Vicenza y Palladio, un viaje al Renacimiento de Italia

viernes, 25 abril 1997 0 Por Herrera Casado

 

Días pasados se celebró el XX Congreso Nacional de Escritores de Turismo, que en esta ocasión ha tenido lugar en la italiana ciudad de Vicenza, uno de los enclaves más nórdicos y ricos del vecino país europeo. Por invitación del «Consorzio Vicenza è» (algo similar a la Cámara de Comercio Provincial), la «Azienda di Promozione turística de Vicenza» (equivalente a un Patronato Provincial de Turismo, aquí inexistente) y de la «Amministrazione Provinciale di Vicenza» (la correspondiente Diputación Provincial de dicho enclave) casi un centenar de escritores y periodistas españoles han tenido su encuentro anual y han visitado ese rincón de la vieja Italia, de la hermosa Italia que aún sigue siendo el país más turístico, y el más rico en patrimonio artístico, de todo el mundo.

Vicenza, la ciudad de Palladio

Para cualquier viajero que desde España encamine sus pasos hacia la península itálica, los destinos habituales de Roma, Venecia, Florencia y las playas del Adriático serán las primeras imágenes que pasarán por su imaginación, o por su vista. Existen, sin embargo, y como ocurre en España, muchos otros destinos, la mayoría desconocidos, que ni le suenan, en los que la riqueza del contenido histórico, la belleza de los paisajes y el impresionante acopio del arte serán decididos candidatos a ocupar sus deseos de ver maravillas.

Esto ocurre con Vicenza. Es una ciudad antiquísima, de origen romano y aún anterior. Grande ya, y poderosa, en la Edad Media, en la que formó coalición con la vecina Venecia, progresó de tal modo que, gracias a lo fructífero de sus campos y planicies en la llanura del Po, en plena Padania ahora tan de moda, congregó una nutrida colonia de aristócratas y riquísimos terratenientes, que llenaron esa ciudad y su entorno inmediato de obras de arte.

El gran arquitecto que, en la segunda mitad del siglo XVI, llenó con su arte monumental la ciudad, su calle principal, su gran Plaza, sus suburbios, los campos del entorno, fue Andrea Palladio (Padua 1508 – Maser 1580).

Tan maravilloso conjunto de obras ha supuesto que en 1994 haya considerado la UNESCO a Vicenza como Patrimonio de la Humanidad, y poco después, en 1996, todo el conjunto de sus Villas palladianas con la misma categoría. La ciudad antigua es un remanso de arte y tranquilidad, peatonalizada al completo, los viejos puentes sobre el río Retrone, piedras en el suelo, en los muros, en las estatuas y en cada esquina, proporciones ciclópeas para cada edificio, música y «buen vivir» por doquier.

Era una tarde todavía fría del pasado marzo, dedicada íntegramente a descubrir, guía en mano, esta vieja ciudad italiana. La calle mayor, el «Corso Palladio» que allí llaman, tiene la grandeza de un sueño. Unos a otros se suceden los palacios de las más importantes familias del Véneto: los Porto-Breganze junto a los Arnaldi; la casa de los Schio (la Ca’ d’Oro) seguida del palacio Angaran. Y entre ellos, por plazas minúsculas, las iglesias inmensas, de fachadas góticas, renacentistas o barrocas, como la de San Stefano, donde a la noche se produjo el milagro de escuchar un Oratorio de Monteverdi a cargo del Coro de la ciudad de Washington y la Orquesta de Cámara de Venecia.

Desde Corso Palladio sigue el viajero por callejuelas. Ha dejado atrás a sus consocios y amigos. Se pierde, solo, por esos lugares (patios oscuros, grandes aldabones de bronce, lápidas de orgullosos patricios y flores siempre) como la Contrá de San Gaetano in Thieme, donde el viejo signor Vaccari le muestra los grabados antiguos de la ciudad, los libros que hablan de aquella Vicenza de antes de la Guerra, y se lleva algunos recuerdos, tantos dibujos… reconociendo, en fin, la afinidad que el hombre siente por la belleza de lo plasmado en gráficos, de lo pintado y coloreado sobre los papeles antiguos.

Vicenza, la ciudad del Palladio, tiene muchas otras cosas que el turista quiere admirar, llevarse para siempre en la retina. Será el primero de esos monumentos, sin duda, el gran Teatro Olímpico que los nobles y ricos-hombres de la ciudad, unidos en una asamblea generosa y benéfica, para ayuda del arte y de los menesterosos quisieron construir, y fue el propio Andrea Palladio, miembro de esa Academia Olímpica, quien lo diseñara y construyera. Es el primer teatro cubierto del mundo, con un escenario que imita un gran edificio clásico, en el que aparecen las estatuas, los vanos y las grandes puertas abiertas hacia el fondo, que simulan las siete calles de Tebas, por donde de la penumbra emergerán los actores. Una arquitectura sin precedentes; un edificio único en el mundo, que ha de verse.

Pero añade Vicenza otros encantos. En la gran plaza de los Señores, el punto neurálgico de este teatral burgo, se alza de un lado la llamada Basílica o Palacio de la Razón, una logia pública, de origen gótico, que Palladio recubrió con arquitectura clásica, lo más grande y hermoso que salió de su fértil imaginación. Frente a la Basílica, el Capitaniato, de ladrillo y rocas talladas, y al fondo, pasado el Hospizio que estuvo cubierto en su enorme fachada de pinturas, se alza la columna, altísima y delgada, que remata con el león de San Marcos, símbolo de ser Vicenza ciudad aliada y compañera de la Sereníssima Venecia.

Las villas palladianas

El viaje al Vicentino no debe pasar sin admirar al menos un par de villas palladianas. Eran estos lugares las estancias, las casas de campo de la nobleza de Vicenza, donde residían en verano. Por todo el Véneto se distribuyen hasta 24 edificios o conjuntos de este tipo: las villas palladianas. Declaradas todas Patrimonio de la Humanidad. Hemos visto, muy cerca de la capital, la que llaman «la Rotonda», la Villa Valmarana, el edificio que sobre una colina mandó construir en 1566 el canónigo Paolo Almerico, y al que Palladio dio la forma de un gran templo de planta cuadrada, con un gran pórtico jónico en cada uno de sus lados, todo ello adornado de columnas, de esculturas, de escalinatas y remates, en medio de un lujuriante jardín y bosquecillo, que lo convierten en paradisíaco lugar donde uno promete volver, sí, cuando sea, y cómo sea, pero donde el viajero volverá seguro, a vivir ese momento irrepetible de dejarse sorprender por la Belleza sin adjetivos.

Otra de las villas visitadas fue la Villa Cordellina Lombardi, en Montecchio Maggiore, también alrededores de Vicenza. Allí mandó poner su «caseta de campo» el jurisconsulto C. Cordellina en 1753, siendo su arquitecto Giorgio Massari, inspirado sin sonrojo por las formas de Palladio. En su interior, fastuosos salones coronados de grandes pinturas al fresco de Gian Battista Tiepolo, en una serie de alusiones simbólicas a la generosidad de los grandes.

Después, la noche. También en ella queda evidenciada otra faceta de lo que turísticamente ofrece Vicenza y su comarca: la gastronomía, en la que prima el espárrago y otros elementos de la feraz huerta, más los patos, los quesos y esos dulces que tan bien ultiman cualquier comida italiana. En una recóndita alameda estaba el Restaurante «al molin Veccio» que en dialecto véneto significa «el molino viejo», y en el que gustamos con deleite y sorpresa (a la mesa viejos amigos, José Luís Pécker, Ignacio Buqueras i Bach, Enrique Mapelli), tantos platos de la gastronomía italiana, suficiente atractivo para plantearse un viaje.

Breve estancia por Italia. Paseo a fondo por Vicenza, su arquitectura y su encanto de silencios. Hallazgos bibliográficos y medallísticos. Solemnidad en las comidas. Y un consejo: cuando vayas (o vuelvas), lector, a Italia, olvida Florencia, Roma, Venecia… busca sitios como Vicenza y sus villas palladianas. Será todo más grande, más auténtico, inolvidable.