Sigüenza y su tanda de obispos

viernes, 9 agosto 1996 0 Por Herrera Casado

 

En días como estos de mediado el agosto, cuando la ciudad mitrada se pone el mejor traje de fiesta, parece conveniente acudir al recuerdo de sus grandezas. No solamente de charangas y gritos vive el pueblo: se mantiene por el sustento de su pasada historia, y en esa riqueza, y en la monumentalidad de sus huellas, encuentra fuerzas para seguir existiendo. Aunque sea en medio de la barahúnda de la fiesta.

Hoy no es mal día, pues, para recordar un fragmento, algunos detalles, de la vibrante historia seguntina. La referencia aunque sea escasa de sus obispos, los que con su nombre, sus trajes vanos, sus acciones duraderas, la hicieron consistente.

Durante muchos siglos, la historia seguntina ha estado marcada por la de sus obispos. Los cinco primeros fueron franceses: Bernardo de Agen, Pedro de Leucata, Cerebruno, Joscelino y Arderico. El obispo, junto con el Cabildo de la Catedral, ejercen el mando espiritual de una amplia y riquísima diócesis, y el señorío temporal de una ciudad cada vez más importante, rodeada de un territorio breve, pero bien fortificado. La diócesis de Sigüenza se extiende en un principio por el bajo Aragón, los valles del Jalón y del Jiloca, hasta el Duero en Osma, y hasta el Tajo por Cifuentes y por Molina. En los siglos siguientes quedará recortado algo, pero el episcopado seguntino siguió estando considerado, durante los siglos medios, como uno de los más ricos, influyentes y anhelados por los que quisieran alcanzar cotas máximas en la carrera eclesiástica. A ello añadía la prerrogativa de ser señor temporal y civil de la ciudad, en la que establecía normas, ejercía la justicia, y nombraba autoridades del Concejo. Incluso, un territorio en derredor era detentado en señorío (como un miniestado dentro de Castilla) habiendo puesto en los primeros siglos una frontera de castillos para defenderlo: la Riba de Santiuste, Pelegrina, Aragosa, la Torresaviñán, eran fortalezas propiedad de los obispos seguntinos, y en algún caso (Pelegrina) siguió siendo utilizada por ellos como lugar de retiro y descanso.

Los Obispos de Sigüenza, señores de la ciudad

Entre los siglos XII al XIX, en que los obispos ejercieron la autoridad, e impulsaron también, en todos los órdenes, el desarrollo de Sigüenza, ocuparon la mitra algunas interesantes personalidades de la vida eclesiástica, política y cultural de la historia de España. Aunque sea brevemente, creo debe hacerse ahora recordación de algunos de ellos, que ostentaron el señorío de la ciudad y su alfoz, así como el gobierno de la diócesis.

Bernardo de Agen (1123‑1152) fue el primero de todos. Repoblador, iniciador de la construcción de la catedral, asentador primero de la ciudad, gran capitán contra los moros, alentador de la cultura en ella, trayendo clérigos franceses y ciertas costumbres o tradiciones de su tierra, como el culto a Santa Librada.

Cerebruno (1156‑1166) nació en Poitiers, acabó la planta de la catedral, y la consagró. Levantó una muralla rodeando a la ciudad alta, dando un impulso enorme a la repoblación.

Martín de Finojosa (1186‑1192) continuó promoviendo la influencia de la cultura gala entre los canónigos seguntinos.

Simón Girón de Cisneros (1330‑1326), canciller mayor de Castilla, realizó amplia tarea legislativa, y aumentó defensa y muralla, promoviendo el desarrollo de la ciudad.

Alonso Carrillo de Acuña (1436‑1447) mezcla genial de eclesiástico, militar y político, intervino activamente en las guerras civiles castellanas del reinado de Juan II, y posteriormente en las alteraciones sucesorias de Enrique IV, llegando a enfrentarse a los Reyes Católicos en la batalla de Toro. Alcanzó también los cargos de arzobispo de Toledo y canciller mayor del reino castellano.

Pedro González de Mendoza (1467‑1495) llamado «el tercer Rey de España» durante el reinado de Isabel y Fernando: se trata de una gran personalidad del Renacimiento español, que ocupó gran cantidad de cargos eclesiásticos y políticos, alcanzando los obispados de Calahorra, Sigüenza, Sevilla y Toledo, siendo primado de las Españas, patriarca de Alejandría y cardenal de la Iglesia Católica con tres títulos, además de tener numerosas prebendas abaciales y de todo tipo, incluso en varios lugares de Europa. Consejero fundamental de los Reyes Católicos, fué canciller del Reino y capitán general de los ejércitos de la Guerra de Granada.

Alentó desde su posición la entrada del Renacimiento italiano en España, tanto a través de las letras como de las artes. Fué un constructor entusiasta de edificios renacientes, y en Sigüenza patrocinó la labor del coro, de un púlpito y terminó las bóvedas catedralicias, dejando su aliento renovador en la construcción de la gran plaza mayor, así como en la renovación completa del castillo, habilitándolo para residencia episcopal.

Bernardino López de Carvajal (1495‑1511), catedrático de la Universidad de Salamanca, embajador en Roma. Aunque nunca estuvo en Sigüenza, se preocupó mucho de los asuntos de la ciudad, ampliándola con nuevos barrios, construyendo nuevas murallas, puertas y fuentes; en la catedral hizo el claustro, y en la Universidad alentó reformas renovadoras.

Fadrique de Portugal (1512‑1532) eclesiástico y político, fué virrey y capitán general de Cataluña. Como hombre del pleno Renacimiento preparó en la catedral hermosas construcciones (el altar de Santa Librada, etc.) y puso retablos, portadas y grutescos por todas las iglesias de la diócesis, dejando en esas obras su escudo de armas como pregón de su magnanimidad.

Fray Lorenzo Figueroa (1579‑1605), constructor también de grandes obras catedralicias, rejas, capillas, mausoleos. En su época tomó la catedral su aspecto definitivo.

Fray Mateo de Burgos (1606‑1611), constructor del retablo mayor.

Fray Pedro González de Mendoza (1623‑1639), arzobispo de Granada y Zaragoza, gran impulsor de las artes, puso las rejas del coro y de la capilla mayor.

Bartolomé Santos de Risoba (1650‑1657), promotor de la cultura en Sigüenza, construyó la nueva Universidad en la ciudad, y alentó todo tipo de estudios, promoviendo asimismo el engrandecimiento urbano seguntino con diversos edificios, colegios y calles.

José de la Cuesta Velarde (1761‑1768), constructor de un nuevo y grande Hospicio, frente a la Universidad.

Francisco Delgado Venegas (1764‑1777), terminó el adorno del exterior catedralicio, poniendo hermosas rejas al atrio.

Juan Díaz de la Guerra (1777‑1801), quizás el mejor obispo que ha tenido Sigüenza, un hombre preocupado no sólo del progreso espiritual sino también material de su pueblo. Pudiera llamársele el «obispo albañil», pues se dedicó a construir obras públicas por todo el ámbito diocesano: puentes, caminos, fuentes, molinos, fábricas de papel, pueblos enteros (como Iniéstola o Jubera) y barrios de nueva planta, modernos y racionales (como el de San Roque en Sigüenza). Puede decirse de él que es el prototipo de hombre de la Ilustración, preocupado por el bienestar completo de su pueblo. El fué quien entregó el señorío civil de Sigüenza a la autoridad estatal.

Memoria de los obispos seguntinos

El paso por las calles y plazas de Sigüenza nos trae constantemente a la memoria estos personajes. Solamente subir al castillo y recorrer los espacios de la planta baja de su Parador, nos ofrecerá tallas de escudos, reposteros de color, bandas y soles en algarabía histórica.

Bajar la calle mayor nos permite ver sobre el frontón de Santiago el escudo de don Fadrique de Portugal, y el paseo por las travesañas, por la calle de la Estrella, por Vilegas o la Alameda, nos deparará continuamente la sorpresa de unas imágenes que no son sino expresión de su poderío y grandeza. En las bóvedas de la catedral, en el suelo de su presbiterio -unas lápidas junto a otras, cubiertas de latines- y en los oscuros rincones de sus enjutas, la silenciosa voz de sus talladas armerías nos entrega la memoria de esta historia densa. La de Sigüenza y sus obispos.