Andrés Navagero, un veneciano de turismo por Guadalajara

viernes, 25 octubre 1996 0 Por Herrera Casado

 

Desde siglos remotos, las más diversas gentes han paseado sus curiosidades y sus entusiasmos por la tierra de Guadalajara. Especialmente por esos caminos que han servido, desde la Antigüedad más remota, para ir de una parte a otra de la Península Ibérica: fundamentalmente el valle del río Henares es el que ha cumplido con ese papel de «gran vía» de la Castilla meridional, hoy de nuevo reivindicado como eje fundamental de las comunicaciones españolas.

Entre romanos, visigodos y árabes, ignotos viajeros de los que no quedó noticia. Pero a partir del siglo XV, cuando Castilla se abre al mundo, y la fama de sus Cortes traspasa fronteras, la de los Mendoza en Guadalajara suscita curiosidad por todas partes. A comienzos del siglo XVI, cuando el Emperador Carlos concita la atención política de toda Europa, del mundo entero, sus aliados quieren saber de nuestro país. Y la República de Venecia, la gran señoría del Adriático, manda mensajeros, embajadores y «periodistas» para captar información (porque la información fue siempre la puerta del edificio del poder) con la que sentarse a negociar con el Rey de medio mundo, con Carlos de Habsburgo.

El viaje de Navagero a España

Tenía 42 años este noble patricio véneto cuando fue encargado por el gobierno de la República de Venecia de venir a España y, una vez terminada la Guerra de las Comunidades, tratar con el Emperador de su adhesión a la liga defensiva que deseaba formar el Papa Adriano VI. Además de diplomático, Andrés Navagero era poeta, y al fallecer su maestro, el célebre Sabellico, le sucedió al frente de la biblioteca de San Marcos, siendo además durante largos años Cronista Oficial de la República veneciana.

El 14 de julio de 1524 salió Navagero de Venecia, caminando primero por la península itálica, y luego navegando el Mediterráneo hasta Palamós, en Gerona, a donde llegó junto a su compañero de viaje Micer Lorenzo de Perula el 24 de marzo de 1525. Desde ese momento, todo fue andarse la Península, con tranquilidad y regocijo, anotando con detalle cosas, pueblos y distancias. De Palamós a Barcelona, y de allí siguiendo el camino real, con desvíos placenteros, por Lérida, Zaragoza, Soria, Guadalajara y Alcalá, hasta Madrid, a donde llegó el 7 de junio.

He aquí la descripción que hace Andrés Navagero de su paso por la tierra de Guadalajara. Desde Soria fue por Tejada y Morón a Barahona, penetrando en el territorio de nuestra provincia a través de la bajada, poco abrupta, que viene desde los altos de Barahona hasta Paredes de Sigüenza. Siguiendo uno de los altos valles que unen las dos Castillas, pasando junto a Tordelrábano, y por el camino tradicional que viene de Soria, pasó junto a Riofrío del Llano, Rebollosa de Jadraque y Jirueque, hasta alcanzar Jadraque. Y desde aquí, por Padilla e Hita, sin duda amparándose en los muros del monasterio de Sopetrán (aunque nada dice de él) y ya junto al Henares llegó hasta Guadalajara.

Pero dejemos que sea el propio embajador y viajero veneciano quien con sus palabras nos avive tan remota excursión:

Texto de Navagero

A cuatro le­guas á la derecha de Gomara está Soria, junto á la cual se ven todavía las ruinas de Numancia, á orillas del Duero. El día primero de Junio fuimos á Tejada, á Castel de Tierra y á Morón, que en todo son cua­tro leguas (20 millas). En Morón estuvimos un día para secar mi ropa que se había mojado. El día tres fuimos á Sanchillo, una legua (3 millas), á Montalbi­llo, una legua (3 millas), á Barahona, dos leguas (8 millas), á Paredes, una legua (4 millas), á Tor de Rá­banos y despues á Riofrío, tres leguas (10 millas). A tres leguas á la izquierda de Riofrío está Sigüenza, que quizá sea el Seguedenses de los antiguos. El día cuatro fuimos á Regollosa, una legua (4 millas), a Sirueque, dos leguas (8 millas), á Xadraque, una le­gua (4 millas). Antes de llegar á Xadraque se pasa el Henares, y de Xadraque se va á Padilla, que está á dos leguas (8 millas), y despues á Ita, una legua (4 millas). El día cinco fuimos á Guadalajara, que está á cuatro leguas (16 millas).

Guadalajara es muy buen pueblo y tiene hermosas casas, entre las cuales hay un palacio que fue del Cardenal Mendoza, Arzobispo de Toledo, y otro del Duque del Infantado, que es el más bello de España. Aquí residen muchos caballeros y personas de cuenta y el Duque del Infantado, que aún cuando la ciudad y la tierra son del Rey, puede considerarse como señor del lugar. Este Duque tiene grandísimos gastos, y si bien sus rentas montan á cincuenta mil ducados, no cubren aquéllos, tiene una hueste de doscientos peones y muchos hombres de armas, y una capilla de excelentes músicos, mostrando en todo ser muy liberal. El día seis, saliendo de Guada­lajara, pasamos el Henares por un hermoso puente de piedra con una torre en medio, y llegamos á Alca­lá, que dista cuatro leguas (16 millas).

La ciudad de Guadalajara merece, en el breve texto del veneciano, una amplia referencia, lo cual es sintomático de que le gustó e impresionó el burgo. Lo de las hermosas casas nos sugiere lo que por referencias sabemos: la ciudad del Henares tenía su centro completamente abarrotado de nobles palacios y casonas levantadas por la nobleza sufragánea de los Mendoza. Entre iglesias parroquiales y conventos, estos edificios nobles daban a la ciudad un empaque de impresión. Compara el palacio del Infantado, al que califica sin duda como «el más bello de España» después de haber recorrido la cuarta parte del territorio nacional, con el del Gran Cardenal Mendoza, muerto 30 años antes, pero cuya casa se mantenía intacta y muy cuidada, sirviendo de admiración a cuantos por primera vez la veían. Alaba la liberalidad del duque del Infantado, a la sazón el tercero de la serie, don Diego Hurtado de Mendoza, que debió hacerle algún que otro regalo, y pone en la memoria de los siglos la capilla musical que este mantenía en su palacio.

Finalmente, y como último recuerdo de la Guadalajara renacentista con ribetes múltiples de medievalismo, Navagero dice que cruzó el Henares sobre un puente hermoso, todo de piedra, que tenía una torre en su comedio. Un dibujo ideal de ese puente, que acompaña estas líneas, y que sacamos del que Gil Guerra hiciera y publicara en la «Historia de Guadalajara y sus Mendozas» de Layna Serrano, nos da idea de la grandiosidad del monumento, originalmente construido por los romanos y luego ampliado por los árabes: un elemento más para la evocación de aquella ciudad que, -entonces, en 1525- era una de las joyas de la corona castellana. Una ciudad que hoy sigue viva, evocando aquellas siluetas y aquellos brillos de los que el escritor veneciano Andrés Navagero dos dejó memoria en este recordado texto.