250 años de Goya: la Alcarria también lo celebra

viernes, 26 enero 1996 0 Por Herrera Casado

 

Este año que ahora comienza, el de 1996, será el año Goya en todo el territorio hispánico. Uno de los sujetos más inteligentes, originales y personales que han surgido de la larga y densa historia española. Aragonés de hondas raíces, de expresión genuinamente mañica, pero universal en su pensamiento y quehacer, Francisco de Goya y Lucientes tendrá en este año su cumplido homenaje y recuerdo. Y no sólo en Aragón. También en Castilla, y aquí, en Guadalajara, porque existen razones que lo piden con merecimiento.

Goya, de paso por Guadalajara

Poco sabemos del paso de Goya por Guadalajara. Estamos ciertos de ello, sin embargo. En sus múltiples viajes de Zaragoza a la Corte, y viceversa, Goya pasaba por el Camino Real de Aragón, unas veces por la alta meseta de Torija y Algora; otras por el riente valle del Henares, a través de Guadalajara, Jadraque y Sigüenza. La sospecha de un cierto alcarreñismo «de refilón» para Goya nos la aporta precisamente su entronque con Jadraque. En el año 1808 sin duda estuvo allí. Viajó de Madrid a Zaragoza, acompañado del pintor alcarreño Gil Ranz, para cumplir un encargo del general Palafox. En esos momentos, don Melchor Gaspar de Jovellanos se encontraba asilado en la casona de su amigo el ilustrado don Juan Arias de Saavedra, en pleno centro de Jadraque. Y con Jovellanos se encontraba su fiel secretario y amanuense, el también asturiano Manuel Martínez Marina. ¡Vaya corte de cinco genios, los que la suerte juntó aquel verano de 1808 en la villa de Jadraque! Ilustrados e ilustradores, hablaron entre ellos de lo divino y lo humano. Arias de Saavedra había dado cobijo en su palacio al perseguido Jovellanos. Este leía, pensaba y escribía, preparando modos de gobierno ideales; su secretario Manuel Martínez Marina tomaba apuntes y esbozaba en las paredes de una saleta abierta al jardín los futuros dibujos en los que el castillo de Bellver, cazadores y pescadores quedarían eternizados con sabia mano. Francisco de Goya, batido en tantas calamidades, sordo recio y sapientísimo pintor, tan amigo de Jovellanos que años antes, en 1798, le había hecho el único retrato de cuerpo entero que se le atribuye. El que acompaña estas letras. Y Gil Ranz, joven entonces, con los ojos bien abiertos, en un sueño metido.

Los estudiosos de Jovellanos, de la Ilustración en la Alcarria, de Jadraque y de tantas cosas nuestras, Margarita del Olmo y Emilio Cuenca, pensaron en su día que pudiera haber sido Goya mismo quien pintara los frescos de la «saleta de Jovellanos» en Jadraque. Al menos, que algún rasgo de su genial mano dejara en aquellos muros.

Sea como sea, ahí tenemos el dato: un año, 1808, y cinco personajes (Goya, Jovellanos, Martínez Marina, Gil Ranz y Arias de Saavedra) juntos en la casona principal de Jadraque. Motivos más que suficientes para decir que este año, el de 1996, es también el «año Goya» aquí, en Guadalajara. Que algún retazo de su impresionante trayectoria humana y artística quedó cosido al delantal severo y alegre a un tiempo de la Alcarria.

Goya, un apunte breve de su vida

Este es el año de Goya porque nació, el 30 de marzo de 1746, en Fuen­detodos (Zaragoza), hace ahora 250 años. Hijo de José Goya, maes­tro dorador de retablos, inició su formación como pintor en Zaragoza con José Luzán. En 1763 participa en Madrid en el concurso convocado por la Real Academia de San Fernan­do para las pensiones de Roma, que no obtie­ne, como le ocurrirá en 1766. Pero en abril de 1771 consta que está en Roma, desde donde envía a la Academia de Parma un cuadro con el tema de Aníbal cruzando los Alpes. En octubre de ese año volvió a Zaragoza donde pintó La gloria del nombre de Dios para la Basílica del Pilar. De estos años son otras pinturas religiosas en Muel, en el Palacio de Sobradiel de Zaragoza y en la Cartuja de Aula Dei. En 1773 casó en Madrid con la zaragozana Josefa Bayeu, lo que facilitó su trabajo en la Corte, gracias a la influencia de Francisco Bayeu. Es entonces cuando inicia la gran serie de cartones para tapices que habrían de colocarse en las habitaciones reales de El Escorial y El Pardo, y que le tendrían ocupado hasta 1792.

Tras ingresar en la Real Academia de San Fer­nando, es nombrado pintor de cámara en 1789. En esos años hace las pinturas de dos bóvedas en el Pilar de Zaragoza, y el San Bernardino de San Francisco el Grande, terminado en 1784. Es entonces cuando inicia su etapa como retra­tista, realizando numerosas obras, entre ellas el del Conde de Floridablanca; el de la Familia del infante Don Luís; el de Los duques de Osuna y su Autorretrato pintando de la Aca­demia de San Fernando. Tras su enfermedad en Cádiz, de la que queda sordo, en 1793, Goya presenta un profundo cambio en su modo de realizar el arte. Su amor, no correspondido, por la duquesa de Alba, y los trasiegos de la Guerra de la Independencia a partir de 1808, le hacen sentirse mucho más crítico, insistiendo en la caracteriza­ción humana del retratado más que en su posición social. Son obras magistrales de esa temporada el retrato de la Condesa de Chinchón; el de la Duquesa Cayetana de Alba, este de Jovella­nos  del Museo del Prado, cuya copia magnífica vemos hoy en Jadraque; el de Godoy, y los retratos reales, como el famoso de La Familia de Carlos IV de 1808. Como pintor religioso decora la Santa Cueva de Cádiz, y el magnífico conjunto de San Antonio de la Florida. Su nuevo sentido crítico se hace especialmente evidente en obras como El entierro de la sardina, en la Academia de San Fernando, y en La casa de Locos del mismo Museo, más la serie de grabados de Los Caprichos, universalmente aplaudida. Durante la Guerra de la Independencia Goya permanece en Madrid, colaborando con los franceses. Realiza la serie de gra­bados de Los desastres de la Guerra y algunos excelentes retratos fe­meninos. En 1814 recibió el encargo de dos obras especialmente famosas: La lucha del Dos de Mayo en Madrid y Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío, que anticipan el expresionismo pictórico insertándose en la idea de los horrores bélicos. Tras la Guerra, compuso su tercera serie de grabados, La Tauromaquia, y en marzo de 1819 adquirió la Quinta del Sordo, para la que pintó su gran serie de pinturas negras, claramente anticipadoras de algunas características tendencias de la pintura contemporánea; son realmente expresivas de la genialidad de Goya, y están trazadas de acuerdo a un programa iconográfico en el que se destacan los poderes sobrenaturales. En mayo de 1824 se trasladó a Burdeos, exiliado, residiendo allí los últimos años de su vida. Murió el 16 de abril de 1828.

Un artista de cuerpo entero, que Aragón dio a España, y España al mundo. Un genio que también por Guadalajara dejó huellas, recuerdos, susurros apenas, pero lo suficiente como para desde estas páginas evocarle y animar a todos a encontrar en él nuevas sensaciones.