El de los duques del Infantado en Guadalajara, una fiesta de palacio

viernes, 22 septiembre 1995 0 Por Herrera Casado

El patio de los leones en el palacio del Infantado de Guadalajara

 

Días han sido estos pasados de bullicio, de algarabía, de fiesta sin más… y no hubiera sido mala cosa acercarse, aunque solo fuera un rato, junto al más representativo de sus históricos edificios: ese Palacio del Infantado, emblema ya, logotipo obligado de Guadalajara. 

Cuándo y por quién fue hecho

Situado hoy al final de la amplia Avenida del Ejército, el palacio del Infantado simboliza el arte y la historia de Guadalajara, pues a él dedicaron los Mendoza sus mejores caudales, lo más granado de su carga intelectual y humanística, y el más acendrado sentimiento de apego hacia sus tierras alcarreñas. A impulso del segundo duque, don Iñigo López de Mendoza, y derribando las casas que habían sido de su abuelo el marqués de Santillana, las obras se completaron muy rápidamente, y ya en 1483 estaba construida la fachada, poco después el patio, y al terminar el siglo XV lucía el monumento en todo su esplendor de goticismo, de artesonados y riquezas. En 1569, el tataranieto del constructor, don Iñigo López de Mendoza, quinto duque del Infantado, inició una serie de reformas que tendían a parangonar su palacio con el que Felipe II levantaba en Madrid, poniendo para ello ciertos detalles renacentistas, tanto en la fachada (abrió nuevas ventanas, tapó las antiguas, desmochó los pináculos góticos), como en el patio, y decorando los techos de los salones bajos con pinturas al fresco realizadas por los artistas italianos que por entonces vinieron a decorar El Escorial y otras obras reales. Se construyó también entonces el magnífico jardín mitológico situado a mediodía de palacio. 

En siglos posteriores, los Mendoza marcharon a la Corte y su palacio arriacense quedó abandonado. Fue vendido al Ministerio del Ejército, que colocó en él su Colegio para huérfanas de militares, y en 1936 fue bombardeado y destruido. Una completa restauración le ha devuelto en los últimos años su primitivo esplendor habiéndose integrado totalmente al servicio de las actividades culturales de la ciudad. 

El palacio del Infantado fue diseñado y dirigido por Juan Guas, autor primeramente del castillo mendocino del Real de Manzanares, y del monasterio toledano de San Juan de los Reyes, y luego de varias obras en la catedral toledana y de la hospedería real en Guadalupe. Colaboraron con él Egas Cueman y Lorenzo de Trillo. Una larga nómina de artistas mudéjares participaron en los diversos aspectos decorativos de la casona: artesonados, frisos, azulejería, pinturas y rejas. Es su estilo radicalmente hispano, pues aunque parte de la decoración y estructura de balconajes o portadas son de corte gótico de tradición flamenca, otros muchos elementos decorativos, y la disposición de vanos en la fachada, incluso el mismo tema ornamental de las cabezas de clavos, son de herencia morisca, y de lo más exquisito que ha producido el arte mudéjar. Supera uno y otro estilo, y adquiere el marchamo hispánico del estilo mendocino.  

La fachada es un tapiz de piedra

La gran fachada occidental cuadraba en su origen, perfectamente, con el espacio de la gran plaza que le precedía, y estaba calculada para coronarla y presidirla. En esta gran fachada aparece la puerta descentrada, situada al extremo interno del tercio izquierdo, correspondiéndose al interior con un ángulo del patio. Se flanquea de dos gruesas columnas cilíndricas, que apoyan en basas prismáticas cubriéndose su superficie por una fina trama de rombos, entre los cuales aparecen medias esferas, siendo repetición miniaturizada del orden de las cabezas de clavos del resto de la fachada. Sobre esta puerta vemos hoy el gran escudo ducal que pone el sello de la grandeza de un apellido, el de Mendoza, a toda la fachada del palacio. Dos velludos varones sostienen el circular complejo emblemático en que consiste este grande y hermosísimo escudo. Encerrados en conopiales volutas rematadas en breve florón, aparecen veinte distintos escudos (cruces, castillos, leones, frases y encinas en bulliciosa amalgama) que vienen a representar los múltiples estados, títulos y señoríos que desde la antigüedad hasta ese día estuvieron en la casa de Mendoza. En el círculo central, inclinado y rodeado de góticas verduras, el escudo del apellido que, uniendo las armas de Mendoza y de la Vega, dio el aquí ostentado por don Iñigo. Se cubre con una corona ducal, y remata en celada terciada mirando a su derecha en señal de nobleza verdadera, rematando en corona cívica y alada bicha de alas desplegadas y grandes orejas. Dos tolvas de molino le circundan. Este emblema heráldico es todo un compendio del arte del blasón, y expresión soberbia de lo que el lenguaje de los símbolos suponía en el equilibrio social del otoño de la Edad Media. 

En la línea superior de la fachada, mostrando esa predilección de la arquitectura hispánica, ‑heredera de la árabe en tantas cosas‑, de decorar prolijamente ciertas áreas de una fachada, aparece como un corrido alfiz la galería de ventanales y garitones que pronuncian su grito gótico‑mudéjar más elocuente. Consiste en una serie de ventanales que alternan con garitas salientes, con múltiples columnillas y capiteles, antepechos y tracerías góticas, apoyado todo ello en amplia faja de mocárabes, repartiéndose por el conjunto los escudos de Mendoza y Luna. 

El resto de la fachada, toda ella construida con dorado sillar de Tamajón, se cubre con ornamentación de cabezas de clavos dispuestas en peculiar distribución en una ideal red de rombos. 

El patio de los Leones

El patio del palacio del Infantado se le conoce por «patio de los Leones». Su forma es cuadrilátera, y se compone de doble arquería superpuesta, formada de arcos conopiales mixtilíneos, muy del gusto de Juan Guas, en la galería baja, y el mismo tipo, pero con un par de entrantes laterales que le complican y quiebran aún más, en la arcada superior. Sobresalen florones y picos de su fino intradós, y una faja de bolas los circunda. Las columnas que sostienen la arquería inferior son de orden dórico, sin ninguna decoración, y notablemente achaparradas para la que sería su altura lógica con respecto a la contextura total del patio. Fueron puestas por el quinto duque en 1571, previo el levantamiento del suelo, y es de presumir que en un principio fueron idénticas a las de la galería alta, ‑ magníficos pilares bocelados de fuste helicoidal surcado de cintas y hojarascas, con un collarín al promedio, y capitel de hechura prismática, muy decorado de tema vegetal, en el remate. 

Sobre la galería baja, en los muros de los arcos, aparecen parejas de leones tenantes del emblema de don Iñigo López de Mendoza, segundo duque del Infantado y constructor de este palacio: una tolva de molino de las que, al igual que los leones, es difícil ver dos idénticas. Sobre cada columna se alza un escudo, alternando el del apellido Mendoza con el de Luna. Todos se rematan con la correspondiente corona ducal, también variable en cuanto a su ornamentación, y una celada terciada, unas veces a derechas y otras a izquierda, que tiene por lambrequines unas largas hojas de cardo, y como apoyo de los leones y bichas aladas, que llevan por cimera, se interponen sendas coronas cívicas. A lo largo de la rosca de los arcos aparece tallada una fina y larguísima cartela, hoy ya mutilada, en la que se inscribe una frase en caracteres góticos que anotó Quadrado en el siglo pasado, y en éste completó Layna y aun Azcárate introdujo alguna sustancial corrección. Dice así: El yllustre señor don yñigo lopes de mendoça duque segundo del ynfantazgo, marques de santillana, conde del rreal e saldaña, señor de Mendoça y de la Vega, mando fa (ser esta) portada (año del nascimiento de nro salvador ihu xpo de MCCCCL) XXXIII años… seyendo esta edificada por sus antecesores con grandes gastos e de sumptuoso edeficio, se (pu)so toda por el suelo y por acrescentar la gloria de sus proxenitores y la suya propia la mandó edeficar otra vez para más onrrar la grandeza (de su linaje) año myll e quatrocientos e ochenta y tres años. Illustris dominus S. Enecus Lopesius Mendoza dux secundus del Infantado, marchio Sanctiliane, comes Regalis et Saldanie, dominus de Mendoza et de la Vega hoc palatium a… progenitoribus quondam magna erecum impensa sed…al solum usque ferme… ad ilustrandam mejorum suorum… am et suam magnitudinem post… dandam pulcherrima et sumptuosa mole, arte miroscultorisEsta casa fizieron iuan guas e maestre e gascoman e otros muchos maestros… Vanitas vanitatum et omnia vanitas.  

El paramento de la galería superior presenta parejas de alados grifos enfrentados y encadenados. La galería superior se cierra con un antepecho calado de riquísima viveza, en el que se superponen rimeros de hojas y lustrosos florones sobre un entramado geométrico de arquillos lobulados, rematando en faja de bolas. 

Lo que fue jardín con laberinto y estanques

La galería del jardín, que construyó hacia 1496 Lorenzo de Trillo, se abre sobre el flanco de poniente del palacio, y consta de doble serie de arquerías, con columnas prismáticas de moldurados capiteles, decorando sus paramentos con hiladas de arquitos lobulados superpuestos que viene a ser un desarrollo aplanado de los mocárabes utilizados en la fachada. Los antiguos jardines, primeramente moriscos y luego renacentistas, construidos delante de esta galería, al poniente del palacio, han sido recientemente adecentados, aunque sin el planteamiento de una restauración de lo que fueron en siglos pasados. 

El interior y estancias del palacio del Infantado han perdido en gran parte su antiguo esplendor. Nada queda de la primitiva escalera y de los artesonados mudéjares, los mejores del mundo, sin duda alguna, destruidos en la Guerra Civil de 1936‑39, sólo nos han llegado fotografías fragmentarias y escasísimos restos. 

Lo que sí se ha conservado, y hoy lucen esplendorosos tras meticulosa restauración, son algunas colecciones de pinturas de las salas bajas que artistas italianos decoraron a fines del siglo XVI por encargo del quinto duque. Se pueden contemplar hoy la salita de Cronos; la gran Sala de Batallas, representando múltiples y movidas escenas de la historia militar de los Mendoza; la sala de Atalanta, en la que aparecen cinco escenas de la leyenda que protagoniza esta diosa junto a Hipómenes. 

Las pinturas de todas estas salas son debidas al pincel del florentino Rómulo Cincinato que trabajó también en El Pardo, el Alcázar real madrileño y El Escorial. La visita de este palacio se completa hoy día con el recorrido por las diversas salas del Museo Provincial de Bellas Artes. La casa de los Mendoza, cuajada de su recuerdo, está todavía viva y en ella late la historia y el ser completo de Guadalajara.