Mondéjar, patria del vino alcarreño

viernes, 5 septiembre 1997 0 Por Herrera Casado

 

Otras patrias tiene el vino alcarreño, y desde hace muchos siglos. Illana producía unos caldos que alegraban el corazón de los etéreos personajes del teatro de Lope de Vega. Y Sacedón cumplía con la tradición de hacer un vino consumado y alegre. Sin olvidar los caldos fraguados en las pequeñas bodegas de Trillo, de Gárgoles, de Horche y de Henche. Pero es hoy Mondéjar la que, con la razón que da el trabajo y la inteligente estrategia promocional, se ha colocado con sus caldos en la cabeza de la producción vitivinícola de Guadalajara. Y tras conseguir una Denominación de Origen para los vinos de su comarca, alcanza hoy viernes a inaugurar la decimocuarta edición de su «Feria del Vino».

Mondéjar está así alzada con el título que al inicio de estas líneas pongo. Frase lapidaria, como me lo van pareciendo todas las que no se limitan a llamar a las cosas por su nombre. Pero frase que sirve para decir a quienes pasen sus ojos por esta página, que la Alcarria tiene un producto sumado a la gloria de la miel. Y es el vino. Y que en Mondéjar se hace uno muy bueno, y que hoy se abre una gran Feria que lo viene a promocionar, un año más. Y eso nos alegra a todos.

Mondéjar en los blancos campos

Me han pedido que ponga mi palabra en la inauguración de esta Feria del Vino y Agroalimentaria que hoy se inaugura en Mondéjar. Hablar de la historia, del patrimonio, de los personajes que constituyen la esencia de la villa mondejana, más que un compromiso, es un emocionante pasatiempo. Porque entrar, una vez más, en el análisis y el recuerdo de los avatares de nuestros pueblos, en las líneas intrigantes de sus monumentos, en los azares de las vidas de sus gentes, se me hace siempre apasionante.

Mondéjar tiene un nombre curioso, del que a veces hemos discutido por su etimología. La palabra Mondéjar es de procedencia románica aunque presenta un indudable origen árabe. La raíz se refiere a «monte» y la desinencia puede referirse a «híjar», «téjer» o «tejar» que en definitiva viene a significar lugar pedregoso. Sería, pues, la definición de un monte de piedras o montículo cubierto de mineral deslabazado, como en realidad es. También podría referirse ese nombre, y aceptando esa etimología, a la posibilidad, no remota, de que en el momento de la repoblación encontraran allí los cristianos del norte un pequeño castillete o torreón, medio en ruinas, que les sirviera de patrón para dar nombre al lugar. Un nombre que late en los corazones todos de los mondejanos.

Su historia es larga, o ancha (según se mire) y desde luego nada aburrida. Incluido como lugar mínimo en la tierra de Almoguera, perteneció a la Orden de Calatrava durante el siglo XII, siguiendo las normas dictadas por la Corona de entregar a estas Ordenes militares de avanzadilla los territorios que todavía quedaban fronterizos con Al‑Andalus. Pero a mediados del siglo XIII encontramos nuevamente a Mondéjar, con la Tierra de Almoguera, en dependencia directa del Rey de Castilla, fuera ya del Señorío de los calatravos. Así permanecería en adelante, sujeta solamente a las leyes reales y reconociendo al monarca como único señor del territorio. El crecimiento de Mondéjar se inició en esos momentos, a mediados del siglo XIII. En 1285, el Rey Sancho IV concedió al concejo un privilegio por el que le permitía celebrar un mercado franco los jueves. Esto suponía que quienes ese día vendieran o compraran en Mondéjar estaban exentos de impuestos. Ello era una poderosa razón para estimular el comercio en ese lugar, y por tal razón Mondéjar inició en ese momento un rápido crecimiento. A ello se añadió poco después, la concesión real de una feria anual por San Andrés, también con exención de impuestos a quienes a ella fueran, lo que terminó de consagrar su importancia comarcal. La separación de Mondéjar del Común de Almoguera ocurrió también en 1285, cuando el mismo Sancho IV la segregó de la villa cabecera, y la entregó en señorío particular a su merino mayor, el noble caballero don Fernán Ruiz de Biedma. A partir de entonces, los señoríos de diversas familias castellanas fueron respetados por las gentes que pasaron sus vidas en el trabajo del campo, y en las artesanías propias de una vida autárquica.

A finales del siglo XV, los Reyes Católicos dieron el dominio de Mondéjar a Iñigo López de Mendoza, primer conde de Tendilla, y desde entonces los alcarreños Mendoza señorearon este lugar, entregando para su mejora, su ornato y su grandeza muchos dineros transformados en edificios, obras de arte, fiestas y pólvora. Una suerte que no a todos los lugares de la Alcarria correspondió con la fuerza que a Mondéjar le cayó esta fortuna. Los señores, ya marqueses desde principios del siglo XVI, fueron además capitanes de la Alhambra y Reino de Granada, durante varias generaciones.

En mis paseares por Mondéjar, siempre me llamaron la atención varias cosas. Una es la plaza, tan recoleta y simpática, un tanto rota en su clásico perfil con el modernizante diseño de su edificio concejil. Terminará por hacerse también clásico.

Otra es el templo parroquial de Santa María Magdalena, un obrón de titanes, un lujo de estetas: el estilo renacentista en todo su esplendor ofrece grutescos, capiteles, columnas y chapiteles rebozados de escudos, estatuas y maravillas, a las que ha venido a sumarse, muy recientemente, el lujo de un gran retablo mayor hecho a imagen y semejanza del que tuvo durante siglos y fue quemado en 1936. Y al final de mis amores mondejanos, surge la ruina última, como perdida y olvidada en las afueras del pueblo, del antiguo convento franciscano de San Antonio. Una pieza aislada, triste entre las huertas, vallada para que no le sigan ensuciando los perfiles, que marca el inicio de un estilo artístico en España: el plateresco. Lo que queda de aquel antiguo monasterio, la fachada espléndida, es algo tan hermoso y crucial en la historia del arte español, que en 1923 fue declarado Monumento Nacional.

Son lugares, puntos de esta hermosa villa alcarreña, a la que una vez más volveré, para admirar sus calles y plazas, y departir con sus gentes amables, llenas de nobleza y amor al trabajo.

El vino de Mondéjar

Desde que hace un par de años se concedió a los vinos de la comarca de Mondéjar la Denominación de Origen, se ha tenido a este producto como algo emblemático de nuestra Alcarria. La verdad es que ya se producían, y muy buenos, en siglos pasados. Consta en la Relación que la villa mondejana envió a Felipe II en los finales años del siglo XVII, que la zona producía unos vinos «aloques» de gran sabor y extraordinaria calidad, apreciados incluso en la Corte (se supone que por personas de paladar entendido). Tras el desaguisado que la filoxera causó a comienzos de nuestro siglo en las viñas españolas, y especialmente en los últimos años, la estrategia empresarial de unos cuantos valientes ha hecho que los vinos mondejanos hayan escalado a cotas de progresiva calidad, estando hoy algunas de sus variedades en las listas de premiados de importantes certámenes. Un dato que viene a reconocer, finalmente, dos cosas: que el clima de la Baja Alcarria (sol, temperaturas suaves, terrenos adecuados) es muy bueno para el crecimiento de la uva, y que los empresarios con ideas y empeño son, a la postre, quienes hacen mover un pueblo. En Mondéjar, a la puerta de esta XIV Feria del Vino, esto queda muy evidente.