Un centenario más: el del monasterio cisterciense de Buenafuente del Sistal

viernes, 20 octubre 1995 1 Por Herrera Casado

 

En este año de 1995 se cumplen los setecientos cincuenta años en que por las alturas de la Buenafuente del Sistal, allá entre los acantilados del Alto Tajo y sus aledaños bosques de sabinas, se constituyera la comunidad de monjas cistercienses que hicieron posible entre los abades de Santa María de Huerta y los obispos seguntinos. Aunque en esto de los centenarios a fecha exacta siempre queda un resquicio para la interpretación y el afine, no cabe duda que en Buenafuente se han colmado de sobra las expectativas de larga duración, de casi eterna vida a una comunidad religiosa que con la misma estructura que hace más de siete siglos, y con el dinamismo propio del mundo actual, pervive lozana y cada día más próspera y alta en el espíritu. Vayan aquí unas pinceladas de recuerdo a su historia y la monumentalidad de este conjunto de edificios, porque se lo merece.

Breve historia de la Buenafuente

En el término de Villar de Cobeta, y aislado en un valle que se escolta de sabinares y sierras, se encuentra el antiguo monasterio de la Madre de Dios de Buenafuente del Sistal, uno de los conjuntos conventuales más hermosos y de ambiente más misterioso que asientan en la tierra de Guadalajara. Aparece este cenobio, masa pétrea de tonalidades grises y blanquecinas, en el fondo de un poco profundo valle que, ahondándose rápidamente, dará en el cercano foso del alto Tajo. El origen de este monasterio es muy remoto, y está ligado íntimamente con el nacimiento del Señorío molinés, pues como él, en el siglo XII, tuvo su inicio. Reconquistada la zona por las tropas del reino de Aragón, y luego señor de toda la comarca el magnate y cortesano castellano don Manrique de Lara, en su tarea repobladora se propuso la colocación de algunas casas‑conventos en la orilla derecha del río Tajo, que sólo sus sucesores llegaron a materializar.

La tradición dice que fue en vida de don Manrique, hacia 1136, que los primeros monjes llegaron a Buenafuente. Es cierto que este noble propició la entrada en su señorío de gran número de gentes llegadas desde el sur de la Galia a causa de las buenas relaciones del señor de Lara con los duques de Narbona: don Manrique estuvo casado con doña Ermesinda, hija del jerarca aquitano. El primer documento relativo a Buenafuente data de 1176. En ese año, ya habían asentado en este lugar los canónigos regulares de San Agustín, procedentes de la abadía de Monte Bertaldo, en Francia. Desde ese momento, los monjes‑guerreros comienzan a levantar templo y convento, conforme a un estilo arquitectónico plenamente heredado del románico francés meridional. Adquirieron, por donaciones de los señores molineses y de otros particulares, algunas posesiones en el páramo molinés: las salinas de Anquela, la heredad del Campillo, junto a Zaorejas, y ciertas tierras «allí donde se juntan el río de Molina y el Tajo», de manos del rey Alfonso VIII de Castilla. En 1234, el arzobispo de Toledo, don Rodrigo Ximénez de Rada, adquirió por compra el monasterio y sus términos, en trato directo con las jerarquías agustinianas de Monte Bertaldo. En 1242, el arzobispo se lo cedió a doña Berenguela, hija de Alfonso VIII y madre de Fernando III, con la condición de poner allí un convento de monjas de la advocación de la Santísima Virgen. Para entonces ya no estaban los canónigos que durante casi un siglo lo habitaron.

Doña Berenguela lo cedió a su hijo don Alonso, señor de Molina por estar casado con doña Mafalda, hija del conde don Gonzalo Pérez de Lara. Y es este infante don Alonso quien al año siguiente, en 1243, se lo vende en 4.000 maravedíes alfonsíes a su suegra doña Sancha Gómez con la expresa condición de poner en él «duennas en la Orden de Cistel». Fue en 1246 que llegaron desde Casbas (Huescas) las primeras monjas, cuya comunidad, en un alarde de fuerza y espiritualidad, ha pervivido hasta hoy mismo. Justo los 750 años que ahora sirven, en justa cuenta, para conmemorar aquellas remotas primeras andadas. La imaginación y el tesón de esta comunidad y de su capellán don Angel Moreno han hecho posible un auténtico «renacimiento» en aquella altura de esta institución medieval y venerable, plenamente inserta en las inquietudes de nuestro mundo actual.

Visitando el monasterio de la Buenafuente

Desde el punto de vista monumental y artístico, lo más interesante que posee el monasterio de la Buenafuente es su iglesia conventual, construida en el siglo XIII dentro de un estilo románico que desentona del que estamos acostumbrados a encontrar en nuestra provincia. Es una iglesia de grandes proporciones, correctamente orientada, de una sola nave cubierta de altísima bóveda apuntada reforzada por arcos formeros, que se sostienen sobre grandes mensulones sin llegar a tener pilares adosados que carguen con su fuerza. Esta iglesia estuvo en un principio totalmente aislada del monasterio. Estilísticamente es un trasunto fiel del estilo cisterciense francés que desde el siglo anterior se extiende hacia el sur desde el centro de Francia. El templo nos ofrece en su cabecera un ábside cuadrado escoltado por un par de fortísimos machones, y en su muro surgen dos ventanales estrechos del mismo estilo. Sendas portadas románicas, de arco semicircular con arquivoltas baquetonadas que descansan sobre capiteles foliados, sirven de ingreso al templo: una por el norte (hoy al exterior) y otra al sur (que cae dentro de la clausura). La bóveda del presbiterio o capilla mayor muestra restos de pintura en los que fácilmente se adivina un Pantocrator rodeado de los cuatro Evangelistas. A los pies del templo, y ligeramente elevado de la nave, existe un espacio en el que suena la «buena fuente» que da nombre al lugar, y que mana dentro de la iglesia, bajo un románico arco preparado al efecto. La iglesia posee diversos altares: el retablo principal es barroco, mostrando santos y santas de la Orden del Císter, lo mismo que otro lateral del mismo tema, y otro más con una buena pintura de San Bernardo. Los enterramientos de las infantas (doña Sancha Gómez, la fundadora, y su hija doña Mafalda) que desde su muerte en el siglo XIII estuvieron situados en el centro de la iglesia hasta 1765, no se han conservado, pero sí sus restos, incluídos ahora en un cofre tras una reja, puesto pajo un arcosolio en el muro norte del templo.

Otras muestras artísticas de interés son el Cristo de la Salud que hoy conserva en la Capilla de invierno, en el primer piso del edificio de la hospedería. Esta talla de Cristo es de estilo románico, y constituye, sin duda, la más patética y enternecedora muestra de la escultura románica de la provincia de Guadalajara. El archivo documental de este cenobio cisterciense es importantísimo, y puede visitarse, admirando en él antiguos pergaminos y sellos de los reyes de Castilla que ayudaron notablemente a este monasterio de Buenafuente del Sistal. Al viajero, curioso, o asceta, que se acerque a este lugar, le saldrá siempre al paso la capacidad de acogida y bondad que aquella comunidad destila. Es un viaje, el que a través de las serranías boscosas del Alto Tajo lleva hasta Buenafuente, que no debe demorarse. Y más ahora, en plena conmemoración sesquicentenaria.