De botargas, diablos y ruidos invernales

viernes, 2 febrero 1996 0 Por Herrera Casado

 

Fiestas de invierno

El folclore de nuestras tierras castellanas, a la chita callando (aunque algunas veces con más ruido que otras) es variadísimo y en cada época tiene una manifestación que permite ser vivida, gozada, participada por quienes la alimentan. En estas fechas (calendas podrían decirse, porque las centra la festividad de hoy, la Virgen de la Candelaria) surgen como pequeñas explosiones de color y alegría, enmedio de los campos húmedos y verdeantes, entre las escarchas tímidas de las vaguadas, al sol tímido de los mediosdías, las fiestas de las botargas, que cada año son nuevas para muchos ojos, aunque todas tengan siglos de rodadura y cencerradas.

Especialmente en los pueblos de la campiña del Henares y primeras estribaciones de la Somosierra guadalajareña, mantenidas desde decenios inmemoriales, o recuperadas dignamente en años recientes, en este fin de semana aparecerán fiestas que son auténticos vestigios arqueológicos. Ya hubo en Valdenuño Fernández, los primeros días de enero, la fiesta del Niño Perdido, y hace poco en Robledillo, en Montarrón y Mazuecos, a San Sebastián y a la Virgen de la les ha rodeado el alegre zumbar de campanillas y músicas botarguiles. En plena euforia del «renacer festivo» de la naturaleza estamos.

En este fin de semana que nos llega, oportunidad no faltará para enfrentarse a otras magníficas imágenes: las de botargas, diablos y cofradías subiendo y bajando los montes con su casi mitológica cargazón de carreras, de gestos, de porras talladas y gritos a la Virgen.

Las botargas de la Campiña y Serranía de Guadalajara son sin duda herencia directa de los días prehistóricos, de las reuniones tribales, basados en un concepto más vitalista de su uso y repetición que el meramente festivo que hoy se da: los ritos propiciatorios están en las botargas serranas de Retiendas, de Arbancón, de Montarrón o Beleña; en la carrera onírica del monstruo de Peñalver, que no deja rincón sin hurgar ni cara sin sorprender, con su tintineo de botarga en trance; o, por tirar algo hacia el Sur, y llegar hasta el límite meridional de las Alcarrias, en tierras que fueron en su día propiedad del Cardenal Mendoza y de la Princesa de Éboli, en Almonacid del Marquesado, en la provincia de Cuenca.

La botarga de Retiendas

Fiesta curiosa es la que en Retiendas se celebra en honor de la Virgen de la Candelaria, aunque ahora se traslada al primer domingo de febrero (este año solo se desplaza dos días, de hoy viernes, al domingo). Entre los secos brazos de los robles y el manto blanco de la nieve en las laderas del Ocejón, Retiendas se muestra como siempre, junto a la barrancada rojiza, con una sola calle abierta en canal. Por ella se saca en procesión a la imagen de la Candelaria, sobre andas a hombros de aquellos que pujaron más alto en la subasta previa. Delante de la Virgen, va bailando  la botarga: traje de paños multicolores, careta de diablo, cachiporra y castañuelas, con un buen nudo de cencerros en la espalda. Da brincos y hace sonar las latas, y solamente dice «Viva la Virgen Santísima» delante de la imagen, sin darla nunca la espalda. Al regreso de la procesión, dentro del templo baila la botarga y suena el tambor. Los que llevan las andas se arrodillan tres veces con la imagen sobre los hombros, y la gente arroja monedas sobre ellas. La función de la botarga sigue pasando por las casas a coger chorizos y pidiendo dineros a las gentes. Luego se deja caer por un terraplén, mientras los chicos del pueblo apedrean un «pajarito» o dulce típico puesto sobre la cachiporra de la botarga.

Todo es color, dulzor y añoranza en esta fiesta. Van los de siempre, los hijos del pueblo, algún curioso que aún no ha visto nunca una botarga en su salsa, en medio de las calles alborotadas de un pueblo habitualmente vacío.

La endiablada de Almonacid del Marquesado

En la extremidad suroccidental de la provincia de Cuenca, en la comarca que llaman Mancha Alta, y que en realidad es continuación sin fronteras de la última Alcarria, la que ve contenidas en sus barranquillas y cerretes los portentos monumentales de Uclés y Segóbriga, asienta un pueblote grande y llano, Almonacid del Marquesado, que comulga con la tierra de Guadalajara en un par de cosas: en lo de Almonacid, el nombre de origen árabe que significa «la huerta del señor» y que también junto al Tajo tenemos uno en nuestros límites provinciales. Y en lo del Marquesado, porque se refiere al de Almenara, aquel que tuviera su cabeza en lo alto del castillo de La Puebla, y que levantado por los caballeros santiaguistas pasó en el siglo XV a poder de don Pedro González, el poderosísimo Cardenal Mendoza, y luego por vía de su segundo hijo, el príncipe de Mélito, hasta la princesa doña Ana de Mendoza y de la Cerda, la tuerta de Éboli. Estamos (estaremos, si vamos) como en propia casa.

Y es también casualidad que haya allí, hoy viernes y mañana sábado, una tremenda fiesta que es única en todo el ámbito manchego, una «endiablada» suprema en la que salen a la calle decenas de botargas armadas de cachiporras talladas, sonoras de cientos de grandes cencerros, y ataviadas con el multimillonario arco iris de todos los colores del mundo.

Esta fiesta que así se titulada, «La Endiablada de Almonacid», es única en la Mancha, e incluso en dicho pueblo piensan que es única en el mundo. Para cualquiera que llegue desde Guadalajara, y ese día haya visto el rito de Retiendas, o recuerde los colores y sonidos de Aleas, de Beleña, de Montarrón y Valdenuño, se dará cuenta que no es sino una reproducción de estas, aunque -eso sí- a tamaño monumental, casi operístico y multitudinario.

Porque la fiesta de los diablos de Almonacid del Marquesado se celebra dos días seguidos, y en ella intervienen decenas de participantes, todos igualmente ataviados con camisas y pantalones de vivos colores, enormes cencerros atados a la cintura, cachiporras en las mano y un gorro, que el día de la Candelaria es cilíndrico, rojo, coronado de flores, y el día de San Blas (mañana sábado) será en forma de mitra episcopal, en recuerdo del oficio del santo abogado de los males de garganta.

El momento cumbre de la fiesta, en ambos días, es la procesión que tiene lugar a lo largo de la mañana. Los diablos, en dos filas a lo largo de la calle, forman delante de la imagen. Algunos de ellos llevan máscaras, pero aún sin ellas conservan la porra tallada y rematada en alguna figura monstruosa, que agitan en sus manos. A lo largo del desfile, y en torno a la iglesia, se viven unos momentos de extraordinaria tensión y signifi­cado incomprensible: uno de los diablos, en cualquier momento, arranca en veloz carrera hacia la imagen, con los brazos extendidos, en una especie de súplica u ofreci­miento; del enorme grupo, unos le siguen y otros no con lo que se forma una rueda, que en danza sonora y convulsiva llega a alcanzar los límites del paroxismo. Colorismo y ruido ensordecedor tintan de única y estremecedora esta fiesta de Almonacid, que se repite luego, en el interior de la iglesia, durante la misa. El espectáculo se com­pleta con una serie de danzas en la plaza, hoy a cargo de mujeres, quizás para compensar el hecho de que sólo los hombres pueden formar parte de esa tremenda e impresionante Endiablada.

En marcha pues, y a la sierras de Guadalajara o a la Mancha conquense, este fin de semana será una ocasión propicia para contactar con esa corriente perdida y sin embargo viva de la tradición, del folclore más genuino, el de las botargas y los diablos rodando por las calles.