Carabias, el románico herido

viernes, 20 enero 1995 1 Por Herrera Casado

Atrio porticado de la iglesia románica de Carabias en Guadalajara

 

Seguro que mis lectores están deseando que llegue el domingo para lanzarse al campo y poder contemplar algún rincón nuevo de nuestra provincia, tan grande, tan hermosa, tan llena de sopresas… Puede incluso que hayan estado pensando en dirigirse hacia alguno de los lugares donde el románico se pinta con la fuerza solemne de la pureza medieval de formas, del silencio entre las húmedas arboledas, de la pátina dorada de sus sillares.

Pues bien, cuando alguien quiera ver, palpar incluso, esa solemne belleza del arte románico rural de Guadalajara, debe desplazarse hasta Carabias. Está poco más allá de Palazuelos, esa otra vieja ciudad amurallada del marqués de Santillana en la que la magia serena de los siglos reviste las piedras todas de su defensa perfecta. Ambos pueblos se encuentran, obvio es decirlo, muy cerca de Sigüenza, viajando por la carretera que desde la Ciudad Mitrada lleva hasta Atienza.

Un templo medieval

Derramada sobre la pendiente izquierda que abriga el valle del río Salado, la villa de Carabias tiene hoy un escaso caserío, un fontanar rumoroso, y un templo cristiano que fue construido, en la parte baja de la población, hacia el siglo XIII. A pesar de las reformas de posteriores centurias, ha conservado su primitivo aspecto, y puede ser calificado sin hipérbole de pieza única de la arquitectura medieval de nuestra tierra.

Recibe esa etiqueta de su singularísima estructura. El templo propiamente dicho consta de una sola nave. Alta, cubierta de bóveda falsa de escayola que se amenaza con venirse abajo de un momento a otro, tiene un presbiterio elevado y algunos altarcillos barrocos en los que San Sebastián, San Antonio y un triste Cristo meditan su abandono. Bajo la tribuna del coro, a media luz, se entrevé la antigua pila bautismal, como un enorme fósil con formas de venera. Al exterior, una torre muy antigua cobija las campanas (y alguna que otra paloma) en el ángulo sureste del edificio. Y por fin, el pórtico o atrio, que es lo verdaderamente singular de este monumento, y que, caso único en toda la provincia, tiene muros abiertos (los tuvo en su origen, al menos) a los cuatro puntos cardinales.

El templo parroquial de Carabias fue dotado de una galería porticada que le rodeaba por mediodía y poniente. Pero que tenía también acceso por levante y algún vano abierto al norte. De ahí la anterior aseveración de ser la única iglesia románica de nuestra tierra que posee galería con muros orientados a los cuatro puntos del ámbito del horizonte. La parte más amplia y llamativa de esta galería es la del sur. Dos tramos de siete arcos cada uno, separados por un grueso pilastrón, se sostienen por sus respectivos pares de columnas de canon muy alargado, y rematadas en parejas de capiteles, todos ellos con elegante decoración vegetal. No tenía acceso la galería por este lado, porque el muro que daba al atrio era muy elevado en su interior. A levante sí, a través de un arco en el que remataba esta galería, y que hoy se ve tapiado e incluido dentro de un cuartucho en la planta baja de la torre.

Por el lado de poniente, la galería continúa con su sucesión de arcos y columnas: hacia su parte central se abre la puerta más principal de esta galería. Al lado derecho, tres arcos también sujetos de columnas y capiteles parejos, y al lado izquierdo, otros dos arcos similares. Finalmente, al norte se abrían un par de arcos completando ese amplio, airoso, alegre y feliz atrio en el que, –el viajero se imagina sin gran esfuerzo–, se reunirían al mediodía de los domingos, allá en los pasados siglos, las gentes del lugar.

Al templo se entra, desde el lado meridional del atrio, a través de una puerta de sencilla hermosura: es una vano cobijado de arcos semicirculares en el que surgen dos arquivoltas y un dintel arqueado. Se adornan de baquetones y algunos trazos geométricos. Y a su vez se apoyan en columnas rematadas por capiteles ya muy destrozados, pero en los que aún se adivina alguna forma humana. Los mejores capiteles son, sin duda, los de la galería porticada: muy parecidos a los de las iglesias (próximas entre sí) de Pozancos y Sauca, y sin duda copiados de los elementos gráficos tallados de los templos seguntinos (San Vicente, Santiago, la Catedral…), a su vez heredados de formas francesas, narbonenses y rosellonesas. Algunas formas del templo de Carabias, y alguna foto, van junto a estas líneas. Son simples anotaciones gráficas que pueden servir al lector para darse idea de la hermosa apariencia de este edificio.

La herida de Carabias

El templo parroquial de Carabias está ahora, por desgracia, herido. No de muerte. Más bien de vida. Pero herido y pidiendo que alguien vaya, y pronto, a sanarle. Hace un año pasé por allí, una tarde de invierno, a comprobar su estado, a maravillarme un poco más con su silueta, a levantar en el corazón el andamiaje de un sueño. Y lo encontré recién movido, las cubiertas saneadas y todos los arcos abiertos a su primitiva dimensión: rebajado el suelo que por mediodía rellenaba desde hacía siglos su parte más noble, aparecían por fin las columnas en toda su elegante altura, e incluso bajo ellas se admiraba el murete de apoyo, todo él cuajado de variadas «marcas de cantero» como recién talladas. También se había abierto totalmente el conjunto de arcos del costado de poniente y del norte de la galería, eliminando un cuarto infame que durante siglos la había desvirtuado. Aquello tenía visos de que su restauración, por fin, se había iniciado y un edificio del románico mejor de Guadalajara sería añadido a la lista de consecuciones que la Junta de Comunidades estaba realizando en pro de nuestro patrimonio.

Volví a Carabias el primer miércoles de este mes, un día de violento invierno, de cierzo helado y copos en el aire. El silencio del pueblo se rompía, al mediodía, por el bufido del viento sobre las esquinas. La iglesia de Carabias no estaba ya como hace un año: estaba peor, mucho peor. Por supuesto la restauración iniciada seguía detenida, y algunas columnas de la galería estaban ya caídas, permitiendo que los capiteles amenacen peligrosamente su venida al suelo. ¿Será posible que un intento, loable y generoso, de restauración, acabe por desidia con un monumento único? Cualquiera que vaya, este mismo fin de semana, a ver Carabias, se quedará con un doble regusto en el alma: de una parte, la alegría esperanzada de que todo el valor de este edificio puede ser recuperado; de otra, comprobar con horror cómo el abandono más absoluto va a permitir de aquí a muy poco que se venga al suelo y sea para nada lo hasta ahora hecho. Ojalá otras voces, más atendidas que la nuestra, se alcen ahora también por Carabias. El románico herido.