejemplo, los ríos que le llegan al Tajo por su orilla derecha, descolgándose desde las alturas pardas del Señorío molinés: el Hoceseca, el Cabrillas, el Gallo y el Ablanquejo. Al Gallo, antes, le ha llegado por la izquierda el Bullones, otro de los cursos acuáticos que mejores paisajes crea en este entorno.

El viajero por el Alto Tajo puede (si le gusta el tema) adentrarse en impresionantes cavernas cársticas: la del Tornero en Checa, que tiene más de 9 kilómetros de galerías; la de la Zapatilla en Villanueva de Alcorón, muy fácil para cualquiera; la Sima Castilla en Peralejos, profunda como una puñalada en la dureza de la roca caliza…

En Peralejos de las Truchas puede el viajero decir con toda propiedad que se encuentra en la capital del Alto Tajo. Además de las casonas antiguas, barrocas, de los Sanz y los Arauz, o de los cuadros tenebristas de un apostolado manierista de su iglesia, podrán contemplarse los magníficos paisajes del contorno. O subir por la pista que va a la ermita de Ribagorda, y desde allí aún contactar, pasando por el alto del Rasón y cerca del Machorro (con su gran colonia de buitres) con la orilla del Hoceseca, donde se ve entera la antigua ferrería que empezó a funcionar en el siglo XVII.

Bajando junto al río, el puente del Martinete, que permite el paso de la carretera hacia Masegosa y Cuenca. Más abajo aún, el gran «salto de Poveda»: una espectacular cascada cuyo origen es artificial, pues se formó al derrumbarse en parte una antigua presa para energía hidroeléctrica, y a su derecha, en una alta explanada, la laguna de Taravilla, a la que los lugareños llaman «la laguna de la Parra».

Admirar, verdaderamente admirar, y quedarse sin palabras, es lo que hace el viajero al llegar al «Puente de San Pedro», el lugar donde se juntan el Gallo y el Tajo. Desde arriba, desde Zaorejas, se ve una panorámica espléndida del conjunto del Alto Tajo. Cerca de esa localidad se encuentra nada menos que los restos importantes de un acueducto romano de casi veinte siglos de antigüedad.

Y bajando el río aún ofrecerá sus sorpresas en cascada: la del tío Campillo, el puente de la Tagüenza que está algo más abajo de Huertapelayo, en un llamativo entorno de paredes rocosas. La paz del monasterio de Buenafuente monte arriba del barranco de los Cuchillos; o el profundo «Hundido de Armallones» que deja boquiabierto a quien lo ve por primera vez: la cumbre del Alar, la cascada que surge de la roca, las salinas de la Inesperada, aprovechando la salinidad de un arroyo que baja desde Canales… en fin, que el Alto Tajo ofrece a quien quiera recibirlo todo el palabreo, fuerte y altísimo, de la Naturaleza perfecta.

En estas jornadas que ha acogido Guadalajara, y que ha dejado como fruto una mayor conciencia de que en común se busquen soluciones al desarrollo integral de la zona, con vistas a la declaración de «Parque Natural» que al parecer ya es inminente su declaración, hemos podido todos aprender algo nuevo sobre el Alto Tajo. Un lugar paradisíaco que tenemos, por suerte, aquí mismo, en nuestra provincia de Guadalajara.

Carabias, un románico renovado

 

Cuando mis lectores se planteen qué hacer, o dónde ir, este próximo fin de semana que se presenta largo y nutrido de posibilidades (entre ellas el viaje por la provincia, para admirar sus recónditas bellezas) no les debe caber ni la más mínima duda: es Carabias su destino. Porque Carabias, un pueblo de la serranía del Ducado muy cercano a Palazuelos, y por tanto a Sigüenza, es uno de esos lugares que no por desconocido pierde capacidad de asombrar a quien lo mira por primera vez.

Diminuto, perdido en los mapas, apenas sin vecinos ya, ha recibido en su templo los benéficos impulsos de la administración regional, que ha dedicado en los últimos años una buena cantidad de sus dineros, y la atención y el cariño que merece un monumento de tanta importancia como es su iglesia parroquial.

Descubriendo Carabias

No hace mucho, en tarde primaveral y amistosa, cuajada de asombros y de renovados destellos, visité este lugar en el que no me crucé con nadie, a excepción de nuestro viejo amigo el perro «Tomy», con el que siempre que voy me tropiezo, nos saludamos y quedamos, como es habitual, «amigos para siempre».

La iglesia de Carabias, que puede verse en imágenes por los diversos libros que tratan del románico de Guadalajara (el clásico de Layna, el de Inés Ruiz Montejo y su equipo, del de Tomás Nieto y su equipo, e incluso uno mío sin equipo) siempre aparece con su aspecto de estar enterrada entre las lavas de un ignoto volcán: su atrio porticado meridional, rellena la plaza con aluviones del cerro sobre el que asienta el pueblo, durante siglos, había llegado a quedar casi por completo tapado. La humedad que ese aluvión le había aportado al templo estaba consiguiendo deshacer su piedra, desmoronarse sus columnas, y amenazar con la desaparición total de la iglesia románica más importante de los contornos.

Una tarea de restauración y recomposición muy importante ha hecho olvidar esos temores, que alguna vez llegué a expresar públicamente en estas páginas. Por lo tanto, mi aplauso y felicitación a cuantos han hecho posible esta gran acción salvadora, en especial a la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, bajo cuyos auspicios se ha realizado.

Descripción del templo

Cuando el viajero quiera ver el paradigma del arte románico rural de Guadalajara, debe venir hasta Carabias. Pasado el lugar de Palazuelos, la otra vieja ciudad amurallada del marqués de Santillana. Derramada sobre la pendiente izquierda que abriga el valle del río Salado, la villa de Carabias tiene un escaso caserío, un fontanar rumoroso, y este templo cristiano que fue construido en el siglo XIII. Aún con reformas de siglos posteriores, ha conservado su primitivo aspecto que podemos calificar sin hipérbole de pieza única de la arquitectura medieval de esta provincia.

Esta contundente etiqueta la recibe gracias a su estructura singular. El templo propiamente dicho consta de una sola nave. Alta, cubierta de bóveda falsa de escayola, tiene un presbiterio elevado y algunos altarcillos barrocos en los que San Sebastián, San Antonio y un triste Cristo meditan su abandono. Bajo la tribuna del coro, a media luz, se entrevé la antigua pila bautismal, como un enorme fósil con formas de venera. Al exterior, una torre muy antigua cobija las campanas en el ángulo sureste del edificio. Y por fin, el pórtico o atrio, que es lo verdaderamente singular de este monumento, y que, caso único en toda la provincia, tiene muros abiertos (hoy recuperados) a los cuatro puntos cardinales.

El templo parroquial de Carabias fue dotado de una galería porticada que le rodeaba por mediodía y poniente. Pero que tenía también acceso por levante, a través de un gran arco hoy practicable bajo la masa de la torre, y un amplio vano abierto al norte. De ahí la anterior aseveración de ser la única iglesia románica de nuestra tierra que posee galería con muros orientados a los cuatro puntos de la esfera terrestre.

La parte más amplia y hoy conservada de esta galería es la del sur. Dos bloques de siete arcos cada uno, separados por un grueso pilastrón, se sostienen por sus respectivos pares de columnas de canon muy alargado, y rematadas en parejas de capiteles, todos ellos con elegante decoración vegetal. Apoya la columnata sobre una alargada basamenta de bien tallado sillar en el que lucen marcas de cantería muy nítidas, formando cuatro grupos concretos de signos. No tenía acceso la galería por este lado. Era por su costado de levante por donde lo tenía, y tiene hoy de nuevo, a través de un arco incluido en el muro de la torre.

Por el lado de poniente, la galería continúa con su sucesión de arcos y columnas: en el centro de ella se abre la puerta principal a la galería. Y a sus lados, tres arcos también sustentados de columnas y capiteles parejos. Finalmente, al norte se abren un arco solamente completando ese amplio y airoso atrio en el que, -el viajero se imagina sin gran esfuerzo-, se reunirían al mediodía de los domingos, allá en los pasados siglos, las gentes del lugar.

Al templo se entra, desde el lado meridional del atrio, a través de una puerta de sencilla hermosura: es un vano cobijado de arcos semicirculares en el que surgen dos arquivoltas y un dintel arqueado. Se adornan de baquetones y algunos trazos geométricos. Y a su vez se apoyan en columnas rematadas por capiteles ya muy destrozados, pero en los que aún se adivina alguna forma humana. Los mejores capiteles son, sin duda, los de la galería porticada: muy parecidos a los de las iglesias (próximas entre sí) de Pozancos y Saúca, y sin duda copiados de los elementos iconográficos de los templos seguntinos (San Vicente, Santiago, la Catedral…), a su vez heredados de formas francesas, narbonenses y rosellonesas.

No hay que decir nada más. Solo mirar las imágenes que acompañan a este artículo, y que tomamos hace un par de meses, son suficiente garantía para invitar una vez más a visitar esta joya del arte medieval de Guadalajara, una pieza más de ese centenar de iglesias románicas que son todo un lujo (un capital de primer orden) de nuestra tierra.