El entierro renacentista del gran Cardenal Mendoza

viernes, 16 diciembre 1994 0 Por Herrera Casado

 

El mes pasado recordé en estas mismas páginas, a costa del relato de la enfermedad y muerte de don Pedro González, Gran Cardenal de España y señor magnífico de la casa de Mendoza en los finales del siglo XV, cómo el próximo año 1995 será el del Centenario de la muerte en nuestra ciudad de este personaje, señero en la historia de Guadalajara, y una de las figuras más apasionantes (todavía hoy apasiona la interpretación de sus dichos y de sus silencios) del devenir de la Castilla medieval y renacentista. El aniversario de su muerte se conmemorará exactamente el día 11 de enero. Era, según dicen los historiadores domingo, onze de henero, casi al amanecer… en esa hora que va de las 4 a las 6 en que a los cuerpos parece importarles menos el que su alma vuele, y les abandone. Este próximo año el 11 de enero será miércoles, y al amanecer estaremos todos durmiendo, o intentándolo, pero por la tarde lo lógico es que se monte algún acto en que mínimamente se recuerde a este hombre magnífico y renaciente. Ya veremos.

Un entierro fastuoso

Se conmocionó la nación entera al saber que el Cardenal era muerto. Se trataba del Canciller del Reino, del arzobispo de Toledo, del jefe de la casa de Mendoza. Después de los Reyes Isabel y Fernando, era el hombre más poderoso de España, y uno de los más ricos. En los salones de su gran palacio de Guadalajara todo fueron llantos, velos y lutos. Sus hermanos apenas podían, serenamente, considerar la desaparición de tan animado y culto compañero. Sus criados se resistían a tomar la conciencia de la pérdida de un señor tan sabio y generoso. La ciudad, poco a poco, fue enterándose. Y los mensajeros a uña de caballo lo fueron llevando, caminos de hielo por toda Castilla, hasta Toledo, Valladolid, Segovia, Sigüenza, Medina y tantos otros lugares donde don Pedro había tenido algún día de sol su imagen a contraluz de algún edificio mandado por él levantar, con los emblemas de su apellido tallados y dorados sobre las piedras, las claves y los retablos de tantas obras de arte por él pensadas, y pagadas con rumbo. El mecenas, el señor del boato, el hábil jugador de las influencias políticas que hicieron que los mayores reinos de la Península se unieran y prosperaran hacia una América que él sólo entrevió pero que tuvo mucho que ver en su primer capítulo con su clarividencia, había muerto.

Al día siguiente, la maquinaria del ritual se puso en marcha. Más de tres mil personas formaron en el cortejo de su entierro. El historiador Hernando Pecha nos lo cuenta siglo y medio después. Lo hace con documentos de primera mano, leídos en el archivo de los duques del Infantado, y lo expresa con breves y diáfanas frases que a continuación transcribo. Es la mejor, forma, la más directa, de trasladarse a la época, al momento que ahora, ya muy pronto, conmemoramos.

Dice así el padre Pecha: «A lunes siguiente, doçe de Henero, otro día como murió el Cardenal, partieron con su cuerpo para Toledo, el Cardenal, Arzobispo de Sevilla, Patriarcha de Alexandría, el duque de el Infantadgo, los condes de Tendilla y de Coruña, don Pedro Hurtado de Mendoza Adelantado de Cazorla, hermanos de el Cardenal el Marqués de Moya, y otros caballeros de esta jiudad y defuera de ella, toda la clereçía y Religiones = Los Reyes embiaron su capilla Real, que acompañáse el cuerpo; de la Corte se juntaron gran número de señores, y cavalleros y salieron al acompañamiento, y dizen las Relaciones que ay deso que passavan de tres mill personas, las que acompañaban el cuerpo difunto del Cardenal.

Llegaron a Toledo en quatro jornadas, viernes diez y seis de Henero, estava ya todo prevenido, por aver llegado la nueva doce de Henero a las siete de la mañana.

Aquel día se hizo la sede Vacante con harta pena y sentimiento de las Parrochias, con toda la clereçia de toda la çiudad, y con los Religiosos de todos los Monasterios de ella, y llegó hasta la hermita de Sanct Lázaro en el camino Real de Madrid, çerca de la qual estava un túmulo, muy sumptuoso, con más de sien hachas ardiendo, en que se puso el cuerpo; dixeronse luego los Responsos cantados como iba passando la proçession. Tomaron en sus hombros las dignidades el Ataud, mudándose a trechos, y traxeronle hasta su sepulchro, cosa que antes ni despues no se ha hecho con otro Prelado.

En la procesión seguardó este orden, delante de la cruz de la iglesia mayor, iban todos los Pendones de las cofradías, las cruzes de las Parrochias, las  Religiones, por sus antiguedades, cada una    con su cruz, Preste y Ministros, luego la clereçía y detrás de el Cabildo, el Preste, que era don Juan de Ortega, Obispo de ciudad Rodrigo, y después de Málaga, criado de el Cardenal;  detrás de el Preste se seguía el Ayuntamiento de Toledo en forma de çiudad, Regidores y  Jurados con Reyes de Armas, luego los senores y cavalleros. Delante de el cuerpo

difuncto, y detrás el Cardenal de Sevilla y el duque de el Infantadgo; en lo postrero la familia de nuestro Cardenal todos con luto de jerga, y hachas encendidas en   las manos, el cuerpo venía descubierto, vestido de Pontifical, como Arzobispo, y entraron por la puerta de el Perdón =

En la iglesia avía dos Túmulos, uno Pequeño, y otro de ‑extraordinaria grandeza y altura, el menor, çerca de el Altar mayor, al lado del evangelio, donde era la sepultura, y se puso el cuerpo; el mayor entre los dos choros, que tenía en lo más alto çínco gradas, y en la superior un bulto de Pontifical, que representava la persona de el Cardenal y delante una hacha de más de treinta libras de peso. Las del túmulo de lo alto y bajo passaron de quatrozientas, dixose un nocturno de tres liliones, y metiose el cuerpo en su sepulchro =

El sábado siguiente, diez y siete de Henero, se dixo la missa Mayor de el entierro y vinieron todas las órdenes a hazer los offilios en las capillas que les avía señalado el Cabildo = Domingo diez y ocho se dixo la Missa mayor de el difunto y predicó de él, don Juan de la lerda quitana Palla, Canónigo de la Magistral. Este día por la tarde se començaron las horas, encendieronse en el túmulo grande más de ochozientas hachas, y en el capitel más de dozientas belas de a libra, en lo más alto del túmulo estaba la figura y retrato de el Cardenal con su lirio grande de treinta libras, y en los quatro angulos de aquel suelo, quatro Obispos de Pontifical, y a la parte de afuera, çerca de cada una hacha de jera de treinta libras cada una; cantóse la vigilia de nueve liçiones, y acabada se cantaron çinco responsos, y tras cada Responso dezia una oraçión un canónigo con capa negra. Lunes siguiente, diez y nueve de Henero, se dixo Prima Tertia y Sexta, y luego Missa de el día, y luego la Nona = La Missa mayor offiViaron los Cantores de la capilla Real, y los de el Choro de la Sancta Iglesia: en esta manera la Capilla Real los Kiries los de el Choro el responso, y así comenzándolos unos respondían los otros =

Vinieron de Valladolid a hallarse a las honrras seis collegiales de sancta Cruz con sus Mantos y becas y assistieron a ellas.

La ofrenda de el día de estas honrras fue dozientos costales de trigo, çien carneros y çien cueros de bino, y settezientos Reales en dos copas de oro y Plata, Esto fuera de las mismas tazas o copas, fuera de el Paño con que venía cubierto el Cuerpo, la cama con su Ropa y colgadura, las Azémilas en que se traxo, la ofrenda y la cera que sobró y la madera de los Túmulos, que montó una gran suma de dinero, todo se quedó en la iglesia =»

Tanto gentío, tanto sentimiento, y tanta grandeza en el fasto cuadran perfectamente con la huella que hombre tamaño dejó entre los suyos, y aún hoy, quinientos años después, sigue despertando en nosotros la curiosidad, y aún la admiración, por aquel individuo: un alcarreño de pura cepa a quien Guadalajara debe, por lo menos, un recuerdo sereno.