Páez de Castro, un sabio en el Henares (II)

viernes, 28 noviembre 1997 1 Por Herrera Casado

 

Vamos hoy a seguir acordándonos del campiñero de Quer Páez de Castro.

Yo diría que la gran fama que este humanista tuvo en su tiem­po, y lo que le ha hecho pasar a la inmortalidad y a la Historia, ha sido su biblioteca. Fray Jeró­nimo Román, en su «Segunda par­te de las repúblicas del mundo» habla de ella como una de las más principales y curiosas. Toda la vida la pasó buscando libros antiguos: obras griegas y latinas, manuscritos medievales, libros ára­bes y orientales… todos los leía y clasificaba, y al fin, los colo­caba en su magnífica biblioteca de su casa de Quer. Claro que no todos los libros raros que hallaba eran para él. Muchos los cedía al Cardenal de Burgos y al embajador Hurtado de Mendoza, así como a la real biblioteca del Escorial. Otros amigos le pedían prestados algunos de los libros. Y aquí encontramos uno de los defectos de Páez: se hacía el re­molón, prometía, daba largas… pe­ro no prestaba. Las obras eran de gran valor, y tampoco se podía permitir el lujo de lamentarse des­pués con ese refrán que habla de cómo los libros se pierden al mis­mo tiempo que los amigos a los que se han prestado.

Su muerte acaeció hacia el año 1570. Para los del pueblo de Quer, siempre fue un honor poder decir que el sabio era hijo del pueblo. En la «Relación Topográfica» que todos los pueblos de España de­bían mandar a Felipe II, enume­rando las cosas curiosas o los hijos ilustres del pueblo, los de Quer, entre otras cosas, decían: «el doctor Juan Páez de Castro, cronista y capellán de S. M. Real Católica del Rey don Felipe nues­tro señor, el cual dicho doctor fue natural desta nuestra dichosa aldea la que fue celebrada y su nombre sabido en nuestra España y ennoblescida a causa de nues­tro bueno y famoso doctor; por­que lo demás del tiempo que en España residió y virtuosamente vivió en nuestra aldea a donde fue visitado de grandes letrados y cronistas que le venían a visitar y a comunicar con negocios impor­tantísimos según era fama, y po­cos Señores de España dexaron de visitarle todo tan en ventura nuestra que muchas veces pares­cíamos una Cortecilla según la Ilustrísima gente que entre nos­otros cada día a su casa andaba». Y añade la relación, que el doc­tor Páez de Castro «tenía una peregrina librería de libros tan exquisitos y tan notables que se tenía por llano de hombre no haberla mejor en España».

Pero a la muerte de Páez de Castro, muchas miradas cayeron sobre aquel tesoro que quedaba sin la tutela del fiel guardián que lo había creado. Todas esas miradas, sin embargo, fueron anuladas por las del rey, Felipe II, que al saber que tan grande biblioteca quedaba en manos de unos herederos que tal vez no sabrían cuidarla como merecía, escribió al doctor Gasta, de su Consejo, diciéndole que al ir a Lupiana, donde debía asistir al Capítulo de la Orden de San Jerónimo, pasase por Quer, y en unión de Ambrosio de Morales, inventariase ante escribano la biblioteca de Páez de Castro, escogiendo lo mejor de ella para engrosar la del Escorial. Escogieron los del rey casi todos los libros griegos, latinos y árabes, que formaban lo más curioso y de valor de la librería. En total, 87 libros, que llegaron a Madrid 2 años después de la muerte de Páez, tasados en 4.950 reales. El pago a los herederos se hizo desear. Durante varios años estuvo solicitándolo Juan de Celada, casado con una sobrina de Páez. Después de incendios y ca­tástrofes, aún hoy quedan en la Biblioteca del Escorial algunos de estos libros que Páez de Castro con tanto amor por lo antiguo bus­có y luego guardó en su casa de Quer.

Páez de Castro, cronista real

Páez de Castro, ya amigo nuestro, se supo rodear de la mejor intelectualidad española de la época. Uno de sus mejores amigos fue el co­mendador Hernán Pérez de Guzmán, en cuya obra de proverbios y refranes colaboró Páez aportando más de 30.000 refranes.

De la amistad con el Cardenal Men­doza, de Burgos, y el embajador Hurtado de Mendoza ya hemos hablado. Fidelísima fue la que guardó a Ambrosio de Morales, quien se encargó de recoger los principales libros y manuscritos que a la muerte de Páez quedaron en su casa de Quer.

Pero con quien mayor amistad le unía era con Jerónimo Zurita, ilustre historiador a quien España entera de­be sus inolvidables «Anales de Ara­gón». Cierto es que no se veían muy a menudo, pero su amistad crecía gra­cias a ese otro sistema de relaciones personales que durante los siglos XVI al XIX ha tenido tanto auge, del que tantas cosas buenas se han derivado y que hoy desaparece sin remedio: la carta. La epístola que ellos llamaban y que, sin llegar a ser una pieza literaria, anulaba las distancias en aque­llos tiempos más largas que hoy. En el siglo XVI, cuando dos perso­nas mantenían una estrecha y conti­nua relación amistosa por medio de cartas, se les daba un mitológico calificativo: Pílades y su constante Ores­tes, recordando la recia amistad que unió, aun en los momentos más di­fíciles, al fabuloso y mitológico Ores­tes con su primo Pílades. Esa mito­lógica relación podemos decir que unía a Páez con Zurita.

Páez, nombrado ya Cronista del Rey de España, debía haber escrito una his­toria completa del reinado de Car­los I y algo del de Felipe II, su hijo. De esta gran obra prevista, sólo que­dan algunos manuscritos en la Biblio­teca de El Escorial. Llevan por titulo «Anotaciones y Relaciones diversas de lo sucedido en Europa desde el año 1510 hasta 1599» y «Anotaciones cu­riosas y nombres de provincias y lu­gares con los sucesos de Europa des­de el año 1517 hasta el 1556, que el doctor Juan Páez para componer su historia escribió de su propia mano». Estos manuscritos, que eran «material» a emplear en la obra que proyectaba, no llegaron nunca a fraguarse en una obra consistente y conocida. Quedaron, qué lástima, como simples apuntes que otros usaron después, con mejor fortuna. Pero su intento fue tan alto, que no podía ser para una persona sola. Fue basamenta de columna su vida, y parra generosa de amistades.