Zorita de los Canes un destino imprescindible

viernes, 23 mayo 1997 0 Por Herrera Casado

 

Ha sido reciente la noticia: el castillo de Zorita es, ya, del pueblo que protege y domina. El generoso entrego de su antiguo propietario, al vender simbólicamente la fortaleza al Ayuntamiento por cuatro reales, ha sido todo un pendón de nobleza. Y al mismo tiempo, un episodio que viene a redondear una historia de más de ocho siglos, en la que un avatar lineal da la vuelta sobre sí mismo.

De señorío real primero, (antes fue de los moros, también señores unos de otros) luego de la Orden de Calatrava, después de los duques de Pastrana, y al fin de propiedad privada, tras la Desamortización, las buenas gentes del lugar de Zorita vieron siempre su castillo, allá en los altos, con el revuelo de los halcones sobre las almenas, más como una amenaza que como una garantía. Los perros que ladraban en la noche les advertían de que aquello tenía un dueño, férreo, poderoso, y ellos estaban allí para obedecer, para adornar el entorno.

Ahora todo, al fin, ha cambiado. Un Ayuntamiento constitucional, reunión y cuerpo del vecindario, es el propietario final de la alcazaba. Ahora que ya es pura ruina y no sirve para nada. Aunque, bien mirado, puede ser de gran utilidad para el pueblo y la comarca. Ahora que se pone de moda, día a día, el turismo cultural, y la gente se mueve en sus coches por ver catedrales, costumbres y castillos, a Zorita le puede venir de perlas ser dueña de su emblema más alto. Una promoción bien llevada de esta fortaleza le dará nuevo renombre.

Para empezar, lector amigo, y en prenda de esta buena noticia, ¿por qué no te vas este domingo hasta Zorita, aparcas ante la muralla y te subes a lo alto del castillo calatravo? Es una experiencia breve, fácil, y seguro que emocionante. No lo dejes para más adelante.

La historia del castillo

Viene en todos los libros que tratan sobre los elementos castilleros de Guadalajara. Es uno de los más impresionantes baluartes medievales que restan alzados. Por recomendar un buen lugar donde enterarse de su historia entretenida, no te pierdas el libro de Layna Serrano «Los Castillos de Guadalajara» en el que Zorita ocupa más de 30 largas páginas. Es el castillo que trata con más detenimiento el antiguo cronista. Por algo será.

En resumen, decirte aquí que fue de moros, (incluso quizás antes de visigodos…) luego de los cristianos, Alfonso VIII poniendo murallas y torreones. Luego donado a la Orden de Calatrava, aquí tuvo su sede esta poderosa Orden militar, un reino paralelo. En el siglo XVI el Rey Felipe II, maestre general de todas las Ordenes, lo puso en venta y fue adquirido por don Ruy Gómez de Silva y su esposa daña Ana de Mendoza, duques de Pastrana y príncipes de Éboli. Después, el abandono, la caída de muros y capiteles, la rota de banderas… la Desamortización lo puso otra vez en venta, y aparte de algunas restauraciones puntuales, poco a poco el abandono le ha ido comiendo las esquinas. Vuelve, pues, a empezar un nuevo capítulo.

Visita al castillo de Zorita

La medieval fortaleza de Zorita de los Canes se eleva orgullosa y apuesta, a pesar de las dentelladas del tiempo en sus flancos, sobre un roquedal de agrias pendientes a la orilla izquierda del Tajo, amparando con su mole parda el breve caserío del pueblo.

Es su estructura un complicado sistema de murallas y puertas, de torreones y ventanales amalgamados a lo largo de los siglos, sobre los que luego ha llegado la ruina, de modo tal que hoy se hace difícil tener una cabal idea de su primitiva forma. No obstante, una cosa es clara, y ésta es su adecuación perfecta a la meseta estrecha que culmina el roquedal en el que asienta.

De esta forma, encontramos que la planta es alargada, de norte a sur, estando rodeado todo el recinto de fuerte muralla, que en muchos lugares lo único que hace es reforzar la corta­ da roca caliza, obteniendo de este modo, visto a distancia, el efecto de ser todo, roquedal y castillo, una misma cosa. Estos muros, dotados antaño de almenas, ya se encuentran desmochados. Y el acceso a este bastión militar se hacía y aún hoy se hace, por dos caminos, penetrando al mismo por dos puertas.

La más señalada era la forma de llegar a través de un cómodo camino de ronda, que partiendo desde el fondo mismo del valle del arroyo Bodujo, ascendía lentamente bajo los muros del lado oriental. Protegido a su vez por poderosa barbacana, atravesaba la torre albarrana, una de las piezas mejor conservadas, más atractivas y originales de este edificio, y llegaba hasta el extremo norte de la meseta, entrando a la parte del albácar o patio de armas del castillo. Desde él, se entraba a la fortaleza a través de una puerta abierta en la muralla y de un puente levadizo de madera, ahora inexistente, que saltaba el hondo foso tallado sobre la roca. La otra forma de entrar se hacía por un camino zigzagueante, estrecho, y sometido al control directo de las murallas y torreones, por la cara poniente del castro, arribando hasta la puerta principal, abierta en el comedio del referido muro de poniente, de cara a la villa, en el piso bajo de la llamada torre de armas. Esta puerta es sumamente interesante, por cuanto muestra superpuestas un primer arco apuntado de tipo gótico, y otro arco interior, más antiguo, netamente árabe, en forma de herradura poco acentuada. Entre ambos, el hueco necesario para hacer pasar el rastrillo típico de las entradas seguras a los castillos medievales.

En lo alto de la meseta se distinguen, como ya hemos entrevisto, dos espacios bien caracterizados: el del norte, hoy libre de edificaciones, y apenas protegido por restos mínimos de muralla, hizo de albácar o patio de armas. Estaba separado por un hondo foso, y un alto murallón reforzado en las esquinas por torreones cuadrados, del castillo propiamente dicho.

En este castillo encontramos múltiples detalles que ofrecen la evocación y el testimonio preciso de los tiempos primitivos de la fortaleza, expresivos del arte y la técnica de sus moradores y caballeros calatravos. Así, destaca por una parte la iglesia del castillo, que en su parte meridional, y recientemente restaurada, muestra el ejemplo típico de una construcción religiosa románica, de una sola nave, de planta rectangular sin crucero, rematada a oriente con un ábside de planta semicircular. Ofrece al exterior muros de sillarejos, y antiguamente tuvo una alta espadaña que se hundió y no se ha vuelto a poner. En el interior, la nave se cubre de bóveda de medio cañón reforzada con arcos fajones que se apoyan en capiteles muy hermosos de tradición visigoda aunque evidentemente románicos. En el ábside, bóveda de cuarto de esfera, embellecida por cuatro arcos de refuerzo en disposición radiada apoyados en capiteles similares a los de la nave, y en el presbiterio, bóveda nervada de crucería muy primitiva. Una ventana de notorio derrame ilumina el conjunto, que al exterior se revela inserto en antiguo torreón de planta irregular pero tendiendo al semicírculo. Es destacable que desde el presbiterio, parten unas escalerillas estrechas que bajan a una pequeña cripta construida debajo del pavimento del ábside. Es curiosa su pequeña portadita de entrada, formada por un arco de medio punto enmarcado por un alfiz moldurado, y en su interior encontramos minúscula nave y correspondiente ábside semicircular con bóveda de cuarto de esfera labrada, como el resto de la cripta, en la roca viva. A este espacio le cupo la custodia, durante la Edad Media, de la imagen románica tallada en madera de Nuestra Señora la Virgen de la Soterraña, hoy conservada en el convento de monjas concepcionistas de Pastrana.

Aún al sur de este templo, encontramos otro amplio patio en el que, adosados al muro de mediodía de la capilla se ven sendos enterramientos de caballeros calatravos, posiblemente maestres de la Orden en la época en que esta tuvo su sede principal aquí en Zorita. A este patio se abre una estancia de planta redonda, sin más luz que la de la puerta, y cubierta de una magnífica bóveda semiesférica, que por tener en su clave tallada una cara extraña llaman la sala del moro. Fué posiblemente destinada a prisión.

Más al sur todavía, el castillo se prolonga mediante una alta torre cubierta de terraza a la que se accede atravesando un estrecho pasadizo, en zigzag, que pasa por el interior de otra torre aneja a la anterior sala. Esa terraza dispone de un parapeto o barbacana almenada, y debió ser añadido en el siglo XVI de sus dueños los príncipes de Éboli.

Finalmente, destacar la apostura y curiosa traza de la torre albarrana que vigila la entrada al castillo por el camino de ronda puesto a oriente. Se compone de un cuerpo de torre muy elevado que engarza con el recinto amurallado de la meseta. Tenía almenas y terraza, más algunos vanos saeteados. Bajo ella pasa el camino a través de dos arcos apuntados, adornados con cenefa de puntas de diamante, y una cartela en la que se lee Pero Diaz me fecit Era 1328. Está ampliamente rastrillada esta puerta, de tal modo que los atacantes que quiseran penetrar por ella, se expo­nían a recibir la correspondiente lluvia de piedras, aceite, etc., con que desde arriba podían ser obsequiados.

De todos modos, y a pesar de este evidente desmantelamiento que el tiempo y los hombres han proporcionado a la fortaleza calatrava de Zorita, aún puede perseguirse en ella, en su magnífica silueta y su estructura férrea, las formas de vida de los guerreros castellanos medievales, lo cual es algo que no se ve todos los días.

Para visitarla tranquilamente, debe dejarse el coche fuera del pueblo, junto al río, frente al machón pétreo de lo que iba a ser, en el siglo XVI, un nuevo puente que no llegó a concluirse. También es posible atravesar el arco de la muralla de entrada a la villa, y por la calle de la izquierda, seguir subiendo un camino de tierra hasta alcanzar el arroyo Bodujo y desde allí iniciar a pie la ascensión, que luego no ofrece ya ninguna dificultad en la altura.