Un futuro mejor para Guadalajara

viernes, 26 mayo 1995 0 Por Herrera Casado

 

El pasado día 6 de abril, y en acto organizado por el Club Siglo Futuro de Guadalajara, Foro de Opinión y Cultura que durante los últimos años se ha ido acreditando como lugar de encuentro y participación de los ciudadanos de Guadalajara desde una óptica independiente y plural, se presentaba públicamente un libro que está llamado a ser una de las obras capitales en las referencias bibliográficas sobre Guadalajara en el «futuro siglo» que está llamando ya a nuestras puertas. Se trataba de la obra firmada por Felipe María Olivier y López-Merlo y que lleva por título Por el Camino de Santiago… a la Guadalajara del Futuro. Pasando ahora por alto la primera parte de la obra (que no deja de ser sumamente interesante, aunque trata de un viaje del autor por tierras gallegas), y que sirve de elemento justificativo al instante mágico en el que por un arte sorprendente viaja al futuro con su mujer y sus amigos, Olivier nos permite acceder cómodamente sentados en nuestros sillones al espectáculo increíble de una Guadalajara soñada. Había que oirle a él, que es todo entusiasmo y alegrías, que sólo ve el mundo por su lado bueno, lo que su mente había preparado para tan cercano siglo, para el XXI. Todo estaba verde, llovía de noche, y lucía el sol de día. Las centrales nucleares de Zorita y Trillo habían sido reconvertidas en sendas fábricas, no contaminantes, de material energético con el que todos los motores del mundo se movían sin producir polución ambiental alguna. Mediante un ingenioso sistema de satélites, se había conseguido modificar el clima de Guadalajara (dentro de un proyecto que la Comunidad Europea había diseñado para en plan piloto realizar aquí, en nuestra tierra) de tal modo que las montañas tenían siempre nieve para permitir practicar los deportes alpinos en ellas, y en los valles y alcarrias todo era verdor gracias a los bosques plantados y crecidos, las lluvias generosas de la noche, y el sol y la temperatura agradable del mediodía. Fabulosos accesos, cómodas autopistas (muchas de ellas bajo tierra, especialmente en torno a la ciudad de Guadalajara) y helipuertos aquí y allá, permitían el acceso inmediato de miles de viajeros procedentes de todas partes del mundo. La totalidad de los monumentos provinciales habían sido restaurados y rescatados para usos culturales y turísticos: paradores habían crecido sobre las ruinas de los viejos castillos, y en Torija el hoy ya vivo Museo del libro «Viaje a la Alcarria» se veía complementado con un centro internacional del Libro y la Lectura. Un gran teatro y centro polivante de cultura y arte se alzaba frente al palacio del Infantado, y en los pueblos podía vivirse de forma directa, viva y continuada la fiesta tradicional de cada lugar: la Caballada de Atienza, las Danzas de Valverde y la Loa de Molina se representaban casi todas las semanas, ante la admiración de miles de turistas venidos de todo el mundo, que salían admirados de tanta maravilla, de tanta animación, de tan hermosa tierra. Así era (en un futuro nada lejano) Guadalajara y su provincia…

Hablar en pasado del futuro es tarea quimérica. Lo hacemos llevados de la imaginación de Olivier. Eso nos dice en su libro, y eso nos cuenta de viva voz, como transmitiendo con su permanente sonrisa la fe en un futuro mejor.

Yo diría que no sueña Olivier cuando escribe y relata estas fantasías. Simplemente se adelanta a su tiempo, ve más allá que el resto de los mortales. Es optimista y cree en la Humanidad, en su lado bueno y positivo. Al mundo le mueven las ideas, le hacen avanzar los pensadores… y finalmente se lo cargan cuatro desalmados que son los que se han hecho con las armas y con el control de las mentes. Pero yo soy de los que, con Olivier, creen que el futuro ha de ser mejor. Y que incluso puede (si nos lo proponemos) llover más. Es tanto cuestión de fe como de trabajo.

En ese sentido, y como un asistente más al acto de presentación de la referida obra en «Siglo Futuro», estaba José María Bris Gallego, el hombre de la perenne sonrisa y el trabajo sin desmayo, que precisamente dentro de un par de días se someterá al referendum de la ciudad que podrá renovarle como alcalde de Guadalajara. Y le faltó tiempo para asegurar, ante la gran cantidad de público que llenaba el salón del Club, que muchas de esas utopías que Olivier propone en su obra elucubrativa, estaban ya a punto de ser realidad. Esa forma de rodear la ciudad, por cualquiera de los puntos cardinales, sin tener que penetrar en ella: desde el sur (por la actual variante), o desde el oeste (a través de una nueva entrada a la carretera de Cuenca partiendo del valle del Henares) incluso desde el norte, por medio de una nueva circunvalación que se hará para permitir el acceso fácil a Aguas Vivas… ese teatro grandioso que se hará en un futuro inmediato frente al palacio del Infantado, y que va a servir para que conciertos clásicos y modernos, obras de vanguardia y piezas clásicas, ballets y óperas, todo a una, puedan ser disfrutadas por todos los ciudadanos, y así elevar el nivel cultural que haga pasar al recuerdo aquellas noches de viernes en las que los jóvenes se dedicaban a arrancar las papeleras y tirar por las calles los contenedores de basuras… y ver, y admirarse, y preguntar los porqués de figuras y posturas, ante las grandes estatuas en mármol y bronce que representando a los personajes claves de nuestra historia se alzarán por aquí y por allá: si Olivier soñaba diciendo que a Alvar Fáñez sobre el caballo se le rendían los árabes  derramados a sus pies ante las murallas de la vieja ciudad, ó Buero Vallejo meditando y escribiendo marcaba el lugar de entrada del nuevo Teatro arriacense, Bris afirmaba que no era sueño, sino ya cercana realidad la colocación de una estatua en memoria de don Pedro González de Mendoza, el Gran Cardenal de España que en nuestra ciudad vivió y murió hace ahora quinientos años, o el busto en bronce, recoleto e íntimo, que en alguna plaza de la ciudad vieja recordará la memoria de don Tomás Camarillo, el fotógrafo y escritor que puso la vida entera al servicio de la tierra en que nació. Un pulso equilibrado entre el sueño y la realidad. Eso es lo que, como espectadores, vivimos la tarde del 6 de abril en «Siglo Futuro», y ahora hemos querido rememorar ante un día, el de las elecciones que se celebran el próximo domingo, en que los ciudadanos tendrán también, con un papel en la mano, la posibilidad de decidir el futuro de esta ciudad que nos acoge. Ese es, quizás, el mayor de los milagros: el mejor de los augurios para Guadalajara. La posibilidad de que, cada cuatro años, sus gentes se arrimen a las urnas y digan, uno tras otro, todos juntos, quien quieren que sea su alcalde. Con lluvia por las noches o helipuertos en El Clavín. Con luz por Las Ramblas y parques en El Alamín. Con una alegría, en fin, que no deben dejar nunca que nadie les arrebate. Ese es, sin duda, el mejor futuro que le puede caber a Guadalajara.