Una Guía para un Viaje

viernes, 7 junio 1996 0 Por Herrera Casado

 

Cincuenta años después, el viaje que Camilo José Cela emprendió por tierras de la Alcarria de Guadalajara se ha transformado en una especie de epopeya que merece conmemoración y hasta discursos. Placas descubiertas, bandas de música y un mercadillo de artesanía en la plaza mayor de Torija. La gloria de Camilo José Cela, adquirida después de aquel viaje, y gracias a méritos propios y largas horas de estudio, y de escritura (detrás de un hombre de éxito, y al contrario de lo que se dice por el común de las gentes, no suele haber una mujer maravillosa, no la hay casi nunca; lo que hay son muchas horas de trabajo, mucho esfuerzo y mucha renuncia) parece ahora extenderse por todo aquello que rodea su figura monumental. Cela es ya otro monumento de la Alcarria, y como a tal hay que darle culto, hablando de él cuando genera aniversarios.

Cómo fue el viaje y cómo saber de él

El jueves día 6 de junio, ayer mismo, se ha cumplido el medio siglo de la salida de Madrid rumbo a la Alcarria de un joven escritor, larguirucho y flaco, que se montó en un tren madrugador que salió de Atocha y se plantó un par de horas después en la calle mayor de Guadalajara, donde compró un periódico en «La Alcarreña», una testera de mula en Casa Montes, dejó el equipaje en el bar del Hotel España y se fue hasta el palacio del Gobierno Civil donde fue recibido por el Gobernador de entonces, don Juan Casas. A la vuelta se compró una caja de bizcochos borrachos. Nunca llegó a aclarar Camilo qué hizo con ellos: supongo se los comería inmediatamente, porque unos bizcochos tan típicos, en plena canícula, no aguantan fuera del frigorífico más de unas pocas horas…

Siempre generó la enjundia de este viaje muchas disquisiciones. Que si fue sólo o acompañado. Que si lo hizo de una vez o en varios viajes. Que si fue en junio o en septiembre… la verdad es que hoy no queda la más mínima duda de esta cuestión conceptual. Un libro maravilloso, complemento ideal del «Viaje» celiano, aparecido hace un par de años, y escrito por el principal estudioso de Cela y de su obra, Francisco García Marquina, aclara todas estas dudas. En su «Guía del Viaje a la Alcarria» Marquina nos refiere cómo fue un jueves 6 de junio (de 1946) que Cela salió muy temprano de su casa de la calle Alcalá (digo «su casa» y me sirve para los dos: conozco el secreto de que, en su primera infancia, Marquina vivió en el mismo edificio que Cela, en Madrid) y llegó hasta Guadalajara. Y luego, a lo largo de casi 300 páginas, amalgamado con fotografías auténticas, obtenidas tras complicadas investigaciones, va presentando a los personajes que dieron vida al relato de Cela, todos los avatares del camino, y muchas cosas que, o porque no se acordó al escribirlo, o porque se las guardó para más tarde, le ha ido contando el Premio Nobel al biógrafo/amigo/vecino.

Hay un área especial en este libro de García Marquina, que desvela secretos a raudales, y pone información rigurosa sobre la mesa. En esta ocasión de medio centenario es especialmente de agradecer: son las páginas 13 a 40 en las que surge el llamado «Preámbulo para estudiosos». Allí nos cuenta Marquina cómo escribió, sobre un cuaderno de pastas de hule, Camilo sus notas rápidas. Escuetamente nombres, fechas, fogonazos de visión. Fotos instantáneas que luego se dorarían a la lumbre de su despacho y de su pensar. También sabemos del mapa-guía Michelín que, como los italianos de Francisci, llevaba el escritor como guía la más segura. Y de todas las anécdotas surgidas en el transcurso del viaje y después. Cela anotaría en su cuaderno de hule, tras pasar por Brihuega, donde dedica a Julio Vacas sus páginas más impresionantes: «un ropavejero bizco me dedica dos libros». Cuando años después, concretamente en mayo de 1948, apareció por fin editado en forma de libro este «Viaje a la Alcarria», la familia de Julio Vacas se molestó mucho por lo que decía de este personaje de los soportales briocenses. Se enfadaron algunos más, pues concretamente don Francisco Layna Serrano, polemista contra todo y contra todos, le reprochó a Cela dar una imagen tan triste y tenebrosa de su tierra. Esa polémica quedó zanjada por plumas bien cortadas que sabían lo que había detrás de aquella humilde edición de «Revista de Occidente»: todo un libro antológico, algo que recibiría un día el homenaje que ayer, en loor de multitudes, recibió en Torija. Antonio Fernández Molina publicó en NUEVA ALCARRIA, el 11 de septiembre de 1948, una breve crítica sobre esta edición, titulándola «Un libro interesante sobre la Alcarria». Y poco antes, el primero de mayo de ese año 48, Benjamín Arbeteta también expresaba en estas mismas páginas  su opinión positiva en «El viajero y la tierra». Solamente algunos han quedado todavía pensando que esta obra le hizo más mal que bien a nuestra tierra, y así hubo alguien que, en enero de 1989, poco después de recibir Cela el Premio Nobel, decía en estas páginas de Camilo que «…donde quiera que puso el pie, puso la saña maldiciente…».

Camilo José Cela preparó el Viaje a Guadalajara y su escritura a instancias y con el ánimo de algunos intelectuales de esta tierra que, amigos suyos por entonces, le dijeron que aquí había «materia» para su bien cortada pluma. Fueron estos mentores José María Alonso Gamo, el gran poeta de Torija; Benjamín Arbeteta; y Alfredo Domínguez, músico, hijo de don Severino, el médico de Budia. Gracias a ellos, porque todo esto que hoy celebramos pudo alcanzar su parto.

Un parto que no fue solitario. García Marquina documenta a la perfección el Viaje celiano. Lo hizo de un solo tirón, entre el 6 y el 15 de junio de 1946. Podría dividirse en cuatro fragmentos, pero solo porque en dos de ellos, el segundo y el cuarto, los hizo acompañado de Karl Wlasak y Conchita Stichaner, los fotógrafos que contratados por el periódico «El Español» tenían como misión retratar a Cela en su empresa andariega, y adornar con fotos la publicación en fascículos de esta obra en dicho semanario. Salió a malas Camilo con los editores de la publicación, y al final fue «Revista de Occidente» la editorial que se llevó el gato al agua, publicando esta obra por primera vez, en forma de libro, en mayo de 1948.

Valores que no deben olvidarse

En los últimos años, al compás de la fama efervescente de Cela (el Premio Nobel, el cambio de pareja, las fiestas rimbombantes a la orilla del Henares) se ha ido desvirtuando un tanto su obra. Él mismo colaboró a ello montando en globo, paseándose por los pedregales de la Alcarria en un Rolls conducido por una choferesa negra, y dejando que la Diputación regalara camisetas con su firma estampada en la pechera. Adornos innecesarios para lo que es una de las cumbres de la literatura hispánica de este siglo, y de todos los siglos. El libro «Viaje a la Alcarria» de Camilo José Cela es un libro hermoso, un libro que cualquiera puede leer con deleite, porque es ameno, y con emoción, porque está plagado de seres humanos auténticos. Un libro que cuenta cómo era esta tierra nuestra hace cincuenta años (hoy, por suerte, está cambiada, y quien no sepa asumir la historia, que se vaya). Un libro que ha permitido, tras medio siglo de su propio y solitario batallar, que la Alcarria sea un referente literario en España. Son estas, y tantas otras cosas, las que los alcarreños de hoy, y los que vengan detrás, debemos a Camilo José Cela, que es para que sin rubor y respeto ajeno nos arrojen ante él y nos lleven a gritarle: ¡Gracias, don Camilo, por esta obra! ¡Gracias siempre por habernos retratado con su mano certera! ¡Nos hace felices ser alcarreños, después de haber leído el viaje a la Alcarria, y ahora poder decírselo! ¡Gracias siempre…, don Camilo!