Valfermoso de las Monjas, donde los siglos no pasan

viernes, 4 octubre 1996 1 Por Herrera Casado

 

Hay un lugar en nuestra provincia donde los siglos parecen no pasar, quedarse quietos, prendidos de los árboles, cobijados entre las junturas de las viejas piedras monasteriales. Ese lugar es Valfermoso de las Monjas, y más en concreto su Real Monasterio de San Juan Bautista, que hace ya más de ocho siglos (en 1186 concretamente) fundaran unos ricos hacendados atencinos para que en él se albergaran monjas benedictinas que han seguido así haciéndolo, sin apenas cortes en la sucesión del tiempo, hasta hoy mismo.

Viajar hasta Valfermoso es muy sencillo desde Guadalajara. Se puede hacer por la carretera de Atienza y Soria, una vez pasado el pueblecillo de Torre del Burgo, dejando a la izquierda las ruinas (hoy en restauración) del también benedictino monasterio de Sopetrán. Enseguida sale una carretera a la derecha que sube el río Badiel, ancho y feraz, cuajado hoy de urbanizaciones por Valdearenas, y tras bordear Muduex y Utande, se llega a Valfermoso. Y antes que al pueblo, al monasterio.

Aunque en la Guerra Civil quedó reducido a cenizas, se restauró enseguida y luego ha continuado haciendo diversos servicios a la sociedad: desde la clausura de las monjas se ofrece hoy hospedería y un oasis impagable de paz y sosiego. En ese libro curioso y útil que es la Guía de Alojamientos en Monasterios de España, que ha sacado a luz la Editorial El País/Aguilar, se dedica página a Valfermoso. Merece la pena acercarse, contactar con las monjas, quedarse allí un fin de semana o, simplemente, comer un sábado, o un domingo. La alegría resuena allí de otra manera.

Un libro de historia de Valfermoso

En estos días ve la luz un libro que cuenta, (por muy menudo debe ser, porque tiene más de 500 páginas) la historia de este interesante cenobio benedictino. Lo ha escrito ese gran historiador de la Orden Benita que es el yunquerano fray Ramón Molina Piñedo, y allí hace repaso de todo lo divino y humano acontecido a lo largo de estos ocho siglos en Valfermoso. Por no extenderme en el tema sin razón y a lo loco, en las siguientes líneas pongo el resumen de los avatares sucedidos en ese lugar. Lo tomo de uno de los cuadros cronológicos que ofrece fray Ramón en esta su obra. Y me reafirmo en la impresión, -en la opinión ya, después de leerlo- de estar ante una obra colosal, sugerente y que entra a fondo en los recovecos de esa historia, de esa cultura auténticamente alcarreña que brota en las piedras de Valfermoso.

Un resumen de historia monacal

La primera fecha, el más remoto prolegómeno de Valfermoso, es la del año 1185, cuando el rey Alfonso VIII confirma a don Juan Pascasio las tierras que compró al concejo de Atienza en el Valle hermoso para repoblarlas. Del siguiente, de 1186, es la que con justicia podemos nombrar fecha primigenia: la de la Fundación de la villa y del monasterio de Valfermoso con dos monjas gasconas del Ordo de Fontisgartari.

En 1189, el clérigo gascón Ebrardo redacta el Fuero de Valfermoso, en un hermoso pergamino copiado, y que ha sido considerado por muchos estudiosos y autores filólogos, entre ellos el profesor Lapesa, como uno de los primeros monumentos de la lengua hispánica. Poco después, en 1194, Alfonso viii confirma la fundación del cenobio, sus posesiones y el señorío de las monjas sobre el lugar de Valfermoso.

La inauguración oficial del cenobio no se haría hasta unos pocos años después, posiblemente en el 1200.

Del 1218 es la fundación del monasterio de Pinilla de Jadraque, otro cenobio para monjas puesto en las orillas del río Cañamares y protegido desde su inicio por la Orden de Calatrava. Doña Urraca Fernández, su primera abadesa, lo era de Valfermoso. Lo que no está claro es si aquella fundación, un tanto agreste, surgiría como resultado de un cisma en la comunidad valfermosina. El caso es que en 1224 y 1236, los papas Honorio iii y Gregorio ix toman al monasterio bajo su protección. Los reyes castellanos de los siglos xiii al xv confirmaron sus privilegios y posesiones, eximiendo a las monjas de impuestos y gabelas.

A partir del año 1348, la peste negra que corre como un terror negro y sarcástico la faz entera de Europa, diezma la comunidad y esta se ve forzada a partir de entonces a arrastrar una vida lánguida y pobre. En sus  subsiguientes problemas influyeron las guerras de los siglos xiv-­xv que tanto repercutieron en Atienza, la ambición de los nobles que aumentaban sus dominios a costa del patrimonio de la Iglesia, la disminución de la producción agraria y los impuestos. En 1458-1480, durante el abadiato de doña María Díaz de Luna, se intenta poner orden en la hacienda monacal, por aquel entonces en poder de comenderos y arrendatarios.

El siglo xvi se inicia con el paso de la Comunidad de Valfermoso a la Congregación de Valladolid. Son los principios de una nueva y fructífera etapa. En 1540 se produce la supresión del régimen de las abadesas vitalicias y la perpetuidad de los principales cargos. En 1512-1586 se intenta poner orden en la hacienda benedictina, que tiene posesiones en casi 50 pueblos, con objeto de recuperar lo que se encontraba perdido o mal clarificado.

El siglo XVII tiene un protagonista en Valfermoso: el Rey Felipe iv, quien en 1648 otorga a Valfermoso el título de Real monasterio, hará más de una visita a la casa, cuando en ella fue a refugiarse de su acoso, entrar de monja y regir como abadesa la comunidad, la que fuera grande comediante del Madrid de ese siglo, la Calderona.

Una nueva etapa de resurgimiento en el siglo XVIII: en 1746 comienza la remodelación de los edificios del monasterio. Se introduce en la comunidad la vida común perfecta. En 1779 se llevan a feliz término las obras más importantes del cenobio, que corren por cuenta del obispado.

Terrible centuria el XIX: en 1808, huyendo de los franceses, las monjas desamparan el cenobio; se refugian en Bustares y luego en la ermita de la Esperanza, en término de Durón. Vuelven en 1812 y enseguida se reconstruye la perdida iglesia, que es consagrada por el obispo seguntino Bejarano en 1818. Poco después, sin embargo, en 1836, las leyes desamortizadoras inician el embargo de la hacienda monacal por la Hacienda estatal.

La Guerra Civil de 1936-39 se puede calificar (como para otras tantas cosas en España) la etapa más terrible en ocho siglos. En 1937, huyendo de la persecución religiosa establecida por los gobiernos de la República, las monjas dejan Valfermoso y se refugian en Calatayud. Poco después, el monasterio sería incendiado. Vuelve la Comunidad en 1939 y de 1944 a 1951 Regiones Devastadas reconstruye los edificios conventuales. En 1960 Valfermoso se une a la Federación castellana de la Orden de San Benito, y en 1973 tiene lugar la solemne bendición abacial de doña María del Pilar de la Fuente, quien inyecta un nuevo dinamismo a la Comunidad, que tras la conmemoración de su octavo centenario en 1986, ve ahora con este libro sensacional todo su periplo, largo y denso, contado y cantado. Toda una historia de milagros y voluntades.