San Antonio en Modéjar, una ruina anunciada

viernes, 16 agosto 1996 0 Por Herrera Casado

 

La excursión a Mondéjar es algo que puede practicarse sin mayores problemas desde la capital, o desde cualquier otro lugar de la provincia, y promete llenar de interesantes visiones a quienes la practique. Un pueblo alcarreño bien urbanizado, grande como pocos, con restos de murallas, recuerdos de castillo, presencia altiva de gran templo parroquial renacentista, y los cada vez más escasos y destartalados apuntes de una ruina: la del monasterio franciscano de San Antonio, que en las afueras de la villa mantienen su triste estampa desde que hace un siglo le quitaran lo mejor de sus piedras para con ellas construir la plaza de toros.

Por más que se declaró Monumento Nacional en 1923 este monumento; por más que viene, incluso resaltado, en todas las guías turísticas de la provincia, y por más ganas que -teóricamente- tienen los mondejanos de que su emblemático monasterio sea restaurado, allí nadie pone una mano a trabajar ni de broma. Y es una pena, porque pocos lugares de nuestra provincia pueden presumir de tener uno de los más antiguos edificios plenamente renacentistas de España. A finales del siglo XV ya se estaba levantando esta joya de remembranzas toscanas.

De cualquier modo, me consta que el Ayuntamiento actual, que preside mi buen amigo Mariano Eusebio, hombre amante de su pueblo como pocos, y la concejala de Cultura, Teresa Sánchez Carretero, están preocupados por este tema y lo tienen apuntado en su agenda de prioridades. A ver si entre ellos, la Diputación, la Junta y demás fuerzas vivas (y con dinero) se proponen terminar de consolidar, limpiar y dignificar el hueco de la Alcarria donde brilla con luz propia el monasterio de San Antonio.

Cómo fue este Monasterio en sus inicios

Sabemos por ciertas referencias documentales cómo era el monasterio en las épocas en que se mantenía íntegro. Realmente era pequeño, como lo atestiguan los ruinosos cimientos que de él hoy permanecen, y la propia iglesia, que a pesar de su belleza ornamental y estilística, formaba un recinto de escuetas proporciones.

De esa minúscula apariencia tenemos la primera referencia en la carta que el 10 de noviembre de 1509 dirigía el fundador don Iñigo al Cardenal Cisneros, en la que le decía que mi monasterio es bonito, bien labrado e ordenado, pero tan poquita cosa que no paresce syno que se hizo para modelo (como dicen en Italia) de otro mayor, para el lugar basta como la mar para el agua. En las intenciones del segundo conde de Tendilla no estaba prevista la existencia de mas de 10 ó 12 frailes para habitarle, y en las Relaciones Topográficas del siglo XVI se decía que este cenobio contaba con el edificio de la Yglesia… con su huerto y lo demás necesario. Ello era un claustro mínimo, ciertos espacios para la vida comunitaria, las celdas de los frailes, y la iglesia con su sacristía. Poco más.

La iglesia del convento de San Antonio de Mondéjar era una verdadera joya del primitivo grupo de edificaciones protorrenacentistas, con las cuales se introdujo en España el nuevo estilo nacido en Italia un siglo antes. Orientada clásicamente, con el ábside a levante y la portada principal sobre el hastial de poniente, era de una sola nave, planta rectangular, y bóvedas de crucería completadas con terceletes, mas un coro elevado en la zona de los pies del templo. Incluido este templo en la tipología de lo que todavía puede calificarse como «arquitectura isabeli­na», la nave única, de reducidas proporciones, con capilla en el testero y coro a los pies, más ventanales gotizantes en los muros, con capiteles de bolas, y la decoración centrada exclusi­vamente en la portada, dejando asomar leves detalles novedosos en capiteles y molduras, en ventanales y escudos nobiliarios, compo­nen un conjunto propio de ese final del siglo XV, de ese «otoño de la Edad Mediam en el que juega tanto papel el declive de una ideología como el nacimiento, el renacimiento, de otra nueva.

En el centro de la nave existía, cubierta por el enlosado de su pavimento, una gran cripta que diseñó el arquitecto Adonza por encargo del marqués de Mondéjar, mediado el siglo XVI, y que tenía por objeto constituir un ámbito sagrado donde poder enterrarse, en pequeño panteón familiar, los titulares del marquesado alcarreño. De bóveda y muros de ladrillo, hoy sólo queda el hueco, que llama la atención por lo grandioso, ocupando buena parte de la planta del templo.

El material con que se construyó, en los años finales del siglo XV, fue de una piedra caliza de basta calidad, en forma de mampuesto poco fino, que solo dejaba la aparición de sillares bien tallados en las esquinas, y por supuesto la decoración principal de la portada y los escudos o capiteles sobre piedra de Tamajón. También al interior se utilizó la mampostería en los muros, aunque usando piedra caliza para los elementos más nobles, como el entablamento corrido a lo largo de la nave, las pilastras, los nervios bien moldurados de las bóvedas, los arcos, capiteles y columnillas de las ventanas e incluso los escudos heráldicos del hastial del testero.

Lo que hoy queda de San Antonio

De la gloria pasada quedan hoy, tal como puede comprobar quien hasta el lugar del monasterio acuda, tristes ruinas que evocan como pueden la grandeza de otros días. Entre maleza y derrumbes, rodeado el conjunto de una alambrada metálica que trata de impedir se sigan arrojando sobre las ruinas las basuras y desperdicios que se generan en las cercanías, surgen los altos muros de la portada y el testero, que a la luz del atardecer, cuando el sol los ilumina directamente, cobran relieve y casi adquieren vida, ofreciendo al espectador de hoy la valentía de formas y la elegancia de ornamentos que hacen de este monumento uno de los más bellos de la provincia de Guadalajara.

Los dos elementos que hoy fundamentalmente podemos admirar son la portada y el hastial de la cabecera. En ellos quedan las piedras talladas que componen los elementos que, lógicamente, tenían mayor relieve en el concepto general del templo.

La portada consta de un arco adornado con múltiples detalles que llegan a recubrirle de «plateresca» ornamentación protorrenacentista, en un estilo netamente toscano, con grandes similitudes respecto a las portadas del Colegio de la Santa Cruz de Valladolid y del palacio de los duques de Medinaceli en Cogolludo, obras que como hoy se sabe fueron diseñadas por el arqui­tecto Lorenzo Vázquez de Segovia.      

Consta esta portada de un gran arco semicircular con varias arquivoltas cuajadas de fina decoración de rosetas, hojas y bolas, apoyadas en casi desaparecidas jambas con similar ornamento. En las enjutas del arco, y acompañados de plegada cinta, aparecen los escudos del matrimonio fundador, don Iñigo López de Mendoza y doña Francisca Pacheco. Todo ello se escolta por dos semicilíndricos pilastrones cubiertos de talla vegetal y rematados en compuestos capiteles.

El entablamento de este arco es riquísimo, ocupado por un friso con delfines, que aparecen atados en parejas por sus colas, y cabezas de alados querubines, añadidos de series de bolas y dentellones. Encima va un amplio arco, de tipo escarzano, que forma un tímpano, con candeleros a sus lados y por frontispicio se ve una especie de gablete con molduraje de cornisa. Dicho arco está ocupado por una pequeña imagen de la Virgen con el Niño en brazos, sedente, sobre gran medallón circular de fondo avenerado, al que ciñen cornucopias con estrías y cintas plegadas. El fondo del gablete se llena de robusto follaje que orla el arco del tímpano. Se trata de una especie de cardo espinoso, muy revuelto y con una gran palmeta en medio, cargada de grano, quizás una mazorca de maíz, similar en todo a las que circuyen el arco de la puerta en el palacio ducal de Cogolludo.

Esta portada, cuyos elementos son plenamente italianos, es una de las primeras aportaciones del estilo renacentista en España. En todos sus detalles puede leerse la novedad venida de la Toscana. Es más, su simbolismo parece claramente referido a la devoción que los Mendoza, y concretamente el primer marqués de Mondéjar, tienen hacia la Virgen María, a la que colocan sobre un fondo de venera en el que clásicamente se sitúa a Afrodita na­ciendo del mar, junto a los cuernos o cornucopias de la abundan­cia, rodeado todo de cintas que simbolizan el triunfo, dando en conjunto el mensaje de una victoria emparejada de la Madre de Dios y de los Mendoza sobre el entorno.

El otro resto conventual es el muro del testero, en el que se ven como los apeos superiores se constituyen por pilastras finísimas, recuadradas con molduras, y corrido encima va un entablamento muy pobre y sin talla; los capiteles llevan estrías, volutas acogolladas y una flor en medio. Los tímpanos de dicho testero, de arcos muy apuntados, aparecen ocupados por grandes escudos dentro de láureas: el central muestra la cruz de Jerusalén, quizás en recuerdo del título cardenalicio del tío del comitente, el Cardenal don Pedro González de Mendoza, vivo aún cuando este templo se construía, y a los lados, las armas del fundador, don Iñigo López, que son las de Mendoza sobre una estrella y con la leyenda BVENA GVIA adoptada por los Mondéjar, más las de su mujer doña Francisca Pacheco.

Lorenzo Vázquez, arquitecto en Mondéjar

Aunque no existe documentación que acredite justificadamente la autoría de esta obra, todos los indicios apun­tan a que fue diseñada y dirigida por el arquitecto o maestro de obras de los Mendoza, el segoviano Lorenzo Vázquez. Hasta 1488 estuvo trabajando para el Cardenal don Pedro González de Mendoza dirigiendo el Colegio de Santa Cruz en Valladolid. Al terminar las obras allí, vino a Mondéjar, donde dio las trazas del convento de San Antonio, marchando luego, al llamado de los mismos Condes de Tendilla, a Granada, donde participó como maestro de cantería en la Capilla Real, y posteriormente a Guadix, mas concretamente a La Calahorra, donde diseñó el castillo‑palacio del marqués de Cenete, auténtica joya de la arquitectura civil del primer Renacimiento hispano. Poco después realizaría el pala­cio de los duques de Medinaceli, en Cogolludo, donde le vemos residiendo en 1503.

Los elementos ornamentales y estructurales utilizados por Vázquez en sus obras, y más en concreto en este monasterio de Mondéjar, están tomados de diversos autores italianos. Así, las exuberantes mazorcas o flores rellenas de grano que culminan las portadas del palacio de Cogolludo y de este monasterio, están tomadas del Brunelleschi y de Desiderio. Para Prentice y Kubler, Lorenzo Vázquez debe ser calificado así, como el Brunelleschi español. Sus temas están extraídos de prototipos boloñeses y toscanos, como por ejemplo el uso de los escudos heráldicos en las enjutas, las parejas de delfines y las cabezas de serafines, las cornisas y rosetas de soplo clásico, o las palmetas y veneras tan del gusto del Brunelleschi.

La obra arquitectónica y decorativa de Lorenzo Vázquez, que en este monasterio de San Antonio de Mondéjar pone lo mejor de su saber, está caracterizada por un purismo itálico total, por una importación masiva de estructuras y ornamentos que, años después, y tras la elaboración de otros muchos artistas hispanos, permitiría el nacimiento del primer plateresco español y las sucesivas corrientes del Renacimiento en nuestro país. Es Vázquez, pues, un auténtico precursor, y esta obra suya de Mondéjar prácticamente lo primero que diseña en nuestra tierra.

Antonio Herrera Casado

Cronista Provincial de Guadalajara