Caminos hacia la Sierra Negra

viernes, 20 febrero 1998 0 Por Herrera Casado

 

Estos nombres le sonarán a muchos: Campillo de Ranas, Majaelrayo, Valverde de los Arroyos, Campillejo, Almiruete, Pa­lancares, Umbralejo y La Vereda. Pero quizás sean ya menos los que han decidido en algún momento llegarse hasta ellos. Ver sus conjuntos urbanos, admirar los horizontes de sus entornos. Oler el fresco y puro aire de las orillas de sus montes. Este es un buen momento para llegar hasta estos minúsculos lugares de la Sierra Negra de Guadalajara. ¿Me acompañan?

En ruta hacia Tamajón

Nieve todavía, abundante y brillante al amanecer, queda coronando las alturas de la Sierra Negra, de ese macizo de Ayllón que centra la parte más septentrional de la Somosierra, y en el que se incluyen el Ocejón, el Lobo, el Cervunal y otra serie de picos que este año fueron, una vez más protagonistas de la noticia y el comentario.

La Sierra Negra de Guadalajara es un espacio que, por vacío y lejano, por silencioso y aletargado, nos silba su encanto. Para muchos esa lejanía, ese silencio, esa sencillez de los vacío, nos colma de admiración. Nos atrae. Desde aquí animo a mis lectores para que este próximo fin de semana se acerquen por las Sierra Negra de Guadalajara y prueben alguno de sus caminos, alguno de los condimentos que su maravilloso plato le confieren fuerza y ternura a la vez.

Cualquier ruta hacia la Sierra Negra debe empezar por Tamajón, a donde se llega desde Guadalajara por la carretera que inicialmente corre paralela al Henares (Fontanar, Yunquera, Mohernando y Humanes) y luego se alza hacia el Norte, en la búsqueda de las alturas y los bosques.

Pasado Humanes, el viajero puede desviarse de la ruta principal hacia Beleña del Sorbe, un lugar de entretenido mirar por lo que tiene de monumental y maravilla natural: la iglesia parroquial de San Miguel, de estilo románico, ofrece su interesantísima portada, decorada en su arco interior con la repre­sentación de un «mensario» con esce­nas de la vida campesina y capiteles laterales con fragmentos tallados de la vida de Cristo.

Vueltos a la carretera que sube hacia Tamajón, se puede desviar el viajero hacia la locali­dad de Retiendas, que guarda en sus proximidades las evocadoras ruinas del Monasterio de Bonaval, fun­dado por Alfonso VIII para la Or­den del Cister en 1164, y que hoy ofrece su magia entre un bosque de robles denso. Datada su construcción entre los siglos XII y XIII, el edificio, aunque muy ruinoso, conserva la ca­becera de triple ábside, parte del crucero, y la puerta de estilo cis­terciense.

Llegados finalmente a Tamajón, que puede denominarse auténtica puerta de la Sierra Negra, podemos destacar en su ámbito urbano la iglesia parroquial, de ori­gen románico; la casa‑palacio de los Mendoza, ejemplo de arquitectura civil plateresca de mitad del siglo XVI, y la ermita de Nuestra Señora de los Enebrales. Todavía, por nominar ruinas, existen en Tamajón las de una vieja fábrica de cristal, y las de un monasterio de franciscanos.

Desde Tamajón seguiremos en dirección a Majaelrayo, y a poco de salir del primero de estos lugares nos encontraremos con una pequeña y doméstica  «Ciudad Encantada» que se encuentra en las inmediaciones de la ermita de los Enebrales. Se trata de una zona de singulares formaciones ca­lizas que abre paso a las primeras ma­nifestaciones de pizarra. Siguiendo la ruta en dirección al Ocejón, a pocos kilómetros se encuentra Cam­pillejo, el primero de los pueblos «negros» de este espectacular complejo natural. Miles de piedras negras y rojizas, con pequeños huecos para ventanas y puertas, conforman las edificaciones de este municipio, al que sigue El Espinar, enclavado en una colina. Este último presenta una arquitectura de similares carac­terísticas, salvo algunas excepciones como los tejaroces y encalados de sus fa­chadas.

Sigue luego la presencia de Campillo de Ranas, cabeza del en otros tiempos denomi­nado «Concejo de Campillo». Atra­vesando un largo y agradable pa­seo se llega al interior del pueblo. Unas escaleras, a continuación, con­ducen a una plaza donde el campa­nario de la iglesia parroquial domina el conjunto ascendente del resto de edificaciones. Generalmente ofrecen estas construcciones un za­guán, una planta baja para vivienda, y un piso superior para almacenamiento de la paja, añadiendo la belleza de sus grandes chimeneas, elemento fundamental en las casas para combatir los intensos fríos invernales y primaverales. En Campillo sorprende la asimetría de las calles, y la belleza de todos sus recodos, de cualquier ángulo desde el que miremos los paisajes que nos engloban: el urbano y el monumental de las sierras que nos cercan.

A la salida de Campillo, toman­do un desvío hacia la izquierda, se puede acceder a Roblelacasa, de similares edificaciones, y desde donde se puede acceder hasta la cercana orilla del Jarama, en cuyo borde se encuentra Matallana. Asimismo, tomando el siguiente desvío, también a la iz­quierda, una vez se abandona Roblelacasa, se encuentra Roble­luengo, posiblemente la aldea más cuidada y la que conserva la más pura arquitectura negra.

Llegada a Majaelrayo

Finalmente, llegamos al objetivo de nuestro viaje. En la misma falda del Ocejón, a unos 1.200 metros, y rodeado de espléndidos paisajes, se encuentra Majaelrayo, máximo exponente de la Ar­quitectura Negra. Le separa de Campillo, siguiendo la misma ca­rretera, no más de diez kilómetros.

Lo aficionados al alpinismo pue­den acometer desde aquí el ascen­so a los picos del Ocejón y el Campachuelo. La sierra, ahora en febrero, nos entrega su faz más llamativa, nevados los altos, solemnes las distancias, en un estuche cósmico los paisajes que son inmensos y domésticos a la vez. ¿Subir? ¿Quedarse mirando? Dejar pasar el tiempo en este ámbito es, en cualquier caso, algo que hace latir el corazón más aprisa.

A Majaelrayo le ha añadido más popularidad aún de la que tenía la figura del «abuelo Jesús», recientemente proclamado Popular Especial del año 97 en nuestro periódico. Hay quien sube hasta este pueblo solo por verle, o intentar verle.

Desde Majaelrayo, y si no se ha decido subirse el Ocejón, se puede optar por dos alter­nativas: una es la que continúa por tierras de la Sierra Negra, y que nos llevará a Valverde de los Arroyos, y la otra es la que ofrece acceder al Hayedo de Tejera Negra, privilegiado paraje desde el punto de vista botánico y paisajístico, y en el que el río Lillas y el arroyo de la Zarza riegan su cabecera.

Hay otra posibilidad desde Majaelrayo, y es la de seguir la carretera que a través del puerto de la Quesera cruzará la sierra y nos llevará a Riaza. Un trayecto algo arriesgado en esta época, porque en las subidas/bajadas del puerto puede haber grandes placas de hielo, o ponerse a nevar sorpresivamente.

Quizás por ahora (otra cosa será en el verano, que podremos subir y bajar sin problemas por los caminos más altos) lo mejor será volverse a Tamajón. En llegando allí, poco antes, nada más pasar la ermita de los Enebrales, se toma a la izquierda la carretera local que conduce a Valverde de los Arroyos. Antes de llegar a la cuna de los «Danzantes de la Octava del Corpus», en esta ruta mere­ce hacerse dos nuevas paradas: en Almiruete la una, y en Palancares la segunda. En el primero de estos lugares, destaca su iglesia parroquial de estilo románico popular con elementos góticos, y un conjunto espectacular de casas rurales, plenamente identificadas con el paisaje, oscuro y húmedo. En Palancares, sin embargo, hay que admirar su breve caserío y el anejo bosque de encinas y álamos negros.

Colofón en Valverde de los Arroyos

El lugar más hermoso de la Sierra Negra, un espacio urbano único, cuajado de edificios puros y bien conservados de la arquitectura de pizarra. Al núcleo de Valverde se accede a tra­vés de una empinada cuesta, y des­de la plaza, una de las más bellas y cuidadas de la comarca, con sus balconadas de madera adornadas con tiestos de flores, se puede divisar todo el panorama de viviendas ca­racterísticas de la zona. Desde allí, una nueva cuesta conduce hasta las eras, espacio abierto donde se celebran las Danzas del Santísimo. El paisaje se muestra aquí en toda su grandeza, blancas las cumbres, húmedas y cubiertas de bosques la laderas, siempre verdeantes. Para los aficiona­dos a la escalada y el senderismo, en este mismo lugar co­mienza el recorrido que lleva hasta la Cascada de las Chorreras de Despeñalagua, una gran cascada que se forma con el agua que baja de las nieves del Ocejón, con una caída de más de 120 metros de altura, y a la que se accede a través de peque­ños caminos que bordean las lade­ras anexas a la localidad. Una vez alcanzada la «Chorrera» el viajero puede optar, también aquí, por seguir escalando rumbo al Ocejón.

Desde Valverde otra vez, la ruta enlaza de la Sierra Negra nos permite aún visitar el lugar de Umbralejo, un antiguo pueblo abandonado, hoy reconstruido por el ICONA y el Ministerio de Educación para dar albergue a cursos de contacto con la Naturaleza para escolares. La verdad es que merece la pena visitar Umbralejo, pasear por sus calles empinadas, comprobar in situ un lugar que, aun sin vida rural auténtica, ofrece la belleza y autenticidad de la construcción serrana pura.

Todo un día para andar visitando pueblos, admirando paisajes, buscando sin fatiga los horizontes más altos, más blanco y puros de Guadalajara. Un viaje, este a la Sierra Negra, que hay que hacer al menos una vez en la vida.