El castillo de Santiuste, cerca de Corduente

viernes, 11 julio 1997 0 Por Herrera Casado

 

Centrando la fértil vega del río Gallo, antes de que dicho curso de agua penetre en las profundidades de la Hoz, se nos presenta el enclave de Corduente como una imagen ideal de población en leve cuesta, rodeada de feraces huertas, densas arboledas, algunos campos de cereal, y un sinfín de montañas y alturas cubiertas de pinares. Es, sin duda, un lugar ideal para el descanso, para la vacación veraniega, y de ese modo ha sido elegido por muchas personas, que animan extraordinariamente este pueblecito durante la estación del estío. Su término es abundantísimo en maravillas naturales, pues a los bosques de pino se añaden los picachos agrestes, y diversos arroyos que van a dar en el Gallo, todos ellos cargados de cangrejos. En su término municipal se incluye parte de la orilla derecha del lo que va a ser el «Parque Natural del Alto Tajo», reserva ecológica de interesante fauna, flora y paisajes. Es también de gran encanto y muy recomendable para pasar un día de excursión el lugar de «La Dehesa», en medio de un denso pinar, adecuado por el ICONA con mesas rústicas, barbacoas, etc., para el disfrute pleno y ordenado, de la naturaleza. Similar, y por encima de toda ponderación, es el entorno del «barranco de la Hoz», que corre río abajo, hasta Torete, ofreciendo mil y un rincones donde pasar la jornada campestre.

Algo de historia

Este lugar se pobló en el siglo XII, al compás de la repoblación del Señorío por sus señores los Lara. Fue siempre concejo comunal. En el siglo XVII, año de 1640, creó el Estado una fábrica de armas en sus alrededores, fundiendo en ella balas y bombas, con el fin de abastecer a los ejércitos que se dirigían a la campaña de Cataluña por esos años. El año 1642, el rey Felipe IV visitó esa fábrica y el término de Corduente, saboreando y ponderando mucho las truchas del río Gallo, hasta el punto de que mientras duró la guerra contra Cataluña, y lejos el rey ya de Molina, siempre pedía que el pescado de río fueran truchas del Gallo.

El castillo de Santiuste

En los alrededores de Corduente se encuentra el enclave de Santiuste, que muestra un interesante castillo, hoy salvado de la ruina por una cuidada restauración de sus propietarios, don Antonio Ruiz Alonso y familia. Perteneció desde la repoblación como lugar al Común de Molina, pero en 1410 lo adquirió por compra, en señorío, D. Juan Ruiz de Molina o de los Quemadales, el «caballero viejo», quien en 1434 consiguió un privilegio del Rey Juan II por el que obtenía la facultad de edificar «una Casafuerte con quatro torres enderredor, así de piedra como de tapia tan alta como quisiéramos, con almenas e petril, e saeteras e barreras» para de ese modo colaborar en la defensa contra Aragón. Efectivamente, Ruiz de Molina levantó su castillo, de planta cuadrada, con un recinto exterior circuido de desaparecidos muros y torreones esquineros, y un recinto interno o casa‑fuerte propiamente dicha, que es lo que hoy subsiste, con cuatro torres en las esquinas, y una puerta orientada a levante formada por un arco de medio punto de gran dovelaje, y sobre ella el escudo de los Ruiz de Molina. Este castillo pasó luego al mayorazgo familiar, del que más tarde se constituyó en marquesado de Embid.

La necesidad imperiosa de restaurarlo

Cualquiera que acuda a ver Santiuste, a gozar de su evocadora imagen medieval, de los fuertes contrastes de sus muros con el pinar circundante, quedará anonadado al ver cómo parte del castillo está a punto de venirse abajo. La inminencia de ese desplome es hoy mayor que nunca. Cuando en 1973 adquirió la familia Ruiz Alonso este edificio, ya se había venido al suelo la mitad de uno de los torreones que en 1936, según describía Layna en su famoso libro «Castillos de Guadalajara», estaba amenazando ruina. En ese año, hace ahora un cuarto de siglo, en Santiuste todo era desolación y ruina. Incluso la anterior propiedad había barrenado cuanto pudo para sacar piedra y venderla en carretadas. Los torreones que quedaban en pie albergaban pocilgas y palomares, mientras que a los viejos muros molineses se adosaban cobertizos indignos y parideras malolientes.

El tesón, el entusiasmo, la aportación de un caudal inmenso de procedencia estrictamente particular posibilitó que el castillo de Santiuste junto a Corduente renaciera, como el Ave Fénix, de sus propias cenizas, y se constituyera en un elemento patrimonial que daba belleza y apuntaba posibilidades para la comarca entera. Se ha limpiado su acceso, se han despejado sus muros, al interior y al exterior, y se ha adecuado el entorno para darle dimensión humana, dimensión no sólo europea, sino molinesa, cordial, de limpieza y acogida. Llegan de vez en cuando excursiones a las que el dueño invita, a un café o a un vino, y les deja que se emocionen mirando exterior e interior de tamaño castillazo.

Pero queda todavía mucho por hacer. Desde hace 20 años Ruiz Alonso sigue estudiando el edificio y procurando mejorarlo, salvar lo que se pueda de él: En 1977 se ejecutó un proyecto de consolidación con ayuda de la Dirección General del Patrimonio Artístico; en 1981 se hizo un ensayo geotécnico por el Instituto Nacional para la Calidad de la Edificación, y la propiedad ha encargado, el pasado mes de mayo de 1997, a un arquitecto particular la realización de un nuevo proyecto de pilotaje, que contendría la inclinación y el peligro de derrumbe de las torres occidentales del castillo de Santiuste. Los costos para llevarlo a cabo son tan elevados que será imposible llevarlo adelante si no llega ayuda oficial. Como, por otra parte, una orden de 13 de febrero de 1997 de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha ha regulado la concesión de subvenciones para obras en castillos de la Región, el propietario de Santiuste ha visto crecer su esperanza de que muy pronto se inicie esa ayuda, se pongan los medios para evitar que las torres de Santiuste se vengan abajo. Sería, si llegara a ocurrir, una lamentable pérdida, y desde luego algo llamativo: que a las puertas del siglo XXI, en Castilla se sigan cayendo los castillos por falta de ayudas.

No me queda sino recomendar a quien tenga poder y autoridad para ello, que no se olvide de este elemento castillero molinés, tan interesante por su historia y su arquitectura. Que tenga en cuanta todo lo que ya ha hecho su propietario por salvarle. Y que se pongan manos a la obra para dejarle seguro, bien afirmado en ese suelo que palmo a palmo sabe de historias, de leyendas, de fabulosas páginas seculares.