Románicas formas que nos envuelven

viernes, 18 abril 1997 0 Por Herrera Casado

 

Si hubiera que elegir un estilo artístico, de los varios que ha tenido el occidente europeo, a lo largo de los últimos veinte siglos, como más representativo de la provincia de Guadalajara, este sería sin lugar a dudas el románico rural, pues no sólo por ser el más numeroso en cuanto a ejemplares, sino por presentar unas ciertas características de peculiaridad en todo el ámbito castellano, le confiaron el papel de estilo figura o norma artística, rural y sencilla, popular y verdaderamente identificada con el pueblo en que asienta.

Cuántas iglesias románicas perduran

A lo largo de los caminos de Guadalajara, pueden hallarse todavía más o menos conservadas en su totalidad o en parte, un centenar de iglesias de estilo románico por los pueblos de la provincia de Guadalajara. Algunas muestran el influjo directo de la arquitectura medieval castellana de en torno al Duero, y otras presentan unos caracteres propios muy singulares. En muchas de ellas surge la gran galería porticada adosada al muro meridional del templo, con capiteles, canecillos y otros detalles iconográficos de gran relieve. En otras, sencillamente, es la simple portada de arcos semicirculares, o el ábside orientado a levante, lo que tienen de común con el estilo románico pleno. En todos los edificios de esta tierra, sin embargo, luce con fuerza el carácter puro, la seña cierta del Medievo.

El momento de construcción de todos estos edificios es, generalmente, el siglo XII, pues en esa centuria tiene lugar la repoblación del territorio, poco antes conquistado a los árabes, por parte del reino de Castilla. Los yermos campos se pueblan con gentes venidas del norte, y van surgiendo aldeas y edificios religiosos. Nace así el románico rural, popular al máximo, que hoy todavía puede admirarse en su ambiente genuino.

Cuáles no podemos olvidar nunca

Esas cien construcciones románicas que salpican nuestra geografía, que se alzan sobre los pardos caseríos, que recaban nuestra memoria y nuestra emoción, están ahí para ser visitadas. Unas pimrero, como en portada de cualquier aproximación al tema. Otras para el relleno. Todas, sin embargo, ocupan un lugar en el corazón de quien las vio algún día. Por curvas del alma, por explanadas de la memoria se vienen algunas a colocar en primer término. Cualquier día de primavera, haga sol o llueva a cántaros, será bueno para acercarse a ellas y volver a acariciar, con la mirada o incluso con la palma de la mano sobre sus rugosas piedras, tanta gloria comprimida.

Recordar, así, esas alturas pétreas de la catedral de Sigüenza; esas portadas magníficas de Atienza, de Cifuentes o de Millana; esas galerías porticadas de Pinilla de Jadraque, de Carabias, de Yela, o de Sauca; esas espadañas de Hontoba, de Baides… y en fin, tantas mínimas construcciones, desde Teroleja a Uceda, y desde Tartanedo a Villacadima, en las que el arco de medio punto, la severidad de la piedra, el solemne grito de la espadaña, la pública lección del capitel, o el simpático detalle del canecillo, están pregonando al hombre de hoy una lección de historia y de humanidad que fue dictada hace más de siete siglos.

Cuanto se haga por salvar este riquísimo patrimonio cultural y artístico, joya de las más antiguas de la Región de Castilla‑La Mancha, será un justo proceso de afirmación de nuestro ser histórico y una forma de acceder al futuro con la consciencia y asunción clara de nuestro pasado. En definitiva, será una medida inteligente y plausible. La Junta de Comunidades se va aplicando a esta tarea. No toda de una vez, porque no puede así: pero en goteo imparable. Hoy esta, mañana aquella. Así han renacido Villacadima, con su dorado telón de mudejarismo tallado; así ha renacido Carabias (sí, Carabias, por fin…) pulcra y emocionante, porque guarda siempre el brillo blanco de un helado amanecer de invierno; así ha renacido Viana de Mondéjar, y Cubillas, y Poveda de la Sierra, y Henche, y Yela… tan sólo queda (o por lo menos es la que más se nota que aún queda) por restaurar Santiago de Sigüenza, en plena calle mayor de la Ciudad Mitrada, a las miradas del mundo todo su ruina triste. ¿Hasta cuándo?