Palazuelos de Sigüenza, un recuerdo vivo del marqués de Santillana

viernes, 8 marzo 1996 3 Por Herrera Casado

 

Estos días ha sido noticia la villa amurallada de Palazuelos. Las lluvias pertinaces, generosas y ansiadas de este invierno, han calado de tal modo por tierras, sierras y burgos, que en Palazuelos se ablandaron los terrenos donde desde hace cinco siglos se alzaban las murallas de la villa, y una parte de ella se ha venido abajo, desmoronada. Autoridades y pueblo, de mancomún, están trabajando y moviéndose para que en un plazo lo más breve posible vuelvan a levantarse en su primitivo aspecto. Mejor si es posible. No estará de más, por tanto, que hoy recordemos, en este baúl de las añoranzas provinciales, la historia y la presencia de este lugar encantador y único de nuestra tierra.

Historia de un pueblo y su muralla

Cerca, muy cerca de Sigüenza, recostada sobre la suave ladera que da vistas al amplio valle donde nace el Salado, aparece la villa de Palazuelos como una permanente sugerencia a ser visitada, vivida aunque sea unos instantes con la fuerza de la evocación y el misterio. Es Palazuelos una de las pocas villas que en España se conservan totalmente amuralladas, con las defensas primitivas que tuvieron en la Baja Edad Media. Ello le confiere una peculiar y neta apariencia de burgo medieval, y al viajero que la visita le supone un inesperado goce recorrer su entorno ‑murallas y torres, castillo y portones‑ en singular mezcolanza.

Como un breve apunte histórico antes de dirigirnos hasta su fortificada presencia cualquier domingo de esta cercana primavera, cabe recordar que esta historia se engarza a la de los múltiples señores que durante siglos la poseyeron. Tras la reconquista perteneció a la Tierra y Común de Atienza. Poco después, el Rey Alfonso X el Sabio se la donó a doña Mayor Guillén, junto a las villas de Cifuentes y Alcocer. Esta señora se la dejó en herencia a doña Beatriz que llegó a ser reina de Portugal, y ésta a su vez se la transmitió a su hija doña Blanca, abadesa del monasterio de Las Huelgas, en Burgos. Esta lo vendió al infante don Pedro, hijo de Sancho IV, y de este pasó, también por venta, en 1314, al obispo de Sigüenza don Simón Girón de Cisneros. De ser parte del señorío episcopal de Sigüenza pasó en el siglo XIV en su segunda mitad, a la casa de Mendoza. En 1380, figura incluido entre los bienes del mayorazgo que don Pedro González de Mendoza funda a favor de su hijo Diego Hurtado, futuro almirante de Castilla, de quien pasó, en 1404, a su hija doña Aldonza de Mendoza. Su hermanastro, don Iñigo López, primer marqués de Santillana poseyó y comenzó a levantar su castillo y murallas, dejándola a su hijo don Pedro Hurtado de Mendoza, adelantado de Cazorla, quien prosiguió y concluyó las obras.

Después permaneció varios siglos en esta familia mendocina, en la rama de los duques de Pastrana, hasta la abolición de los señoríos. Tras la subasta hecha por el Estado en 1971 de muchos de sus bienes patrimoniales, han vuelto a propiedad particular «el castillo y las murallas» de Palazuelos. Don Luís Moreno de Cala, apasionado de las construcciones antiguas, y con posibles suficientes para cuidarlas y mejorarlas, se hizo con ella.

Visita al monumento

La muralla rodea el pueblo en todo su perímetro, excepto en muy leves trozos derribados, y de otros ahora derrumbados. Se refuerza en ocasiones con cubos y torreones, y en ella se abren cuatro puertas, consistentes en gruesos torreones de planta cuadrada con cubos en las esquinas, a los que se penetra por uno de sus muros, bajo arco ojival, y se sale hacia el pueblo por otro diferente y lateral. Es el clásico sistema de «acceso en zig‑zag» tan propio de la Edad Media para la mejor defensa de las fortalezas, y que los Mendoza utilizaron en casi todas sus construcciones. En algunas de las puertas se ven, desgastados, los escudos de los Mendoza y Valencia, correspondientes estos últimos al matrimonio del adelantado de Cazorla, don Pedro Hurtado de Mendoza, con doña Juana de Valencia.

El castillo se alza inserto en la muralla, en su costado noroeste. Le rodea una barbacana baja, a la que se penetra desde la villa por una puerta que tuvo puente levadizo, y está escoltada de dos desmochados torreones. El recinto interior tiene un paseo de ronda, y en su centro está el cuerpo principal, que consta de un edificio alto, cuadrado, herméticamente cerrado y rodeado de dos cubos en las esquinas y gran torre del homenaje adosada al muro de poniente. La entrada a este recinto interior está en el dicho muro occidental. Por ello vuelve a repetirse el sistema zigzagueante de acceso en el caso de este castillo. Su época de construcción data del siglo XV, en su segunda mitad, y podemos atribuirla a los impulsos de don Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, y su hijo don Pedro Hurtado.

En el interior de la medieval villa, el visitante puede admirar el edificio de su iglesia parroquial, que está dedicada a San Juan Bautista. El edificio primitivo es construcción del siglo XIII, pues se trata de un ejemplar románico muy sencillo. La espadaña triangular es también de esa primera época. Pero lo más importante de la edificación es obra del siglo XVI. En el interior del templo destaca el retablo principal, barroco, con varios lienzos estimables, entre ellos una representación de Santa Águeda. En la sacristía se conserva una buena cruz parroquial, del siglo XVIII, y varias insignias de antiguas cofradías.

En la plaza Mayor, amplia y con buenos ejemplares de arquitectura popular, así como decoraciones esgrafiadas en sus portadas, se ve ya reconstruida la picota, que consta de columna cilíndrica y remata en gran bola. Por las calles del pueblo se ven todavía grandes casonas, unas de aspecto rural de la zona, con graciosos esgrafiados, dibujos geométricos y zoomórficos y frases alusivas al dueño y a la fecha de construcción, predominando las realizadas en el siglo XIX; otras, presentan sobre sus portalones adovelados los tallados escudos de sus poseedores. Frente a la iglesia, la antigua casa‑curato, con el jarrón de azucenas y el par de llaves, formando emblema.

Un encanto y una magnífica ocasión de trasladarse, aunque sea con la imaginación solamente, a tiempos pretéritos, medievales y remotos. Una idea que surge, al ver tanta maravilla y su mal estado actual: ¿es tan difícil ponerse de acuerdo unos y otros [propiedad particular y autoridades culturales de la Junta y/o del Estado] para restaurar debidamente, de una vez para siempre, esta maravilla que nos ha legado el devenir histórico de nuestra hoy dormida y silenciosa tierra?

De momento, lector amigo, lo mejor que puedes hacer es irte hasta allí (en ese turismo doméstico de fin de semana, de mañana de domingo, al que te invito) y comprobar por ti mismo esto que digo. A ver qué opinas.