La fábrica de Paños de Brihuega, un balcón sobre la Alcarria

viernes, 3 marzo 1995 0 Por Herrera Casado

Un rincón de los jardines románticos de la Fábrica de Paños de Brihuega

Son muchas las actuaciones que los poderes públicos (desde el nivel meramente local al más alto de la Administración Central, pasando por el provincial y el regional autonó­mico) pueden hacer sobre esta tierra nuestra, que todavía se mantiene en el cómputo de las más deprimidas y olvidadas de la Península. Una de ellas, que abarcaría tanto aspectos patrimoniales artísticos, como niveles de mejora social y promoción de una comarca en la que sólo han llovido Centrales Nucleares, sería la de enfrentar de una vez por todas, y con visión auténticamente de futuro y de realismo, la restauración y uso de la Real Fábrica de Paños de Brihuega

Un recuerdo histórico

El elemento fundamental de la historia socioeconómica de Brihuega durante el siglo XVIII, y uno de los aspectos que más fama le dieron a la villa en tiempos pasados, fue su fábrica de paños, de la que sólo queda el recuerdo de su historia, y la constancia monumental de su bello e interesante edificio. 

La fábrica briocense se fundó en octubre de 1750, cuando el rey Fernando VI se digna beneficiar a los vecinos de la villa de Brihuega, propia de la Dignidad Arzobispal de Toledo, deformar en ella una Fábrica de Paños finos. Desde años antes, muchos vecinos de la villa trabajaban ya en la industria pañera, bien en telares particulares, bien en talleres comunitarios, enviando su producción a la Real Fábrica de Paños de Guadalajara, donde se les daba acabado y marca. Influyó en esta fundación el hermano del Rey, el infante don Luís, que a la sazón era arzobispo de Toledo y por tanto señor de Brihuega. 

Se inició en régimen de explotación directa por la Hacienda Real, pasando en 1757 a establecerse mediante contrato la cesión de la explotación a los llamados Cinco Gremios Mayores, una empresa privada que gestionó la producción pañera en Brihuega durante diez años, quedando al final muy maltrecha económicamente, por lo que en 1767 el Rey decidió volver a hacerse cargo, a través de la Real Hacienda, de la explotación de estas industrias pañeras (Brihuega, Guadalajara y San Fernando) consideradas capitales en la economía hispana. Fue nombrado nuevamente superintendente de la fábrica briocense don Ventura de Argumosa. 

Y durante el último tercio del siglo XVIII se mantuvo, con altibajos en la producción y ren­dimiento, pero siempre activa y suficiente para mantener dignamente a gran parte de la pobla­ción que se benefició de su trabajo en ella, adquiriendo entonces la producción pañera de Brihuega una merecida fama internacional. Se unió administrativamente en ocasiones a las Reales Fábricas de Guadalajara y San Fernan­do, independizándose otras veces de ellas. En cualquier caso, mantuvo su producción hasta el momento del inicio de la Guerra de la Indepen­dencia, en que hubo de cerrar y sus operarios fueron dispersados, enrolados en partidas gue­rrilleras o simplemente condenados a pasar ham­bre y esperar mejores tiempos. 

Los buenos tiempos del siglo XVIII

En 1772 el auge de su producción aconsejó ampliarla. Argumosa solicitó a la Real Hacienda se destine para las fábricas el castillo o fortaleza de Brihuega, que por su capacidad es acomodado para custodia de los materiales i utensilios i para la habitación de dependientes sin perjuicio del vecindario, pero esta utilización del «castillo de la Peña Bermeja» para sede de la Real Fábrica no llegó nunca a ser realidad. Lo que sí se hicieron entonces, hacia 1775, fue construir nuevos edificios, entre ellos la famosa «rotonda», donde albergar nuevos telares y maquinarias. Las obras fueron costosas y lentas, y ello forzó a que mucha de la producción pañera volviera a realizarse mientras tanto en domicilios y talleres particulares de la villa. El hecho cierto es que nunca fue una industria próspera, y se mantuvo esta fábrica con altibajos gracias al apoyo que el estado le daba, sabedor de su importancia para la economía general del país. Venían a ser estas Fábricas de Paños, como la de Brihuega, empresas estatales que a pesar de dar pérdidas había que mantener abiertas. 

A final del siglo, de nuevo la compañía de los Cinco Gremios Mayores pretendió hacerse cargo de las fábricas de Guadalajara, San Fernando y Brihuega, pero el Estado no aceptó la propuesta. En 1797, otra empresa privada, la Real Compañía de Ganaderos de Soria, solicitó comprar la Real Fábrica de Brihuega, negándose la Real Hacienda con las siguientes razones alegadas por el propio monarca: Por el pays en donde está situada y por las circunstancias que concurren en aquellos naturales es una  alaja digna de todo su aprecio Y atención… deben mantenerse las Fábricas administradas como están, para hacer competencia a los texidos extrangeros y dar trabajo a centenares de havitantes y crear un buen plantel de artesanos… aunque acarrean algún gasto al Erario… han prosperado y se hallan en un grado mui proximo a su perfección. 

A la terminación de la Guerra de la Independencia, que supuso como ya hemos visto el cierre de la Fábrica y la destrucción de la economía alcarreña y briocense, se hicieron unos intentos para mantener activas las Fábricas de Paños de Brihuega y Guadalajara: tras pretender su financiación a expensas de los productos de los géneros plomizos y Siete Rentillas, se las arrendó por un contrato de cuarenta años con un particular, sin que este cumpliera sus compromisos. Ante la situación de ruina inminente en que se encontraba la fábrica, los brihuegos pidieron al Rey que se pusiera a la venta. En 1829, se hicieron algunas reparaciones para contener su ruina, funcionando de forma lánguida hasta 1835 aproximadamente, y siendo vendida, fábrica y edificios, en 1840 a un particular, acabando así la existencia de una institución ejemplar, tan querida y crucial en la historia de Brihuega. 

Un edificio con solera

El edificio de esta fábrica de paños se construyó en 1752, en el lugar donde hasta entonces estuvo la ermita de Santa Lucía, siendo superintendente de sus obras don Ventura de Argumosa, quien aprovechó elementos de la primitiva muralla medieval de la villa, pero utilizando nuevas técnicas y las ideas más avanzadas para hacer de esta industria un elemento verdaderamente productivo desde su inicio. 

La descripción que una Crónica de 1753 nos da de este edificio dice así: No linda con casa alguna por estar dominando a todas y dentro del término de las murallas; su figura circular tiene seiscientos y veinte y quatro pies de circunferencia y doscientos de tramero, con la puerta principal al Norte, otra que sale a la Rama y tendederos a mediodía y la puerta de la intendencia al Poniente, con su cerca de mampostería que ocupa tres fanegas de tierra, Asimismo tiene esta Real Fábrica sobre el río Tajuña a distancia de un quarto de legua de esta población una casa batán y allí inmediata otra casa que sirve para lavadero de lanas. En ese momento fundacional, contaba con 33 telares corrientes, trabajaban en su edificio 45 oficiales, 15 aprendices y 20 canilleros, más un crecido número de hilanderas, que subían el total de operarios a más de 300 individuos. En ella se tejían piezas de paño de a treinta varas que se vendían a sesenta reales la vara. Todos estos elementos constituían sin duda una fábrica muy bien montada, pues Larruga escribe en su concienzudo estudio sobre la industria española del siglo XVIII: La manufactura de Brihuega es más cómoda y promete todavía mayores ventajas que la de Guadalajara. 

Tras haber permanecido muchos años inactiva y en proceso de ruina, fue adquirida en la segunda mitad del siglo XIX por don Justo Hernández Pareja, quien la restauró y construyó en sus patios meridionales unos bellos jardines para su uso particular. En los últimos años, y tras sufrir un grave incendio, se ha ido adecuando a diversos usos, entre ellos el de construcción de apartamentos en el ala principal, y la limpieza progresiva de la rotonda, que, de todos modos, aún está esperando una actuación definitiva que la dignifique y conceda un uso abierto y público que redundará sin duda en un claro beneficio para el pueblo de Brihuega. ¿Qué hacer allí? ¿Montar un hotel de lujo, instalar un gimnasio para la juventud briocense, articular un centro cultural con sala de representaciones teatrales, exposiciones de pintura y declamatorios, o simplemente limpiar el suelo, las paredes y las bóvedas, y dejar que se pasee el personal por sus circulares pasadizos? Los políticos de todos los niveles (repito, desde el local hasta la Administración del Estado, pasando por el provincial y el regional autonómico) tienen la palabra. Deberían tener, ‑¡qué menos!‑, algunas ideas.