Recuerdos alcarreños en Toro (Zamora)

viernes, 28 junio 1996 0 Por Herrera Casado

 

Todavía andaban verdes los campos de Castilla esta primavera cuando viajé por las tierras más occidentales y bajas de la meseta, por las orillas del Duero cuando frontea con Portugal. El Congreso Nacional de los Periodistas y Escritores de Turismo tuvo este año su 19ª edición al estilo antiguo, como las Cortes de siglos pasados: cada noche la pasamos en un castillo o en un monasterio diferente (milagro de los Paradores Nacionales, que dan cobijo hoy a los villanos ó pecheros con tal que aporten su pequeña alcabala…).

Llegamos a Toro un día, y allí se me despertaron los recuerdos alcarreños como en ningún otro sitio. Desde la barbacana que rodea a la grandiosa Colegiata, -recién restaurada e inaugurada hace unos días por doña Sofía de Grecia, la esposa del Rey-, se divisa un hermoso panorama del río Duero en ancha vega, con un puente que, allá abajo, lo cruza, y con una campa inmensa a la que llaman «Peleagonzalo» y que es donde dicen que se dio, el primero de marzo de 1476, la famosa batalla de Toro que terminó con las apetencias que Alfonso V el Africano, rey de Portugal casado con Juana la Beltraneja, tenía sobre el trono de Castilla, del que se consideraba propietario por considerar a su mujer legítima heredera.

Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, reyes de ambos territorios y primeros que unieron en un Estado único a la Península entera, le combatieron al portugués. Poco tiempo antes había entrado en Castilla adueñándose de Zamora y de Toro, en la orilla derecha del Duero. Los Reyes Católicos no estaban dispuestos a permitírselo y le hicieron guerra. En ella, como en tantas otras circunstancias, contaron con sus más leales servidores, los Mendoza de Guadalajara. A propósito de esta batalla que hace pocas semanas levantaba, in situ, mis recuerdos, dice Hernando del Pulgar, cronista de los Reyes, que una vez sabido cómo el monarca portugués se había hecho dueño de Toro y Zamora, acor­daron llamar a todos los caballeros e gente de armas de caballo e de pié de sus Reynos… los quales… vinieron con la mas gente que pudieron e las cibdades e villas embiaban a sus costas gentes de caballo e de pié… Fueron con el Rey en aquel juntamiento el Cardenal de España don Pedro González de Mendoza… don Diego Hurtado de Mendoza duque del Infantadgo hermano del Cardenal… e don Iñigo Lopez de Men­doza conde de Tendilla, e don Lorenzo Suarez de Mendoza conde de Coruña hermanos del Cardenal, e don Pero Fernández de Velasco conde de Haro… e don Diego Hurtado de Mendoza obispo de Palencia (hijo del conde de Ten­dilla…); y aún particularizando más, Francisco de Medina y Mendoza dice que fue el Cardenal con mucha gente e iba él en persona y por capitan della, y de una compañía de gente de a pié de Guadalajara don Lorenzo Suarez de Figueroa conde de Coruña su hermano.

En aquel batallar, cuando Castilla entera ardía en ímpetu guerrero contra los portugueses, y en el «Real de Toro» o gran campamento puesto en las orillas del Duero esperando el momento de la conquista, mediado julio de 1475, se inició una historia que dio mucho qué hablar en Guadalajara: en ese lugar los Reyes Católicos extendieron el documento original en el que concedían el título de duque del Infantado a don Diego Hurtado de Mendoza segundo marqués de Santillana.

Todo esto pensaba yo asomado a la barbacana de la Colegiata de Toro. Poco después, haría como el Cardenal, el primer duque del Infantado, el conde de Tendilla y tantos otros hicieron en marzo de 1476: pasé a visitar el inmenso templo que preside con sus ábsides su torre y su gallonado cimborrio el caserío de Toro, cerca de Zamora, lugar hermoso y evocador donde los haya, aunque toda Castilla-León es un vergel de monumentos y lugares donde mirar arte y evocar historias. Pasear por Toro nos permite enseguida darnos cuenta de que se trata de un lugar lleno de historia. En cada esquina surge el arte, cuajado en monumentos religiosos y civiles. La villa entera fue declarada Conjunto Histórico Artístico en 1963.

La Colegiata de Toro

Si tantas cosas hay en Castilla-León que puedan al viajero dejar sorprendido y con el alma en vilo (Salamanca de noche, Segovia a plena luz, Ávila entre penumbras, las tres ciudades declaradas Patrimonio de la Humanidad), la Colegiata de Toro es un lugar donde se ven cosas únicas, irrepetibles por todo el territorio hispano. Es el mejor y más grandioso ejemplo de la arquitectura románica zamorana. Construida entre los siglos XII y XIII, ofrece una bella visión llena de equilibrio en sus volúmenes y rematada en su original cúpula. Su más característico elemento es el llamado Pórtico de la Majestad, la principal de sus puertas, orientada al poniente, que mantiene aún su original policromía sobre la piedra cuajada de figuras y escenas bíblicas. Su empaque es absolutamente catedralicio, y al parecer inició su edificación gracias al empuje del Rey de Castilla Alfonso VII. Tiene fábricas románica pura y gótica. En la cabecera, los tres ábsides dejan destacarse al central de ellos, que presenta dos cuerpos: el inferior, de arquería ciega, y el superior, de ventanas columnadas. Su portada principal, orientada al norte, es románica, con arco interior lobulado y tres arquivoltas sobre seis grupos de triple columna con capi­teles esbeltos y muy historiados. Las arquivoltas ofrecen densa iconografía de ángeles, bloques vegetales y reyes músicos centrados por un Cristo con libro, una Virgen y San Juan. La otra gran portada, increíble para quien no hubiera oído hablar antes de ella, orientad a occidente, (el Pórtico de la Majestad que antes mencioné) es un conjunto porticado compara­ble al de la Gloria en Santiago, pero en estilo gótico. De sus siete arcos puntados, el mayor se centra en la figura de Cristo Juez discriminando justos y réprobos. Los resucitados surgen de sepulcros verticales al sentido del arco. Con la cámara capté algunas figuras, mínima expresión de la belleza moviente, sonora y espléndida que allí se alza. El pórtico se abre, a cada lado, en cuatro estatuas de ángeles y profetas bajo doseles y sobre columnas cuyos capiteles, robustos y fabulosos, evidencian la transición al concepto gótico de la ornamentación.

El interior de este templo es colosal en dimensiones, en espacios, en proporciones. La elegancia del románico se mezcla con la elevación del gótico. Columnas adosadas a pilares, capiteles ricamente ornamentados, bóvedas con nervaturas valientes… todo ello se remata con los enterramientos de nobles en el presbiterio, y con ese cuadro que es joya máxima de su sacristía, la «Virgen de la Mosca» en el que una Reina Isabel parece conversar con la Virgen, mientras una diminuta y perfecta mosca se posa sobre la seda de la reina.

Una visita obligada a Toro

Evocación de batallas en las que los alcarreños dieron lo mejor de su valentía, Toro ofrece además múltiples edificios monumentales (iglesias románico-mudéjares, conventos góticos con retablos berruguetescos, palacios como el del marqués de Santa Cruz de Aguirre (Palacio de las Leyes) en los que la piedra y el ladrillo, la madera tallada y la pintura se alzan en sinfonía continua. No pares, viajero por España, en más sitios que en Toro, donde una tarde entera emplearás en ver monumentos, en recordar hazañas, y hasta en paladear un vino que se codea con los mejores de España, el tinto de Toro que supone fragancias y densidades hechas con la esencia de la uva. Alturas sobre el Duero, atardeceres de oro… un coro de recuerdos sobre la silueta de Toro.