Antonio Buero Vallejo

viernes, 14 julio 1995 0 Por Herrera Casado

Antonio Buero Vallejo

 

¿Por qué no hablar de uno de nuestros paisanos más preclaros? Si todos le admiramos, tras tantos años de postura serena, recta y sin fisuras, vamos a decirlo, vamos a contarle a las nuevas generaciones quien es ahora, quién ha sido para la historia de la literatura hispánica, Antonio Buero Vallejo. Con brevedad de manual, para que las palabras sonoras no despisten al recién llegado. Nació en Guadalajara, en 1916. Aquí realizó sus estudios de bachillerato (1926‑1933). Desde muy pequeño manifestó una clara vocación por el dibujo, que fue alentada por su padre, de profesión militar. Al ser éste destinado a Madrid en 1934, con toda la familia se trasladó nuestro paisano a la capital de la República, cursando allí los estudios de Bellas Artes en la correspondiente Escuela de San Fernando. Al estallar la guerra y no pudiendo alistarse como voluntario por impedírselo sus padres, trabajó en el taller de propaganda plástica de la F.U.E. hasta que al ser movilizada su quinta le destinaron a un batallón de Infantería. Al terminar la Guerra Civil fue condenado a muerte, siéndole conmutada la pena unos meses después. Tras un largo y triste peregrinar por diversas cárceles, quedó en libertad condicional el año 1946. Volvió entonces a su antigua vocación pictórica, pero inició la literaria llamado de sus interiores voces por la protesta callada y colérica al tiempo frente a la situación política contemporánea. Fuerte y clara era su voz en el año 1949 al conseguir el premio Lope de Vega con Historia de una escalera y unos meses después el premio de la Asociación de Amigos de los Quinteros por su acto único Las palabras en la arena. Desde ese momento se consolida su vocación literaria: Buero se traslada a diversas ciudades extranjeras para dar conferencias, charlas, debates y coloquios. Muchas de sus adaptaciones de Shakespeare, Ibsen y Bertolt Brech son recibidas con aplauso porque se consideran perfectas. Tras muchos años de producción y progresivo éxito con sus obras por los escenarios españoles, en enero de 1971 es elegido miembro numerario de la Real Academia Española. El día 21 de mayo de 1972 leyó Buero Vallejo su discurso de recepción en la Real Academia de la Lengua: García Lorca ante el esperpento, que fue contestado por don Pedro Laín Entralgo. Su acceso a la gloria estaba ya asegurado. 

Un gran plantel de obras

La Historia de una escalera (1949) es la obra que marca un hito en nuestro teatro de la postguerra. Puede calificarse como el drama de la frustración social visto a través de tres generaciones de la clase media baja. En La ardiente oscuridad (1950) trata sobre una institución de ciegos, planteando el dilema de si debemos aceptar nuestras propias limitaciones, tratando de ser felices con ellas, o debemos rebelarnos trágicamente. A estas primeras obras siguieron La tejedora de sueños (1952), basada en una original interpretación del mito de Ulises y Penélope; La señal que se espera (1952), donde se exalta el poder creativo de la fe; Casi un cuento de hadas (1953), que trata del valor que supone para el hombre la posesión del amor, e Irene o el tesoro (1954) sobre la diferencia abismal entre el mundo real y la fantasía de la protagonista. En estas obras se alcanza un ambiente neosimbolista, planteándose aspectos como la pureza, la moral, la verdad, la esperanza, la presencia de lo misterioso, etc. En Hoy es fiesta (1955) y Las cartas boca abajo (1957), los ambientes se acercan a los representados en La Historia de una escalera, desarrollándose respectivamente en la azotea y en el interior de unas casas modestas. Un soñador para un pueblo (1958) es lo que podría denominarse «un drama histórico» (trata sobre Esquilache, ministro de Carlos III). Esquilache, en nombre de la razón, pretende sacar al país del oscurantismo tradicional en que se encuentra pero termina derrotado por este mismo pueblo. Sobre Velázquez, nos presenta Las Meninas (1960), y sobre Goya, El sueño de la razón (1970), dramas a su vez, y basados en temas históricos. Relacionada con este grupo se encuentra El concierto de San Ovidio (1962), en el que se recrea el ambiente de los ciegos del Hospicio Quince‑Veinte en el París del siglo XVIII. Los ciegos suponen un símbolo de los oprimidos. La historia, en este ciclo, es el pretexto de que se vale el autor para plantear problemas contemporáneos bordeando con elegancia los problemas de la censura del Régimen. En El tragaluz (1967), Buero presenta dos mundos permanentemente enfrentados: el de los vencedores y el de los vencidos. La doble historia del doctor Valmy (1976) trata el tema de la tortura. En La llegada de los dioses (1971), vuelve a aparecer la ceguera del protagonista como símbolo de la rebelión contra las injusticias que le rodean. La Fundación (1974) presenta a varios presos políticos que buscan la libertad a través de entrentar realidad y ensueño. En esta obra merecen destacarse las modernidades técnicas del dramaturgo: el público «ve» la realidad escénica a través de la fantasía del personaje principal. 

El teatro más reciente

Tras la disolución del régimen de Franco, Buero continúa escribiendo y ofreciendo sus obras al público. Desaparecida la censura, los temas son expuestos con mayor libertad, aunque quizás perdiendo mucho del «morbo» que su intepretación generaba en el tiempo anterior. Larra es el personaje histórico sobre el que se centra La detonación, que se estrenó en septiembre de 1977, en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Jueces en la noche, estrenada el 2 de octubre de 1979, en el Teatro Lara de Madrid, recibió una crítica poco favorable, en términos generales. El drama es una reflexión sobre la España del momento, la de la democracia, con un diputado que participó también en la vida política de la etapa anterior. Caimán se estrenó el 10 de septiembre de 1981, tratándose de una obra cuyo argumento es una narración dictada por una escrito­ra, una obra de teatro que toma la forma de una novela contada por alguien, cuyos hechos, en lugar de ser leídos, van a ser vistos y oídos por el público. Diálogo secreto fue puesta en escena el 6 de agosto de 1984, en San Sebastián, y más tarde en 1986, en Madrid aparece la obra Lázaro en el laberinto, el mismo día que recibió nuestro autor el premio Cervantes. De nuevo se plantea en esta pieza el pro­blema de la verdad como camino de salvación. La más reciente producción escénica de Buero ha sido Música cer­cana (estrenada en el Teatro Arriaga de Bilbao, el 18 de agosto de 1989, y en Madrid, en el Teatro Maravillas, el 22 de septiem­bre de 1989), en la que se plantea el tema del precio de la libertad sin ética, en el «yuppy» emergente de los años ochenta, representado por Javier, lleno de poder, sin ideales y movido por el materialismo más vulgar. En esta obra, Buero «retrata la bancarrota moral de la nueva sociedad». 

En su etapa de mayor madurez, más sabio y generoso que nunca, Buero ve desfilar la sucesión de hechos que constituyen la escena política y social de nuestros días. ¿Con gusto? ¿Con horror? Probablemente ni con una ni con otra cosa. Es demasiado sabio para aplaudir a nadie y suficientemente inteligente como para asustarse. Además de sus obras de teatro, Buero Vallejo ha creado profusa colección de escritos: poesía, ensayo, artículos, incluso algo de narrativa (un cuento, «Diana») reunido todo en dos tomos con la genérica apelación de «Obras Completas» llevadas adelante por Espasa Calpe en su nueva serie de «Clásicos Castellanos». Se lo recomiendo a mis lectores. Ahí está todo Buero, en poco menos de tres mil páginas.