Ad modum Yspaniae – Vida y Obra de Juan Guas

lunes, 25 noviembre 1996 1 Por Herrera Casado

En este año 1996, en que se cumple el quinto centenario de la muerte del arquitecto Juan Guas, parece que es esta tierra de Guadalajara, este valle del Henares donde tuvieron los Mendoza su casa grande y él apareció como el encargado de construir el joyel que la guardara, el lugar más a propósito para recordar los avatares de su vida y los ejemplos que de su ingenio se han conservado. Con el ánimo de recordar la figura de Juan Guas en ocasión tan sañalada, van estas líneas que continúan. 

Posible retrato de Juan Guas en una iglesia de Toledo.

 

La vida

Juan Guas nació en un pequeño lugar de Bretaña, concretamente en la villa de Saint Pol de León. Debió ser en torno al año 1430, y sus padres se llamaban Pedro Guas y Brígida Tastes, ambos también nacidos en ese lugar, y vecinos del mismo. Su padre tenía por oficio cantero, por lo que no es de extrañar que nuestro personaje viera su vida definida desde el principio. Su padre aparece mencionado por primera vez en 1448, trabajando como cantero en la catedral de Toledo. Así pues, fue la familia la que se trasladó al completo hasta Castilla. Cabe preguntarse por qué. El prestigio de la corte castellana de Juan II, la fama de riqueza que mantiene Toledo, como capital de un reino lejano y poderoso, donde se construyen grandes edificios permanentemente, donde habían construido los árabes grandes obras, y donde habitan siempre poderosos y sabios señores, capitaneados por sus arzobispos primados, es más que suficiente para atraer a gentes de toda Europa, especialmente a los francos, que estaban muy bien considerados en el Fuero toledano. 

La primera vez que Juan Guas aparece citado en un documento es en 1453, cuando figura como mozo oficial en las obras de la Puerta de los Leones, en la catedral toledana, con un salario de 15 maravedises diarios. En 1458, Guas cobra ya como maestro, y así al año siguiente, el 24 de febrero de 1459, se casa en Torrijos con Marina Alvarez, hija del bachiller Juan Martínez. Por entonces contaba ya con una fortuna de 1.000 florines de oro, y una pequeña heredad en Mazarambroz. Continuó unos años su formación, al tiempo que se ganaba, y muy bien, la vida. Lo hizo a las órdenes del gran introductor del gótico nórdico en Castilla, Hanequín de Bruselas, quien impone en Toledo un nuevo modo, espléndido y llamativo, de construir y decorar. A partir de 1470 podemos considerar que Juan Guas adquiere la fuerza de su creatividad personal, fundiendo en ella, como luego veremos, lo clásico borgoñón heredado de Hanequin, con lo propiamente mudéjar toledano, que tan abundante es y se manifiesta en la ciudad del Tajo. 

En 1471 es designado maestro mayor de las obras de la Catedral de Avila. Allí viaja y allí permanece mucho tiempo. Será imposible saber por qué fue llamado a tan importante cargo Juan Guas. Es cierto que entre las altas esferas de la clase eclesiástica existía comunicación y se informaba acerca de la valía de los arquitectos y maestros de obras, pero también hay que saber los círculos intrínsecos en que estos se movían, ayudados unos a otros, con sus grados y categorías. De ellos surgió esa hermandad que hoy todavía lleva su nombre, la de los masones, cuyo significado en idioma galo, «maçon», equivale a albañil, a constructor. 

En Avila Guas participa en el traslado de la puerta de los pies de la catedral a uno de los brazos del crucero, y se encarga, incluso personalmente en algunos detalles, de diseñar y labrar la nueva portada de los pies, acabada en 1479, y en la que, entre otros curiosos detalles significativos, aparecen sendos salvajes desnudos y peludos escoltando el ingreso. Sin duda fue idea suya ponerlos, como luego haría en la fachada del palacio del Infantado en Guadalajara. 

De enero de 1472 data la entrevista inicial de Juan Guas con Isabel, la princesa de Castilla. Desde entonces, y luego ya como reina, mantuvo Guas frecuentes contactos, al objeto de planificar edificios, palacios y monasterios. Las ideas de una, claras y brillantes, se entrecruzaron con las de otro, progresivamente más sólidas. Sería interesante clarificar -aunque en principio parece muy difícil- el modo en que uno y otro, Isabel de Castilla y Juan Guas, intercambiaron y se donaron ideas y gustos artísticos. 

En 1472 inicia Guas sus trabajos en Segovia. El entonces valido de Enrique IV, don Juan Pacheco, maestre de Santiago, le encarga las trazas y le pide que dirija la construcción de la capilla mayor del monasterio de Santa María del Parral. En el grupo que allí trabaja aparece nuevamente Martín Sánchez Bonifacio, y el segoviano Pedro Polido, quien se había formado con Guas en Toledo junto al maestro Hanequin. Siempre, al menos en los siglos XV y XVI, se palpa esa «red» de conocimientos y ayudas entre los canteros, los maestros constructores, los «maçones» de la arquitectura hispana. 

Entre 1473 y 1491, Guas aparece como maestro mayor de la Catedral de Segovia. Junto a él, al calor de sus conocimientos e ideas novedosas, ya sintetizadas en un estilo propio, se forma un nutrido plantel de pedreros que luego trabajarán en obras por toda Castilla la Vieja, y él en todo caso parece ser el jefe del grupo, el indiscutible «hermano mayor» del grupo. En Segovia pone todavía su firma, además de en el claustro de la catedral, en el claustro y portada interior de la iglesia del cercano monasterio de El Paular, en un hermoso valle del interior de la Sierra de Guadarrama, hoy en la provincia de Madrid, pero tradicionalmente territorio mendocino. 

En esa época es reclamado por los Mendoza para trabajar con ellos, para ellos. Quizás se enteraron de su existencia y cualidades viendo lo que hacía en el Paular. Aunque es más lógico que el duque del Infantado supiera de Guas por las relaciones que el aristócrata alcarreño mantenía en la Corte, especialmente con los Reyes Católicos. El hecho es que a partir del emblemático año de 1475 (ascenso al trono de Isabel y Fernando, batalla de Toro, nombramiento del marqués de Santillana don Diego Hurtado de Mendoza como primer duque del Infantado…) Juan Guas será ya casi en exclusiva el arquitecto de la Reina y de los Mendoza. Luego veremos cómo. 

Porque lo cierto es que sigue dirigiendo y supervisando por temporadas las inacabables obras de la catedral de Toledo. Su actividad, al menos de diseño de edificios, de supervisión y consejo, se extiende por toda Castilla. En Valladolid dirigió una temporada, en 1487, la capilla del Colegio de San Gregorio. De algún modo participó en la reconstrucción del castillo de Turégano, así como en la capilla de los Cotas, en la iglesia de San Juan de Olmedo, y en la capilla mayor del monasterio de la Mejorada. Incluso en época no determinada, y ya tardía en su vida (1490-1495) intervino en la reforma de algunas dependencias y detalles arquitectónicos del gran castillo de Calatrava la Nueva. 

Es a partir del año crucial de 1475 en que Guas se dedica claramente a dos vertientes onstructivas: la de obras civiles y la de obras religiosas. 

De las primeras, la mayoría tienen que ver con los Mendoza. En 1475 inicia la construcción del castillo del Real de Manzanares, que acabó pronto, imponiendo en su cuerpo y estructura de clásico castillo medieval una serie de detalles ornamentales que le han hecho paradigmático de la arquitectura palaciega del último gótico. También hacia 1475 comenzó a dirigir las obras del palacio de los duques del Infantado en Guadalajara, acabando su tarea arquitectónica hacia 1483. 

En 1486 trazó la Hospedería Real de Guadalupe a instancias de la reina Isabel. Hoy desaparecida totalmente, los cronistas de todas las épocas alabaron este edificio como uno de los lugares más hermosos de la clásica arquitectura hispana. La misma reina declaraba que era allí donde más feliz se encontraba, porque le parecía el lugar más bello del mundo. 

Todavía en 1493 puso sus ideas y dirigió unos meses la construcción del palacio del duque de Alba, en Alba de Tormes, aunque sólo fuera su gran fachada de connotaciones hispano-flamencas. Tampoco queda nada de aquella singular obra. 

Guas en Toledo

En 1484, cuando ya es el indiscutible arquitecto de moda de la Corte castellana, Juan Guas es nombrado por el cabildo Aparejador de las obras de la Catedral de Toledo. Allí queda a vivir de forma definitiva, aunque haciendo esporádicos viajes a otros lugares. Su mujer, toledana, intervendría en algo en esta decisión. Pero sobre todo su obra, su querencia, sentirse (como se sentiría su padre, y él mismo de pequeño, cuando desde Bretaña llegaron a Toledo) en el centro del mundo… Sigue dirigiendo los pequeños detalles que completan la gran obra. Hace la mitad del lado de la epístola del trascoro mayor. Trabaja con Egas Cueman en la escalera llamada de don Pedro Tenorio, que comunica los dos pisos del templo. Y, en fin, proyecta y dirige personalmente, con la ilusión del que empieza, el gran monasterio de San Juan de Toledo, hoy conocido como «San Juan de los Reyes» y según los documentos de la época simplemente llamado San Juan «de la Reina». Por encargo de ella, para conmemorar la victoria de Toro sobre los portugueses, para dejar pequeño al cenobio de Batalha, para que sirviera de mausoleo de su familia, se comenzó esta obra con el ánimo de grandiosidad que puede suponerse al verlo hoy, a medias conservado. Cuando el arquitecto presentó el proyecto a la reina, y quizás para demostrar la grandiosidad de su ánimo al encargarlo, esta dijo al ver los planos «-¿Esta nonada me aveys fecho aquí?-». En 1477 comenzaron las obras, y sin descanso siguieron hasta ser acabado en 1504. Hacia 1486 ya estaba construido el cuerpo de fábrica del crucero. En 1492 se concluyó la decoración interior del crucero, y en 1494 Guas dirigía la erección del gran claustro, que vió acabado poco después. Sin embargo, a su muerte, aún quedaban muchas cosas por hacer. Del remate se encargó su sucesor Simón de Colonia. (En la francesada 

desapareció uno de los claustros, y buena parte del actual, que sería luego reconstruido por orden de Isabel II). 

La decoración del crucero de San Juan de los Reyes es magnífica, no es necesario alabarla. Los detalles alusivos a los Reyes Isabel y Fernando lo llenan todo: la Y de ella, la F de él y el yugo y las flechas, así como los detalles de mocárabes bajo los capiteles, mas los grandes escudos reales sostenidos por el águila de San Juan, en eurítmica repetición propia de lo mudéjar, consiguen el edificio más representativo sin duda de la inspiración de Juan Guas: la técnica y los detalles de la arquitectura flamenca se enmarcan en el sentido eurítmico y repetitivo del quehacer mudéjar, alcanzando sin duda a configurar el estilo hispánico más genuino. 

San Juan de los Reyes es la última gran obra de Juan Guas. En 1490, sintiéndose muy enfermo, hace testamento. Es el 11 de octubre de 1490. En él se titula «maestro mayor de las obras de mis señores los reyes catholicos don fernando e doña ysabel». Al año siguiente, en 1491, es nombrado también maestro mayor de la catedral de Toledo. Aunque fuera ya a un nivel honorífico, Guas alcanza en vida esa cumbre a la que quizás nunca pensara llegar (o sí, y todo su trabajo fue encaminado a ella): el máximo responsable, el indiscutido arquitecto de los más poderosos de la Península: los Reyes y los Arzobispos de Toledo. 

En los años siguientes, en convalecencia siempre, aparece tasando algunas pequeñas obras. En 1495, firma la adquisición de una capilla propia en la iglesia de San Justo de Toledo. Todavía a primeros de 1496 se le menciona en unas obras de la catedral toledana, como maestro mayor, y en 7 de abril de ese año aparece ya con ese mismo título Enrique Egas. Es lógico pensar que Guas falleciera entre enero y marzo de 1496. 

Después de su muerte, en la capilla de San Justo que había adquirido como panteón familiar, se colocó una estatua tallada en alabastro representando al personaje, que sus herederos retiraron en el siglo XVI poniendo en su lugar una pintura que representaba a Guas y su mujer acompañados de un paje y una doncella, y de una frase que aludía a que él había sido el arquitecto de San Juan, -«fizo a san juan de los reyes»-, que era sin duda la obra que más le satisfizo. 

Su obra

Dice Azcárate Ristori que «la importancia de la obra de Guas… es la síntesis o sincretismo de formas diversas, creando un estilo estrictamente nacional». Y aun abunda el prestigioso profesor con esta frase: «su estilo fue el bello canto del cisne de la arquitectura gótica en Castilla». Todos los tratadistas e historiadores del arte que han estudiado a fondo los modos de hacer arquitectura y decorarla, en Castilla, durante el siglo XV, coinciden en exaltar a Juan Guas como el máximo exponente de un estilo nacional, único en Europa. Quizás la mejor definición, aún sin ser consciente de ello, nos la da el doctor de Nüremberg Hieronymus Münzer, cuando en la redacción de su «Viaje por España» que realizó en 1495, nos dice que el palacio del Infantado estaba «hecho al modo de España». 

Fernando Marías bucea en esa tradición del «Ad modum Yspaniae» que con mejor perspectiva se reconocía fuera de nuestras fronteras. Y no solo los extranjeros, sino los clientes españoles, tenían clara la idea de que el quehacer artístico hispano del último cuarto del siglo XV tenía unos caracteres particulares y específicos. En su obra «El largo siglo XVI», Marías nos dice que existía «una tradición propia tardomedieval… luego prolongada en el siglo XVI». Durante el reinado de los Reyes Católicos se habían alcanzado cotas de originalidad y riqueza, de gran creatividad, de todo lo cual el más acreditado artífice era sin duda Juan Guas, aunque no puede negarse que en parte se encarna esa fuerza y originalidad en Simón de Colonia, Martín de Solórzano o Alfonso Rodríguez. Ellos fueron capaces, siempre bajo la batuta inicial de Guas, de mantener viva la simbiosis hermosísima del gótico llegado de Flandes, Borgoña y Centroeuropa con la tradición mudéjar de Castilla. 

Esta nota quiere ser, precisamente en el año del quinto centenario de su muerte, un breve repaso a la vida y obra de Juan Guas. Con datos ya conocidos previamente, pero que no estorba de vez en cuando refrescar en la memoria de todos. 

Guas en Guadalajara

Y para que esta evocación del artista de mayor relieve que a lo largo de los siglos dejó su impronta en Guadalajara, pueda tener un real significado entre nosotros, conviene en este momento referirnos, una vez más, al palacio de los duques del Infantado, una de sus obras más significativas. La más hermosa que hizo para los Mendoza, esos clientes que, junto a los propios Reyes y a los arzobispos de Toledo, capitaneaban lo más granado de la aristocracia castellana a finales del siglo XV. 

¿Qué aporta de nuevo a la arquitectura española este palacio? En la planta, nada. Se trata de un edificio cuadrangular, con patio central de dos pisos, en torno al que surgen las habitaciones. En general, el planteamiento inicial debió ser hecho con muros exteriores muy herméticos, por lo que respondería a cierta estructura castillera, medieval, quizás heredada directamente del anterior palacio o «casas mayores» mendocinas en las que habitaron los abuelos del duque constructor, y que sería una cerrada construcción con torres esquineras. Ciertos detalles del actual palacio, diseñado y dirigido por Juan Guas, nos dan esos parámetros medievales aún vivos: a) muros fuertes, altos, cerrados, con patio central que da acceso a todas las habitaciones. b) ingreso lateralizado sobre la fachada principal, y acceso al interior mediante circuito en zig-zag, no coincidiendo la puerta con el tiro de escalera. c) no posee torres angulares, como las que dispondría el anterior palacio, incluso como las que años más tarde todavía luciría otro palacio-castillo como el de Pastrana. 

Pero tiene algunas novedades respecto a todo lo anterior medieval. Los paramentos bajos cerrados, y los medios con ventanas pequeñas, veían abrirse totalmente sus muros en la parte más alta, con espectacular galería de abiertos arcos conopiales. 

Uno de los elementos más característicos de este palacio, y en general de la arquitectura guasiana, es la decoración del muro de fachada. Se cubre esta de cabezas de clavos, al modo que en el castillo de Manzanares había dispuesto hacerlo con medias bolas. La disposición de estos elementos es lo más original. Están colocados en el centro de los espacios que dejan una red de rombos, dentro de una tradición plenamente árabe. Además de en el castillo de Manzanares, obra del propio Guas, se ve esa distribución en el palacio de Javalquinto en Baeza, donde las cabezas de clavo alternan con florones, y en la portada del palacio de los duques de Marchena, hoy en el alcázar de Sevilla. En forma de venera, ya más avanzado el siglo XVI, pero también con la referida disposición en «sebka» árabe, se ve esta estructura ornamental en la casa de las Conchas de Salamanca y en la fachada de la iglesia de San Marcos de León. 

Otra de las novedades que aparecen en el palacio del Infantado, con raíz de estructura mudéjar pero decoración gotizantes, es la portada. Sigue el tipo toledano, con arco apuntado, dintel, y soportes a los lados, ofreciendo en la rosca una gran inscripción en letras góticas de estilo alemán. 

Finalmente, en la fachada del palacio del Infantado surge otra importante novedad dentro de la arquitectura castellana del fin de la Edad Media. Es la galería alta. Parece imitar un arrocabe, esa cenefa de la parte más alta de un muro sobre la que apoya directamente el artesonado. Su función era de la de servir de puesto de observación para actos públicos, corridas de toros, etc. En ella se funden con gran viveza lo nórdico flamenco y lo meridional mudéjar. Esa gran cornisa volada sobre tres filas de mocárabes tenía a su vez, como remate, una amplia serie de elevados florones que desaparecieron en la reforma del siglo XVI, lo mismo que las ventanas pequeñas del segundo nivel, sustituidas por feos balcones clasicistas, en la época del quinto duque. 

El patio, llamado «de los Leones» por la decoración que imprime fuerza e imagen a sus muros, se hizo indudablemente para ejercer funciones de salón. Eso sí: descubierto, y con los muros ampliamente perforados. De arcos conopiales, dobles y mixtilíneos, en la mejor tradición mudéjar, por su rosca corre, a todo lo largo de la estancia, una cinta que con caracteres góticos presenta una frase u oración civil, muy al estilo de las que los árabes ponían en sus mezquitas y palacios en honor de Alá: «Vanitas vanitatum et omnia vanitas». 

En cualquier caso, no pretendemos aquí hacer el estudio minucioso de este palacio de los duques del Infantado, aun con ser la obra más emblemática de Juan Guas en la tierra de Guadalajara y en los estados mendocinos. Con estas breves líneas hemos pretendido, simplemente, renovar la memoria y presentar completa la secuencia vital de un artista del que se cumplen ahora los cinco siglos de su desaparición. Y, sin duda, no es un mal lugar este Quinto Encuentro de los Historiadores del Valle del Henares para hacerlo.