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octubre, 1997:

Agua en cacharros

 

No existe mejor bebida que el agua. Y no lo digo porque no me guste el vino, porque mesuradamente y en su momento, también es bueno. Sino porque el agua es la esencia de la vida. Es el elemento fundamental para que se produzca de continuo el pálpito, y porque siempre que hay una enfermedad, detrás hay una falta de agua. Como suelo decir, en broma, a mis enfermos, lo que nos ocurre es, ni más ni menos, que «nos evaporamos». De pequeños, todo es lloro, moco, pis, humedad por todas partes. De viejos, sequedad de garganta, de ojos, la piel reseca, encogimiento… nos falta el agua. El porcentaje de agua en el cuerpo humano está en proporción a la salud que se tiene. Y por eso es bueno, siempre, beber agua, mucha agua.

Por eso ha sido una gran idea organizar, como lo hizo Ibercaja hace poco más de un mes, cuando las Ferias de Guadalajara, una exposición en torno a la alfarería del agua en nuestra provincia. Una manera de mostrarnos a todos esa rica tradición artesana, hoy ya perdida casi al completo, de fabricar con barro los cacharros necesarios para llevar el agua de una parte a otra, bien como alcabuces, tuberías o cangilones, bien como cántaros, tinajas, ollas y jarras. Con elementos hechos en nuestros pueblos, en los alfares de antigua raigambre y hoy ya apagado eco de Lupiana, Cogolludo, Cifuentes, Sigüenza y, sobre todo, Zarzuela de Jadraque (la Zarzuela de las Ollas que todavía los más viejos conocen). Una gran idea que vino acompañada de un Catálogo magnífico, que guardaré siempre como una pieza bibliográfica magistral: breve en sus textos, muy medidos, sabios como todo lo que dirige José Antonio Alonso, y rica en imágenes, en color todos los elementos ofrecidos en aquella exposición.

Los cacharros para el agua que se hicieron en los alfares de Guadalajara ya no tienen objeto. Hay agua en los grifos de todas las casas. El progreso no es el acabamiento de lo antiguo, sino la comodidad bien venida. También es el abaratamiento de los costes. Por eso hoy se lleva mejor el agua en bombonas de plástico que en piezas cerámicas. Porque pesa poco y es más barato.

Pero sin embargo la curiosidad por lo antiguo nos pica a todos. Y esa muestra de antiguos cacharros de arcilla, esas formas orondas en su panza, gráciles en sus asas, inocentes en sus adornos, mágicas en su color, me llenaron y llenaron a todos cuantos las vieron de alegría en la cara y el corazón. Porque en ellas está la esencia de una vida plena aunque ida.

El principal coleccionista que aportó materiales a esta exposición fue mi compañero de profesión y gran etnólogo Antonio Castillo Ojugas. Me entero por el catálogo que es fundador y presidente de una Asociación de Amigos del Museo de Guadalajara. Al parecer, esta Asociación solo la forma él, y el Museo de Guadalajara al que se refiere aún no existe. Pero todo es empezar. Las asociaciones, es verdad, las suelen mover siempre dos o tres personas. A veces una sola. Si tiene el ánimo suficiente, y el tiempo necesario, sobra para llevar bien y animosa cualquier Asociación. El problema lo va a tener Castillo Ojugas con el Museo. Porque haber, ya hay uno. Me refiero al Museo de la Cultura Popular, Etnográfico, de los cacharros para el agua y los trajes regionales. Ya lo hay. Pero está cerrado. Se puso en un sótano del palacio del Infantado, y hubo ocasiones en que el agua corría como un arroyo por sus salas. Lleva años, decenios, cerrado. José Antonio Alonso, en el texto del Catálogo que comento, dice que ya va siendo hora de que se plantee su reapertura. Por nosotros, ya está replanteada: que se abra, que se muestre a todos la riqueza etnológica de Guadalajara. El problema (siempre pasa…) es que quien se lo tiene que replantear vive en Toledo.

La Escuela de Folclore de Guadalajara, que mantiene la Diputación con actividades a muy amplios niveles, recoge entre sus muchas facetas las técnicas de la alfarería del agua. Luís Alberto Larriba es en ella el coordinador de esa sección, y mantiene un grupo, siempre creciente, de gente que sabe y quiere saber más sobre alfarería, cerámica, formas tradicionales de hacer cosas bellas. La raíz de Guadalajara está en buena manera en estas «cacharrerías» de las que en nuestra ciudad queda todavía el nombre para un barrio, y en muchos pueblos los restos evidentes de que un día fue real y activa su fabricación. En Zarzuela de Jadraque, sin ir más lejos, aún queda el horno que se usaba para hacer aquellos elementos alfareros.

La exposición de Ibercaja, que me dejó entusiasmado por contemplar tanta forma bella, tan bien cuidada, y tan bien estudiada, ha dejado bien patente la riqueza de la alfarería de Guadalajara. Que estudió, hace ya bastantes años, Eulalia Castellote, en un libro inolvidable lleno de estampas y documentación, y que ahora ha vuelto a ser objeto de recuerdo y, ojalá, de bandera reivindicativa para una cosa tan engarzada con la cultura de nuestro pueblo. La alfarería y sobre todo el Museo Provincial de Cultura Popular deben ser rescatados del olvido y abandono en que están. Y pronto.

Un vuelo por el Badiel (a pie o por Internet)

 

Un vuelo corto, pero intenso, es el que puede hacer cualquiera de vosotros, en una tarde de este otoño manso, por el Valle del río Badiel. Yo lo he hecho esta tarde. Me fui río arriba, desde Sopetrán (tras visitar a mis amigos los monjes del viejo monasterio, que andaban con el mastín español que tienen, y su colaborador Adrián, mirando lo altos que ya están los maizales), y pasé por entre los humos que sueltan las hogueras que las gentes del valle montan para terminar con las hierbas secas del verano: un humo azul pálido, de un intenso olor a paja ardida, va tapizando de manchas el valle. Pronto aparece Valdearenas, con su muñón de iglesia encima del otero, y ese aire de lustroso espacio rural en el que siempre hace sereno.

La tarde está ventosa. Los árboles, ya amarilleando sus hojas más altas, se inclinan ante la fuerza del señor del sur. Junto a la fuente están Eusebia y Alejandro, que miran el pasar raudo de las nubes cenicientas, y me hablan del hijo que anda lejos, muy lejos ahora. Sigo subiendo el Badiel. Me llego a Muduex, donde saltan los niños junto a la rojiza mancha de su torre de ladrillo mudéjar. Dentro, tras la puerta, guardan la vieja imagen del románico, la presencia medieval tallada en las piedras calizas. Y me entretengo en pasear junto a las vallas de los huertos, mirando los anchos caminos que por el hondo del valle acompañan el reato del agua. Después llego a Utande, con su altozano dominante y orgulloso. De entre los muchos molinos que jalonan el valle (hoy todos restaurados y ocupados por gentes de buen pasar) me paro a la orilla de la carretera en el de Paco Sobrino, ese alcarreño universal que anda, él sólo en su inmenso salón geometrista, preparando la iluminación de la Biblioteca Nacional Francesa, la nueva torre Eiffel que pondrá de luz vibrante el cielo de París.

Y sigo, dejando a un lado ese encanto supremo del molino de doña Esperanza, rodeado de altos chopos, elegantes álamos y orondos sauces. Me paro en Valfermoso de las Monjas, en el monasterio de las benedictinas, donde como siempre salen todas a recibirme alegres. La madre, (Josefina ya es abadesa, me enseña con satisfacción la cruz de madera que le cuelga al cuello, tan merecida y democráticamente puesta) habla de todo lo divino y lo humano. Allá lejos sabe del mundo más que muchos: sabe de obispos, de presidentes de Diputación, de delegados de la Junta y de madrileños alcaldes. Todos han pasado por las silenciosas estancias de Valfermoso. Que hoy son muy sonoras, porque tiene más de 60 huéspedes, incluidos niños, correteando por la Hospedería. En el claustro, que es el más vegetal y plural que he visto, hay de todo: frutales, sillas de plástico, una fuente sonora, y materiales para la obra que nunca concluye. Las benedictinas de Valfermoso son las monjas más alegres que conozco, y al viajero le dejan siempre el consuelo de la paz que respiran.

Termino ya: en Argecilla visito la ancha plaza, me asombro otra vez de su hermosa iglesia, me encanto oyendo el agua correr por todos los rincones. Vuelvo a caminar. Y paso por Ledanca, donde la fuente, oronda y maternal, como las de Valdearenas y Utande (parece que en el Badiel las fuentes son más grandes y generosas que en cualquier otra parte) centra la atención de su plazal. Sigo arriba el camino y llego a la meseta. Allí está la autovía de Aragón. Por ella, en un santiamén, me vuelvo a casa.

El Badiel en Internet

Tiene gracia que ahora el Badiel sea el más internacional de los ríos de Guadalajara. Lo es porque ya está en Internet. Tiene su página propia, su Web particular. La ha puesto un hombre del valle que por ahora está lejos. Emilio Santamaría, que tiene fundada en California una gran empresa de ordenadores y comunicación (se llama www.esfera.com, para los que quieran mirar lo que hace) y tiene tanta morriña de su valle que le ha dedicado unas cuantas y hermosas páginas en la Red universal. La he estado mirando, durante los diez minutos que lleva leer sus textos, mirar con tranquilidad sus hermosas imágenes, y admirar el exquisito diseño que le ha puesto, y me he quedado encantado. Merece la pena darse una vuelta por ese espacio de Internet. Se llega tecleando esto: www.esfera.com/badiel. Así de sencillo. Además ha añadido un espacio que titula «Foro» y en el que ha propuesto diversos temas de discusión para que la gente opine sobre ellos, con esa libertad total y sin fronteras que proporciona Internet. Es curioso leer lo que la gente opina sobre la caza, los encierros de toros en los pueblos, el turismo rural o los libros de Guadalajara. Más de uno se llevaría una sorpresa si supiera lo que realmente se está moviendo en Internet, y se diera cuenta de que quien no se suba ahora a este tren, se va a quedar muy pronto, como Penélope (la de Serrat) «sentadito en el andén». Mi enhorabuena a Emilio Santamaría (tiene un nickname, Lorca, en admiración del poeta que hace ahora cien años que nació, por el que le conocen muchos internautas). Y es ya, sin casi habérselo propuesto, uno de los hombres que más influencia tiene en la realidad «virtual» de la Guadalajara del momento. Aunque esté en California.

Lo repito. Mirad esta página del Badiel en Internet. Llevaros en la retina sus hermosas imágenes en color. Y mandadle un e-mail a Lorca. Lo agradecerá. Al tiempo que vais sabiendo lo que (de una forma infernalmente rápida) está cambiando en esta provincia.

Ver de lejos «Las Edades del Hombre»

 

Hace escasas fechas acudí, junto a un numeroso grupo de alcarreños pertenecientes y simpatizantes del Club de Opinión «Siglo Futuro», a la ciudad del Burgo de Osma, en la frontera del Duero, en la provincia de Soria, para admirar (duró dos horas el paseo y muchas más la admiración) la exposición de las Edades del Hombre que en esta ocasión conmemora un largo centenario de la Diócesis de Osma, y ofrece a los ya más trescientos mil visitantes que por ella han pasado, el conjunto más sorprendente y hermoso del arte religioso acumulado en ese espacio geográfico durante largos siglos.

Admiración sin reservas, aplauso fortísimo. Esto es lo que, de entrada, se le ocurre a uno para calificar esta exposición. La llaman «La ciudad de seis pisos» porque a lo largo de seis etapas (desde la Prehistoria al Romanticismo) se expone lo que las diversas épocas han ido cuajando en esa ciudad y su entorno. El románico, el gótico, el renacimiento, el barroco… La idea que hace ya casi diez años propuso el conjunto de obispados de Castilla-León, de ofrecer todo su patrimonio en monográficas exposiciones que dieran de forma pública y multitudinaria la imagen más cierta de lo que el arte religioso ha supuesto a lo largo de la historia española, fue apoyada inmediatamente por la Junta de Comunidades de Castilla y León. Ayudas y patrocinios de bancos, cajas de ahorro y empresas diversas no faltaron. Una exposición que abre catedrales y claustros a cientos de miles de personas, que los ilumina, los ilustra y los deja boquiabiertos por sus formas perfectas, sus colores delicados, sus músicas estremecedoras, no es algo que se deje caer en el vacío. Quien pensó esto, y puso todo su empeño para que saliera adelante, merece un aplauso, de nuevo, muy fuerte. Uno de los que más empeño puso, don José Velicia Lozano, murió pocos días antes de inaugurarse la muestra del Burgo de Osma.

Osma y Sigüenza, una hermandad secular

Fronterizas son las diócesis de Osma y Sigüenza. La que hoy corresponde a la provincia de Guadalajara, la nuestra, llegaba en tiempo hasta el Duero. Medinaceli, Almazán y Berlanga pertenecieron largos siglos a la diócesis seguntina, quedando en la orilla izquierda del Duero, mientras que Osma quedaba relegada a la orilla derecha del gran río castellano. De ahí que en estos lugares encontremos tantas huellas comunes. En Berlanga, por ejemplo, están enterrados los hermanos mellizos Bravo de Laguna. Juan de Ortega fue obispo de Coria, y Gonzalo alcaide de Atienza. Otro hermano, que no comparte con ellos enterramiento alabastrino, casó con Mencía Vázquez de Arce, la hermana del Doncel. Por aquellas tierras, en el Almazán mendocino que se asoma desde la galería gótica de su palacio a la ancha vega del Duero, casó Ana la hija del Doncel con Pedro de Mendoza. Y hoy, entre la luz esplendente de la catedral de Osma, que parece haber recibido de la altura una milagrosa iluminación que hace más limpios sus perfiles, surge en el crucero el impresionante púlpito que mandó tallar, a finales del siglo XV, don Pedro González de Mendoza, el gran Cardenal que también en Osma fue administrador de la diócesis, sin alcanzar el episcopado. Ese púlpito, joya que por sí sola merece el viaje y el paseo por este edificio, tiene los mismos elementos iconográficos que el de la Epístola de la catedral seguntina. En el centro, una talla de la Virgen apoyada en una estilizada barquichuela (alusión a su cardenalato romano de Santa María in Navicella); a su diestra, la reina Elena, santa Elena de Constantinopla, con la cruz hallada en su mano, la Santa Cruz a la que tanto devocionó el Cardenal alcarreño. Y a la izquierda, magnífico de vestimenta y gestos, San Jorge peleando y venciendo al dragón, al de la leyenda, y alusión asimismo del tercer cardenalato de don Pedro González, el de San Jorge. En los paneles de los extremos, el escudo de armas de Mendoza, tenido por sendos angelotes desnudos y algo ensanchados de caderas. Una brillantez emana del mármol, y una memoria de historias comunes nos devuelve a la idea de que estamos en una tierra común, única.

En la exposición surgen otras conexiones con nuestra tierra: los restos de celtíberos y romanos hallados en las frías sierras de Pela; alguna alusión a Santa Librada… y documentos impresionantes sacados de los viejos archivos; tallas de santos policromadas y casi vivas; tapices y rejas, capiteles románicos frente a portadas platerescas en las que los mismos autores de Sigüenza pusieron lápiz y buril… al fin, ese retablo de Juni y Picardo, maravilla de la escultura manierista castellana, que en un alarde audiovisual los organizadores de estas «Edades del Hombre» hacen vivo, luminoso, leído y nuestro. Tan sólo la emoción de ese espectáculo de luz y sonido en el comedio de la visita justifica el viaje.

Las Edades del Hombre en Castilla-La Mancha

Todos se lo preguntan. Cuando los miles de alcarreños (y de toledanos, conquenses, madrileños y castellanos en general) que salen de esta exposición, que salieron de las anteriores de León, de Valladolid, de Salamanca… se preguntan por qué no se hace una cosa así en Castilla-La Mancha, la contestación queda en el aire. He leído cartas abiertas en los periódicos preguntando por qué no inicia Castilla-La Mancha una empresa de este estilo. He oído en conversaciones amplias la misma pregunta.

Tengo datos, muchos datos, para la respuesta. Como siempre, habrá que callarlos, porque si se dicen se molestarán automáticamente nuestras autoridades regionales. Lo que sí sé es que hace unos diez años, cuando Castilla-León inició el movimiento de estas «Edades del Hombre», el conjunto de obispados de Castilla-La Mancha decidió hacer algo similar en nuestra Región. Se pidió inmediatamente la necesaria ayuda a los órganos de gobierno regionales. En algunas instancias y despachos de ese gobierno la idea gustó. Se creó un grupo de trabajo, en el que un eclesiástico coordinaría los grupos provinciales que también se crearon para ir preparando ideas, guiones, piezas, calendarios… Todo se paró por órdenes «de arriba». Y no precisamente del Cielo. De más arriba aún eran las órdenes.

Lo cierto es que esta idea se podría hacer perfectamente realidad en nuestra tierra. Castilla-La Mancha tiene un patrimonio de arte religioso realmente impresionante. Por lo menos tres diócesis tendrían material suficiente para poner en marchas estas «Edades del Hombre» en Castilla-La Mancha. Toledo, Cuenca y Guadalajara. ¿Se imaginan, amigos lectores, la catedral de Sigüenza, su claustro, el palacio de los Gamboa, la Cerería, la Plaza Mayor de la Ciudad Mitrada, incluso, albergando una exposición de este tipo? Durante meses serían largas colas de gentes las que se formarían para ver tan inusitada grandeza. La ciudad se convertiría, -esta vez sí, y para siempre- en meca del turismo cultural. Y todos tan contentos. ¿Por qué no hace algo, quien puede hacerlo, para que todos estemos tan contentos?

Más de Monasterios: Monsalud

 

De la abundante oferta patrimonial que tiene Guadalajara, los monasterios medievales son uno de los capítulos más originales, y (junto al románico, o los pairones molineses) prácticamente es la única provincia de la Región que puede ofrecerlos. De ahí que insistamos una vez más en el interés que tienen en su divulgación, en su cuidado, en ir poniendo día a día la mirada en sus ruinas (o en sus realidades cotidianas, porque los hay que aún se mantienen vivos) y rescatándolos al menos de su secular abandono. El ejemplo de Sopetrán como monasterio que renace, frente a las ruinas abandonadas de Pinilla de Jadraque, como elemento de todos olvidado, tiene una contrapartida intermedia en el lugar de Monsalud, junto a Córcoles, en la Alcarria más baja que linda ya con el valle del Guadiela.

Un monasterio que, como otros muchos de Guadalajara, se asoma ya a las páginas virtuales de la Red Internet. Cualquiera que se conecte a esta red mundial de comunicaciones desde su ordenador doméstico, podrá leer sus historias y ver sus imágenes. Hay que reconocer que la página que existe sobre «Monasterios de Guadalajara» es muy completa y proporcionará información y entretenimiento a quien la visite. Su dirección es esta: http://www.aache.com/monaster y a cualquier hora en cualquier día desde cualquier parte del mundo puede saber todo sobre estos edificios centenarios.

Un monasterio con siglos de historia

Fue Monsalud uno de los más importantes monasterios cistercienses de toda Castilla. Su origen, casi perdido en las remotas nebulosidades del Medievo, le sitúa en el siglo XII, aunque se hace difícil concretar el momento exacto de su fundación. En 1167, el arcediano de Huete don Juan de Treves hizo fundación de este cenobio, entregando a la comunidad cisterciense de Monsalud la posesión total y el señorío completo de la aldea de Córcoles. Poco después, el rey Alfonso VIII confirmaría esa donación, y él mismo, en 1169, señalaría los límites de su dominio abacial, que iba desde la orilla derecha del cercano río Guadiela, hasta los términos de Pareja, Sacedón y Alcocer. Dice la tradición que el monarca castellano, tras haber reconquistado en 1177 la ciudad de Cuenca a los moros, acudió a Monsalud, implorando a la Virgen remedio pues venía fatigado de graves tristezas y dolencias de corazón: solo con ser ungido con el aceite de sus lámparas desaparecieron esos problemas, y así se convirtió este milagro sobre el rey, en el primero de los que a lo largo de los siglos se sucedieron en este lugar.

Largos siglos de penurias y riquezas alternantes conformaron la historia de Monsalud. Se tuvo siempre al lugar por milagroso, pues la Virgen titular sanaba enfermedades variadas. Los calatravos tuvieron asentamiento en este lugar, ya que algunos de sus maestres fueron enterrados en su claustro. Y la aparición en la lista de abades durante el siglo XVI de grandes personalidades de la orden cisterciense, le dieron relevancia en toda Castilla. Pasada la guerra de la Independencia, el viejo monasterio alcarreño quedó abandonado y a la merced de vagabundos que fueron destruyéndolo, hasta que no hace muchos años, y gracias a un campo de trabajo instalado en sus ruinas por la Junta de Comunidades, se ha ido, muy lentamente, pero con eficacia, recuperando en parte su silueta venerable.

Un monasterio admirable

El conjunto monasterial de Monsalud es, sin duda, y a pesar de su estado ruinoso, el más completo y espectacular de los monasterios medievales de la tierra alcarreña. Pueden admirarse hoy en día, aunque sean fragmentadas ó hundidas, todas las estructuras arquitectónicas que le componían, y que le hacen paradigmático de un modo de vida monacal ya hundido en el recuerdo.

El conjunto se encuentra rodeado de una amplia cerca de piedra en forma de sillarejo, con algunos garitones esquineros. Circuía el recinto monasterial y su huerta. La primera de las edificaciones que nos encontramos al llegar es la portería, monumental capilla construida en el siglo XVII en la que destaca el gran vano de su entrada, bajo arco semicircular escoltado por dos pares de columnas adosadas, en cuyos intercolumnios existen vacías hornacinas. Un frontis lo remata, en el que aparecen talladas en la piedra caliza las figuras de San Benito y San Bernardo, escoltando otra hornacina vacía, y teniendo por superior adorno un frontón triangular en el que aparece el Padre Eterno en su clásica representación de viejo barbado que sostiene en una mano el globo terráqueo y con la otra bendice.

A continuación podemos visitar la iglesia. Se sitúa al sur del claustro, lo cual es justamente lo contrario de lo habitual en los monasterios medievales. Es curioso constatar cómo la planta de este cenobio alcarreño parece un reflejo especular de las habituales plantas monasteriales. Quizás se construyó así para aprovechar la forma del terreno. El caso es que la iglesia, majestuosa todavía a pesar de su fragmentaria conservación, ofrece el aspecto contundente de la arquitectura románica de transición, modulada por las ideas estéticas del Cister. Su construcción es de finales del siglo XII ó comienzos del XIII, aunque la inicial estructura románica, que se retrata en las cubiertas abovedadas de los ábsides, se levantó luego en las naves y en el ábside central, quedando en unas proporciones esbeltas y airosas. Tiene el templo tres naves, más alta la central, con dos tramos cada una, y un amplio crucero, rematando en cabecera con tres ábsides, estructura clásica de los templos monasteriales masculinos, en los que debían aprovechar al menos tres monjes a decir la misa al mismo tiempo.

Muros de fuerte sillería, pilastras sobre las que apoyan las bóvedas de crucería, crucero cubierto de lo mismo, y ábsides que ofrecen parte anterior de planta cuadrada, y posterior de limpio trazado semicircular, con ventanales estrechos y alargados. Al exterior se comprueba que los ábsides están en dos niveles, más alto el central, apoyados sus tejados en cornisa formada por múltiples modillones de roleos.

La portada de acceso al templo se coloca en su muro de poniente. Es de arco rebajado, con decoración de bolas, propia de finales del XV o incluso posterior. Desde la huerta se accedía al templo por otra puerta abierta en el muro sur del crucero. Esta es una bella portada de pleno sabor románico, con profunda bocina en la que caben varios arcos semicirculares adornados de baquetones simples y apoyados en capiteles de decoración vegetal.

En el límite entre nervaturas de las bóvedas y columnas adosadas a los pilares y muros del templo, aparece una amplia colección de capiteles románicos, en los que toda la decoración se hace a base de elementos vegetales y geométricos, muy bellos, muy de sabor cisterciense.

Desde el brazo norte del crucero se sale de la iglesia hacia un pasadizo que lleva, en dirección este, a la sacristía, y en dirección oeste, al claustro. Este claustro conserva todavía tres de sus pandas cubiertas, concretamente las del norte, oeste y sur. Aunque fue construido en la segunda mitad del siglo XVI, ofrece una estructura de pleno sabor gótico. Fuertes machones sujetan al exterior las bóvedas de complicadas formas estrelladas.

Sobre el costado oriental de este claustro se abre la gran Sala Capitular, uno de los espacios más bellos y evocadores de Monsalud. Se abre a lo que sería corredor claustral (hoy al patio directamente) a través de un alto arco apuntado, y se escolta de dos ventanales del mismo estilo, en cuyos basamentos se ven los huecos de los enterramientos de dos maestres calatravos. El interior es un espacio de dos naves divididas en tres tramos, por medio de dos columnas centrales a partir de las cuales, y desde sus grandes capiteles de tema vegetal, se alzan las bóvedas de complicada crucería. Aunque reproduciendo la estructura original del siglo XII-XIII, en mi opinión esta estancia capitular es obra del siglo XVI, reconstruida al mismo tiempo que el claustro.

Hacia el norte se prolonga el monasterio con estancias diversas: el refectorio, la celda abacial, y en un segundo piso, sobre la sala capitular, el dormitorio de novicios, desde el que se abría una puerta que viene a dar en un coro sobre el brazo norte del crucero.

Aún debe contemplarse la portada principal del cenobio, en estilo renacentista, muy deteriorada, rematada con el escudo heráldico de la Congregación Cisterciense de Castilla. A través de esa puerta, y cruzando un zaguán de bella bóveda estrellada, se pasaba a las laterales dependencias de la Hospedería, o de frente se entraba al claustro.

También se conserva, y es curiosa de visitar, la gran bodega monasterial, abierta en el patio al norte del conjunto, bajando por una rampa a un espacio central del que, en forma radiada, surgen las diversas galerías con los huecos reservados a las grandes tinajas.

Merece la pena acercarse, cualquier fin de semana del otoño, por Monsalud junto a Córcoles. Verá el viajero la osamenta grandiosa de un monasterio bernardo, susurrar el viento entre los heridos muros de su templo románico, pasar el sol como de puntillas entre los arcos apuntados de su claustro gótico, o adivinar el siseo de las oraciones y amonestaciones abadiales bajo las bóvedas picudas de la Sala Capitular. Un reto de emociones que se sirven en bandeja.

El Doncel y su familia

 

Hoy que tanto se lleva contar, en novelas y tele-novelas, las vicisitudes de las familias célebres, o inventadas, a lo largo de diversas generaciones, sería fascinante para un novelista/historiador dar vida a la «saga» de los Vázquez de Arce, ese grupo familiar formado en la Baja Edad Media, en tierras de en torno a Medinaceli y Sigüenza, militando en el ámbito clientelar de los Mendoza, y plenamente integrados en el proyecto político-militar de los Reyes Católicos.

Saber de estas gentes, de sus nombres, sus escudos, sus vestimentas, sus leyendas, sus cotilleos y sus desconocidos romances, es algo que cualquiera puede intentar a nada que vaya hasta Sigüenza, visite en su catedral la Capilla de San Juan y Santa Catalina, y lea un par de libros que hay sobre la materia. En especial uno que está a punto de sacar a la luz Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, quien ha escrito una apasionante biografía del Doncel de Sigüenza, y la cuenta con un idioma al alcance de todos.

La capilla de San Juan y Santa Catalina

Recorrer la catedral, es llegar en cierto momento hasta el crucero. Mirar sus bóvedas, la luz tamizada por las vidrieras de sus rosetones, admirar sus altas rejas, o las pálidas alegorías de sus predicatorios.

La capilla de los Arce es, dentro de la catedral seguntina, como un nuevo templo, más reducido pero cuajado todo él de luz y maravilla, pues a lo largo de sus muros se alinean las mejores ofertas de la escultura funeraria de Castilla.

Se abre la portada de cara al brazo sur del transepto, y es obra de estilo plenamente renacentista, de equilibradas líneas y abundante decoración de grutescos. Consta su ingreso de un arco de medio punto flanqueado por sendos balaustres que apoyan en altas basamentas, y todo ello sujeta un friso sobre el que se alza el coronamiento que se hace a base de un arco rebajado donde un grupo tallado de la Epifanía nos recuerda, por la suavidad del trazado y lo dulce de su talla a lo florentino más elegante. En el friso de esta portada se puede leer esta frase: A la gloria de Dios y de la Purísima Virgen su Madre y de los Reyes Magos, hizo esta donación D. Fernando de Arce, Obispo de Canarias; para mas devoción de esta Iglesia y de esta Capilla dotó perpetuos capellanes para que rueguen a Dios por el alma de los Católicos Reyes D. Fernando y Reina Dª Ysabel, que le hicieron bien, y para otros sus bienhechores y por las almas del Comendador D. Fernando de Arce y Dª Catalina de Sosa, su madre, y sus hermanos y parientes presentes y por venir. La portada de esta capilla fue trazada y ejecutada por Fernando de Baeza, Sebastián de Almonacid, Juan de Talavera y Peti Juan. Sobre las claves del arco y sus enjutas aparecen los emblemas heráldicos de la Orden de Santiago, y de los linajes de la familia fundadora, Arce y Sosa.

Un espacio mágico e histórico

En el interior de este ámbito se encuentran diversos enterramientos de la familia Arce y Sosa. Sobresale especialmente de todos ellos el de don Martín Vázquez de Arce, el Doncel, cuya estatua yacente es según Ortega y Gasset, la estatua más hermosa del mundo. Desde luego, una de las mejores obras del arte de la escultura en todo el Occidente europeo. No vamos a describirlo aquí, porque tantas veces lo hemos hecho que sería redundar en lo ya sabido. Pero sí decir algo sobre el resto de su familia, de la que se ven sus memorias repartidas y talladas en la piedra de muros y suelos.

El enterramiento de los padres del Doncel, don Fernando de Arce y doña Catalina de Sosa, se encuentra situado en el centro del recinto, a modo de gran lecho pétreo sostenido por leones, sobre el que aparecen los cuerpos tendidos, tallados, de estos personajes, en estilo ya renaciente, pero con muchos detalles que hacen pensar que estas esculturas fueron realizadas por el mismo autor, y desde luego por idéntico taller que las de su hijo.

También es espléndido el enterramiento, adosado al mismo muro que el Doncel, de su hermano don Fernando de Arce, prior de Osma y obispo de Canarias, obra de profusa decoración plateresca, con basamento embellecido de grutescos y blasones del prelado, sobre el que un gran nicho rematado de arco triunfal contiene la estatua yacente, revestida de decoración renacentista. En el fondo de ese nicho aparece un buen relieve representando la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, y en los laterales, pequeñas hornacinas aveneradas con representación de las virtudes y de varios santos de la devoción del prelado. El epitafio del personaje puede leerse en letras romanas sobre cartela colocada al fondo del lucillo, y dice así: Fernandvs de Arze. Prior / Oxomensis. Ecclesiae de / Mum. Episcopvs. Canarie / Sis. Regie. Maiestatis. Con / siliarivs. Obiit. Año. M.D.XXII. Es este de don Fernando Vázquez de Arce uno de los primeros ejemplos de lo que se ha denominado «enterramiento en retablo», pues la estructura del mismo recuerda un altar en el que el lugar del Sagrario lo ocupa el cuerpo difunto del fundador. Similar estructura la encontramos, en la misma catedral, en el mausoleo del Obispo Fadrique de Portugal. Y en España es quizás el más señalado el del Obispo de Sevilla don Diego Hurtado de Mendoza, en la catedral hispalense.

En esta capilla de San Juan y Santa Catalina se encuentran todavía otros varios enterramientos  ‑en forma de laudas o imágenes yacentes‑, de la misma familia: En los muros del pasadizo de entrada se encuentran los enterramientos murales de don Martín Vázquez de Sosa y doña Sancha Vázquez, abuelos maternos del Doncel, y en el suelo las lápidas de doña Catalina de Arce y Bravo, su sobrina, de don Pedro Díaz de Caravantes, de su mismo linaje, y aun el de don Pedro de Mendoza y Arce, nieto del Doncel, pues nació del matrimonio de la hija de Martín Vázquez, doña Ana Vázquez de Arce, y del noble soriano don Pedro de Mendoza.

No cabe duda que siempre se encuentran nuevos perfiles a lo ya conocido. No por mucho llegar a Sigüenza, entrar en su catedral, acceder a la capilla de San Juan y Santa Catalina, y en ella admirar el sepulcro del Doncel y los de todos sus familiares, se llega a saber todo de ellos. Siempre hay un detalle (un perro sigiloso, un gastado escudo, una ajada bandera) que nos salen al paso y nos sorprenden. Merece la pena volver, de vez en cuando, y darle más reciedumbre y consistencia al alma mirando la piedra vieja, solemne y hermosa de los enterramientos de esta capilla seguntina.